Mientras veía a mi alrededor un solo pensamiento cruzaba mi mente algo no está bien aquí. Los nervios se apoderaban de mí y sudor corría por mi frente sin control. Había algo sobre esta pequeña habitación que me incomodaba mucho, aparte de que estaba apunto de ser interrogada por un policía de trabajos sociales por primera vez en mi vida.
Su cara era gentil, hasta me atrevería a decir que no mataría ni a una mosca, pero la pistola en su cintura sugería otra cosa. Todavía no lograba descifrar porqué me habían traído, todos mis papeles estaban en regla y a limpia conciencia sabía que no estaba involucrada en ningún tipo de ilegalidad, al menos de que sea porque mi perro atacó al cartero no veía razón para estar encerrada en la jefatura de policías.
-Señorita Coronel, por amor a Dios deje de verse tan preocupada, no estamos aquí para atormentarla. De hecho la hemos traído para que nos ayude.
-¿Ayudarlos cómo?- pregunte, la idea de ayudar a un policía no aliviaba mis nervios en lo absoluto.
-Este paquete fue entregado a nosotros ayer por la tarde, su nombre es el que aparece como destinatario, así que ahora se lo vamos a entregar. Usted, como indicado en la carta adjunta debe de contarnos todo lo que se acuerde sobre la operación “Bon Voyage”.
Cogí la carta jugando con ella entre mis dedos, pero sin leerla, ese nombre había traído escalofríos a mi cuerpo, hace tanto que no lo escuchaba. ¿Cómo era posible que ellos supieran sobre Bon Voyage, y más importante aún qué tenía que ver con todo esto? Mil y un preguntas cruzaban por mi cabeza y no sabía que hacer. La única otra persona que conocía sobre la operación estaba en Argentina y no había tenido contacto con ella desde hace una década.
Respire profundo, recordando todos los lugares, todos los detalles y sintiendo nostalgia por los antiguos días. Pensé claramente que decir y poco a poco las palabras empezaron a fluir libremente de mi boca…
Estaba lloviendo como en cualquier semana de febrero allá en Guayaquil. Afuera sólo se podían ver gotas gigantes caer sobre el asfalto y los árboles. Era el día más gris que había visto en mucho tiempo, claro que hay que tomar en cuenta que me acababa de levantar, eran las cuatro y media de la mañana, mis ojos seguían técnicamente pegados y mi ventana era demasiado pequeña.
Había pasado muchas veces por esta rutina de “viajar”, pero me seguía pareciendo la cosa más odiosa de este mundo.
Primero, tenías que prepara todo: comprar el pasaje, sacar visa, sacar pasaporte, sacar cédula porque misteriosamente (lo cual incluye a mi mamá perdiéndola) desapareció, hacer maletas, chequear maletas, comprar ropa de frío, sacar tus preciados ahorros de tanto tiempo del banco sabiendo que van a desaparecer en menos de un mes, hacer la confirmación de tu vuelo, despedirte de tus amigos y escuchar a la gente decir siete mil veces “no pierdan nada”.
Segundo, tenías que levantarte absurdamente temprano para chequearte en el counter que suele estar cerrado cuando llegas dos horas antes de tu vuelo, hacer inspección de maletas, pasar por el detector de metales, sacarte los zapatos para que vean que no tienes una navaja suiza metida en la suela, pagar la taza de salida, encontrar tu sala de embarque y que Dios te bendiga si no tienes un discman porque el aburrimiento te mata.
Tercero, el avión siempre estaba frío, se movía bruscamente, te pasabas las siguientes cuatro horas entre ver la película, intentar sin mucho éxito dormir cómodamente en un mini asiento, escuchar todos y cada uno de tus cd’s, rogando porque ya toque la hora de comer o encontrando formas en las nubes cuando el aburrimiento apremia. Lo peor era que cuando al fin lograbas dormirte te despertaban porque había que llenar formulario de aduana en los cuales te preguntan desde tu nombre hasta ¿De qué están hechos los pinceles de pelo de camello?
Bueno, después de eso aterrizabas finalmente y estirabas tus pies luego de cuatro horas de sentarte inútilmente, ahora tocaba la cuarta y última fase que en mi opinión es la peor: hacer aduanas, o en palabras más simples, hacer una fila por veinte minutos esperando que te toque tu turno de ser interrogada por algún agente de la aduana (cada vez que me toca un gringo me dan ganas de hacerme la loca y simplemente decir “ Ai dont espik inglich”), tener que reconocer tus maletas de entre tantas que se parecen a la tuya, excepto que la mía era menos nueva…bueno, esta bien lo admito: mi maleta era mucho más vieja y se hubiera caído en pedacitos si no fuera por la cinta adhesiva. Luego de subirlas a un carrito que cuesta dos dólares son chequeadas y siempre tengo que ser interrogada sobre de que esta hecha la masa de huevos de faldiquera y por qué la estoy llevando, después de todo se parecía mucho a la cocaína según ellos. Por último sacar las maletas y esperar muy pacientemente a que mi hermana me venga a ver, en qué carro no sé porque cada año aparece con uno diferente.
Por todas estas pequeñas razones me parecía un dolor de cabeza monumental viajar, pero ese viaje era algo diferente. Después de todo era la primera vez que iba a ir a Europa y mi acompañante era nadie más ni nadie menos que mi mejor amiga, Julieta (pero por compasión mejor conocida como Jota), quien nunca había salido del país y era un cero a la izquierda cuando se trataba de organizar viajes. Como se imaginarán ya sabíamos de antemano que nos íbamos a perder.
