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Apenas comienza la madrugada, la calle silenciosa me acompaña. Sin autos, sin buses, sin el típico bullicio impregnado de smog. Hay paz, finalmente hay paz. Pero curiosamente me roba el sueño. Será la ausencia, la soledad, un desvelo que lleva nombre.

El televisor lleva horas encendido, pero no hay quien se deleite con la telenovela barata que me distrae. Diálogos mediocres e impertinentes llantos me aturden, pero necesito ese cursi escándalo para sentir algo de compañía, para evadir los fantasmas que nunca me abandonan.

Una noche como miles, llena de miedo, de recuerdos infames y de tenues voces que no se cansan de repetirme los pecados que he cometido. Y el vacío, ese estúpido vacío que me consume. Quiero dormir, obviamente no puedo hacerlo, jamás lo he hecho. Mentira, una vez lo hice. Pero usualmente cierro los ojos, trato de relajarme y me olvido un poco del tiempo. Sin embargo, hasta ahora desconozco el descanso.

Alguna vez tuve una vida o lo que todos creemos que esa palabra significa. Título universitario, trabajo bien remunerado y, claro, lo que denominamos familia. Me creí feliz y hasta ahora comprendo mi inmensa equivocación. Cumplí con lo esperado, me consideraba normal, alguien más del montón. Pero el vacío, ese estúpido vacío sin lógica ni explicación.

Años atrás, en una noche igual a esta, apenas comenzando la madrugada, tuve una especie de revelación ¿Qué hago aquí? ¿Por qué comparto mi cama con esta mujer sin rostro? ¿Qué tan lejos puedo llegar con esta farsa, con esta casa que no la siento mía, con esos hijos que duermen en la habitación contigua? Encendí un cigarrillo que se consumió por su cuenta y tomé la decisión.

Me fui, simplemente me largué. Sin despedidas, sin notas de justificación, sin equipaje y sin excusas. Así comenzó mi historia. Lo que dejé atrás quedó como el pretexto de haberme entregado a una mentira. Advierto a quienes juzgan por diversión que a pesar de que me convertí en un pobre desgraciado al abandonarlo todo, las cosas quedaron en orden.

Con la billetera medianamente vacía y mi libreta de anotaciones en el bolsillo, tomé un taxi hacia la nada optando por el olvido para encontrarle orden al caos en el que me había convertido. Mientras me percataba que había escogido la peor de mis camisas para huir de la rutina que me agobiaba, me di cuenta que pasaba justo por el edificio donde vive Armando.

¿Para qué son los amigos? Le pagué al taxista y entré. Con dificultad recordé el piso y el número de su departamento. Timbré insistentemente y a los minutos abrió la puerta. Exento de vergüenza lo saludé, sabiendo que me iba a convertir en el menos deseado de los estorbos, pero igualmente me invitó a pasar. Estaba demasiado adormecido como para preguntar, así que volvió a su cama.

Saqué la libreta y el lapicero que había manchado mi desgastada camisa. Dicen que hacer una lista ayuda para cumplir las metas. Pero ni para eso sirvo, al fin y al cabo, cuando se renuncia a todo lo que se había conseguido, no hay más nada que esperar sino un milagro o la muerte. Con desesperado esfuerzo logré escribir una frase: El vacío, ese estúpido vacío que me persigue. Suficiente.

Sin permiso me apropié de un sofá que lucía bastante seductor. Está de más decir que no dormí. Ni siquiera pude cerrar los ojos. Así que me dediqué a detallar y memorizar las grietas del techo. La humedad resulta divertida cuando se propone a destruir el hogar de alguien. Estaba sumergido en mis infames interrogantes cuando descubrí el amanecer y a Armando a mi lado.

Se veía ojeroso, sin embargo, no perdió la oportunidad de preguntarme: ¿Qué diablos fue lo que te pasó? Claro, no me digas ¿Ana te botó de la casa? No me digas, no me digas, te cazó con tu amante ¿O fue ella la que te puso los cuernos? Si no fue eso ¿Qué pudo haber sido? Seguramente algo grave para aparecerte en mi casa a esa hora y con esa cara de pendejo que nadie te la quita.

