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Hoy después de años regreso a Chiapas. Cinco años hace que por la marabunta de circunstancias que tiene la vida, vivimos de cerca un pedazo de la historia del México moderno. En esos años en que se abrió la puerta a un pasado turbulento, paradójicamente experimenté un salto cualitativo en el desarrollo de mi vida. Circunstancias que al principio resentí en mi contra, me obligaron a encontrar en mí motivaciones y fuerza que hasta esos momentos desconocía. Sobre terreno muy gastado y pantanoso, florecieron amor, amistad, compromiso y solidaridad, que crearon entre algunos de nosotros lazos de hermandad permanentes.

Visto desde hoy, el pasado muestra una dimensión mayor, tal vez inexistente. Las cosas buenas se magnifican, las malas se diluyen a la luz de la fortaleza que generaron. De acuerdo con nuestras remembranzas, no hubo tragedia sin respuesta colectiva, no hubo heridas provenientes de la traición que no fueran resanadas inmediatamente, no hubo quebrantos sin unión.

Ahora recuerdo dos posturas extremas acerca del recuerdo mismo. Una dice ”recordar es vivir” y otra opuesta considera que “recordar es inventar”. Entre ellas dos sabemos que hay miles de posibilidades intermedias que hacen de ese escarbar en la memoria, un verdadero ejercicio de nostalgia donde cada uno sintetiza sus más profundos sentimientos de los acontecimientos pasados. Es por decirlo así, un juego en donde la vida actual va transformando su sentido más llano y a la vez mas profundo. Es la expresión misma de la espesura de la cotidianidad, como bien han demostrado Álvaro Mutis, Milán Kundera o el recién descubierto José Saramago.

Que podemos decir de nuestro 1994 que nuestra imaginación no haya reinventado ya. Vamos pues jugando con nuestros recuerdos. Hagamos un símil de careo con nuestra historia personal y preparemos nuestra declaración ministerial ante nosotros mismos. Culpémonos de haber disfrutado de algo inexplicable, casi desconocido, a pesar de las fricciones, los secuestros, la mentira y la manipulación, acontecimientos que confrontamos la mayor de las veces con pocas ideas y con mucho coraje y corazón. Creo que eso desconocido que disfrutamos se llama vivir. Confesémonos pues culpables de que a pesar de la dureza del contexto, construimos algo mas de lo que cubrían nuestros pagos quincenales de burócratas mal remunerados.

En ese año, el año que vivimos en peligro, en que una batería de tragedias nos coparon, éramos sin duda alguna la cabeza de un ratón asustado, pero respondón.

Cuando la vida se te escapa sin mas detalles, sin anécdotas que la alimenten, sin nuevos palpitares e inquietudes que te conmuevan, los viejos tiempos se sobredimensionan. Pequeños detalles de un contexto lleno de vida, nunca sucumben a la llanura de los tiempos áridos. Pero la vida como casi todas las cosas tienen sus dimensiones, sus texturas, sus matices. Repentinamente y sin mediar mas motivos externos, entramos en laberintos emocionales desconocidos de nuestra personalidad. El sótano de nuestro carácter nos acecha para mostrarnos que se requiere mucho mas empuje y decisión que en años, meses o días anteriores. En ese sótano lo único que nos rescata y nos sostiene de otras terribles caídas son algunos de los recuerdos que ahí se almacenan, pequeños tesoros del pasado que nos orientan acerca de nosotros mismos, de lo que somos capaces, de lo que estamos hechos.

