Se me ocurre pensar el porqué con el llanto nos da por ocultar o fingir, demostrar o callar muchas de las cosas que en determinado momento sentimos por algo o alguien, lo que nos produce tristeza o alegría y de modo alguno sentimos la necesidad de manifestar.

Llorar es mucho más que el simple hecho de derramar agua salada por los ojos, y encierra también mucho más que las ganas de humectar involuntariamente los cansados ojos; es un reflejo a veces involuntario de los sentimientos que humanamente abrigamos.

También significa una artimaña, por llamarlo de modo alguno en que como característica privativa de la raza humana, podemos querer hacer creer algo a alguien aún sin sentirlo, y con ello provocar un llanto verdadero en el espectador.

Con el llanto en los ojos convencemos, dejamos aflorar nuestro sentir o de plano liberamos esas ataduras en la garganta que las emociones ejercen sobre nuestros sentidos, demostrando más que un dolor físico uno emocional, cuando nos sentimos en la confianza de hacerlo libremente.

Podemos hacer que alguien permanezca a nuestro lado, o hacer que por el contrario se marche, podemos sentirnos idiotas o con sentimientos, vacíos y faltos de algo o plenos y felizmente complementados.

Si de demostrar algo se tratase, en casos se llora para demostrar el enfado superlativo a que actos nos hacen llegar después de haber perdido el control de la situación y continuamos con la pérdida del control sobre nosotros mismos y sobre nuestro cuerpo.

En algunas de las veces darnos cuenta de las potencialidades y beneficios o desventajas que con el llanto adquirimos, significar debería un pleno conocimiento de nuestra individualidad o previsión de la de los que nos rodean, que aunque lo escondan lloran tanto o más que nosotros mismos.