Estamos hablando de la Promoción del 35 en la clase y mis ojos están perdidos en la blancura inmaculada de la pizarra, violada sólo por anotaciones de plumón verde sobre ella. Y ahora, Cela. Y yo escribiendo, mirando el brillo de mis uñas y alternando las miradas con el chaleco azul brillantón del profesor. Su voz, profunda y articulada, me está arrullando. Pero yo no quiero dormir, estoy en primera fila y soñaré con El Infeliz, como siempre. El sueño de ayer ha rondado mi mente todo el día, un poco inapropiadamente. No es lógico soñar con él todos los días y luego no recordar su cara. Me acuerdo de las fotos, de su ropa, de su voz, de su risa. Su cara en movimiento es una laguna mental en mi cabeza. El sabor del tabaco es lo último que quiero en la boca. Y sigo sin acordarme de su cara; me acuerdo de todos esa noche y no sé de qué color son sus ojos. Si alguien ha sufrido alguna vez de un alzheimer selectivo semejante, dígame si es síntoma de enamoramiento fugaz, fuerte, fúrico, fantasioso y otras aliteraciones. Que no sea propio de mí, es otro tema. Quien lo tilde de enamoramiento nice, por falta de cartas bañadas en lágrimas, llamadas anónimas jadeantes, desgarres del alma, esguinces del corazón y noches de llanto; que sepa que no es la primera vez que amo sin esperanza. Que he perfeccionado de tal manera la técnica, que sólo se manifiesta cuando duermo, cuando el profesor habla de literatos muertos o cuando camino por la calle y deseo con toda mi alma que pase El Infeliz y me salude.
¿A quién engaño?
Si en verdad, le pienso todo el día, que miro la pantalla del celular esperando un mensaje suyo, que a veces pienso en él tan fuerte, que una canción, de la nada, ocupa mis pensamientos; y sé que él la está escuchando en ese momento. Que hago los poemas en segunda persona para que los lea. Y que el nihilismo que me embarga, sólo existe para ser sustituido por las sombras de mis sueños, por su voz, su ropa, el color que no me sé de sus ojos; todo él.
Claro, menos su cara. |