Si nos atenemos a la definición estricta de solipsismo, éste es entendido como la actitud intelectual, derivada de una combinación de escepticismo e idealismo, según la cual se cree que sólo existe uno mismo, esto es, la propia mente y sus representaciones. Deriva del punto de vista que sostiene que el único criterio de verdad es la verdad conocida inmediatamente por el sujeto entendido como sustancia pensante. Descartes, para evitar el solipsismo, recurrió a la existencia de Dios, como garantía de la verdad de las ideas, tanto innatas como adventicias. El solipsismo no pertenece como tal a ningún sistema filosófico; representa más bien el punto terminal a donde iría a parar un escéptico defensor del fenomenismo estricto.
El fenomenismo por su parte, es la doctrina que afirma que el ámbito de la realidad coincide con el de las posibilidades de conocimiento, únicamente desde la experiencia. En un ámbito de mayor sugestión psicológica, la fenomenología es la doctrina filosófica de Husserl. Se trata de una filosofía que atiende sólo a la esencia de las cosas, esto es, en cuanto a su aparecer ante la conciencia.
Es decir, estamos hablando de conceptos que no operan tanto sobre lo real, sino sobre lo que uno interpreta como tal – entendiendo es real solo que uno concibe -. Lo circular de la definición me obliga en este caso a ejemplificar la teoría. Cuando hablamos de la existencia de este artículo, por ejemplo, somos conscientes de la misma, porque podemos palparlo físicamente, en el papel, o consultarlo en su versión on-line si procede.
Parece el solipsismo a priori una idea absurda y prescindible, puesto que el artículo existe, y aquel que rechacé su existencia, posiblemente sea tachado de loco por el resto de nosotros – lo cual, como veremos más adelante, no tiene porque ser del todo cierto -.
Cuando nos referimos a objetos, la existencia real y la percepción de dicha existencia suele coincidir y generalmente es universalmente compartida. La justificación de la configuración del solipsismo se nos presenta cuando hablamos de ideas, teorías, puntos de vista, visiones del conflicto o ideologías. Parece lógico pensar que ante un suceso para el que existen varias interpretaciones, alguna de ellas ha de ser la real, siendo las restantes, interpretaciones erróneas. Nos parece lógico, porque Kant nos enseñó que aquella interpretación compartida acaba por ser cierta, y en su crítica de la razón pura acaba por agarrarse a la tesis mayoritaria como la razonable. Olvida Kant el riesgo que conlleva desoír minorías, a la que sin atribuir razones – concepto inexistente salvo la que uno mismo deba otorgarse – puede estar realizando interpretaciones que la mayoría pase por alto.
Quizás pueda parecer anti-científico asumir la inexistencia de una verdad más allá de la probabilidad, de razones a la altura de la certeza. Pero no por ello resulta menos adaptativo el poner en marcha un mecanismo que tan solo contemple como cierto, lo que uno mismo crea que es cierto. Aunque me vayan a tachar de loco. A fin de cuentas, todos consideramos bastante improbable que nos convenzan de lo contrario que estamos pensando.
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