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- Me canso. Me canso de subir por la ladera helada clavando los talones en la nieve. Soy una sombra blanca contra un fondo blanco que ni se siente más ni se ve ni se imagina mancha. Me he convertido ya en paisaje, una mota que se mueve lenta contra la ventisca en un plano largo que se me hace eterno. Pero fui yo quien emprendió la marcha, quien dio un primer paso con los pies descalzos pisando la elástica, mullida y añorada hierba del valle abajo, superando veloz a la pendiente suave que ya hoy me es imposible. Y aún así sé que poco a poco voy ganando poco a poco hasta la cima.

Siguió subiendo, subiendo cada vez más blanco y más pequeño contra la inmensidad de la montaña. Con el viento gritando en sus oídos, alaridos de rencor del aire condenado a bajar siempre y a alejarse.

- Huimos del frío y lo llevamos. Es el anuncio de que no hay nada. Arrastramos lo que sabemos. Nada hay para ti, no hay para nadie. Nosotros no tuvimos, tú no lo tendrás.

Ya las había oído antes, decían siempre lo mismo. Ahora era más verosímil, desde luego. Sonrió o intentó hacerlo con la cara entumecida, que sentía que no sentía como una máscara. No podía detenerse, retroceder era una locura, siempre le podía vencer el frío ¿A cuantos no habría vencido ya?

- El camino era entonces suyo, su ladera. Hoy es mía, es mi montaña tanto como las manos o los pies que ya no siento.

Su cuerpo se fue humillando a medida que la ventisca le azotaba con más rabia, que los miembros perdían fuerza en el ascenso, que la cima se alejaba hacia arriba frente a él. Calló de rodillas y siguió a gatas por la nieve, los hombros se le vencieron y se arrastró palmo a palmo hasta la cumbre. El viento chillaba indignado.

- Desperdicio. Derrochas en el frío. El calor te está esperando blando en la pradera. Son tantos los que ríen y bailan allí abajo. Y tú aquí, eres un desprecio, eres un insulto. Nos vamos a calentar nuestros aires al sol del medio día.

Siguió arrastrándose, clavando los dedos como garras, tirando del cuerpo con los brazos, pataleando y empujando con los pies. Se dejó jirones arrancados por las lascas de hielo afiladas del final, se cortó las manos, el pecho, el vientre y su sangre se mezcló helada en los torbellinos de nieve y cayó como un rocío en los campos y en los rostros que cantaron de horror o de esperanza.
Un último esfuerzo, ganó la cumbre. La ganó y una mano amable le cerró los ojos y una voz dulce le cantó una nana.

Texto agregado el 12-04-2005, y leído por 173 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
22-04-2005 Espectacular, de lo mejor que he visto, te seguiré leyendo. bacca
21-04-2005 Bueno, amigo: Uno de los mejores textos por aquí expuestos, sin duda. Desdentado_Daroca
14-04-2005 hay cimas igual un tanto altas, no se si valen tanto sacrificio. O si. salut dan-ales
12-04-2005 Muy lindo relato, atrapante y con un final que, aunque se deja entrever, alivia. Mis felicitaciones AnitaSol
12-04-2005 Vaya, qué agonía... mi_mundo_paralelo_y_yo
 
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