Miré el reloj, cuatro y cuarenta y cinco. Hora de levantarse y empezar la rutina de viajes. Caminé somnolientamente hacia el baño y me puse un blue jean, una camisa verde, zapatos skechers, me lavé la cara y viéndome en el espejo me cogí mi pelo negro corto con el primer moño que vi. A pesar de mis dieciocho años de edad y una cara de seria única en su existencia, mi “gran” altura (que consta de un metro sesenta y uno), frenillos que se supone deberían de haberme quitado hace más de un año pero mi falta de cooperación no lo había permitido, y mi facha me otorgan la apariencia de dieciséis años máximo. Tener mi cédula al lado mío en toda ocasión era costumbre, también lo era ser interrogada sobre si la cédula en cuestión era falsa o no.
Salí del baño y metí mis maletas en el carro. Las maletas estaban relativamente vacías ya que yo no llevaba tanta ropa, lo que pesaba eran los dulces, atunes y comidas típicas (eso incluye la masa de huevos de faldiquera) que mi mamá mandaba conmigo ha Estados Unidos para que se los diera a mi hermano y hermana. Entré a la casa y desayuné la cosa más deliciosa de este mundo: pancakes con miel. Me despedí de mi perro, mi ratón, mi gato, mi canario, mi mono, mi lagartija (spike, speedy, silvestre, poinkiti, DK y bella respectivamente), mi mamá y me metí al carro con el chofer que se supone iba a manejar, pero yo seguía en esa época de egoísmo con mi carro en la cual no dejaba que nadie que no fuera yo lo maneje.
En los Ceibos, allá arriba, en la loma más alta, en el edificio más grande, en el último piso vivía Jota. La conocía desde hace mucho, se puede decir que la conocía desde siempre. Tenía el pelo rubio oscuro, largo y sus rulos eran perfectos, había pasado años obsesionado con su pelo para lograr que se viera bien. Era alta, por lo menos cinco centímetro más alta que yo, tenía ojos grandes, como los ojos de un perrito de caricatura y no había persona que le pueda decir que no cuando ponía su cara de “por favor”, aunque nunca lo hacia a propósito. Cuando llegué, Jota me esperaba afuera sentada encima de dos maletas y con su novio, Rafael. Habíamos hecho lo imposible para que él pudiera venir con nosotras, pero sus estudios, la falta de una visa, unos cuantos cientos de dólares y muchos eventos inoportunos se interpusieron a nuestros planes. Por suerte el viaje duraría un mes exacto, un par de días más sin Rafa y Jota comenzaría a volverse loca de nostalgia. Por el bien de mi salud mental tuviera que botarla puente abajo.
Después de una despedida que duró diez minutos, subió al carro y nos fuimos al aeropuerto. Jota estaba nerviosa y yo también, no había caído en cuenta que íbamos a estar solas en un continente que nunca habíamos visto, excepto en libros y películas, donde se hablan otros idiomas y donde las cosas son muy diferentes que acá. Pero eso lo hacía como una aventura, una aventura muy cara cabe recalcar.
Al llegar a la aerolínea comenzaron los problemas. Nuestro vuelo había sido desviado y nos tocaría embarcar en Quito, pero la aerolínea no cubría el gasto del pasaje hasta allá ni se responsabilizaba por la transferencia de las maletas. ¡Aerolínea de pacotilla! Nuestro itinerario era inamovible, teníamos que seguir casi todo al pie de la letra o perderíamos la reservación del hotel en Inglaterra, así que como buenas clientes pagamos el pasaje y arrastramos nuestras maletas hacia el área de embarque nacional. Cuando llegamos a Quito las cosas se calmaron un poco, pero todavía tenía en mente gritarles un poco a los de la aerolínea por hacerme gastar cien dólares en tremenda bobera. Entramos al avión que nos tendría presas por las próximas cuatro horas y para mejorar las cosas comenzó a llover. Por suerte no cancelaron el vuelo, y por mayor suerte aún llegamos sanas y salvas a Estados Unidos.
-Jota, pásame tus papeles de aduana para revisarlos. - dije mientras buscaba desesperadamente los míos.
-¿Papeles de qué? - mis ojos crecieron por lo menos cinco centímetros en radio cuando me contestó eso.
-¿No llenaste los papeles de aduana? ¿Unos como estos? - le dije mostrándole mi papel de aduanas escrito al apuro y con pedacitos de lasaña que había comido por todas partes.
-¡Ah!, esos papeles. Claro que los llené, espérate que ya te los doy. Los puse en mi mochila - dejé salir un suspiro de tranquilidad, sí había llenado los formularios, tal vez este viaje iba a ser más fácil de lo que creía, pero la voz de Jota interrumpió mi descanso de gloria-. Este, Mina, no se donde está mi…
-¡¿Perdiste tu mochila?! ¿Tienes tu pasaje, pasaporte, cédula y dinero contigo verdad? - mis ojos imploraban que la respuesta a mis preguntas sean una negativa y el resto positiva, pero sabía que era esperar demasiado de parte de la madre suerte.
-No esta perdida, sólo no se donde la dejé. Si tengo el pasaje y el resto de cosas, pero el papel de aduanas y el peluche que me dio Rafa están en la maleta - bueno, si tenía las cosas más importantes con ella suponía que podíamos llenar de nuevo un formulario y dar la maleta por perdida, pero ese bendito peluche era un regalo de Rafa, por lo tanto sabía que Jota no iba a descansar hasta que encontremos la maleta de ella.
-Vamos a buscarlo.- dije en forma resignada, antes de que lo mencione.
Buscamos en todas partes, debajo de asientos, cerca del avión, en cada corredor y no fue hasta que habíamos pasado media hora buscando que Jota se acordó que había ido al baño al bajar del avión. Entramos al baño y ahí estaba, al lado del lavamanos esperando pacientemente a que la rescatemos. Regresamos a hacer fila en migración y pasamos juntas a ser chequeadas. Fuimos acosadas con preguntas como de costumbre.
