¿Y usted lo sabe?
Esa mañana el hombre amaneció durmiendo en la vereda pegadito al muro del bar, parecía que dormía porque que los acontecimientos de ese día demostraron que el sueño no era tal, parece ser un trabajador qué se las agencia para hacerle a la pega en lo que caiga, en la limpia de canales, temporero en faenas agrícolas, cargador en alguna feria o lo que haya que hacer y si no hay trabajo vagará por las calles de alguna ciudad, él sabe que para comer algo encontrará. Viste pantalones grises bastante ajados por el uso continuo, camisa que se notaba la había usado mas de dos días, la chaqueta también ajada, cabello oscuro con algunas canas y la barba se veía que no la había afeitado por varios días, su rostro y vestimenta son similares a muchos vecinos del sector por lo que no es extraño verlo dormir en la calle. Pero, no adelantemos el relato por que estoy contando el final y bien vale empezar por el inicio de la cosa.
El antiguo bar y cantina, con aires de boliche clandestino y olor a water de fonda dieciochera en día 21 de septiembre, después de tres días de uso sin cambio de agua, cuando el vinagre de los cuerpos que han bebido por años interminables han hecho efecto y sus efluvios con el sol del medio día, hacen imposible echar la corta y menos aún la larga, aroma de mil borrachos que se repite en el muro exterior de la cantina
El bar alguna vez tuvo nombre, pero, el aire, los vientos y las lluvias lo borraron del letrero que hay en su entrada, con el paso del tiempo se ha convertido en un rectángulo oxidado y que nadie se ha interesado en volver a pintarlo, así como el oxido ha borrado del cartel su nombre, así mismo, el tiempo se ha encargado de borrar el nombre de la mente de los parroquianos y vecinos
La tarde previa a los hechos, ¿o fue la mañana? nadie lo recuerda, el bar estaba lleno de hombres y un par de mujeres que no dejan a sus hombres en sus actividades sociales que se realizan en la cantina bar, saben que bien vale el refrán “Donde mis ojos te vean”. Ese día que era feriado, barra y mesas saturadas de cuerpos proletarios bebiendo vino tinto y del otro, ese tinto espeso que se queda pegado a la lengua y la coloca áspera, qué raspa la garganta y da más sed para continuar tomando hasta no quedar ningún sentido bueno, alguna mesa se llenó de cervezas compradas más bien por metro cuadrado que por unidades, las botellas vacías fueron puestas en los cajones de 48 unidades.
Aquella noche previa a la madrugada de los acontecimientos ¿o sería la tarde? Nadie lo podría decir con certeza y sin ella tampoco, lo que todos saben con seguridad, es que ese día el restauran del camino cintura estuvo lleno desde la mañana a la noche. Los que se conocían sabían que estuvieron, pero, como están acostumbrados a verse cada día, no recuerdan si estaban o no, si bebían o jugaban brisca, cacho, escoba o dominó, y es que, cuando uno se ve a diario con el vecino, no se recuerda que día lo vio y cual no, eso por que sabe que su vecino está allí. Si en el bar hubo algún desconocido nadie se percató, ya qué, como no es conocido, nadie le prestó importancia; de lo que todos se acuerdan es de la calidad del vino que se tomaron. Porque eso, si es importante.
Decía: era cerca del Camino Cintura de aquella ciudad, acá en Santiago, la Avenida Matta alguna vez se llamó Camino Cintura, en el Puerto; el Camino Cintura va por la ladera de los cerros, desde él, la bahía se ve toda su magnitud. Es recorrido por los buses Verde Mar desde la Avenida Francia hasta el mismísimo Puerto. Las micros se afirman al camino Cintura para no caerse, fíjense que se me figura ¿o se me ocurre? Pueden ser ambas ocurrencias. Lo que quería decir es qué; la micro al ir recorriendo la cintura de Valparaíso pareciera que en alguna curva va a caer directo al mar, y para no hacerlo saca un brazo y con la mano se va tomando de la vegetación que vive en la ladera, o de alguna roca que sobresale del cerro, diría que se toma del cerro, tal como se agarran los hijos a las piernas de los marinos mercantes cuando regresan a puerto luego de navegar el mundo, ellos; los niños, se aprietan a las piernas del padre, se pegan al padre como se pega la lapa a la roca marina, sus bracitos y dedos se toman firme al padre que ha estado ausente por meses tal y como lo hace la jaiba, que agarra con sus tenazas la cabeza de la pescada que está atada a los chinguillos de los pescadores de jaibas que ese sentaban en el molo del puerto, ella no suelta su alimento ni cuando el pescador la sube la lanza a su balde para luego venderla en algún cerro porteño.
