La muerte era ya inevitable, no podía escaparse del coche y sangraba por doquier, sus estremidades inferiores, trituradas por la colición contra el poste no se hacían presentes en sus sentidos.
Los gritos de desesperación y dolor cubrían la desastroza escena del choque con un drama de teatro.
Cualquier segundo era la eternidad ahora, no podía salvarme de la muerte, se hacía inevitable en la espera de mi ayuda.
Siempre había pensado que se sentiría morir así, nunca me había pasado algo parecido, y me horrorizaba al imaginarlo.
No había tranquilizantes que me calmaran, oía mis gritos secos y ardientes que se perdían en el aire, los espectadores lloraban mis opciónes de vivir. Sabían que eran pocas y se apiadaban de ellas.
No me quedaba espera, sabía que la sangre me ahogaría, se olía a hierro dentro del auto decorado de rojo.
No había cura, mi descanso me llevaría de la mano hacia mi cama, mi placer de dormir se haría inmenso; ahora lo haría para siempre.
Deliraba mis más remotos sueños cuando me tiré a dormir en la nueva habitación...y sería para siempre...