-¿Nombre completo?- preguntó el guardia.
-Milanca Ginebra Coronel Intriago.- dije en voz baja, siempre había estado avergonzada de mi nombre. Mis padres estaban locos por ponerme Milanca, según ellos es algo único porque es la combinación de Milena y Bianca, si me preguntan a mí yo diré simplemente que estaban borrachos la noche que eligieron mi nombre.
-¿Realmente tiene dieciocho años?- dijo incrédulamente.
-Si…tengo dieciocho años, cumplidos el veintinueve de julio del año pasado.
-¿Cuándo fue la última vez que vino a América?- dijo jactándose de ser gringo.
-Hace un año, para navidad.- respondí con sonrisa hipócrita.
-¿Primera vez que viene a América?- le preguntó a Jota.
-Si…-dijo simplemente, dándole tanta importancia a América como la que le daría a un perro sarnoso.
-Bueno, tienen dos meses de estadía y luego deben de regresar, vienen por turismo ¿No? - el señor estaba extremadamente orgulloso de las maravillas que su país tenía para ofrecernos.
-No, estamos aquí de transito. Mañana salimos a Europa. - dije fríamente, le pedí nuestros pasaportes y caminamos hacia el lugar de las maletas. Estas estaban ya en un grupo separado y encontrarlas fue fácil. Llamé a mi hermana para avisarle que ya habíamos llegado y que nos venga a ver apenas pueda. Ese “apenas pueda” tardó una hora entera.
-¡Ñaña!... ¿Dónde habías estado? - pregunté mientras le daba un abrazo.
-Accidente de transito mientras venía a verlas, tú debes de ser Julieta. - dijo mientras saludaba a Jota, de quien había escuchado tanto de parte mía.
-Jota. - contestó corrigiéndola, ella también odiaba su nombre.
-Bueno, suban que nos están esperando en la casa para cenar. - juntas levantamos las maletas y entramos al carro, esta vez una Quest.
-¿Qué hay de cenar? ¿Quién cocinó? -esas dos preguntas eran fundamentales antes de probar cualquier comida que te diera mi hermana.
-Hay seco de pollo y lo cociné yo. - dijo orgullosamente.
-Paso, es por tú seco de pollo que nunca más he vuelto a comer seco de pollo en Ecuador. - en verdad no es por mala, pero ese fue el seco de pollo más malo que había probado en mi vida. Si me hubiera convertido en vegetariana hubiera sido por la culpa de mi hermana.
Efectivamente fue seco de pollo, así que Jota y yo ordenamos pizza Papa John’s, la mejor pizza del mundo, de la cual todos robaron un pedazo, incluso la mismísima cocinera. Nos reunimos en el cuarto de mi sobrino a jugar monopolio, y para vergüenza mía y de Jota, un niñito de trece años nos sacó todo el dinero que teníamos en menos de una hora. ¿Qué podía decir a mi favor? Ese niño era un genio en estrategias. Cuando el sueño nos venció bajamos a nuestro “cuarto” (combinación de colchas y almohadas sin colchón) y antes de que pudiéramos dormir propiamente nos despertaron para irnos al aeropuerto. Revisamos nuestras maletas y mochilas, asegurándonos una vez más de que no se quedara nada ya que hasta la pérdida de un cepillo de dientes sería un golpe fuerte para nuestros bolsillos.
Dos horas más tarde estábamos en un aeropuerto en Carolina del Norte, esperando por nuestro segundo avión. No habíamos encontrado un vuelo directo entre Miami y Londres, por lo tanto nos tocó coger esta pequeña escala, lo cual no me hubiera importado si no fuera por una minúscula razón: afuera había una tormenta de nieve que había logrado que todo lo que rodeaba el aeropuerto e incluso los aviones se viera totalmente blanco.
-¿Qué crees que esté haciendo Rafa? - Jota hablaba con un tono nostálgico de alguien a quien le quitan una parte de su alma.
-Durmiendo, son las seis de la mañana allá. - contesté, acordándome de cuantas veces yo me había hecho esa misma pregunta con otras personas. Cada vez que me empezaba a sentir muy sola mientras viajaba me preguntaba a mi misma qué estarán haciendo todos en Guayaquil, y mi respuesta siempre sería la misma: durmiendo.
-Lo extraño.
-Lo sé, o sea, yo lo extraño y eso que es sólo mi amigo, hubiera sido demasiado bacán poder traerlo. Estar amarrada y lejos es horrible, pero desde otro punto de vista te puedo decir que ya falta un día menos para que lo vuelvas a ver. Aparte, este es nuestro último viaje juntas, después de esto te vas a Argentina y no te volveré a ver en bastante tiempo.
-No es para tanto, me verás en Navidad, aparte que son sólo cinco años…
-Media década. - le dije, poniéndolo un poco más melodramático.
-OK, es bastante tiempo, pero volveré. - prometió, como tantas otras veces habíamos prometido cosas.
-Nunca nadie vuelve. - dicho esto caímos en silencio
Habíamos pasado ocho años juntas, habíamos visto como cambiábamos, sabíamos todo la una sobre la otra y habíamos pasado por buenas y por malas. Ese viaje era la última parte de todo eso. Cuando regresáramos a Ecuador yo entraría a Medicina para convertirme en médico forense y ella se iría a Argentina con Rafa a estudiar Arqueología. Había la posibilidad de que esa fuera la última vez que nos veríamos por más de una semana en una década entera, ya que para cuando ella terminase su carrera y regresase a Guayaquil, yo tendría que irme a alguna parte del mundo a hacer el postgrado de la mía. Aunque nada de eso era seguro, una cosa si lo era: nada volvería a ser lo mismo. Las dos le teníamos miedo al cambio, y a pesar de cuanto las cosas habían cambiado en los últimos años, no nos acostumbrábamos a la idea de que las cosas dejen de ser como siempre habían sido, porque así éramos felices ¿Para qué cambiar?. Jota se quejaba abiertamente sobre lo injusto que era el cambio, yo ponía cara de todo-va-a-estar-bien y seguía con mi vida, aunque temblaba con cada paso.
