Vivir en el anonimato, engullido por la masa, ser un autentico desconocido, un paria de la mediocridad, todo eso era el destino de Ramón, uno más entre tantas y tantas personas de la urbe, sin argumentos para ser conocido más allá de su periférico barrio obrero, un John Travolta pero sin fiebre de sábado noche... Pero dicen que el destino se lo marca uno mismo, que el camino está lleno de encrucijadas para cambiar el rumbo de lo que se supone está escrito y Ramón lo sabía desde joven, el no se perdería en el embudo de los desconocidos, supo que llegaría a ser famoso y popular. Con doce años trazó un plan, se dio cuenta que no sabía cantar, que no tenía aptitudes para la literatura, que en los deportes era un zoquete y que las ciencias no habían sido hechas para él, así que decidió guardar durante muchos años aquello que mejor sabía hacer, iba a ser su salvación y lo que le llevaría al altar de la fama.
A la edad de 27 años decidió dar el salto a la gloria y no tardó en ser llamado a un programa de la televisión, el reality show más visto en horario de máxima audiencia...

-Señoras y señores, quiero presentarles a una persona diferente, inaudita diría yo, él nos trae algo que seguramente les asombre, sin más preámbulos le pido que pase a ¡Ramón Hernández!, buenas tardes Ramón, gracias por venir, tengo una pregunta, ¿qué traes en esos dos enormes tarros de cristal?

-Gracias a ti por invitarme Alicia, esto que traigo aquí es el fruto de mi esfuerzo desde los doce años, son dos tarros de cristal con capacidad para cinco litros y están llenos de bolitas de moco que he ido reuniendo desde que era niño, jejeje...

Ese fue el momento de gloria de Ramón Hernández, mientras mantenía la sonrisa y el pecho hendido de orgullo por su enorme gesta, la presentadora lloraba de risa y el público del plató y resto de televidentes se revolcaban por el suelo.
Ramón había cambiado su destino con sus bolitas de mocos...