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Para Joseph hoy a sido un duro día de trabajo, pero por fin ha llegado a casa. Podra descansar, aunque sabe que el teléfono no va a dejar de sonar en toda la tarde, asi que, como todas las tardes escuchara:
"Joseph, ¿donde has dejado la lista?"
"Joseph, a partir de mañana usa tinta roja para los decesos, mi secretaria ya casi no entiende tu letra"
"Joseph, tendrás que hacer una visita a esa tal Carmina, y decidir que hacer con su marido"
"Joseph, aun faltan dos decesos del mes pasado, y está a punto de volver la inspección"
"Joseph..."
"Joseph..."
"Joseph..."
Siempre le llama la misma persona. Joseph nunca recuerda su nombre, casi hasta que escucha su voz, y cuando se da cuenta de que todos le llaman Terrance. Tampoco sabe si es su nombre real, ni sus apellidos, ni nada más de el.
Terrance es el inmediato superior de Joseph, y solo este ultimo sabe que en su tarjeta de visita se puede leer: Departamento Hombres Libres.
-Hoy he tenido mucho trabajo- se dice asi mismo. Joseph hoy a hecho "libres" a veintidós hombres. Joseph nunca ve las lagrimas de los hombres que mata. El no administra la "justicia".
El solo lo decide. Son las 18:30. Hora de su medicación.

-El despertador suena mucho antes de que salga el sol. Pero Joseph ya lleva muchas horas despierto. El siempre dice que se lo pone antes de hora para levantarse temprano. Pero la verdad es que nunca lo ha apagado. No lo ha apagado desde que empezaron los sueños.
Cada día.
Aun así, su deber es levantarse y vestirse, por que hoy intuye que va a tener mucho trabajo.

Asi que Joseph viaja hasta el Polígono Industrial de la Santísima Dualidad, llamado asi por que en un principio, ya nadie se acuerda de cuando, dos empresas dieron trabajo a todo un pueblecito de campesinos, hasta convertirlo en lo que es hoy, una gran ciudad donde aquellos campesinos continúan ordeñando sus vacas, pero esta vez para las grandes multinacionales. Joseph viaja en un pequeño utilitario blanco, sin marcas exteriores, para que nadie sepa de donde viene.
Sin música.
Joseph hace tiempo que no escucha música. El siempre dice que no le gusta la música mientras conduce. Pero la verdad es que la música le relaja.
Y el no quiere relajarse, no quiere descansar, no se quiere dormir.
Joseph odia los polígonos industriales., dice que son cementerios gigantes. Cada nave es un gran nicho, una fosa común para gente que se conoce. Diez horas diarias, seis días a la semana.
Para Joseph la gente que trabaja aquí solo quiere morir cuando hayan terminado todo el trabajo.
Joseph toma nota de su pensamiento, sabe que le será útil para tomar sus decisiones.

Joseph trabaja para un importante Hospital de la ciudad. El Hospital sigue una política muy sencilla. Su Hospital recibe una compensación económica si tiene camas libres al final del mes. Para el Ministerio de Sanidad camas libres significa que ese centro da un buen servicio a los pacientes. Su Hospital tomó una decisión: practicar la eutanasia a los pacientes terminales.
Hay un mínimo y un máximo de camas libres al final del mes.
Joseph decide quien se queda y quien se va.

Joseph no tiene despacho. Simplemente Terrance no quiere que le vean por el Hospital. Hace ese trabajo desde su casa, siempre rodeado de archivos y carpetas.

-Yo no entiendo de medicina -se dice alguna vez. Tiene toda la razón. Joseph sabe que cuando piensa eso se está diciendo la verdad, le gusta decírselo creyendo que así se sentirá mejor.
-Nicho 32, ya casi estoy- se dice en el silencio de su coche.

Joseph, desde su vehículo, le pregunta al hombre que esta apoyado en la puerta de la nave si puede hablar con la encargada. Dice que es un comercial y estaría interesado en hacerles una oferta irresistible. El hombrecillo, aun sin pronunciar palabra sale en busca de la encargada.