-Voy a ver que tal esta nuestro vuelo. - dije para romper el hielo y me acerqué adonde estaban las pantallas con los vuelos. Todos decían “cancelado”, eso es todos excepto el nuestro. Ni siquiera madre naturaleza se iba a meter con mi último viaje por lo visto.
-¿Qué tal los vuelos? - la tormenta la tenía preocupada, lo podía escuchar en su voz.
-Ya nos toca embarcar, pero nos cambiaron de puerta a la C20. - no podía mencionarle que cada uno de los vuelos, a excepción del nuestro, habían sido cancelados por la tormenta. Si a mi me preocupaba ese hecho, a ella la consternaría de forma inexplicable, Jota le tiene miedo a los aviones y la tormenta no ayudaba a nuestra causa.
-¿Dónde queda eso? - pregunto con tono de que ya no daba más.
-Como a unos sesenta metros de aquí. –contesté. Si le hubiera dicho que nos encontrábamos a la vuelta de la esquina no me hubiera creído así que ¿para qué mentir?, la verdad estábamos en la B20, un Terminal entero más atrás.
-Bueno, a cargar estas cosas pesadas. O vamos caminando o nos dejan y nos perdemos de Europa. – me quedé sorprendida por su actitud, ella era el reflejo de “a mal tiempo, buena cara”, ese era el peor tiempo y la mas linda cara que se le podía poner.
Yendo a la C20 nos encontramos con un carrito de golf y convencimos al guardia de que nos lleve, después de todo, Jota tenía mal los meniscos y no podíamos obligarla a caminar tanto.
Después de lo que pareció siglos nos dejaron entrar al avión. Todo se había retrasado por la tormenta y el capitán dio el anuncio de que la comida se nos serviría brevemente y podríamos disfrutar de las películas cómodamente desde nuestros asientos, apretando el botón A, B o C dependiendo de la película que deseásemos ver. El vuelo se retrasó dos horas exactamente, así que en vez de demorarnos ocho horas en llegar a Londres, nos demoramos diez. Parecía que la suerte no estaba exactamente de nuestro lado, cada cosa que nos tocaba hacer se complicaba sin razón alguna, a ese paso lo único que nos faltaba es que se nos pierdan las maletas. El vuelo fue largo, pero iba bastante vacío, así que las filas del centro fueron usadas como camas y recuperamos sueño perdido. El resto del tiempo que no dormimos, pasamos comiendo, hablando o simplemente escuchando música. Nos movimos bruscamente un par de veces, pero fue menos de lo que nos movimos en el avión de Guayaquil a Quito.
Al llegar a Heathrow, uno de los tantos aeropuertos de Inglaterra nos topamos con nuestra primera sorpresa oficial en Europa. Nuestras maletas habían sido dejadas aparte en Carolina del Norte no llegarían hasta dentro de una semana y nosotras no nos íbamos a quedar en Londres más de tres días, lo cual indicaba que durante el próximo mes estaríamos practicando el antiguo arte de lavar ropa. No quedaba nada más que ponernos nuestras chompas, que por suerte traíamos a la mano, y caminar con nuestras mochilas y carry-on llenos de comida y algo de ropa hacia el próximo tren que nos lleve a Acton Town, luego cambiar a la línea de District hasta Earl’s Court y coger el próximo “underground” a la estación Bayswater, la más cercana al hotel. ¿No había forma de perderse, verdad?
-Excuse me, could I get two all access tickets that last three days?
-Sure lass.
-At what time does the next train to Acton Town comes?
-Six minutes. Here you go, thirty five pounds -¡ouch! Sentía como mis bolsillos enflaquecieron.
-Thanks, could you hold on a second? -me volví hacia donde estaba mi amiga- Jota, no hemos cambiado dinero. ¿Ves esa caseta amarilla grande de allá que dice “Money Exchange”? pide que te cambien estos cien dólares a libras esterlinas- muy obedientemente fue.
-Están cerrados por el día. -me dijo con un aire de que todo estaba bien.
-¿Qué?
-Broma, toma aquí está el dinero. -dijo entre risas. Me la quedé viendo con una cara de “eso no es gracioso”.
-Well, here is the Money, thanks again.
-You better get going or you’ll be late.
-Where…
-Go down the hall, when you see a big sign of Mc Donald’s go all the way left, you can’t get lost -dijo interpretando correctamente mi cara de turista perdida, su acento lo hizo un poco difícil de entender, pero después de tantas películas británicas que vi en el colegio fui capaz de descifrar algo de lo que nos dijo.
Llegamos con las justas al andén y subimos literalmente corriendo al tren que ya estaba cerrando sus puertas. Inglaterra era tan diferente a Guayaquil que es inconcebible para la mente que los dos sean parte de un mismo mundo. Las casas de Inglaterra eran la cosa más angosta que había visto hasta entonces y la flora era mayormente sauces marchitos por el invierno. El aire tenía el olor de una cuidad que había encontrado la industrialización muy efectiva y el sulfuro que salía de sus tantas fábricas era prueba viva de esto. De vez en cuando se podía ver una granja antigua, con establo y todo, que había quedado en ruinas por el tiempo y desuso. Sin embargo, era una cuidad llena de gente y niños pecosos, cordeles de ropa que sólo se usan en primavera y verano, pubs y antiguos parques que databan del año mil doscientos tantos. Las afueras de Londres eran hermosas, y eso que no fuimos en primavera cuando todo es verde.
