Cinco. Cuatro. Tres. Dos. Aspiro todo el aire que puedo. Uno. Me sumerjo y cierro los ojos. No tengo que dejar que se escape el aire, tengo algo en la garganta y no puedo tragar. Libero un poco de aire por la nariz. Me siento mejor. Empiezo a relajarme. Como tambores escondidos entre mis manos, el corazón palpita cada vez mas lento, con un sonido que va perdiendo nitidez, pum, pum, pum. Se siente la sangre subiendo aceleradamente... pum, pum pum... no aguanto más, y tengo que salir. Cincuenta y tres segundos, no está mal. Nada mal.
La calle está más fría que de costumbre y ella definitivamente no aparece. Espero en el viejo asiento y miro el periódico, como interesado, pero mis ojos están en la pierna podrida de ese limosnero que me pide una moneda y yo sólo le doy mi indiferencia. Allá él con su problema y acá yo con mi conciencia. Faltan sólo cinco minutos para que den las nueve y ella no aparece. Los cigarrillos... mierda!! ahí en la mesa, al lado del teléfono, y no hay mas plata para comprar otra cajetilla.
‘Error del sistema’. Impresora de mierda, claro, pero si no fuera para mi!!! Qué remedio. Las cosas de la oficina son mi mayor problema, pero a su vez, son la mitad de las razones que tengo para seguir aquí, con vida, sin ella, y en cierta forma sin mi. Daniela era joven e inteligente. Tal vez demasiado de lo segundo y por eso a la hora de elegir, no lo pensó dos veces y empacó sus cosas y me dijo chau y le dio dos galletas al perro y firmó una nota con la D mayúscula y solitaria de siempre y con un hasta nunca que leía de su mano por primera vez.
Lo más odioso era su forma de reir. Me molestaba tanto y más cuando ella lo supo y se sentaba junto a mi con su café recién servido y dejaba caer esas horribles carcajadas. Claro, después vino el café con Ramiro y los tres, para ser sinceros, la pasábamos bien. Bien hasta que Ramiro pasó sin ver a los dos lados y su alma se fue para el cielo y su cuerpo a trece metros del autobus. El café siguió sin él y entre una taza y otra le regalé a Daniela mis más íntimos secretos, y ella en recompensa, bajó el volúmen de sus risotadas.
Ella quiere ser actriz. Ella quiere ser actriz y yo quiero hacerle un hijo. O dos. Quién sabe. Tal vez si me quito esta barba me vea mejor. Sí, me veo más joven. Y el bigote? Mucho mejor sin bigote. Qué cara pondrás cuando te diga lo que siento?
Lo de siempre por favor. Un café sin azúcar porque quiere conservar su figura y para mi uno normal porque el café, en especial hoy, es lo de menos. Hablamos del nuevo presidente del departamento de insumos. De las posibles soluciones para optimizar los recursos. De cómo darle insentivos a los empleados. Ella dio una importantísima teoría de no sé que humano mientras yo la desvestía y la devoraba y me extinguía. Cinco para las dos. Hora de regresar a la oficina y no le dije ni una palabra. ¡Puta madre!!! La tarde está más larga que nunca y la escucho acercarse con una carcajada y curiosamente ya no me parece horrible. Incluso alcanza a contajiarme. Pasa por mi escritorio sin mirarme pero es claro que está pensando en mi. No tengo talento para las mujeres, digo que es claro porque así lo dejó escrito en un papel que tiro con rapidez en mi teclado "pienso en ti. Todo el tiempo. D.". Esta decidido, hay que hacerlo. Esta tarde la llevaré al teatro y después a su casa. No. Mejor a tomar vino y después a su casa. No. A tomar vino y después mi casa. Eso es.
Esa tarde la busqué en el escritorio. El jefe del departamento estaba sentado en la silla de Daniela y a quemarropa, despiadado y sin sangre en las venas, con ojos de lagarto inmundo y su boca hedionda y malformada me dijo que Daniela había renunciado. Y ahora para dónde, a quién, en dónde… vuelvo a mi escritorio y muevo la cabeza y no entiendo y maldigo y tengo una llamada y es ella y salgo corriendo y me río más fuerte que ella...
–Me adelanté y pedí lo de siempre. Espero no molestarte– Ella no sabe que no podría molestarme, nada de lo que hiciera podría romper mi felicidad en ese momento, quería saltarle encima y decirle que no se fuera de mi vida, quería amarrarla para siempre con hilos invisibles, quería hacerle y decirle tantas cosas y sólo dije –tranquila, no hay problema–. Le pregunté, como cualquier compañero, por su inminente renuncia. Me confesó que ese bastardo que tenía por jefe le había insinuado no sé qué cosas y me dijo que ella no era un objeto que se vende y yo asentí con la cabeza mientras tomaba un poco de café y ella se tapó los ojos en un gesto inolvidable y me dijo –quiero hacer el amor con vos– y el mesero salió corriendo para limpiar la mesa y yo quedé con el café sobre la camisa y ella con su risotada rompió el fofo ambiente del café y nos reímos como media hora. Después me dijo –en serio, quiero hacer el amor con vos. Pensé en decir algo hermoso, algo que no olvidara nunca, pero para cuando armé la frase, cuando encontré las palabras, ya habíamos hecho y reinventado el amor y ella dormía plácidamente sobre mi hombro.
Ella quería ser actriz. Y actuó. Lo hizo bien a decir verdad. Luego de meses y rasguños y promesas y silencios, dejó de serlo y se fue para siempre. La flor que no se vendía para nadie tuvo precio y hubo quién pudiese pagarlo y se ve hermosa en la franja de siete.
Esta vez será diferente. La tina está llena y Vivaldi suena bien. Al perro, mi tía lo cuida como Dios manda. Ocho, siete, seis. Aspiro todo el aire que puedo. Me sumerjo y cierro los ojos. no tengo que dejar que se escape el aire. El corazón palpita cada vez mas lento, con un sonido que va perdiendo nitidez, pum, pum. Esta vez será diferente. No saldré. Cinco. Cuatro… tres…
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