El marino regresa a su hogar con las urgencias propias del marido que ha estado lejos de la mujer, la toma firme, se agarra a la cintura de su amor y no la soltará, ahí se quedará navegando el cuerpo de su amor, sus manos serán lapas pegadas a la cintura anhelante de caricias, y los dedos del marino serán las pinzas de la jaiba que no suelta su presa a pesar que en ello se le irá la vida.
En la cantina cercana al camino Cintura de aquella ciudad, de la que nadie recuerda su nombre. En la madrugada de un día cualquiera que ya nadie sabe que día era, solo que era luego de un feriado, porque no era importante recordarlo, ¿si era lunes o domingo, martes o jueves? lo realmente importante fueron los hechos acontecidos en la madrugada de ese día, que pudo también haber sido un miércoles o viernes, nadie lo recuerda.
El hombre parecía dormir al reparo del muro del bar, así lo vio el primer transeúnte que pasó rumbo a su trabajo cuando despuntaba el alba, debe haber pensado (porque uno piensa algo cuando ve a alguien durmiendo en la calle) “este tipo debe haber estado muy curado para quedarse dormido en la vereda, justo donde el día anterior deben haber meado decenas de borrachos, largas meadas producidas por los litros de cervezas bebidas y vino consumido”.
La vereda es barrida y lavada cada mañana por el dueño de la cantina perdida en la cintura de la ciudad, barre y lava, a veces tira cloro y otras coloca polvos de azufre para que ni borrachos ni perros orinen su muralla, tan solo que a los beodos no les importa el olor y los perros ya no se acercan a parar la pata en el muro, postes y árboles hay por montones en esa zona.
Pasaron horas; el curao no levanta cabeza, es como si se hubiese agarrado a la vereda como a la cintura de alguna lejana mujer, amor onírico por que el trago hizo que la mujer lo mandase a freír monos al África ¿quizá tenía algún sueño intenso?, porque cuando se duerme se sueña, y es justo que así sea, y como los sueños son tan propios, al despertar no siempre uno recuerda lo que se ha soñado. Carece de importancia el sueño tenía el borracho, ya que lo importante no es conocer su sueño, sino los acontecimientos acaecidos esa mañana en la vereda de la cantina sin nombre, hechos que cambiaron la historia del sector.
La acera que ya está pasada a los olores de miles de pichaditas de parroquianos a los que se les hizo mas cómodo salir a la calle que ir adentro de la cantina a expulsar los líquidos inservibles y sobrantes, pero aún así el durmiente y nada lo mueve, se afirma al terreno como lo hacen los buses y otros vehículos que transitan la cintura del puerto
La gente pasaba con tranco rápido, no se detenía, solo miraba y como el hombre era desconocido poco importaba, eso porque un rostro desconocido no es importante, lo importante es saber que el hombre no dormía ya. Mil conjeturas se hace la gente curiosa al ver a un rostro desconocido que duerme placidamente en una vereda de la que se eleva al cielo los vapores etílicos de muchos hombres de rostros conocidos y no conocidos como los de este dormilón.
Los residentes del sector, pasaban por la vereda del frente de la cantina, no por miedo sino por los olores que trascienden y ascienden al cielo, día a día por años acumulados, así que nadie se percató que cerca del desconocido había un círculo de color café oscuro y que no era otra cosa que sangre. Deben haber pensado los vecinos: qué el tipo debe tener mucho sueño o una caña muy mala y larga.
