-Me siento un poco torpe de movimientos - pensó mientras se dirigía a la terraza. ¡Qué frío hace hoy! El cable está bastante tenso y la barra equilibradora es la precisa en peso y longitud para esta travesía.

Miró hacia arriba y vio un águila planeando.

-No sé qué me pasa, tengo las piernas torpes y los pies fríos, no tengo la seguridad de otras veces.

Un gran cartel entre dos farolas anuncia la actuación: “EL GRAN CAUDINI – FUNAMBULISTA”. En el centro una pintura del equilibrista sobre el alambre.

Caudini era pequeño de estatura y de complexión delgada. Una enfermedad grave le impidió crecer más.
La gente acudía a la plaza y miraba hacia el punto donde el cable estaba sujeto.

-No puedo defraudar al público, pero hasta la vista tengo turbia. Me colocaré el chaleco de corcho por si... Pero, no. No va a pasarme nada, soy El Gran Caudini.

Se embadurnó de bórax las manos enguantadas y las finas suelas de sus zapatillas para que se fijasen bien a la pértiga y al alambre. Comenzó a caminar sobre el vacío y un murmullo de asombro llegó a sus entorpecidos oídos.
Al llegar al centro entre los dos edificios sudaba frío. Perdió la visión por un momento. El miedo se adueñó de él y el equilibrio le falló. Braceaba a la desesperada agitando el largo palo, cuando un tremendo tirón lo elevó hacia arriba. Sintió que le sujetaban de los tirantes del chaleco.

Desde la calle ascendían los gritos de la muchedumbre. Sorprendido miró a quien le jalaba hacia el azul y quedó de hielo al contemplar de cerca la cara del águila real que lo transportaba.
Quiso gritar y solo emitía un imperceptible quejido.

- ¡Juan! ¡Juaaaan! ¡Despierta!. Sólo es una pesadilla. Dijo su mujer mientras le abrazaba.