En uno de estos viajes, alguien pudo escribir los versos más tristes en una noche, ejemplificando cada uno de sus llantos, intentando volcar el dolor del desamor en el papel que, algún día, tomará el color del olvido para dejar atrás la actualidad de un instante y dejar paso a la necesidad de seguir adelante, para dejar de buscar un difícil final feliz y dejar paso a un nuevo y esperanzado principio.
Hoy quisiera escribir los versos más hermosos de una noche, de un día, de un atardecer cansino pero brillante, de un arco iris, y al mapa de su secreto tesoro, quisiera gritarle al infinito que la vida fluye en mí como la música que se apodera del cuerpo ingresando por los oídos, atravesando el cerebro y derribando todas las barreras a su paso para convertirnos en una gelatina indestructible al ritmo del poder de lo incomprensible.
En esta incursión me encontré repentinamente atisbando el horizonte, un día cualquiera, bajé la mirada a la corteza terrestre donde estaba parado, cerré mis ojos para recopilar, en mi mente, lo observado en el recorrido de mis ojos, desde un árbol a la distancia hasta mis pies. La sombra de aquel vegetal se acercaba hacia mí convirtiéndose en el origen de un momento que nace hacia lo incierto, sus ramas, pobladas de hojas, hablaban ayudadas por el viento, dejando oír su mensaje de unidad y comprensión, y pensé en la amistad.
Las hojas que caen con los primeros vientos, son como los amigos de ocasión, los de la disco y las vacaciones; las que perduran y se quedan en las ramas son como los amigos de todos los días, los de la escuela, el trabajo o el club; las que se renuevan y ven pasar los años junto al árbol son como los amigos del alma, aquellos a los que les contamos hasta lo más íntimo y nos cuidan en todas las vueltas del vivir. Lo bello fue darme cuenta de que aunque todas las hojas caen alguna vez, lo hacen para alimentan las raíces que les dieron origen, de la misma manera que el amigo estará siempre presente, aún en su ausencia.
Luego, una pequeña ave dejó aquel follaje, en el mismo momento en que retiré la mirada de él, y su vuelo dibujó en el aire una espontánea sonrisa que enmarcó la esperanza en mi rostro, pues los sueños vuelan desde nosotros hacia el deseo de encontrarlos en la realidad, y si aquel pájaro tenía un destino luego de dejar su nido, entonces mi sueño tenía una pequeña rama en algún árbol sobre esta tierra donde algún día posarse para lucir su plumaje de alegría.
La distancia era corta, pocas hierbas hacían de alfombra, una flor de varios colores logró llamar mi atención haciendo que la observe desde sus diferentes colores para imaginar varias flores en ella misma. La flor se blandía como un sable en la mano de un niño y, a pesar de estar siendo agitada sin cesar, reflejaba el brillo de la alegría que sentía aquel pequeño ser quien, sin saber hablar, me llenó de palabras el pecho con una sola sonrisa, hasta que una cascada de inexplicable felicidad expresada en llanto rebalsó los límites de mis párpados.
Recordé que era hora de abrir los ojos y encontrarle el sentido a algo de todo aquello. Reconocí dos mensajes de los que tú elegirás el que más te guste, uno decía: “seguí intentando que un árbol, un pájaro, las hierbas o un niño con una flor en la mano, te digan cuánto vales, que bella persona que eres y cual es la solución de un problema que quizás no exista en la realidad”.
El otro mensaje decía: “si puedes ver la amistad en lo que parecía ser el límite de tu horizonte, si tienes la oportunidad de montar un sueño en las alas de tus deseos, si puedes multiplicar la belleza que te rodea, si una sonrisa te devuelve a la vida con renovadas fuerzas, entonces, sé feliz, porque es todo lo que te mereces y solo tú posees las herramientas necesarias para lograrlo”. |