Tan sólo era una cosa, una pequeña sensación que embargaba todo lo que le rodeaba.
El mundo se colgaba de su pensamiento y sólo él podía conseguir que no se derrumbara, callendo hacia su propio pozo.
Tanto era así, que muchos de sus dias que pasaba a lo largo de todo su tiempo distraido mostraba inconscientemente su peor cara, la cara del sentir, la cara del pensar. Su propia cara. Esa cara fria y sin color que auyentaba todo lo bueno que podía vivir, pero que tal vez era su destino.
Su rostro escondía un nuevo ser de vida, esperando salir del caparazón construido de miedo, ese que aparece cuando la existencia implica ser fuerte sin dejarse llevar por las emociones que conducen a sentimientos sospechosos, que ya experimento en el momento en el que se le apagó la luz y conllevan crear una nueva armadura protectora, cada vez más resistente a los golpes de la vida y que no deja que ésta sea vivida plenamente.