Hojeando el contenido de mi diario mental, solo en Chiapas no me logro fotografiar mentalmente. Ningún momento de reflexión cupo en esos días de vértigo, ningún reparo. Solo el activismo mas acentuado, solo la conducta marchosa, solo el coraje y la responsabilidad. Fui un pequeño componente en la amalgama despiadada de la confusión de esos días, no fui yo. Nada queda de mí de esos tiempos, porque no fui nadie en lo individual, perdí mi unidad personal, hoy soy mejor. Por ese motivo quizá, ese período me cambió tanto, tal vez porque me quitó sin menoscabo, el pequeño componente que creía seguro en mí y me dejó descobijado para el futuro más inmediato. Cuál es ese pequeño componente individual que perdí; ni siquiera lo sé. Salí de ahí, con mis pocas pertenencias y con un mar de confusiones a cuestas, no sobre el empleo, no sobre el desempeño laboral, sino sobre algo mucho mas profundo, más complejo; la fragilidad de los individuos, sobre mi fragilidad, sobre mi presente y un futuro nebuloso que confrontar.

Muchos años han pasado y las huellas de esos tiempos se diluyen en mí. Largos viajes, nuevos contextos, otros seres queridos alrededor. Las anécdotas de esos agitados días sucumben ya contra los estragos del olvido y la reconstrucción mental es cada vez menos cuidadosa, menos detallada, más superficial. Será porque la ruleta no ha parado y el destino deparó para nosotros otros temas que cubren nuestra memoria y alimentan el alma. A pesar de ello, seguro estoy, siempre inventaremos nuestro pasaje personal de esos años y lo repasaremos con un juego que sin quererlo llegó a nuestras manos y que pertenece a quienes ahí lo vivimos. De ese vivir deshilvanado del ayer, con lo que soy hoy, nace el relato:

Me duele mi corazón.

En esos días de 1994 todo estaba trastocado. Las calles del centro de Tuxtla inundadas de indígenas del CEOIC empujaban al país entero y atraían la atención de la opinión pública, aún mas allá de lo que los mismos participantes esperaban. Toda la avenida central estaba pintada con las mismas pintas, que se han repetido durante años en todo el mundo, ahora como una de las banderas principales de los globalifóbicos: EZLN. Recuerdo que un indígena pintaba un muro justo a contraacera de Las Pichanchas con muchas dificultades, y descubrí que lo había venido haciendo desde calles atrás porque escribía la Z abreves como una especie de S estilizada –ESLN-. Tras él, otro corregía el error con una brocha mas gruesa marcando la Z de rojo sobre la S, lo que le daba a la pinta un aspecto mucho más combativo.

La marcha había pasado esa mañana por la avenida central y desfilaban en ella todas las organizaciones conocidas por nosotros, en una conjunción pocas veces vista. Consignas y demandas unían los gritos de los miles y miles de indígenas que marchaban con la frescura y la alharaca digna de una marcha de estudiantes o de obreros, rompiendo los moldes de las marchas campesinas e indígenas, siempre solemnes y mucho más silenciosas. En las marchas campesinas normalmente son los huaraches arrastrados los que hablan, no las voces. Todas las siglas, todas las etnias, todos los colores parecían hacer estallar las calles con su decisión, con su coraje, con un entusiasmo desmedido, subido de tono. Las consabidas alianzas del EZLN estaban siendo apuntaladas y en muchos casos rebasadas rápidamente por cerca de 80 organizaciones convocadas por el gobierno para discutir la situación, dentro de marcos legales e institucionales mas acotados.

En la marcha estaban todas, como colofón a las magnéticas asambleas en la bodega de café de la Pajal Yakaltic, asambleas que cimbraron a todos por el clamor de la bodega de café, inundada por momentos de gritos a favor de un Zapata, que seguro, donde sea que se encuentre, sentía el estremecimiento que a todos inundaba. En esa asamblea, en días donde la movilización popular lo podía todo y con la plana mayor en el estrado (gobernador, C. Secretario de Desarrollo Social, Procurador Agrario, Premio Nóbel de la Paz y tres distinguidos chiapanecos), los sacerdotes indígenas con su ceremonia, agitaron las lámparas que colgaban del techo de la bodega, con la pura vibra que generaron, provocando una sacudida general entre los ahí presentes, dejándonos a todos enmudecidos aun más de lo que ya estábamos y como mensaje de que algo grande iría a ocurrir en México.

