Hubo una vez un sabio, pensador incansable, filosofo incomprendido, en una época remota, que se dedicaba a estudiar el tiempo y la realidad. En su sabiduría comprendía que ambas cosas, al ser una ilusión creada por el hombre, eran fácilmente maleables y según quien lo deseara, el tiempo podía contraerse o estirarse infinitamente, y la realidad podía ser tan variada e inconcebible como el infinito mismo.
Una tarde mientras descansaba cerca de un barranco, acariciado por la suave brisa de un viento primaveral, acompañado por un fresco y verde césped, soñaba que era una mariposa. Al despertar tuvo una extraña comprensión… se dio cuenta que no sabía si era un hombre que había soñado que era mariposa, o una mariposa soñando que era hombre. El tiempo y la realidad se habían mezclado de tal manera que no lo dejaban comprender la verdad, y la búsqueda de la verdad era el motor principal, la causa, y el fin de todas sus acciones. Se sentía avergonzado…¿Qué dirían sus alumnos ante tal conflicto mental, ese problema espaciotemporal que presentaba su maestro, sin respuesta aparente alguna?, ¿debería ir en busca de la verdad aunque el costo fuera irreparable?
En el instante en que su orgullo afloró en todo su esplendor, el sabio se arrojo del barranco directo al vacío, en busca de una respuesta aunque fuera la ultima.
Mientras caía, el aire golpeaba su cuerpo, penetrando en sus pulmones a grandes caudales, y el corazón le latía a una velocidad sobrehumana, se preguntaba, ¿seré un hombre volando?, ¿o una mariposa cayendo?... y la caída parecía infinita.
Mientras en la cabeza del sabio, el tiempo y la realidad parecían haber confluido en una conjunción perfecta y armónica, tanto que segundos antes del fin, este gran hombre no vio pasar su vida en flashes como suelen ver los hombres ordinarios segundos antes de esbozar su ultimo aliento, sino que una sonrisa inmensa como la verdad misma, se dibujo sobre el rostro, no de la mariposa cayendo, ni del hombre volando…sino sobre el ser que viajaba feliz hacia el infinito.
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