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Cuando aquella mañana húmeda de invierno el inquieto Benito vio salir apurados a los niños cargando sus mochilas en dirección al colegio; de inmediato se incorporó y corrió tras ellos, haciendo todas las gracias que acostumbraba hacerles con el único propósito de conseguir una caricia, una sobadita de lomo u otra muestra de afecto. En la calle a los niños los esperaba el furgón escolar. A Benito le sorprendió que olvidaran cerrar la puerta de la reja.
Entrada la mañana y cuando se hallaba trenzado en un frenético juego con las moscas que rondaban su plato, vio de pronto aproximarse a la dueña de casa trayendo consigo la leche y la comida. Él tenía claro que mientras más morisquetas hiciera ello contribuía a dar alegría a los de la familia, quiénes ya lo habían adoptado como un miembro más del grupo. Tal vez por eso cuando la tuvo cerca se afanó con fulgor por hacerla sentirse reconfortada. Las caricias bajo su mentón no se hicieron esperar, Benito adoraba esto. Él solía ser su fiel compañía mientras ella se abocaba a las labores domésticas. A ella le encantaba cuando él bailaba a su alrededor cada vez que ponía en el tocadiscos esa alegre música que a él tanto le gustaba. Antes de que fuera recogido de la calle, Benito acostumbraba a llevar una vida pendenciera, por eso que todos en casa lo llamaban cariñosamente ‘el perro guacho’.
Tipo mediodía tenía siempre la ocurrencia de salir disparado hacía el portón de la calle apenas sentía el agudo campanilleo del camión recolector de la basura. A él le encantaba ser azuzado por los recolectores cuando se aproximaban al portón a descolgar la basura de la reja, para él un juego habitual. Fue en ese instante cuando recordó que la puerta había quedado abierta. Instintivamente salió y corrió en búsqueda de una de las piernas del primer recolector que halló. Sintió placer al volver a sentir esa sensación de perro malo y bravo, al punto de quedar con sus colmillos enganchados a la mezclilla del exaltado recolector.
Benito no vio venir la monumental patada que lo mandó volando de bruces al centro de la calle. Nunca estuvo en sus planes ver aproximarse en fracciones de segundos las enormes ruedas de caucho del microbús que terminaron por aplastarle el rabo para luego mandarlo expedido por los aires en plena avenida. Por más que intentó aferrarse a la vida, cuando vio sus entrañas esparcidas por el pavimento y sus ojos comenzaron a nublarse progresivamente supo que su fin llegaba de manera irreversible e intempestiva. Antes de que la luz del ecran de sus ojos terminara por oscurecerse para siempre y antes que todo quedara en silencio.
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Texto agregado el 13-08-2003, y leído por 1266
visitantes. (10 votos)
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Lectores Opinan |
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05-02-2005 |
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Buen texto, pobre Benito... peinpot |
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03-09-2004 |
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No es malo, transimite muy bien las emociones y se lee fácil... aunque quizá quitaría lo de "notar el rostro de estupor de su dueña", como que rompe un poco el climax para mí... CHEwy |
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30-08-2004 |
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Cruel destino el de benito, asi son las cosas llegan en su momento sin mas sin menos, un relato perfecto como sueles solo tu hacerlo. Un beso y te invito a leer mis trabajos, soy la hermana de Luisa Maniels |
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06-06-2004 |
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pobre benito, ni pex ya le tocaba me gusto
arlequin45x |
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28-09-2003 |
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Parece querer leerse al final del cuento: ¡que cerca está el infortunio de la felicidad¡ Y eso sirve para los perros como para los humanos. Nunca se sabe cuando y donde aparecerá la parca con intención de llevarnos. Sin embargo, para mí, el verdadero valor del cuento está en ese tiempo medio donde se recrea la vida, donde se recuerda. Ahí se hace verdaderamente posible el final y por inesperado, por anticipada la suerte, tan doloroso. Digo con esto que merece la pena vivir cuando se sabe que se ha vivido y esa certeza que da la narración repasando lo que ha sido existencia animal es poderoso sustento de una manera de morir: no la más deseable, pero cierta. Merece la pena una relectura para corregir algunas expresiones gramaticales erróneas, como el incorrecto: olvidaran de dejar cerrada la puerta de la reja.
casual |
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