Yo lo observaba en silencio. Me dio algo de risa su interrogatorio. Estaba en pantuflas, invadido de arrugas y más calvo que de costumbre. Su cara de pendejo era mayor que la mía, de eso no había duda. Pero era mi amigo y necesitaba, al menos por unos días, su grata hospitalidad. Sabía que contarle lo sucedido iba a ser un grave error, jamás me hubiese creído.

Simplemente no funcionó, es lo único que puedo decirte en este momento. Le respondí con algo de tristeza para que me dejara tranquilo y traté de mirarlo con ojos de abandono para convencerlo. Así fue. Lo siguiente fue el desayuno que, por cierto, dejaba mucho que desear. Claro, Armando nunca se había casado ni vivido con una mujer. La cocina no era su especialidad.

Casualmente era sábado y podía tomarme el día para ahogarme en el aburrimiento. A pesar de eso, decidí salir un rato a caminar. Tenía que comenzar a buscar el dichoso milagro o verle la cara al estúpido vacío que me atormentaba. Compré el periódico y me senté en una cafetería que se me atravesó en el camino. Por supuesto, encendí un cigarrillo, el primero en mi etapa de libertad.

Si estuviera en una película gringa y yo fuera Cary Grant, en ese momento se me hubiese aparecido una hermosa mujer y fin del cuento. Pero no. Se me acercó un feo mesonero para tomar mi orden. Sinceramente, me provocaba un whisky en las rocas, pero aún era de mañana y me dio algo de vergüenza. Me conformé con un café que tardó media hora en llegar.

Entre el amargo café y el tercer cigarrillo saqué nuevamente mi libreta. Me disponía a escribir algo más. Pensé en una especie de bitácora o diario para darle algo de orden al caos en el que dije que me había convertido. Como era de esperarse, nuevamente la palabra vacío me vino a la cabeza ¡Qué pérdida de tiempo! Pero yo no daba para más, así que la escribí.

La hermosa dama nunca llegó y la verdad es que necesitaba un trago. Volví al departamento de Armando. Me serví el whisky, le pedí algo de ropa limpia y me di un merecido baño. Aunque lo intenté no pude mirarme al espejo, sentí miedo de lo que pudiera aparecer en lugar de mi cansado rostro. El agua caliente acribilló mi espalda y pensé en Ana, en los niños y en mi estimado vacío.

Fue realmente extraño, no sentí ni una pizca de remordimiento ¿Me habré convertido realmente en un miserable, insensato, insensible? Si fui un cretino, ni cuenta me di. Simplemente necesitaba escapar de un no sé qué. Pero escapar, terminar con todo, ponerle fin a la vida que llevaba y comienzo a una historia para mí desconocida. Sin planes, sin listas, sin metas.

Lo sé, les estoy aburriendo con tanta indecisión. Que si el vacío, que si no sé cuántas babosadas. A ver, voy a pensar en algo más interesante sobre mí. Algo difícil, pero les prometo que haré un pequeño esfuerzo. Bien, no comencemos por mi nombre porque eso es lo menos importante por ahora. Mi caso es típico: Me casé porque dejé en cinta a mi novia de la universidad.

Periodista de profesión, pero con la eterna convicción de que me equivoqué de carrera. Finalmente, terminé trabajando en un periódico. Tengo tres hijos, afortunadamente varones, y una esposa que era muy linda en sus inicios pero que como toda ama de casa se descuidó con los años.

Mi situación económica me favoreció durante mucho tiempo. Afortunadamente tenía ahorros, casa, auto y ciertos lujos para mi familia. Resignado a mi accidentada vida, me dediqué a darle lo mejor a mis hijos. Buen colegio, innumerables vacaciones en el extranjero, ropa de marca y todo lo que se les ocurriera pedirme. A Ana también traté de mantenerla feliz.

Ella se graduó de abogado, pero jamás ejerció. La vida de universitarios quedó en el olvido cuando quedó embarazada. Yo no estaba seguro de querer casarme precisamente con ella, pero las circunstancias así lo decidieron. En el fondo cumplí con gusto, ser padre siempre es una buena noticia. Pero Ana cambió por completo, dejó de arreglarse, se enloquecía de celos y mucho más.

