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La tempestad
(Ratica De Laboratorio)

El día en que la Ratica me besó era su cumpleaños, y horas antes le había regalado una vela azul. Ahora que me pongo a pensar en aquella vez, no recuerdo con exactitud los acontecimientos que desencadenaron ese buen momento, tal vez el único realmente pacífico al lado de esa mujer tan distinta; tan mala; tan necesaria para mi.

El hecho de vivir una relación reposada le parecía repulsivo, hasta el punto que en el momento en que alguien le interesaba (quién sabe por qué), buscaba la forma de inventarse los problemas, así aquellos no tuvieran que existir.

Entonces, escarbaba con su maléfico sentido común los puntos privados, o por lo menos dolorosos, del que estaba con ella; de este modo, atacaba en el momento menos pensado y por un flanco adimensional. Finalmente, uno se sentía en bola, y tenía que afrontarla con todas sus consecuencias, hasta el punto de la ira, el dolor o las lágrimas.

Sin embargo, cada vez que la niña Montejo aparecía en escena, el mundo se volvía un espacio más interesante, a la luz de una mente tan perversa como para sugerir arranques súbitos de locura cuando la calma se volvía insoportable. De este modo, era el momento indicado para rendirse a su menuda figura y seguirla a unos cuantos pasos de distancia, esperando a que citara a algún libro interesante o una idea descabellada;

Un libro que me iba a llevar a situaciones de éxtasis que ningún licor ni yerba alguna podrían conducir;

Una idea que me iba a poner tan nervioso, que sólo el agua fría y la mente en blanco podrían mermar;

Y aún así, el daño en el corazón ya estaba hecho.

Siempre supe que a su lado me iba a morir más rápido, o por lo menos la úlcera que distingue a los miembros maduros de mi familia iba a aparecer con antelación. Siempre supe que cada vez que nos vieramos, un nuevo motivo para dejar de creer en mi idea de ser persistente con las personas iba a llegar con potencia. Siempre supe que a pesar de todo, estaría dispuesto a cogerla distraída, y aprovecharme de los pequeños instantes de calma para decirle cosas bonitas, muy a pesar de que luego, retomando su faceta malvada, dijera que símplemente no se aguantaba mis cursilerías.

Siempre me dijo que era una rata malvada, de esas que están llenas de enfermedades que transmiten a la gente sin miramiento alguno. Yo pienso en ella como una ratica de laboratorio, de esas blanquitas que no le hacen daño a nadie, y que por el contrario ayudan a encontrar las curas para esas mismas enfermedades que sus primas surtían por el mundo.

Texto agregado el 12-04-2005, y leído por 121 visitantes. (1 voto)


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