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Era un viernes, como cualquier otro. El bus tintinea la luz para avisar su arribo a la estación con dirección infinita. Me subo y mis manos tiemblan por no saber donde me lleva la conciencia, mientras miro atónito imágenes desiertas en contenido y sentido: Pesadillas sacadas solo del imaginario.

La ciudad aún no despierta, quizás es el letargo que consume a estos cuerpos llenos de sed de dinero, llenos de sed de futuro y esperanza. La bocina a pura a los demás vehículos, tras de él, numerosos vehículos van tras su huella, como aquel cortejo fúnebre descrito por las novelas victorianas. Universidades, institutos, fábricas llenas de gente que luego de absorber con maestría sus vidas pasan al molino de carne llamado retiro. Un par de kilómetros más y llego hasta mi “zona cero”, el sudor me inunda la sien, como si el lamento centenario me llamase en el aire tratando de persuadir mi corazón. He llegado, no te veo, mejor así, hago mi jugada secreta antes de que llegues. Saco un papel y escribo lo que sabes que te llenará de dicha esta mañana, me costó escribirlo, por un momento creí no vivir para cumplir esa promesa que desde niños nos habíamos hecho y que, ya siendo personas, cumplimos en nuestros aposentos. ¡Esta llegando!, debo esconderme.

Tras el pilar del edificio adjunto a la cuadra, apareces de tela blanca y blazer aterciopelado celeste. Eras virgen en mis sueños y hoy lo eras en vivo. Recoges el papel sellado con cera roja, queriendo decir que tras la cubierta había algo que te sorprendería. Lo lees, de a poco, esos luceros, espejos del alma que irremediablemente denotan lo que piensas brotan de ellos manantiales de emoción, por poco y esas lágrimas cortan mi intención y dudo por un instante de seguir mi motivo, pero no, soy valiente y estoy aquí para darte calor y respiro. Así que salgo del pilar y el abrazo tuyo no se hace esperar. La iglesia suena, y el rosario no es rezado y la gente se queda envidiosa viendo como dejamos de ser amantes de nuestras juventudes para ser un solo sentimiento. Y luego de un tiempo, el arroz, las fiestas y la vejez nos esperan.

Tras estas líneas, lo único que siento es que a lo mejor, el destino vuelva a repetir la escena, porque luego de esa vez, ahora tu y yo, tomados de la mano y caminando por el parque, conversamos de este episodio mientras la continuidad de nuestro amor escucha atento el que alguna vez robó la atención de su madre.

Texto agregado el 13-04-2005, y leído por 121 visitantes. (0 votos)


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