Bajo las noches mi piel se hunde con tu aroma, como un sendero de arterias y de soles, reptando en este influjo de suspiros tejidos por las manos. Así respiro entre dos mundos asida al balbuceo de unos labios, agonizando en la pradera que te enfunda, infinita, tenue, crucificada bajo eternos palpitares. Y tu boca coloniza mis instantes hincando lo ferviente de las fauces en el torrente de mi carne, agitado, purificando con tu lengua los espacios. Todo habita en la entrega de los cuerpos como una red de espasmos, adormecidos de caricias, mansos, impetuosos, cabalgando las fronteras, enredados de gemidos, susurrantes. Dentro, las olas de mis pechos se pierden en el clamor de tu deseo, estallando ondulantes y profundas, detenidas como una marea suave que flota tras la espuma, mojando las laderas de los vientres en un juego inalcanzable. Y el cielo se inunda de fragancias que acechan la contienda, mientras tu lengua desafía los temores, vengativa, exquisita, durmiente, suave, lánguida, prepotente, erecta, mía.
Ana Cecilia.
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