La marcha pasó por el centro de la ciudad, ciudad que había visto pasar en esos días otra marcha aun más insólita, la de las tanquetas que bajaban de enormes aviones militares en el aeropuerto que tiene el Ejercito Mexicano en Terán. Durante su recorrido por la avenida central, partiendo plaza para tomar rumbo a San Cristóbal, las tanquetas rodaban despacio, conducidas como tractores por militares que nunca habían manejado una, y que repentinamente debían a su vez adiestrarse también y en serio, en el manejo de armas.

Por su parte la población de la ciudad, población por demás desinformada y acostumbrada a la imposición y al atraco de sus gobernantes, miraba con sorpresa uno a uno los acontecimientos que los tenían en el centro del huracán. Miraban pasar las tanquetas despacio, transportando soldados que apuntaban hacia los techos de negocios, casas y hoteles que hay en esa avenida.

En la marcha, la marcha de marchas del CEOIC, desfilaban todas las siglas, siglas conocidas y siglas ininteligibles. Las nacionales como CNC de la mano con CIOAC, CAM, CODUC, CNPA y demás, así como un puñado de organizaciones regionales y locales; puros indígenas y campesinos chiapanecos. Estaban casi todos los lideres que habían logrado en colectivo y en tan solo unos días, lo que durante toda su vida orgánica les fue negado. La marcha buscaba presionar a un gobernador confundido y recién llegado, que pronto fue engarzado por pésimas estrategias de concertación dirigidas por sus asesores, que paradójicamente eran los mismos que durante décadas contribuyeron a generar el conflicto que hoy presenciábamos. El gobernador, al repartir tierras y recursos había echando mas leña a un fuego que estaba por demás encendido por pugnas reales entre ganaderos, pequeños productores, ejidatarios, comuneros e indígenas sin tierra y con sed de revancha. En la confusión del reparto, tierras les tocaron a los que no las pedían y la situación se convirtió en él ráscale de los grupos activistas. Ahora todos querían una tajada del dinero que el gober regalaba a diestra y siniestra y sin criterios claros. En realidad ninguno de los funcionarios que ahí estábamos sabíamos bien a bien que hacer. La cascada de acontecimientos te llevaba en una situación caótica y la mayoría tratábamos de sobrevivir al vendaval y no ser arrasados, para no dar por culminada de manera prematura nuestra carrera de funcionarios, expertos en situaciones de alto riesgo.

Así en esos días enfrentábamos un chubasco de demandas históricas, en medio del constante golpeteo de consignas, las presiones de la burocracia superior, los berrinches de la burocracia inferior y la insoportable presión de nuestra propia incapacidad profesional para comprender lo que ahí estaba ocurriendo.

La plaza central por enésimo día consecutivo estaba tomada y todos éramos espectadores de lo que ahí estaba ocurriendo. La agitación era tal que el liderazgo del momento no tenía forma ni rumbo. Ellos también eran arrasados por una fuerza que provenía de algún lado, tal vez de la fe, tal vez de la esperanza, quizá también de la ignorancia. La plaza estaba asquerosa. Plásticos, comida, niños comiendo, jugando, llorando, defecando, habían convertido la plataforma central en un verdadero pantano, cuya película de mugre en la superficie era de pesadilla. Para esas fechas del mes de febrero cruzar la plaza representaba todo un reto y un serio riesgo para la salud, tanto por la cantidad de gente que por ahí deambulaba, como por el olor a descomposición humana y la suciedad acumulada. Dicen los que saben que no era ineficiencia de los servicios públicos municipales, que a pesar de tener la plaza tomada y desde mi limitado criterio, podrían ayudar un poco con la limpieza. La idea en épocas de estrategia política era dejarla pudrirse con toda la gente que ahí estaba, haciéndoles cada vez mas incomoda su estancia en la plaza a los grupos que por andanadas llegaban a la capital estatal. Así estuvo la plaza durante meses, sucia a mas no poder para desalentar a los marchistas que al parecer no se detenían en esas nimiedades. En medio de toda aquella contaminación y suciedad, era la contaminación por ruido tal vez la más severa. Los pésimos sonidos con los que cada uno de los grupos llegaban a la plaza, no dejaban de operar ni un minuto durante todo el día. A los discursos de los lideres se intercalaban pésima música, terriblemente ecualizada que lastimaba el sistema nervioso de todos los asistentes. Los grupos insistían en tomar el poder a gritos y al parecer lo lograban.

