Y esperaba, esperaba frente a un embotellamiento de coches. ¿Qué esperaba? No lo sabía.
Siempre lo hacía cuando estaba aburrido. Me sentaba en las escalinatas y esperaba.
Tal vez esperaba mi impulso mas autentico, el que no conocía, es por eso que me quedaba horas sentado, discutiéndome a mi mismo que necesitaba. Pasaban los autos; ya no había barullo de bocinas ni gente hablando por celular que me llame la atención para cortar con mi autocharla.
Ya no existían intereses ajenos que me decapitaran. Estaba contento por buscar algo que a esa edad no caía de maduro, o por lo menos para mí eso parecía.
Cigarrillos, carpetas, celulares, carteras y una tenue llovizna que mojaba mi libreta de apuntes me susurraban que ese no era mi lugar, me levanté y me fui a casa.
Luego comenzó a llover.