Si me miro al espejo...
me descubro,
me consuelo.
Tengo la tez blanca y los cabellos
con destellos dorados si los toca el sol.
Mis ojos son verdes de mares,
son ojos de horizontes.
Soy hija del mar y hermana menor
de sus tormentas, de arena tengo
las manos, de arena tengo la frente.
Un día en el mar me he de disolver
eternamente.
También amo profundamente los habitantes
del cielo... las estrellas, la luna con
sus mares, sus huracanes, sus nubes, sus aves.
A veces con ferviente frenesí...
busco en el mapa estelar, si hubiese en el
cielo una estrella con mi nombre: Pilar.
Pero los astrónomos se olvidaron de mí.
Soy necia en mis discuciones, reflexiva en
mis conclusiones, destructiva cuando me enfado,
silenciosa cuando me ofenden. Soñadora
en los atardeceres, perezosa al mediodía y
deslumbrada en las madrugadas.
Me gusta dormir sobre mullida almohada, soñar
historias de duendes y hadas... pasear por
parques otoñales, mojarme bajo las lluvias
invernales. Entrar a una Iglesia y resignarme,
comer en un restaurant hasta hartarme, tomar un
tren y viajar hasta que éste se desarme.
No soy fria ni precavida, siempre caigo en
un hoyo o en un abismo, mala calculadora,
noble en teoría, poetisa en mis sueños,
idealista de adolescencia tardía, muda en
amores, tímida en reuniones.
Soy de piel blanca, sienes amplias y pequeños
oídos, labios sonrosados y pies de caracolas
que se deforman en las ondas azules de la olas.
Soy melancólica y retraída, valiente en mi
cobardía, amplia de horizontes, promesa encendida
en el futuro, canto del mediodía, suspiro
cálido a medianoche, fracaso al otro día.
Mujer por naturaleza...
soy algo que nadie comprendería.
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