-Mina, ¿Cuántas paradas son antes de Acton Town?
-Ocho, Acton es la novena
-La acabamos de pasar.
-¿Qué? ¿Y no hiciste nada al respecto?
-¡Hey! Se supone que tu guías y yo te sigo…no tengo ni la más remota idea de que estamos haciendo.
-¡Yo tampoco!, olvídalo, simplemente pásame el mapa de tubos y mira como se llama la próxima estación -tuvimos que esperar un par de minutos antes de llegar.
-Ealing Common.
-¡Miércoles! Nos estamos yendo para el lado equivocado, bajémonos –grité, saliendo lo más rápido posible del underground-. Nueva regla, si nos llegamos a separar la que se pierda se baja en la siguiente parada de underground. Ahora hay que tomar el que va de vuelta, bajarnos en Acton Town y cambiar al que vaya hacia Earl’s Court –dije después de inspeccionar el mapa que cada vez me parecía más indescifrable.
-¿Por qué tengo el presentimiento de que nos vamos a perder?
-No seas malilla, de largo que no nos perdemos. Tenemos un mapa, ¿Cómo nos podemos perder?
-Este…Mina, Acton Town –dijo y entre tropiezos nos bajamos del underground.
Logramos llegar en una sola pieza a Bayswater. Al salir de la estación se leía claramente un letrero que indicaba que Kensigton Garden estaba a mano derecha. Nosotras teníamos que ir a Kensigton Square Garden, así que supusimos que era lo mismo y seguimos la flecha. Avanzamos un par de cuadras (una cuadra de Londres equivale a dos cuadras en Ecuador) y no encontrábamos ninguna de las calles que aparecían en mi mapa del hotel. Tuvimos que parar en una esquina a pedir indicaciones. Un señor extremadamente amable nos llevó de regreso hasta la calle de la estación y entre señas, ya que su acento era in entendible, nos indicó seguir recto. Agradecidas eternamente nos fuimos por donde habíamos venido y encontramos la calle principal de mi mapa inmediatamente. Resulta ser que esa pequeña palabra, Square, si hace la diferencia. Kensigton Garden es un parque gigante que se extiende por cientos de metros, mientras que Kensigton Square Garden, un pequeño parque muerto de hambre que está en dirección contraria. Frente al parquecito estaba nuestro hotel, adentro se podía ver a la recepcionista esperando a ver si alguien se dignaba a llegar. Entramos y Jota se acercó a la recepcionista, mi boca ya no daba para hablar más.
-Hello, good… -miró a fuera para ver que hora era- afternoon. We are the Coronel reservation -dijo sintiéndose como si estuviera siendo evaluada en un examen de inglés.
-Er…- balbució mientras mascaba su chicle y revisaba una computadora -here it is “Core-oh-nel”, your room is in the forth story. You go throw these two doors until you find a flight of stairs. Go up until there are none. These are your keys, one for the room and another for the loo. There are no towels due to travelers always robbing them. Breakfast is served at seven sharp and it lasts an hour, after that no one will give you any food- hablando de gentileza a los turístas, pensé.
Seguimos las instrucciones y sin duda alguna ahí estaban, unas escaleras que se veían tal cual salidas de una película de miedo, pero con menos moho y más polillas incluidas. Di gracias a mi suerte porque se hayan quedado las maletas, ya que subirlas cuatro pisos hubiera sido una pesadilla. El cuarto no era de esos que se merecían cuatro estrellas, creo que no llegaba ni a una, pero para dormir estaba bien. Tenía su baño sin toallas, una cama de resortes con muchas sabanas, pero sin almohadas y una lámpara que parecía tener por lo menos tres meses sin ser usada. Por suerte sabía que dormir era lo que menos íbamos a hacer y que nuestro hermoso aposento sólo sería visitado cuando el cansancio nos matara.
-¿Qué vamos a hacer primero? -bostezó Jota y su cara se contorsionó a una mueca de sueño.
-Hoy nos toca quedarnos aquí y dormir, porque entre tantas perdidas, diferencia de horario y mala suerte en los aeropuertos, ya son las diez de la noche. Podemos salir a explorar los alrededores, tal vez comprar lo que nos falte, encontrar un cyber, ir a una discoteca, yo que sé.
-¿Y mañana? -se moría de ganas de conocer Londres, pero también se moría de sueño así que todo lo que me decía sonaba medio zombie.
-Yo quiero ir a la Torre de Londres, el Puente de Londres, ir a ver las calles, tal vez incluso subirnos al ojo de Londres…no sé. – dije, pensando que en serio que les gusta el nombre de su cuidad, se lo ponen a todo.
-Oye, absolutamente todo incluye la palabra Londres, ¿verdad? – dijo leyéndome la mente.
-Son ingleses ego centristas -bostecé también y descansé mi cabeza sobre mi chompa empezando a extrañar la almohada.
No podía creerlo, estábamos en el viejo Londres. Una cuidad llena de historia, sangre, leyendas, reyes y punkeros. Antes de hacer el viaje me habían dicho: “lee, así sabrás de que se trata lo que estás viendo y lo podrás reconocer”. Pero no lo hice, decidí que para eso sirven los guías y prefería experimentarlo a leerlo, o si no me hubiera quedado viendo Discovery Channel en casa.
-Bueno, chequeemos daños hasta la hora -sugirió Jota. Al decir “daños” se refería a la pérdida de la ropa y el dinero gastado, sin contar él que nos íbamos a gastar ya que una buena parte de los alimentos se fueron en la maleta.
