Creo que se canso de vivir las fantasías de un mundo reducido de cuatro paredes, aquellas de dureza acerada que permitían escuchar el sonido alegre y triste de quienes vivían al otro lado de la calle.
Por una ventana estrecha protegida por barrotes fuertes miraba pasar multitudes coloridas, vendedores llenos de sueños, arboles frondosos reverdecidos.
Una noche, envuelta entre gruesas cobijas soñó que no era gente sino viento y le gusto tanto la sensación que quiso seguir siendo viento, aquel, que golpea fuerte frente al mar cuando se escucha el tropiezo de las olas por la tarde, el mismo que arremolina las hojas secas por las calles polvorientas en verano, el que levanta sombreros y faldas, para recorrer continentes por montañas, valles, selvas y bosques, estremeciendo los arboles y arrullando el silencio con su canto de murmullos suaves, perceptibles solo a quien se detiene a escuchar.
Mas, del sueño hubo de despertar, volvió a escuchar el gorjeo de las aves tras la pared, y se quedo escuchando mas, escucho el latido de su corazón lento, sincronizado y exacto, escucho el silencio, pero no escucho las cadenas que la ataban, ni siquiera las sintió.
Se levanto e intento encender luz, pero el silencio superior de la noche sujeto sus manos arrojándola al rincón, entonces contemplo la oscuridad reinante, llena de miedo.
Continuó pacifica, incapaz de reaccionar y resignándose nuevamente a pensar en las formas más correctas y exactas de impedir el Latir crónico de su existencia; golpear con los puños mas que llenarla de heridas, tan solo era inundar el silencio insoportable con gemidos inservibles.
Cerro los ojos y en su sueño otra vez fue viento y así se quedo por siempre, pacifica, dormida con la dulce placidez que da la alegría de ser feliz, lo que dura un sueño.
|