Como era de esperarse, nuestra faceta apasionada se esfumó en un dos por tres. La rutina llegó y todo se fue al demonio. Me enfoqué en el trabajo y escribí un par de libros que, por suerte, fueron publicados y bien vendidos. De la casa al trabajo y viceversa. Los fines de semana con los niños al cine, al fútbol y al parque. Ana en la casa con sus odiosas amigas.

Pasaron los años y el tedio se volvió insoportable. Los niños crecieron y cambiaron el parque por las novias y yo dejé de ser buena compañía para sus partidos de fútbol. En el periódico me dieron un cargo gerencial y me entregué a la vida sedentaria. No tenía de qué quejarme, pero era infeliz. Hacer el amor con mi esposa ya no era una opción en mis noches de insomnio.

Sin previo aviso, me empecé a sentir vacío. Me hice la idea de que algo me faltaba. Curiosamente no era una amante como todos deben haber pensado. Tenía una secretaria más que guapa y dispuesta a cualquier tipo de invitación que yo le hiciera y, sin embargo, nunca fue una tentación ¿Entonces? Ni idea, sólo ese estúpido vacío, la inexplicable sensación de que algo me faltaba.

Así llegué al punto de inicio. La indiferencia de Ana y de mis hijos me dio carta blanca para escapar. Lo hice y durante ese primer sábado me serví el segundo trago del día. Conversé naturalmente con Armando trivialidades, ni cuenta se dio de lo que estaba pensando. Y menos yo. Buscaba respuestas, pero no tenía preguntas, sólo el vacío.

Antes de que se terminara la paciencia de mi oportuno amigo, renuncié a mi trabajo y con parte de la suma que me tocó alquilé mi propio departamento. Llamé a mi antigua casa para seguir en contacto con mis hijos. Obviamente, Ana se descargó en insultos. A pesar de eso, acordamos una cifra mensual para no dejar de responsabilizarme por ellos. Fin del drama y el divorcio no tardó en llegar.

Me dediqué a escribir. No tenía mucho que hacer, así que los libros salían como de fábrica. Uno tras otro y de gran diversidad. Novelas, cuentos, ensayos y análisis sobre política. En fin. Dicen que me convertí en un famoso literato. Casi no salía de mi casa, así que nunca disfruté de dicha fama. Mejor así. Me compré un perro que se convirtió en mi mejor compañía, aparte del televisor.

Sin darme cuenta me cayeron los años encima pero el vacío ni desapareció ni tomaba forma. Seguía sin preguntas y sin respuestas. Como todo hombre divorciado, mi departamento era frecuentado por mujeres de todo tipo. Buenas, malas, bellas, ni tan bellas, con y sin cerebro. Pero al final, sólo me acompañaba mi perro. Nada de eso resultó.

Mi vieja libreta seguía en mi bolsillo. Escasas frases la llenaban. Decidí hacer la fulana lista, pero no de metas por alcanzar sino las ya obtenidas. Creí que de esa manera podría encontrarle algo de lógica a todo este asunto. Comencé desde el inicio y me di cuenta que tuve una infancia feliz, tampoco fue mi equivocada carrera porque luego me convertí en lo quería y nada.

No era mi familia por obligación, me había separado de Ana y nada. Claro, tampoco era el dinero ni algún amor frustrado de mi juventud o madurez ¿Entonces? La lista fue inútil, seguía igual de perdido. Es cierto que comencé mi relato hablando de un “un desvelo que lleva nombre” y claro que lo tiene, lo encontré el día menos pensado.

Para no darle más largas al asunto, les adelanto que sí, el nombre es de mujer. Predecible ¿Verdad? Pero así somos todos. Las novedades y las sorpresas están en extinción. Espero no haberlos decepcionado. Así que sigo con el cuento, recordándoles que si ya les hablé de soledad es porque la fémina en cuestión no está conmigo. Supongo que querrán saber lo que pasó.

Hace un buen tiempo decidí desafiar al destino. Me la di de valiente y salí a la calle, a caminar sin rumbo como aquella vez que Armando me recibió en su casa. Terminé en un café parecido, con la suerte de que no me atendió un feo mesonero sino una linda chica que además resultó bastante simpática. Así que no tuve vergüenza y pedí mi deseado whisky con hielo.