A Joseph le faltaban dos pacientes del mes pasado por apuntar en su lista de "decesos". Hay un total de treinta y nueve pacientes terminales, así que va a ser una decisión difícil. Sobre sus frágiles hombros descansa una gran responsabilidad.
El decide quien vive o muere. Joseph no ve que sea algo tan importante, solamente es una decisión muy simple.
X o Y.
A o B.
Tu o ella.
El 1º o el 2º.
Así es de simple.
No le importa hacerlo.
Pero el tiene su ética. Si señor. Cuando no sabe a quien elegir intenta utilizar criterios objetivos.
Color de ojos, numero de hijos, si ocupaba un cargo importante... y cuando la cosa se pone difícil, entrevista a sus familias mas cercanas. De ahí tiene que sacar una conclusión. La excusa es lo de menos.
Joseph se imagina a veces que les dice la verdad: "Estamos decidiendo si su marido / mujer debe de morir; dígame: ¿Disfrutaba usted durante el coito con su esposo/a?"
Joseph no sabe realmente lo que es peor. Por eso está hoy aquí.
Son las 13:30. Antes de salir del coche no olvida tomar su medicina.

-Buenas tardes señora Carmina, mi nombre es David. - miente Joseph -Trabajo para una importante empresa de sucedáneos de harinas y juguetes para los niños bio-degradables. Nadie pone en duda la calidad de sus piensos para animales señora Carmina, pero estamos dispuestos a mejorar la mejor de sus ofertas de quien le proporcione sus harinas. ¿Estaría usted dispuesta?
-Pues qué quiere que le diga -replicó ella- esa decisión la tomaba mi marido, pero el ya no trabaja aquí.
Joseph toma nota en un pequeño bloc verde.
Joseph entiende por esa respuesta que ella da por muerto a su marido.
Joseph da por finalizada la conversación:
-...sin embargo yo ocupo su cargo ahora, y sí estoy dispuesta a negociar.
Esto descoloca un poco a Joseph, pero no es nada para un hombre que lleva 348 "decesos" a sus espaldas.
-Tenemos los mejores productos del país, el mejor trigo es molido para usted en las plantas procesadoras mas avanzadas de... -mentía Joseph, cuando le interrumpe Carmina:
-No me suelte el rollo compañero, todos en esto sabemos que el 50% del alimento para animales está compuesto por cenizas, y apenas un 2 o un 3% por materia orgánica. Nosotros llegamos hasta el 4 o el 5 %, depende del producto. Los animales no se dan cuenta, se lo comen de todas maneras.
-Claro claro, eso lo sabemos todos - volvió a mentir Joseph.
-Los proveedores de esta ciudad llevan tiempo sin suministrarnos harinas de calidad. El Ministerio está decidiendo si retirarlas del mercado, así que son ellos mismos (el Ministerio) los que nos lo proporcionan, pero nos están apretando demasiado el cinturón. Con eso de la crisis de los labriegos nadie de nuestro sector da a basto.
-Claro, Ministerio de Sanidad... me suena... -murmura Joseph.
-Si me disculpa tengo que volver al trabajo. Deme su numero y quedaremos para comer algún día de esta semana, usted decide el sitio ¿De acuerdo?
-De acuerdo, espero que su marido estuviera de acuerdo... -dijo Joseph para terminar con su veredicto.
-Oiga, dejemos una cosa clara: Mi marido está muerto, no tiene nada que ver con esto. En cuanto pueda lo echaría a los cerdos como pienso. Mi marido siempre hablaba de lo poco que yo hacia por esta empresa, me llamaba basura. Usted no sabe lo que es escuchar en un asqueroso lugar como este a la gente hablar de lo golfo que es el marido de una, de las veces que lo han visto borracho tirado en la acera o en los bares de alterne. Pero no con putas; no: mi marido era un bujarron. -Concluyo Carmina.
-¿Como dice?
-Pues eso, que era un puto marica sidoso. Y espero que pronto este bien muerto.
-Nada mas que decir señora, y que pase un buen día.
Y Joseph se fue por donde vino.

