Dolores Pérez de González arrullaba en la mecedora a su pequeño hijo, que bañaba con las torrenciales lágrimas que le recorrían las mejillas, mientras recordaba el pasado y miraba a la lejanía el viento que levantaba el polvo y que movía las ramas de los árboles y pensaba en todo lo que Dios le había dado.
En aquel pueblito del tercer mundo, la pareja González - Pérez fundó su familia, que fue prosperada por Dios, gracias a su devoción y a la ardua faena. Sus bendiciones incluían la hacienda “Menegrande”, que aunque muy bendecida no era lo suficientemente grande para tantas vacas, perros, cochinos, caballos, gallinas, chivos, ovejas y pavos que compartían la casa de la familia.
Dolores quería experimentar el milagro de estar encinta, poder acariciar y tener entre sus manos el fruto del regalo más precioso que Dios le había dado, su esposo. Así que después de mucho pedirle a Dios, Dolores dio a luz a su primogénito, un bebé hermoso, rozagante y sano, pero que apenas nació, notaron que en una de sus pequeñas manitos, en lugar de tener 5 deditos, tenía 6.
Los padres se preocuparon por este „detallito“ y pensaron que algún día sus amiguitos pudiesen despreciarlo por su anomalía, así que le pidieron al médico del pueblo más cercano (en Coquivacoa, que quedaba como a 250 Km de Menegrande) que los visitase para examinar al pequeño.
El médico les explicó que la anomalía del bebé se debía a una condición congénita llamada „polidactilia“... y que sus genes serían siempre portadores de la anomalía, pero sólo se manifestarían en generaciones futuras si él tuviese hijos de una también portadora de este gen.
El padre, con sus ojos lacrimosos y su corazón afligido, le preguntó al médico qué podían hacer, a lo que el médico le respondió que debían someter al pequeño, tan pronto fuese posible, a una operación para extirparle el dedito y que ello requeriría de un anestesiólogo y un cirujano, pero que lamentablemente en el país no había ninguno, así que él podría arreglar los preparativos necesarios para traer uno de España o viajar con el niño en barco a dicho país, donde la medicina estaba mucho más avanzada.
Para poder cubrir los gastos de la operación, la familia tendría que vender todas sus posesiones, no sólo debido a los gastos médicos, si no al desembolso que representaría dicho viaje.
Por ello Dolores lloraba y sollozaba día y noche pensando en la disyuntiva ¿qué hacer? Perder todo lo que tenían para tener un hijo „normal“ con 5 dedos en cada mano, era demasiado para la pareja, así que después de haber bañado a su hijito en lágrimas, mientras lo acurrucaba en sus brazos, Dolores decidió acostarlo en el chinchorro de la sala de la casa e irse al cuarto a dormir.
El bebé acostado en el chinchorro, compartía la recamara con cuatro perros, dos chivos y una gallina, que paseaba desconcertada cuando vio un pequeño dedito rosado, que salía por uno de los agujeros del chinchorro y pin!, se lo comió de un solo picotazo, librando sin saberlo al infante de su 6to dedito. El bebito no lloró ni hizo nada, pues ni siquiera se percató de lo ocurrido.
Dolores a la mañana siguiente, cuando vio la ausencia del dedito de su primogénito, le dio gracias a Dios por haberle cumplido el milagro que ella tanto había pedido. Dios para contestar nuestras peticiones y llevarnos a dónde Él quiere, nos conduce por sendas y utiliza recursos que para nosotros tal vez sean incomprensibles; a veces nos envía un ángel, pero a veces también nos envía una gallina. |