Esa mañana el Camino Cintura del Puerto debe haber sido recorrido por muchas micros Verde Mar antes que se descorriera el velo, todas agarraditas del cerro para no caerse al mar; así mismo el hombre de sueño pesado también se afirma de la vereda, no quería moverse, nadie se detenía para saber o para despertarlo, y eso por que uno no se preocupa al ver a un curao dormir la mona en la vereda de cualquier calle, a menos claro está, que sea en la vereda de la casa de propia, o algún familiar, solo ven al curao que se ha afirmado de vaya a saber que cosa y no se mueve. Se han percatado ustedes que: cuando se está raja de curao se afirma de lo que está al alcance de la mano, si va caminando hasta de los bolsillos de pantalón, para que decir si se está acostado en la cama, sobre todo cuando se sufre de delirium tremens y en la mente aparecen los leones y elefantes, o cuando el mundo gira y uno piensa que se va a dar vuelta la cama. Recuerdo aquella borrachera que me pegué con los amigos, fue en los años de dictadura, esa que el tiranuelo decía que era “Dictablanda” andaba por ahí sin preocupación, hacía falta algo de soltura del cuerpo, iniciamos la farra como a las 9 de la mañana y terminamos a las once de la noche, solo éramos tres y nos bebimos, como 5 de vodka cuatro coñac un par de pisquitos y al almuerzo un gato negro. Ni me acuerdo como llegué a la casa, mi cama era angostita, la tierra rotaba, bueno siempre gira, pero, giraba y yo con ella también daba vueltas, que me caigo y no me caigo, ¿Qué hacer?, agarrarse de los largueros y de allí nadie me movería pensaba, y no me movieron, a este dormilón tampoco lo moverían con nada, ¿de que se agarraba en su sueño, que con nada se inmutaba?
El curaito debería despertar a alguna hora esa mañana, digo curaito por que a nadie en su sano juicio se le ocurre dormirse ahí en donde mean muchos curaos diariamente. El sueño debía terminar ya, el cantinero debía lavar una vez más su vereda y lo hizo, debe haber pensado “a este hueón hay que despertarlo con agua”, “¿y si se muere con el agua”? bueno es lo que pienso que era lo que pensó el cantinero, se acercó y trató de moverlo, el durmiente no despertó al ser removido con la mano del cantinero.
¿Y este quien es? deben haberse preguntado los vecinos y parroquianos que cada mañana llegan a tomarse su cañón para afirmar el pulso, uno de ellos estaba algo nervioso ya que el cantinero no abríar, eso de decir que estaba nervioso, es solo un decir, lo que sucedía es que el cliente, tiritaba entero, y no por nervios o frío sino por la ausencia de alcohol en las venas.
Cantinero y cliente tomaron al durmiente y lo viraron, boca arriba lo pusieron para sentarlo en la muralla, pero… este se había desangrado, tenía un par de puñaladas en el abdomen y el corazón. Estaba muerto no andaba de parranda, no como dice la cumbia.
“Chuchas está muerto” se dijeron ambos.
Pronto se llenó de gente que mira al finadito, mandaron llamar a la policía, y esta llegó al sitio del suceso, empelotaron al occiso y contaron las heridas, confirmaron que estaba muerto, bien muerto, eso por la sangre perdida y por que no respiraba, anotaron que no tenia plata y que en el bolsillo de su chaqueta llevaba una bolsa, en ella: una marraqueta medio dura y medio blanda, un ají cacho de cabra, medio mordido medio entero, algo de sal y una cebolla. Que no portaba cedula de identidad dijo el detective para que otro escribiese, el policía llamó a la Central para que se avisara al juez de turno para que este verifique la muerte del muerto y ordene su retiro del sitio del suceso y se le flete a la morgue respectiva para su respectiva autopsia.
El cantinero tomó un Mercurio y lo tapó, encima del diario puso un saco de arpillera para que no se volara el diario y dejase el asesinado a la vista de los niños y demases, pasó un radiopatrullas de los pacos y dejaron a una pareja para cuidar que nadie moviese al occiso hasta que llegare el juez.
¿Cómo se llama este bar? Preguntó el policía al cantinero y este se encogió de hombros, diciendo “no se como se llama esta cantina o ya que la compré así, sin nombre”.
¿Cómo se llama el muerto? Preguntó el policía
No se - dijo el cantinero-
Yo tampoco, dijo el cliente tiritón.
El policía miró a la señora que cada día se sienta en la ventana y mira como pasa el mundo y sus vecinos y que lo sabe todo.
Dijo ella: “nunca lo he visto y tampoco se como se llama ni como le dicen, lo vi durmiendo a las cuatro y media la hora en que me levanté”.
¿A que hora llegó ayer este occiso a su cantina? Pregunta el policía al dueño.