-19:30, hora de la medicación.
Últimamente Joseph no se encontraba muy bien. Y cada día realmente se encontraba peor. Su medico de cabecera al principio le recomendó que tomara papaya cruda para el dolor, pero a Joseph eso nunca le funcionó. Así que decidió calmar el dolor con unas pastillas de color rosa para el estomago que debe tomar cada ocho horas. Aunque él siempre se las toma cuando se encuentra mal, a cualquier hora del día.
Joseph estaba bastante cansado y con un fuerte dolor estomacal y quería irse a dormir.
Joseph coge un libro y se pone a leer. Simplemente intenta no pensar en el dolor. Aunque sabe también que tiene que acabar el trabajo, así que prepara su bolígrafo rojo y pone una cruz sobre el nombre del marido de Carmina.
Joseph intenta mantenerse despierto y toma otro café.
23:30, otro café.
2:30, otro café.
4:00, otro café.
Joseph no lo soporta mas. Pese al dolor, se queda dormido.

8:30. Suena el teléfono, pero no hay nadie en la habitación para contestarlo. Tampoco hay nadie en el comedor, ni en la cocina.
Joseph está tirado en el suelo del baño, debajo del lavabo, que por lo general esta situado entre la taza y el bidé, en frente de ambos, como desafiándolos en nombre de la higiene. Joseph está llorando amargamente. Ahora mismo no puede dejar de llorar. El sabe lo que significa su sueño.
Significa que algo no va bien, que hay algo en ti que te hace sentir culpable.
Pero Joseph nunca pensaba en ello.
Y una gran brecha abierta en su cabeza. Sangra por la frente por culpa de los cabezazos que el mismo se a dado contra la pared. Joseph ha pensado en hacer una tontería. Pero no la ha hecho. En su casa ya no hay cuchillos ni tijeras, ni nada por el estilo.
Nada cortante. Nada afilado con lo que pudiera acabar con su vida. El lo decidió así.
Joseph sueña cada noche que se ve morir, en su cama, con las orejas sangrando. En ese sueño también se ve así mismo contemplando su propio cuerpo inerte.
Como si de una película se tratase: Desde fuera Joseph, aterrorizado y paralizado por el terror observa el cadáver de Joseph tendido en su cama.
Joseph tiene ese sueño todos los días. Por eso hace tiempo que no quiere irse a dormir. Aunque no siempre puede conseguirlo.

Finalmente Joseph coge el teléfono, sospechaba que era algo importante.
-Tenemos que hablar Joseph. Hoy te invito a comer. Donde prefieres que vallamos.
Era la voz de Terrance.
-Al Voltaire. -contesta sin ánimo.
-No, ya sabes que soy vegetariano Joseph, así que mejor vallamos al Original. Allí podremos comer los dos...
-De acuerdo señor Terrance.
-... y no te olvides la lista.

Joseph sabia que llegaba la hora de comer porque siempre le empezaba el dolor de estomago, así que se tomó otra de sus pastillitas, y se sentó en la mesa con Terrance.
-He hablado con el delegado del Ministerio Joseph; piensan recortar el presupuesto. A partir de ahora tendrás que ser menos selectivo y mas visceral... jaja.
-Como quiera señor Terrance. -dijo mientras observaba como viajaba un trozo de tomate del plato a su boca.