De los discursos poco se puede decir. Solo recuerdo de esa noche a un orador muy bajito cuyo timbre de voz resultaba reconfortante, que con un discurso bien estructurado lograba mantener la atención de los asistentes. Su dicción y su acento eran notables, porque a pesar de ser evidente que el orador tenía al español como segunda lengua, articulaba frases punzantes e inspiradas. Dos asuntos llamaron mi atención por el breve lapso de tiempo que atendí el discurso (normalmente no lo hago). La primera, que fue al primer orador que le escuché una frase de apertura de discurso, que durante casi dos años escuche después de casi todos los lideres indígenas estatales, regionales y locales; frase que por lo menos las primeras tres veces me pareció poética y hasta magnética. El señor abrió diciendo: “Me duele mi corazón…”, repitiéndolo como preámbulo a la difícil situación en la que se encuentran los pueblos indios del estado. El segundo asunto que me sorprendió, es que dio al auditorio una lista detallada de los latifundios simulados en el estado, que incluía mas de doce nombres de políticos connotados en el estado, que tienen en su poder miles de hectáreas encubiertas; lista que era exactamente igual a una que acababa de pasarle a mi jefe en México desde el fax de mi oficina y que en ese momento yo tenía en un fólder en mis manos. Lo primero que pensé fue que tal vez nosotros no estábamos dando una información correcta o exclusiva como yo pensaba y que esos datos eran prácticamente de dominio publico. Sin embargo el orden en que las presentaba era exactamente igual al impreso en mis tarjetas amarillas media carta, que los burócratas de esos tiempos utilizábamos para entregar documentos a autoridades superiores, para que ellos las archivaran mas fácilmente o las tiraran. Perturbado por que no fueran a decir que yo levanté mi información en la plaza, durante la próxima reunión que tendríamos con el gobernador esa misma noche, decidí retirarme a mi sacrosanta oficina y meditar en el camino lo ahí sucedido. Ya de retirada, me detuve un momento enfrente del estrado para mirar con detenimiento al orador. La verdad no encontré nada en especial. Camiseta roída y rota del PRD, huaraches enlodados, sombrero de paja con una película de mugre por el sudor, pantalones de mezclilla y un fólder amarillo en la mano, del que extrajo el documento que estaba leyendo. Sin mas me fui caminando a la oficina para disfrutar el estupendo clima nocturno de Tuxtla Gutiérrez de mediados de febrero, durante mi ascenso al libramiento sur de la ciudad.

El regreso a la oficina no tuvo tropiezo. En realidad las tardes frescas de Tuxtla Gutiérrez al ponerse el sol, hacen del ambiente una verdadera tregua climática deliciosa de disfrutar. Aun más, cuando caminas por ahí y tomas distancia de ti mismo, aislando tus preocupaciones, mirándote desde fuera tal y como eres ante la mirada distraída de los demás; uno mas en una multitud distraída que charla y camina sin ton ni son; platicas y pensamientos anónimos que no nos dicen nada y mucho menos nos importan, para no hacer sombra a los nuestros, en ese ente individual, casi impenetrable que conformamos. Así, a paso relajado y completamente solo llegué a la oficina para retomar el aliento y meditar lo sucedido minutos antes. Al llegar a la oficina encontré la misma escena que con la que me había topado en las últimas semanas turbulentas. A ritmo de oficina pública del interior del país y especialmente del sureste del país, fueron cayendo los pendientes uno a uno, con un desorden propio de un taller de hojalatería y pintura y no de una delegación del gobierno federal. La secretaria mascando chicle te informa el numero aproximado de llamadas recibidas, pero nunca sabe uno quien exactamente llamó y a que hora. La correspondencia esta apilada en una esquina del escritorio y debes estar atento para preguntar, porque ella nunca te hará mención de la bola de papeles que te llegaron. A pesar de ello mi mente estaba en otra parte y con actitud relajada expurgaba los papeles que descubrí en mi mesa. Repentinamente y sin avisar la secretaria entró a mi oficina rascándose la cabeza para preguntarme si quería algo de tomar y casi saliendo me dijo que alguien quería verme. Parece que es un señor que dice ser de Seguridad Nacional - que por cierto dice que debe recibirlo inmediatamente-. Inútil preguntar su nombre porque mi secretaria no lo podía retener por tanto tiempo.