Pusimos las maletas patas arriba y buscamos en todas partes. Nuestras municiones eran patéticas: quince fundas de macarrones con queso, diez atunes en lata, cuatro mayonesas, veinte fundas de galletas, ocho sopas chinitas, cuatro salchichas en latas, nada de pan ni agua. En cuanto a la ropa, el asunto tampoco mejoró mucho. Cuatro jeans, cinco camisetas, muchos cucos (ropa interior), cuatro pares de medias y dos chompas. Toda la ropa la compartíamos porque a pesar de que Jota era más alta que yo, me quedaba su ropa a la perfección. En este viaje nos tocaría hacer lo que nunca hacíamos en casa: lavar ropa bastante seguido, cocinar o no comer y administrar nuestro dinero o quedarnos botadas en un país en el cual nuestra lengua no es la más hablada. Nuestro dinero había disminuido notablemente, pero todavía teníamos suficiente como para comprar algo de detergente, comida y entrar a la mayoría de museos, en el caso de que nos faltase dinero siempre se podía recurrir a tocar guitarra en una esquina y rogar que alguien se apiade de nosotras, o nos pague para callarnos.
El frío de Londres era de esos que te llegaba hasta la médula y no te dejaba sudar. En ese momento entendí porque es que en la edad media los puercos de estos europeos no se bañaban; el sudor es probablemente lo que más te asquea cuando estás sucio, y la falta de este hace que te sientas limpio a todo momento. El olor que desprende una persona sucia es fácilmente tapado por un “baño francés”, o en cristiano: embadúrnate de colonia o perfume; por lo tanto no había verdadera necesidad de un baño. Mi chompa estaba a la medida perfecta, un poco más de frío y tal vez no aguantaría. Por suerte sabía que Inglaterra, siendo una isla, era el punto más frío en el cual iba a estar, por lo tanto si sobrevivía el frío de Inglaterra, sobrevivía todo. Jota parecía recién importada de Ecuador; sus mejillas estaban rojas, su cara era apenas visible entre tantas cosas que se había puesto para que no le diera frío en la cara y andaba con una mano dentro de la manga de la otra para mantenerse caliente, guantes y todo.
A la vuelta de la esquina de nuestro hotel había un McDonald’s y una tienda de alimentos que abría las veinticuatro horas. Unos cuantos metros a la derecha, del lado contrario de la calle había un cyber y una cafetería, más adelante una tienda de recuerdos y por último la boca del underground Bayswater. Entramos a la tienda y compramos agua, leche para hacer los macarrones con queso, pan para armar los sánduches y unos cuantos chocolates de Cadbury porque era tradición y porque es cosa normal que a Jota se le baje la presión. Cruzamos la calle para revisar nuestro e-mail, resulta que a Jota le había escrito Rafa y su mamá, a mi me había escrito mi mamá, mis primos con pedidos de cosas que querían de Europa y una amiga, Samy, que no había podido venir con nosotras porque su universidad en Chile comenzaba apenas nos graduamos y era su sueño ir ahí, no se iba a perder del comienzo de clases, ni siquiera por un viaje a Europa.
Ya más ubicadas entramos al hotel y subimos las escaleras interminables, eran las doce y el cambio de horario nos había hecho daño. El sueño nos venció y caímos rendidas a la cama.
-Mañana nos levantamos a las siete para desayunar, luego subimos y nos cambiamos y toda la cosa para estar listas tiro ocho y media…no abren nada hasta las nueve -le dije a Jota entre bostezos-. ¿Jota? –pero no respondió, parecía que ya estaba en el país de los sueños.
En medio de la noche el frío me cubrió y me vi obligada a levantarme de la cama, ponerme mi chompa y arroparme con todas las sábanas que había. Miré por la ventana, el sol estaba saliendo. Todo el cielo se tiñó de varios tonos de celeste y morado. Tal vez era un hotel trucho, pero la vista era espectacular. Desde nuestro cuarto piso se podía ver Kensington Garden, sus sauces y flores siendo iluminados por el amanecer frío de la isla. Ya había dormido lo suficiente y no había forma de volverme a quedar dormida. Volteé para ver a Jota, estaba seca e ida, de sus labios chorreaba baba; no se iba a levantar por lo menos en dos horas más. Viendo el paisaje me puse a pensar en todas las cosas que habían sucedido en mi vida desde que tenía memoria, la mayoría eran irrelevantes y no causaron gran marca en mí, pero desde el momento en que llegó la secundaria todo cambió. Muchos decían que era la época para forjar quien sería en el futuro, y la verdad es que aunque la gente suele hablar piedras, estaban en lo correcto. Nunca fui una persona a la cual todos querían, ni tampoco era el ser más amable; mis compañeros se reducían a un grupo de diez personas con las que siempre salía a todas partes. Entre estas estaba Jota, quien fue la única que perduró hasta hoy en día. Las diez personas se disolvieron y por un tiempo me encerré en Jota y yo. Siempre y cuando la tuviera a ella todo iba a estar bien; porque aunque sólo tuviese una amiga, sabía que era verdadera. Conocimos a más gente con el paso del tiempo y aunque amigos venían y amigos iban, ella seguía siendo una constante en mi vida. Sin embargo, al llegar a mis dieciséis años algo extraño pasó, yo cambié por algún factor que hasta la hora desconozco. Cambié tanto que Jota y yo simplemente ya no podíamos seguir siendo como antes, porque ya no me bastaba tenerla a ella y peor aún tenerla a medias por que ahora era de Rafa. Debía de admitir, sin embargo, que Rafa era lo mejor que sucedió en mi vida sin duda alguna, si él no hubiera aparecido en el plano yo nunca hubiera buscado más amigas y no sería quien era ese día frente a la ventana de Londres. Aunque dolía admitirlo, alejarme un poco de Jota fue bueno, me dio la oportunidad de ver a más personas y aunque la mayoría de la gente seguía siendo plástica a mi alrededor, algunos eran tan reales que me cuesta trabajo pensar que nunca antes me había fijado en ellos. Se puede decir que hasta mis dieciséis fui una niña con muchas máscaras y que el golpe de no tener algo seguro, como lo era Jota, me obligó a quitármelas. Tanto había cambiado en un año que dudé que ese viaje, el cual habíamos planeado Jota y yo desde hace tanto, se realizara. Pero ahí estábamos, a pesar de peleas y cambios, por última vez juntas como en el pasado. Pensé en el mañana y temblé por dentro, ya éramos mayores de edad y la realidad nos alcanzó bastante rápido. Todas las personas que quería se irían a otros países a estudiar, yo me quedaría en Ecuador, no por falta de dinero para estudiar en otra parte, sino porque era mi país y no lo quería dejar; aunque eso significara comerme la camisa.