No se, dijo el cantinero
Tampoco yo, dijo el tiritón que ahora piensa se lo pueden llevar al cuartel, así que tirita por la falta de alcohol y por la posibilidad de irse a la cana ya que sus antecedentes no son blancos.
Los tiras de la Brigada de Homicidios no creen ni al cantinero y tampoco al que tiembla.
¿Pero, si ayer tomó acá usted debe haberlo visto? Pregunta serio al cantinero
Seguramente, a lo mejor tomó acá, pero, vendí como 8 chuicos de 15 litros, por caña y por litro veinte jabas de cerveza y 20 botellas de pisco, así que imagínese usted a cuantos clientes vendí, pasado el medio día ni me acuerdo de quien vi y a quien no vi, hay muchos que llegan se toman una caña y se van, y los que juegan al cacho o naipes gritan de una manera cuando ganan que parece el estadio cuando el Colo o la Chile meten un gol. Solo sabría con certeza que estuvieron los que me piden copete al folio, tendría que revisar el libro del debe y ahí podría decirle al menos quienes me pidieron fiado Ah y no hubo ninguna pelea, eso se lo doy firmado, acá casi nunca se producen peleas y si las hay, los amigos saben que deben irse lejitos, si alguno me hace lío en el local, abajito del mesón tengo un churro de dos pulgadas de diámetro y pega duro además que si alguien pelea acá, pierde conmigo por que no lo voy a atender y menos darle trago al fiado.
¿Y usted lo vio? pregunta el detective al hombre que tiembla de frío y de falta de alcohol.
“A lo mejor lo vi, a lo mejor no”, ni me acuerdo, me fui curao como a las diez de la noche e iba tan mal que ni se como llegué a mi casa, la vieja me tiró una frazada, hasta dormí en el sofá.
Los detectives comienzan a preguntar a los que van llegando al sitio del crimen y nadie sabe, ninguno conoce al muertito, una vecina llega con un par de velas y las enciende cerca del muerto, luego hay muchas velas y no faltan las flores que se han cortado de los jardines, rosas y cardenales. .
“Vamos a instalarnos por acá durante algún tiempo” dijo el jefe de la patrulla, entrando al bar.
Se sentaron los dos detectives en una mesa y esperaron tranquilamente la llegada del juez y de los clientes habituales para interrogar uno a uno, el chofer quedó en la patrulla a cargo de la radio, eso por que el chofer debe quedarse allí en su auto...
El cantinero, les ofreció algo para beber y no aceptaron, luego les sirvió desayuno consistente en café y un sanguche de pernil con palta y mandó a uno de los que se tomaban la primera caña de día a llevarle lo mismo al detective a cargo del auto policial, los policías luego de una noche de guardia tenían algo de hambre, así que les cayó del uno ese tentempié.
Mientras llegaba el juez y la camioneta de la morgue local, los detectives aprovecharon de interrogar a cada uno de los bebedores que llegan a componer la caña con otra caña, el único remedio para parar el temblor de los cuerpos ya pasados de alcohol.
El dialogo en cada caso fue el mismo y las respuestas similares.
“¿Estuvo usted ayer acá?”
Si
“¿Conoce al muerto de la calle?”
No
“¿lo vio ayer tomando en el bar?”
No, o no lo se, o no me acuerdo haberlo visto, solo me acuerdo de los que estábamos en la mesa jugando al cacho.
“¿Sabe quien lo mató?”
No, no lo se.
Nadie lo sabía, nadie había visto nada, nadie conocía al muerto de la vereda de la cantina, y los policías tampoco creían a los parroquianos, todo era un misterio.
La policía recorrió el barrio casa por casa, apareció una foto en algún diario de la zona, nada de nada, nadie nunca retiro el cadáver de la morgue para darle sepultura cristiana o no cristiana, pero, sepultura al fin y al cabo, quedó en el hielo de la morgue por meses y meses, su cuerpo debe haber servido para que los estudiantes de medicina de alguna universidad estudiaran anatomía. Pasó el tiempo y nadie supo nada de nada, nadie vio nada y nadie conocía al muerto de la vereda de la cantina sin nombre.
Lo que si ocurrió fue que la cantina que no tenía nombre; desde ese día pasó a llamarse. “Donde nunca se supo”
Curiche abril 2005
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