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Se ha abierto de manera majestuosa aquél inmenso telón de terciopelo verde, robado especialmente para la ocasión. Las maquinitas compradas en oferta despiden una tóxica pero impresionante cortina de humo. Tras ella, un pequeño hombrecito vestido de frac –el mismo que vendió los boletos de entrada– ha salido a escena. Su rostro luce algo deforme a causa de una mueca de dolor que inspira verdadera lástima. Transcurren algunos minutos sin que diga nada. Los expectadores, espectantes, nos movemos incómodos en nuestros asientos. Esperamos. Vuelan un par de moscas, es cierto, pero de seguro lo hacen impacientes.

De pronto, una bellísima mujer (cuyos hombros, sin embargo, me parecieron demasiado anchos) salió de algún rincón oscuro alzando un cartel que mostró a los presentes paseándose por el proscenio, como en el box. Era el anuncio de una muy mala nueva:

“HOY NO HABRÁ FUNCIÓN.
EL PAYASO HA MUERTO.”

Niños presentes, muchachitas, caballeros, señoras y homosexuales no pudimos evitar romper en sollozos. Se produjo un pequeño alboroto que, poco a poco, terminó por apagarse. Y entonces el hombrecito por fin habló. Se aclaró la garganta (¡gujum!) y dijo:

– Tengan, estimados, muy buenas noches a pesar de todo. Si vuestra merced así lo permite, me referiré a cierta historia que aquí y allá comentan las gentes sobre un particular personaje, un detestable hombre que alguna vez recorrió los mesmos senderos que a mi persona hoy por hoy embelesan. Éste es don Camilo Mackenna de Sagrados, el otrora alcalde del pueblucho que me vio nacer, quien con sus chambonadas forjó leyenda tal, que a mis oídos –luego de ya varios años– ha llegado parte de la misma. Y así me he enterado de cómo siendo el sabandija un conocido cascarrabias, pilláronle en un mal día las bromas de un desafortunado que pagó caro su atrevimiento.

- Era el alcalde Mackenna un tipo de agrios modos, y por esta razón fue que fémina alguna habíase visto jamás entrar a su casona, cuyos lujos, para el caso, resultaban inservibles: nadie soportaba el maldecir interminable de su bocaça impertinente.

- Rumoreaban las viejas ociosas que su carácter era hijo de la mala fortuna que le aquejaba siempre. Toda clase de historias trágicas tejía el villorrio en torno suyo, mas ciertamente, poco y nada se conocía del circunspecto caballero.

- No obstante, hay quienes aseguran que estando del todo ebrio cierta noche de juerga, junto a su secretario unipersonal (que en todo llevábale el amén), don Camilo Mackenna le confidenció a él y al tabernero que le acomplejaba en gran medida el hecho de ser calvo; que ni todos los bienes que pudiese acumular le servirían para sentirse a gusto con su decrépita imagen , patética parodia del exitoso mujeriego que fue. De nada sirvieron los elogios mentirosos del asistente, ni el sensato silencio del cantinero, ni la abundante cantidad de alcohol ingerida a fin de evadir la triste realidad. Esa noche, Don Camilo se mostró irreconociblemente débil.

- “¿Y por qué no usa usted peluquín?”, sugirió, por decir algo, el asistente.
“Me causa terribles alergias”, repuso míster Mackenzie.

- Como es de suponer, aquellas confesiones esparciéronse cual polvareda, siendo la persona del edil objeto ya no de odio reprimido, sino de las más crueles burlas. Cansado de ser el hazmerreír popular, y no dispuesto a tener que pasar su vejez completamente solo, don Camilo Mackenna de Sagrados recurrió a lo único que le quedaba: el dinero. Determinó buscarse, como quien solicita en el mercado, una dama de compañía, y bien se imaginará su mercé que a tan inmoral proceder buenas consecuencias es impensado esperar.

(Eloísa, mi mujercita, se apoyó en mi hombro y cerró sus preciosos ojos, aterrorizada, aunque sin perder detalle del relato. Ella, al igual que yo, intuía un macabro desenlace).

– Ha llegado a mi conocimiento –prosiguió el hombrecito–, que los rapsodas de la época así cantaban el brutal episodio que protagonizó el alcalde de mi natal Villa Sopaipilla, quien, dicho sea de paso, nunca iluminó la calle mayor como prometió durante su campaña.

Un piano invisible comenzó a ejecutar melancólicos acordes. Eloísa, que había estado haciendo pucheros, rompió en un mudo llanto. Y el hombrecito cantó:

Buscaba don Calvo Mackenna una novia
guachona
calientita cual brasero y cual ninguna guapetona

Deseoso por hallarle con suma rapidez
ocurriósele una idea con que mostró gran lucidez

(y eso que el pobre derrochaba estupidez).

Mandó a hacer un casting a Televisión Nacional
y assí elegir con quien contraer rito nupcial.


(Afuera del teatro estalló una inusual lluvia de verano)

Inoportuno bromista, presentóse un mal payaso
vestido de mujer, se allegó con fino paso.

Lejos de las pistas, poco cayó en gracia
¡aguas, que don “Calvo” en la violencia su ira sacia!


(Un trueno estalló muy cerca de mi cabeza)

Atrapado sin salida vióse el mal payaso

No hubo ni un aplauso, nadie entendió nada,
y en vez de risotadas, en el cráneo recibió hachazo.

Lástima: era bueno, aunque pelmazo.



–¡Basta! –gritó de súbito una mujer joven–. Me voy a morir de pena…
–Lo que han oído, estimados –continuó el hombrecito–, es la triste historia de un gran comediante, un héroe dispuesto, como pocos, a morir en la performance. Hemos querido, a través de la presente elegía, rendirle un sentido homenaje a nuestro mentor, a quien encarna la figura de los artistas incomprendidos, víctimas de un implacable sistema monopolizado por la pequeña neo burguesía de centro izquierda renovada. Hoy no habrá función, compañeros, porque el payaso ha muerto, pero más temprano que tarde la habrá, ¡sí señor! Por ahora, sabrán ustedes disculparnos. Por su atención, buenas noches.

El público aplaudió a rabiar.

Y fue así como la mala suerte quiso que, al igual que el año pasado, se suspendieran las funciones de circo en el Club de la Falacia. Eloísa me cogió del brazo y caminamos juntos hacia la salida.

Texto agregado el 14-04-2005, y leído por 157 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
18-09-2006 ja por fin algo natural de Chile y muy bien tus traducciones.***** ismaela
02-08-2005 EXCELENTE!! Cuando lo leí por primera vez, me maté de la risa... ahora, por segunda, tercera, cuarta y quinta vez, todavía me parece grandioso. Debo decir que me agrada la forma en la que escribes ese castellano antiguo, le da tu toque tan característico. “Hoy no habrá función: el payaso ha muerto”. Ofrezco mis sinceras reverencias a vuestros pies, camarada. JeSuisDesole
 
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