El aroma de las azucenas y la sombra del abedul lo apaciguaban siempre. Inspiró profundamente y sintió el olor a canela de su sitio favorito, ese encantador lugar del mar caribe poblado de lirios, palmeras, alisos y arrayanes con la mayor diversidad de plantas y flores que lo relajaba, sintiendo que la naturaleza se metía por sus poros invadiendo cada una de sus células. Tenía tiempo para pensar en lo hermosa que es la vida, saber que con solo estirar la mano le llegaba la copa del mejor licor, obtener las caricias de una hermosa mujer, amarlas por un rato y luego almacenarlas en el baúl de sus recuerdos fácilmente olvidables o saborear el más exótico potaje que chef alguno haya podido preparar. Se enterneció cuando vio a una pareja caminar con sus dos hijos pequeños por la playa tomados de la mano cuando el sol ya empezaba a declinar y al dejar el lugar ayudó con esmero a una anciana que también se retiraba, a subir las escaleras que la llevaban al hotel.
-¡ Es usted un amor de persona! -le dijo la viejita agradecida y el asintió con la cabeza al despedirse.
Y era así, el era una buena persona, pero trabajo es trabajo y la paga era buena y en estas cosas están por demás los sentimentalismos, esa noche se acostaría temprano y mañana ya tendría tiempo para pensar los pormenores de lo que tenía que parecer un accidente . Al llegar al cuarto del hotel se recostó en la cama, prendió un cigarrillo y recordó la dulce cara de la anciana. ¡Qué difícil es ser un buen profesional! dijo expulsando el humo...