No escribí en mi libreta sino en una computadora portátil. Creo que era un ensayo sobre la repetida crisis económica que siempre azota. En la mesa de al lado, una mujer con cara interesante. De edad madura, pero bien conservada. Sola como yo. Un whisky como yo. Pero no escribía, sino leía. Aprovechando mi distracción, me fijé en el libro que se devoraba.

Casualidad, causalidad o jugarreta de Corín Tellado. No sé cómo ni por qué, pero la verdad es que era mi segunda novela. El libro se veía bastante gastado, era de esperarse, la publiqué hace muchos años. Repentinamente, la dama se dio cuenta de mi observación, la miré tan detenidamente que me delaté. Creí que se ofendería o voltearía la mirada en desagravio a mi intromisión.

Extrañamente, me sonrió. Sorprendido, fui yo el que volteé la mirada. No me esperaba su reacción. Traté de volver a mi ensayo, pero la dulce voz de la dama irrumpió en mi propósito. Interesante libro ¿Lo ha leído? Yo ni sabía qué responder. Le dije que no, fue lo primero que se me ocurrió. Seguí escribiendo, pero pensé en lo imbécil que era desaprovechando la oportunidad.

Este escritor es genial, mi marido se ha leído todos sus libros y me lo recomendó tanto, que terminé leyendo esta novela. Ah, casada. La descarté de inmediato, pero decidí seguirle la corriente. Mi ego me llamaba, así que me dispuse a conversar con ella para conocer su opinión sobre mi trabajo. Con un gesto la invité a mi mesa y aceptó amablemente.

He escuchado algo sobre él, pero nunca lo he leído ¿De qué habla la novela? Buen comienzo ¿Verdad? Ella empezó a narrarme lo que ya yo sabía, así que me dediqué a detallar su rostro, sus manos, su manera de cruzar las piernas y la emoción con la que me contaba todo. Incluso, me recomendó insistentemente que me leyera.

A ratos el encuentro me parecía grotesco o escalofriante. Era como convertirme en algún otro fuera de mí. Pero seguí, la dama era realmente hermosa, aunque tampoco una belleza, pero me gustó muchísimo. Le agradecí su recomendación y pedí otra ronda de tragos. Me contó sobre su vida, era abogada como Ana pero no ama de casa sino litigante.

Finalmente, y tal como yo lo esperaba, preguntó sobre mi vida. Sonreí, pensé un poco. Tenía la tentación de seguir con la mentira, pero me dio pena con la señora. Rápidamente pensé en una manera interesante de revelarle mi identidad, sin hacerla sentir como una tonta por seguirle el juego. Adivina, dije al minuto ¡No me digas! ¿Eres tú? ¡Pero qué vergüenza! Creerás que soy una estúpida. Abrió el libro y se fijo en la foto de la contraportada.

No se ofendió, al contrario, rió a carcajadas y se disculpó por aburrirme con su conversación. Por supuesto, le agradecí los halagos y la repetida recomendación. Me invitó a su casa, quería que su marido, gran admirador de mi trabajo, me conociera en persona. Arreglamos para el día siguiente. Se terminó su whisky, me anotó la dirección y se fue.

Volví a mi ensayo, pero me sentía distinto. El vacío, ese estúpido vacío por fin se había largado. Era primera vez que me encontraba con uno de mis lectores, porque como ya les dije, no salía mucho de mi casa. Mejor dicho, casi nunca. Incluso, me emocionaba la idea de conocer al anónimo esposo, quería conocer su opinión sobre mis textos.

Y así llegué a la cita. Un lindo departamento a la vuelta de mi casa. Simpática pareja. Linda pareja. Yo, con un poco de envidia. El marido era aproximadamente de mi edad, un tipo bien inteligente, preparado y con una visión crítica que me fue muy útil para el ensayo que aún no había terminado. Me habló de las virtudes y los defectos de mi escritura.

Por su puesto, autografié los libros. Pero me las arreglé para dejar sin firma la novela que ella leía. Fue una velada muy divertida. Un encuentro interesante que me sirvió de mucho. Sobretodo porque la vi. Y el vacío se llenó con su nombre, mas no con su apellido de casada. Muy conveniente de mi parte. Volví a casa bastante pensativo.