Hace solo dos años Terrance le recriminaba a Joseph que era poco selectivo con los "decesos".
-"Este venia de buena familia, Joseph"
-"Te has precipitado un poco, tampoco estaba tan terminal, Joseph"
-"Quizás fuera demasiado joven, Joseph"
Pero no volvía a decirle nada al respecto.
Joseph escuchaba a Terrance mientras comía. Apenas se le entendían las palabras con la comida en la boca.
Pero a Joseph eso le daba igual. Cada vez se le entendía peor.
Finalmente prestó un poco de atención y pudo entender: -¿Has terminado ya la lista, Joseph?
Joseph la había olvidado casi por completo.
-No señor Terrance, no la he terminado aún. -mintió.
Joseph intentaba no recordar la fatídica noche que había pasado, como tantas otras, con aquel maldito sueño.
-Mándamelo al fax en cuanto puedas Joseph, en cuanto llegues a casa ¿entendido? El Delegado del Ministerio tiene un pedido grande que realizar y necesitan el material lo antes posible.
-En cuanto pueda se lo mando sin falta al despacho, señor Terrance.
Y Joseph no pronunció ninguna palabra mas, ni durante la comida, ni durante toda la tarde. El dolor del estómago casi no le dejaba hablar.
-Algo ha debido de sentarme realmente mal. -pensó Joseph.
De camino a casa el dolor llego al punto de inaguantable, llegándole a costar dar cada paso. Las calles estaban llenas de gente, y aunque el trayecto hasta su casa era mas bien corto, Joseph iba sujetándose por las paredes. Se le nublaba la vista y le costaba respirar. En ese momento fue cuando realmente Joseph se empezó a preocupar. Quiso gritar, pedir ayuda, pero le era imposible pronunciar ningún sonido. Todos los que pasaban fijaban su vista en el, pero nadie intentó ayudarle.
Con gran dificultad cruzó su portal y subió hasta su piso. Joseph jamás en su vida se había encontrado peor. Metió la mano en su bolsillo buscando la llave. Joseph apoyó el cuerpo en su puerta, que extrañamente cedió: ya estaba abierta; tal vez olvidó cerrarla o tal vez se la habían abierto. Joseph perdió el equilibrio y se desplomó sobre el suelo de su recibidor, golpeándose la cabeza contra el piso.
A partir de ahí los sentidos de Joseph dejaron de recibir señal alguna.

Cuando Joseph despertó, una intensa luz le cegaba los ojos. Sus pupilas se cerraron y pudo distinguir las luces del techo. Joseph no se sentía capaz de mover ningún músculo, y el solo movimiento de los ojos le causaba un terrible dolor. Aun con todo, al lado de la puerta, pudo distinguir sin ninguna duda la figura de Terrance, sosteniendo unos cuantos folios sobre las manos. Eran sus listas de "decesos" del mes pasado, aunque realmente Joseph no se percató de ello. Terrance salía de la habitación sin decir ninguna palabra mientras la enfermera le cubría todo el cuerpo con una sabana. Joseph sentía un intenso sueño. Deseaba dormir. Los pensamientos de su mente eran simples fotografías que pasaban muy despacio, una detrás de otra.
Joseph se sentía aún peor, debajo de la sábana, pensando en que seguramente, en mayor o menor medida, habría comido cáncer de Guilio, herpes de Rossa, o quien sabe, células infectadas con V.I.H del marido de Carmina.


El Ministerio era consciente de que al dar dinero a los Hospitales para ofrecer mejores servicios, estos sacrificarán a sus pacientes.
El Ministerio solucionó el problema de la industria carnica dando de comer a los animales con los "decesos" de los Hospitales.
Una solución estúpida.
Sabían que las enfermedades de los hombres no pueden pasar a los animales por la cadena alimentaria, pero lo que el delegado no pensó era que tal vez podían volver al hombre si estos volvían a ingerirlos.
Mientras, los hospitales se llenan de gente enferma, con enfermedades comunes, y nadie se daba cuenta de nada.

Joseph sabia todo esto. Pero nunca le prestó atención.
No era nada mas que una carpeta de su escritorio, encima de su mesa.
Joseph sabia todo esto porque el realmente nunca estuvo vivo, Joseph siempre estuvo muerto.
Joseph no era diferente, el no era mejor que los demás.

Por eso Carmina, con lagrimas en los ojos, mandó que incineraran a su marido; y con una sonrisa en los labios se lo dio de comer a los cerdos.

SE FINI.

Texto agregado el 13-04-2005, y leído por 214 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
03-07-2007 Es genial. un poco complicado pero muy bueno. Sería mejor si no repitieras tanto Joseph, la lectura sería más agradable y ágil. Aun así muy bueno. Saludos. Azel
23-01-2006 guau... en shock!!! que increible relato.... me encanto, de verdad. no esperaba menos de un progresivo. saludos. TrainOfThought
 
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