A Melina Cavalieri
Finalmente llegó el otoño.
Salimos a caminar por veredas de hojas secas que en estas tierras de cemento nunca serán humus.
Martín nos acompañaba pateando todos los montoncitos que las viejas habían amontonado primorosamente junto a los cordones. Parecía un nuevo Gene Kelly en “Cantando sobre las hojas”
Nos contagiaba su risa, mientras movía desatinadamente las piernas y los brazos en su danza, desordenandolas como si fuera el hijo del viento.
Colmó el vaso cuando acometió su ritual frente a una señora que recién había terminado de juntarlas y que insultándonos nos corrió a escobazos a los tres.
Nos detuvimos un poco mas adelante; mientras semiagachados nos tomábamos nuestros estómagos para aliviar el dolor de las carcajadas.
Asi estábamos hasta que Tincho decidió terminar el descanso tocando todos los timbres de las puertas cercanas y salió corriendo de nuevo.
Vos y yo no nos quedamos a ver las caras de enojo de los moradores, salimos corriendo detrás de Tincho, tocando algunos timbres más en nuestra carrera.
Con las caras iluminadas por la risa llegamos a una plaza y nos sentamos a tomar mate, pero los toboganes existentes fueron demasiada atracción para Tincho que lleno de alegre energía se empeñó en deslizarse por ellos de toda forma imaginable: Sentado, acostado, boca abajo, hacia atras, etc.
En un momento, mientras nosotros charlábamos, él nos gritó:
- ¡¡Ahora me voy a tirar parado!!
Como las suelas de sus zapatillas no se deslizaban, nos miró con fingida frustración y bajó corriendo por el tobogán, festejado por nuestros abucheos.
Se acerco a nosotros y se despidió con un beso para irse a estudiar.
Mientras se alejaba, sin mirarnos daba saltitos golpeando los tacos de su calzado a manera de última payasada.
Nuestras risas aplaudieron su gesto acompañándolo a cruzar la plaza.
- Que cague de risa el Martín! – dije cuando se perdió de vista-
- ¡Si, es tremendo! – contestaste.
- Hacia mil años que no jugaba al Ring Raje; pensé que nunca más iba a hacerlo, y mira vos, después de viejo volví a tocar timbres.
- Yo nunca había jugado… - hiciste una pausa- En mi pueblo ni siquiera había timbres; cuando llegabas a una casa tenias que aplaudir o golpear la puerta.
- Claro, es un juego de los niños de ciudad, pero ahora con los porteros eléctricos también perdió gracia. Cuando yo era pibe, salíamos casi todas las noches con otros amigos a tocar todos los timbres del barrio. A veces nos escondíamos detrás de algún árbol a mirar la cara de la gente que salía a la puerta y no encontraba a nadie.
- ¿Y que pasaba?
- ¿Y que iba a pasar? ¡Absolutamente nada! Salían y gritaban alguna puteada los más rezongones nomás, esos eran los que le daban gracia al asunto.
- ¡Jajaja! ¡Sos terrible!
- Me sentí genial hace un rato, tuve la misma sensación de travesura que en aquella época.
- Si, a veces es bonito volver a tener la sensación de la infancia.
Una mueca reflexiva y nostálgica invadió tu rostro al decir esto. Me quedé en silencio observando como tus ojos de mirada perdida se transformaban en ventanas de tu memoria.
No quería interrumpir esa contemplación, pero quería participar de ella:
- ¿En qué estas pensando? – te pregunté –
- ¿Sabés? –me dijiste, aún mirando el vacío - Cuando tenia 17 años tuve una certeza, desde entonces he tratado de romperla y no he podido.
- ¿Que certeza?
- Que la soledad es el precio de la libertad.
- Entonces, según esa máxima ¿preferís no ser libre para no vivir en soledad?
- No digo eso, digo que la soledad es el precio a pagar por ser libre.
- Bueno, pero tal vez tu frase no sea más que un sofisma.
Tu mirada recuperó foco y se detuvo en mis ojos; interesada me dijiste:
- Explicame, porque no tengo ningún interés en tener razón con eso.
- No tiene una respuesta fácil, por eso te funcionó por tantos años, pero tu punto básicamente se trata de que no podes tener total libertad junto a alguien por una cuestión de espacios compartidos, y a la vez no tener a nadie es vivir en soledad, ¿voy bien?
- Dale, seguí…
- Para que la frase fuera una máxima filosófica correcta, tendríamos que definir correctamente libertad. Como no hay una definición sencilla para la palabra, me voy a ir a los extremos: La libertad total sería la posibilidad de obrar como te viniera en gana y eso no se logra ni aún en soledad pues estamos sujetos a mandatos naturales que escapan a nuestro posible control. Te pongo un ejemplo simple: Suponete que sos una ermitaña, nadie te controla, ninguna persona te limita, no debes obediencia a ninguna ley etc. Estás donde querés y hacés lo que querés ok?
- Si.
- Y sin embargo no, pues tenes que cumplir las leyes de tu cuerpo, él va a limitar tu albedrío. Tal vez tu libertad quiera retozar entre los pastos en el mismo momento que tu cuerpo quiere cagar, asi que tendrás que distraer unos minutos de tus retozos para evacuar tus heces, y asi, durante esos minutos se te fue la libertad a la mierda.
- Jajaja ¡¡Sos terrible!!
- Jejeje. Te dije que el ejemplo era extremo. También tenés que obedecer leyes naturales: si tu libertad desea mirar las estrellas durante 24 horas, el sol no te va a dejar verlas, y te va a encandilar la voluntad. Entonces la libertad en el sentido de libre albedrío total es una utopía mientras tengas un cuerpo con necesidades en un mundo que da vueltas.
- Si, pero todo eso contempla solo el sentido físico.
- ¡Claro! Justamente en el sentido espiritual es donde tu máxima pierde más claramente su veracidad. Libertad en un sentido espiritual elevado, es que nada te condicione: ni las obligaciones, ni los miedos, ni la convivencia. Y ni siquiera la soledad, entonces la soledad no sería ningún precio a pagar.
- Si, puede ser que tengas razón, pero tal vez yo este pensando algo más cotidiano, algo más práctico y no tan elevado.
- Ok, te entiendo, pero lo práctico debería apuntar a lo elevado, por otra parte solo intenté desmentir tu frase como una certeza absoluta. Las palabras tienen peso. Si dejamos que una sentencia arraigue en nosotros tomándola como verdad, condicionará nuestra vida. Y si algo va a condicionar mi vida, no quisiera que fuera una inexactitud.
- ¡Ahh Gus!, ¡No eras tan tonto como parecías vos!
- Gracias che, ¿me das un mate de premio?
- ¡Claro! Toma…
- Meli, ¿Que hacemos esta noche para festejar tu cumpleaños?
- No sé, ¿que se te ocurre?
- ¿Qué te parece si salimos a jugar al Ring Raje?
(Las palabras en cursiva pertenecen a Melina)
Gustavo Malomo
Montevideo 12 de abril de 2005 18.45
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