Esa modesta emoción digna de un adolescente me siguió acompañando hasta el día en que volví a la cafetería de aquella vez. Me fijé pero ella no estaba. Me encogí de hombros y me senté en la misma mesa, con la misma chica atendiéndome, pidiendo nuevamente el trago de costumbre y determinado a darle punto final al ya fastidioso ensayo sobre economía.

¿Cómo está mi escritor favorito? Me retumbó en el oído. Era ella y la vi más hermosa que antes. Alegre y para nada introvertida. Terminamos conversando largo rato, me contó el final de mi novela y me sedujo con el reclamo de no haberle dedicado a ella el libro. Misión cumplida, pensé. El espacio que ya no estaba vacío se desbordaba mientras le escribía mi número telefónico en lugar del solicitado autógrafo.

Por suerte no revisó el libro, sino que siguió conversando hasta que tuvo que despedirse. El vacío desbordado deseaba que su marido descubriera la inscripción. Tal vez una pequeña pelea entre ellos la podría empujar a mis brazos pidiendo consuelo. Pero a mí me dio algo de vergüenza el sólo hecho de pensar que yo provocaría un disgusto en tan amable pareja.

El teléfono no sonó, así que decidí olvidarme de la encantadora dama, entregué mi ensayo a mi editor y comencé a escribir una nueva novela. Por supuesto que fallé en mi propósito, sólo pude narrar esta historia. Como masoquista que soy, le di el vuelco que yo hubiese deseado. Imaginé su cuerpo entre mis sábanas, su sudor, sus gemidos, su divorcio y su mudanza a mi solitario desorden que llamo vida.

Escribí durante días, el cenicero no aguantaba una colilla más y la cruel mirada de mi perro me recordó que ni él ni yo habíamos comido desde hace mucho. Tomé una pausa, alimenté a mi amigo y yo me hice un café. El vacío rebosado me había quitado el hambre. Y, como por arte de magia, el teléfono sonó. Corrí desesperado, pero no era ella, sino mi editor pidiendo una segunda parte de aquel ensayo.

Desistí de mi deseo carnal para volcarlo sobre la computadora. Seguí describiendo lo que nunca había ocurrido, especulando sobre sus gestos, sus palabras y plasmando el aroma que no había dejado de percibir desde que nos vimos por primera vez. Al día siguiente salí a hacer unas compras porque mi vacío había invadido la nevera. Cuando regresé, tenía un mensaje en la máquina contestadora.

Soy yo y te quiero ver, mañana te espero en la cafetería. Era ella y me quería ver. Tanta suerte no parecía real. No pude retomar mi escritura. Así que comí algo y me acosté. Esta vez sí pude dormir. Aunque no soñé, me desperté como nuevo, con cien años menos encima. Me arreglé, me vestí, me volví a arreglar, me cambié de ropa unas cinco veces y me fui.

Como no había hora de encuentro, llegué desde temprano. No quería perder ni un segundo de su presencia. Pedí café, no quería que me pensara alcohólico. Dos horas después y media caja de cigarrillos en el cenicero, llegó esa persona que espantó a mi vacío. No lucía feliz, pero claramente demostró su alegría al verme.

No es bueno que nos vean ¿Podemos ir a tu casa? Ni siquiera lo pensé, cinco minutos más tarde estábamos en mi departamento. Y hasta mi perro la quiso desde que llegó, fue un encuentro de telenovela. Ella adoraba a los animales y yo todo lo que ella significaba. La primera media hora estuvo impregnada de incomodidad. Luego, me explicó su llamada y el encuentro en mi casa.

No sé por qué, pero no he podido dejar de pensar en ti. Creerás que soy una fanática más de tantas que debes tener, pero no. Siento como si leyeras cada uno de mis pensamientos, como si me conocieras más que cualquier otra persona. Es extraño, lo sé. Peor, una locura. Pero era necesario verte, quería verte. Lo que no entiendo, es que sé de antemano lo que va a pasar entre nosotros y aunque mi marido me hace feliz, no me siento culpable de estar aquí, contigo.