Jota se movió. Ya eran las siete, el tiempo vuela cuando se están recordando cosas.
-Loca, levántate que hay que desayunar o la bruja de abajo nos deja sin ni un bocado -le lancé una sábana a la cara y se movió bruscamente.
-Tres minutitos más… -balbuceó.
-Levántate o te pongo agua fría en la cara –amenazarla funcionó, se levantó en un dos por tres.
El desayuno no estuvo tan malo, café con leche, muffins, jugo de naranja y tostadas con mermelada. El comedor estaba lleno de personas que también se alojaban ahí, la mayoría de nuestra edad, con aspecto (y olor) de mochileros. Desayunamos bastante rápido ya que un letrero nos dio a saber que el agua caliente se acababa a las ocho y media, y ya eran las ocho. Sabíamos que no era buena idea bañarnos con agua fría y Jota era de esas que se demoraban media hora en bañarse. Subimos las escaleras a toda velocidad y Jota ganó la carrera.
-OK, te bañas primero pero por favor no te demores media hora que no me quiero bañar en agua fría. Tú sabes que yo sólo me demoro cinco minutos.
Volteó los ojos y dijo -Apúrate que te voy a estar tomando el tiempo.
Sin pensarlo dos veces entré a la ducha y el agua caliente empezó a caer sobre mí. Era la sensación más deliciosa de este mundo, sentir el calor del agua corriendo por tu cuerpo cuando sabes que al salir te vas a congelar. Normalmente me demoro cinco minutos, pero salir al haber pasado este tiempo se me hacía una tortura; lo hice de todas formas, pero no de buena gana. Después de secarme con sábanas, ya que no había toallas, y cambiarme a la misma ropa del día anterior, esperé pacientemente a que salga Jota.
-¡Chuta! -escuché desde adentro del baño y vi mi reloj, ocho y media; se había acabado el agua caliente-. Mina, ¿Cómo te secaste?
-Con las sábanas -contesté haciéndolo sonar como lo más lógico.
-Pásame un par -dijo temblando desde la ducha.
Abrió la puerta y se las di. Minutos después salió y nos encaminamos hacia el underground. Después de unas cuantas extraviadas llegamos a nuestro primer objetivo. La torre de Londres era probablemente el lugar que más me había atraído hacía esa ciudad, sin contar sus antecedentes históricos y Harry Potter. Esta torre fue construida alrededor de 1100 y es uno de los lugares más sangrientos de todo Londres. Aparte de actuar como castillo, era la prisión de todos aquellos traidores a la corona, muchos de los cuales hoy en día se consideran héroes. El patio principal está lleno de cuervos negros, ya que en el reinado de Carlos II se comentó que si algún día los cuervos abandonaban la torre de Londres, la monarquía en Inglaterra cesaría; cosa que sucedió eventualmente, cuervos negros o no, ya que el poder era compartido por el primer ministro y la reina. La exhibición incluía poder ver las joyas de la corona, estas eran lo suficientemente hermosas como para cautivar incluso al ser más humilde de la tierra. El orbe del soberano, los cetros reales y la corona eran de oro macizo, con piedras preciosas incrustadas el los bordes o el lugar al cual la mayor atención deba de ir. Dentro de la torre principal, la “torre blanca”, se podían observar las armaduras de todos los reyes de Inglaterra, incluyendo la de Enrique VIII quien era bastante rellenito, también la armadura de sus caballos y las armas que se usaban en aquellos tiempos. De las paredes guindaban espadas, escopetas, pistolas, hachas, lanzas, arcos, en fin: tú nómbralo y ahí estaba.
Al salir de la torre se podía ver el puente de Londres. No tenía mucha historia en él, pero era hermoso. Blanco con azul, se erguían dos torres idénticas en medio del puente por donde pasaban centenares de carros y como muy buenas turistas no tuvimos nada mejor que hacer que ponernos en medio de la calle del puente y tomarnos fotos a nosotras mismas, echando suerte a que no nos atropelle un autobús de dos pisos. Caminar el puente de lado a lado no fue nada fácil, peor aún fue llegar al otro lado y darnos cuenta que no había boca de underground e íbamos a tener que seguir caminando sin remedio alguno. Lo bueno de ciudades como Londres, y de ser un par de turistas que se impresionan fácilmente, es que todo era memorable; especialmente el primer punkero de verdad que vimos. Lanzamos una moneda al aire, cara: lo seguíamos y le pedíamos que se tome una foto con nosotras, sello: simplemente caminábamos recto. La moneda voló de los dedos de Jota y cayó…en medio de la calle.
-Anda a ver que es –dijo Jota. Estaba loca si creía que iba a caminar suicidamente al medio de la calle.
-¡Anda tú! Eso es demasiado dinero, Jota. Tienes que recuperar la moneda -dije mandonamente.
-Yo no voy a ir ni porque me pagues cien libras –yo sabía que hubiera ido, y sólo por cinco libras, pero no estaba de humor como para gastar dinero de más en algo tan absurdo.