Mi resistencia a recibir ordene me tentaron a hacerlo esperar, convicción que logré mantener solo dos minutos. La ansiedad por saber lo que podría querer la gente de seguridad nacional me hizo quebrantar mi orgullo y obedecer su solicitud. Que pase el licenciado. Desde que cruzó la puerta no atiné si estaba ante la persona correcta, es decir la misma que se anunciaba con tanta autoridad. Su aspecto no correspondía con lo que esperaba y la secretaria cerró la puerta casi inmediatamente. Uno frente al otro y tal vez por mi mirada de confusión o por mero procedimiento, el licenciado sacó su identificación de una bolsa de plástico muy usada y sudada. Se trataba de una charola de las de antes, impecable a pesar de estar en medio de toda la mugre acumulada por el trajín del licenciado Castillo o Castillejos (no leo tan rápido), en su versión de espía chino-tzeltal. Estaba acostumbrado a recibir indígenas durante todo el día, pero no camuflajeados de agentes de seguridad nacional. Los huaraches y las piernas enlodadas, el pantalón raído y la camiseta del PRD rota y vieja. Parecía que el personaje de la camiseta era de Cuauhtemoc Cárdenas en una de sus mejores fotos. La verdad lo desgastado de la camiseta le ayudaba mucho a la imagen del ingeniero.

Nos saludamos con la premura que él impuso adoptando en lo inmediato una posición de mando que yo no pude resistir. El interrogatorio fue rápido: ¿Qué hacía usted en la marcha? ¿Por qué saludo usted a estos lidere campesinos, son sus amigos? ¿Por qué todas las organizaciones con las que el INI trabaja están encabezando la marcha? El INI dio algún apoyo a los marchistas? Entonces, por qué los vehículos del INI están tapando la avenida central, bloqueando el trafico en ambas direcciones?. Respondí como pude pasando del asombro a la dureza, casi a punto de llamar a mi abogado. Algo tenía este personaje que me era conocido. Tenía apariencia indígena pero no distinguía acento chiapaneco, ni mucho menos bilingüismo. No tardé mucho en reconocerlo porque a pesar de no tener el acento que hace horas le había notado, no ocultaba la tenacidad, la agudeza y la fluidez que en ambos encuentros me impresionaron. Sus manos se agitaban frente a mí con la misma decisión con las que se dirigía al publico de la plaza central de Tuxtla. Evidentemente era el líder mas ovacionado del mitin, aquel de voz ecualizada que llamó mi atención por su oratoria, porque fue al primero que le oí decir que “…le duele su corazón” y por manejar con altísima precisión los datos sobre latifundios en Chiapas, que había mandado yo personalmente durante la mañana, a la dirección general, a través de la vía mas segura y discreta que conocíamos.

Lo miré con tranquilidad y con respeto por sus cualidades histriónicas. Le dije que platicaría con las organizaciones en cuanto hubiera condiciones para tratar de desbloquear la avenida central y nos despedimos después de saber que mandaría un reporte a las autoridades acerca de nuestra conversación.

Texto agregado el 12-04-2005, y leído por 173 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
21-08-2005 La verdad, el texto ha hecho que duela mi corazón, las difíciles situaciones políticas de cualquier país, hacen doler el alma, siempre, pues siempre hay perdedores y lo lindo sería que pudiésemos contar, sólo ganadores. *****. Un beso. Pilef
 
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