Después de tan digno monólogo me quedé sin palabras. Y arriesgándome a parecer estúpido, traté de besarla. Y lo hice. Lo mejor es que no sólo permitió el beso, sino que propuso muchos más y luego lo obvio. Cama, sábanas, más besos, caricias, el sudor que ya había escrito y los dulces gemidos que tanto había imaginado. Y me van a disculpar si les parezco ordinario, pero fue el mejor sexo que había tenido en mi miserable vida.

Luego, la despedida. Se le sumó la promesa de no volverme a ver. Sin arrepentimientos, pero con la fría racionalidad de que no era correcto. No le rogué ni le pedí que se quedara, pero en vez de un adiós le dije: Ya sabes donde encontrarme. Y su sonrisa me pareció la última.

¿Qué pasó luego? Que tuve razón. Fue la última. Lo supe porque en ese instante el vacío volvió y con más fuerza que nunca. Comprendí que ya no había más nada que decir. Al principio me convencí de que si la experiencia para ella había sido tan satisfactoria como para mí, volvería. Pero no. Me extrañó, no soy un inexperto y ella era tan desinhibida que pudimos haber hecho mucho más.

Pudimos, pero no lo hicimos. Nunca volvió a la cafetería, mucho menos a llamar por teléfono o regresar a mi casa. Y el vacío, ese estúpido vacío que se encargaba de recordármela. En fin, seguí con lo mío, escribiendo y condenado al encierro ¿Para qué seguirme martirizando con su ausencia, si su presencia fue tan breve? Así que lo intenté día tras día, sin cansancio. Pero no pude, jamás la olvidé. Sí lo sé, soy un imbécil. Pero igual no tengo remedio.

Sigo con mi perro, con mi insomnio, con este vacío de mierda que odio y con el televisor encendido. Nuevamente, pensando en ella, desgastando los pocos recuerdos que guardo de su piel, percibiendo su aroma en mi almohada o imaginando que sigue allí. Es madrugada, como ya dije y el silencio en la calle me regala una pizca de paz.

Suena el teléfono ¿Quién diablos llama a esta hora?

Soy yo ¿Sabes algo? También pienso en ti.

Texto agregado el 15-04-2005, y leído por 283 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
24-08-2005 Muy buen relato Gipsy. Tienes una muy particular capacidad para sondear el alma humana y desmadejar el sentimiento de soledad. Además te ubicas muy bien en el cambio de rol. Todas mis estrellas. negroviejo
18-05-2005 Increible la capacidad de imaginacion que tenes!. Felicidades!. Muy bueno!. BeLLaTrix
13-05-2005 no sabes, en cada parrafo, me parecia que platikaba con mi espejo y no k leia a alguien mas, ese estupido vacio, si te sirve de consuelo, no solo te da a ti, pero como contigo, me acostumbre a el, me resigne a el, paso lo que tenia k pasar y ya no queda mas que la insoportable presencia del vacio y tu, no sabes lo complacida que estoy d k pidieras mi opiniòn, escribes magnificamente y a mi tambien me recordaste mucho a castel, de sabato. muy bueno, te doy 5 estrellas por ke no puedo darte mas, y el gato le pertenece a la razòn de mi fuente de inspiraciòn kamyla
12-05-2005 Felicitaciones Gipsy! Este cuento tuyo me ha gustado mucho, me entretuve y me dio qué pensar, sobre todo en esa crisis existencial que sustenta el 'Vacío'; Debes saber que con tu forma de narrar en primera persona, que se vuelve tan íntima, me recordaste a Benedetti en sus cuentos, pero sobre todo a Juan Pablo Castel del 'Túnel' del gran Sabato, y eso, amiga mía, producirlo en mí hasta a mi mismo me ha impresionado gratamente. Creo que narras un montón de situaciones que provocan nuestro vacío, hechos tanto cotidianos y periódicos como aquellos que abarcan toda una vida. Me gustan tus giros narrativos, como recreas la sique del escritor, y como das vida a ese personaje que nos identifica a tantos. Este tipo de textos son testimonios sociológicos que dan fe de que no estamos equivocados en nuestras apreciaciones críticas, quienes nos aventuramos en la literatura con contenido. Un gran abrazo! Cantautor
11-05-2005 Bien redactado. *** Salud y libertad buhomatrix
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