ACTA DE VIDA.(En ocasión de la celebración de los malogrados Juegos Florales de Poza Rica 2005)
Si alguna vez tuvimos noción del paraíso fue cuando llegamos a ésta tierra. El verdor de la selva hacía juego con el esmeralda del río donde saltaban los guapotes dando la impresión de sentir una gran alegría por nuestra presencia, que parecía que solo faltábamos para completar ese cuadro del edén. Unas grandes palmeras parecían saludarnos meciendo rítmicamente sus largos brazos por el fuerte viento del norte que preludiaba la llegada de las lluvias que, en sus momentos más intensos, vaciaban el río sobre las vegas del valle. Precisamente donde se ensanchaba el cauce haciendo una especie de rada era el lugar de nuestro destino. Unas grandes manchas de aceite que dibujaban unos ojos diabólicos sobre el agua fueron el aviso que nos aseguró que habíamos llegado a nuestro destino. A escasos metros de la orilla se había formado una gran laguna de aceite de diversos tonos de ocre hasta llegar en los bordes a formar grandes acumulaciones oscuras que llegaban al negro intenso y brillante del chapopote. De una oquedad al pie de un cerro emanaban constantes fluidos que parecían provenir de regurgitaciones de la tierra que daba la impresión de rechazar el producto como un residuo maligno pero que era el motivo mismo de nuestra aventura. Nos llenó de emoción el caminar sobre la superficie temblorosa del aceite cuajado que en algunas partes se rompía dejando ver el liquido viscoso que significaba para nosotros no sólo el éxito de una misión comercial sino, tal vez, la posibilidad de iniciar una nueva vida, una nueva oportunidad, que nos regalaba seguramente Dios como un inesperado presente que podríamos convertir en un futuro…
Los tractores jalaban las cadenas arrollando a su paso toda la vegetación, ahuyentando a toda la fauna, situación que no dejaba de hacernos sentir como si traicionáramos éste santuario que hasta nuestra llegada solo conoció del equilibrio sabio de la naturaleza. En cierta forma tratábamos de establecer que a cambio traeríamos los valores de la modernidad: educación, salud, religión, pero, ¿Qué acaso no eran los mismos valores que los Españoles argumentaron traer cuando la conquista? La tierra amarilla, ya despojada de su capa vegetal lucía como un lugar de otro mundo formando plataformas en donde se armarían los talleres generales y los primeros tanques almacenadores del producto de la tierra. A lo lejos, sobre un lomerío ya se construían grandes casas para los gringos que venían al frente de las Compañías, muchos de ellos ya tenían aquí a sus familias, por lo que la actividad de los carpinteros y albañiles improvisados era frenética. Nosotros, que habíamos dejado nuestra vida atrás, nos reuníamos en grupos de paisanos para fabricar a la orilla de un arroyo nuestras chozas, en espera que las Compañías determinaran la ubicación de la colonia de los obreros. La comida nos era servida en comedores improvisados y era elaborada por mujeres que llegaron a dar éste servicio quienes se ayudaban con las manos maravillosas de las indígenas de la región las cuales, con el maíz, podían elaborar toda clase de bebidas y platillos. Pronto el menú se convirtió en un mosaico internacional, enriquecido por las culturas acrisoladas que atraídas por el oro negro se reunían para dar paso a un sueño de progreso.
Inevitablemente llegaron ellas. Se instalaron a la orilla de la vía del tren, antes que una farmacia o un mercado, se apostaron en barracas regenteadas por turcos que abrieron casinos donde el oro y el licor corrían casi tan de prisa como la vida de los parroquianos. Aquí fue donde al calor de las copas se empezaron a gestar las ideas de organización sindical. El petrolero de entonces siempre acompañado de su pistola dentro del morral fue conjugando las ideas gremiales para iniciar una epopeya que culminaría con la apropiación de sus recursos naturales, demostrando su capacidad de aprendizaje, su genial improvisación y su adaptación a la vida dura por el ejercicio de su profesión. Muchos extranjeros prefirieron permanecer en ésta tierra, irremediablemente atados por su extraño magnetismo y por la belleza extraordinaria de sus mujeres con quienes formaron las primeras generaciones de lugareños del petróleo. Siempre incomprendida, la ciudad del petróleo fue relegada de los programas oficiales de urbanización, delegando ésta responsabilidad a los dirigentes políticos obreros que bajo la espontaneidad, crearon unos espacios más guiados por la intuición y los buenos propósitos que por la planeación.
Hoy aún se escucha el rumor de los últimos quemadores de gas asociado a la explotación petrolera. En ocasiones que surge alguna eventualidad en su transporte vuelven a elevarse las grandes llamaradas que iluminan la atmósfera de la ciudad. Creando figuras fantasmagóricas nos muestran un nuevo escenario, si bien con destellos de modernidad, no se puede afirmar que mejor en cuanto a la calidad de la vida. El viejo río, otrora vigoroso caudal transparente ahora se ve convertido en un arroyo de aguas negras que contaminadas arrastran además los desperdicios de la actividad industrial que como una promesa incumplida llegan al mismo lugar en donde todo empezó. Donde soñamos con un futuro mejor pero que por la irresponsabilidad y el saqueo en el manejo de nuestros tesoros, han vuelto mediante la incursión de los mismos ambiciosos a adjudicarse lo que debería ser de todos. Son las nuevas generaciones las que han de rescatar el espíritu de sacrificio de los fundadores a fin de encontrar el camino del verdadero progreso en comunidad con una vida mas amable y respetuosa con el medio natural y con la exaltación de nuestros valores propios, aquellos que han cautivado a todos los que han tenido la dicha de vivir en la ciudad del petróleo.
|