Oboes sangrientos maceran
carne, viento y hueso
en la triste ceremonia
de mi nacimiento.

Adivino lágrimas de aprehensión
en miles de rostros onerosos y expectantes,
sólo felicidad en las tres enjutas señoras
que ahora hilan con metal
la esperanza oscura
que traigo conmigo.

Seguid soplando músicos despreciables,
con vuestro arte putrefacto y notas quebradas
surgirán los espectros que han de enseñarme
a oír sin escuchar, ver sin mirar y sentir sin tocar.

Padres del desorden, presentadme al caos,
tenemos asuntos que tratar.