-Está bien, vamos las dos. – el termino medio siempre funcionaba.
Miramos para la derecha, no venía carro. Miramos para la izquierda, venían muchos carros. Esperamos y esperamos, corriendo cogidas de la mano llegamos a la mitad de la calle y recogimos la moneda, sintiendo como los carros empezaban a frecuentar a nuestro alrededor ya que la luz roja se había acabado.
Cara. Encontrar al punkero no fue fácil, se había escabullido a una de las calles traseras mientras nosotras luchábamos por conseguir la moneda y el encontrarlo fue una odisea. ¿Qué crees que le guste hacer a un punkero? ¿Tatuarse? Fuimos a una tienda de tatúes, nada. Fuimos a donde venden trago, nada. Fuimos a cada uno de los lugares que se nos ocurría y nada. Cuando ya perdimos esperanza, nos dimos cuenta que estábamos bastante perdidas; pero el folleto de turistas nos salvó. De una manera u otra habíamos venido a parar al teatro de Shakespeare y, a pesar de nunca haber leído nada de lo que el ejemplar de humano muerto escribió, nos metimos a ver que tal era. No fue nada del otro mundo, se puede decir que el muerto tuvo sus obras en un escenario bastante chiquito.
-Mina, ¿ese no es el punkero? -preguntó mientras me fijaba en la silla que usaba la reina en sus buenos años de entretenimiento.
-Se parece, claro que típico todos se parecen -contesté indiferentemente.
-Esperemos a que se voltee, si tiene un tatuaje de “the sex pistols” en su brazo derecho, justo antes de un lunar, es él -aseguró mirándolo detenidamente.
-¿Jota, cómo miércoles viste eso? Lo vimos tres segundos en la calle, ¿Cómo puedes acordarse de tantos detalles y no ser capaz de memorizar un simple procedimiento de problemas de corriente?
-No sé, pero estoy segura de que lo tiene -y efectivamente lo tuvo. Ahora, sólo nos faltaba lo más importante en este tipo de situaciones; el descaro y la valentía para acercártele a un completo extraño que tiene piercings a más no poder y decirle: “¿Te puedes tomar una foto conmigo?”.
Así que sudando de nerviosismo y con la cara apunto de estallar en una carcajada, nos acercamos a él. El punkero, llamado Robert Doyle, era apenas mayor que nosotras, su grupo favorito era the sex pistols y no hace mucho que se había teñido el pelo. Aceptó nuestra propuesta de una foto con la única condición que se la mandemos por e-mail y se convirtió en nuestro guía oficial por el resto del día. Nos llevó de regreso al puente de Londres y para gran sorpresa nuestra, si había un underground cerca, sólo que tapado por varias anuncios de coca cola. Cambiamos de estaciones hasta llegar a Waterloo. Al subir las escaleras el viento frío nos empezó a atacar de nuevo, pero la sensación desapareció instantáneamente al ver el ojo de Londres.
-Brand new, they built it for the new millennium and it was a bloody mess, if you ask me; traffic jams everywhere. I don’t know how much it weights or any of that nonsense, however it is the highest observation wheel in the world, and word has it that in a clear day, such as this, you can see the Eiffel Tower and about seven different countries. Shame it only lasts thirty minutes. -dijo nuestro guía oficial, con aire de alguien que sabe su historia.
-Have you ever been on it? -pregunté, pensando que sería el colmo que no.
-Me? No. I’m terribly afraid of heights.
-Well, so is she but I’m not missing out on this. Both of you are coming up with me -demandé, enserio no habíamos venido hasta Londres para no subir al ojo.
-Mina, no -me advirtió Jota, miedo infundido en sus ojos.
-Yeah! What she said MeanAnn!! -dijo riéndose del hecho de que no entendía nada de lo que estábamos diciendo.
-Jota, voy a comprar los tickets, si no vienen serán veinte libras desperdiciados.
-Translate -ordenó Rob, como lo bautisamos luego, a Jota.
-She’s buying the tickets anyways. If we don’t go it’s twenty pounds that will go to the garbage -explicó viéndome con un reproche en su cara.
-That’s no fair play. OK, we’ll go. But if I faint the blame will be on you -sonreí y compré los tickets.
La vista me dejó boquiabierta, mientras mis dos compañeros se aferraban con todas sus fuerzas a las barandas que se encontraban a los lados de la cápsula. El ojo se movía lentamente, pero al llegar a la parte más alta se paró para que pudieras apreciar toda la vista. Sobre los siete países no sabía, pero ahí claramente se podía ver la torre Eiffel y la parte trasera del palacio de Buckingham que parecía un collage de colores y texturas. Todo era impresionante. El río Támesis se extendía a nuestros pies, Jota y Rob se acercaron a mí para poder mirar Londres. Eran apenas las dos de la tarde, pero el hambre nos acosaba. La capsula empezó su descenso y al poner un pie fuera gotas de lluvia cayeron sobre nosotros, haciéndonos correr al underground para refugiarnos y comer nuestro snack, que constaba de sánduches de atún, agua y galletitas.
El palacio de Buckingham era nuestro siguiente objetivo. Cogimos el underground y bajamos en Victoria. Había mucha gente empapada de pies a cabeza por la lluvia que estaba tomando lugar afuera, y pensar que momentos antes había estado completamente despejado me provoco risa. Caminamos hacia la lluvia y sintiendo como nuestras únicas chompas se mojaban, paramos frente al palacio. Sus puertas estaban cerradas hasta Agosto y el cambio de guardias había pasado con apenas diez minutos. No habría otro en bastante tiempo. Jota se acercó a un guardia e hizo algo que había querido hacer desde que vio una película de Londres: molestarlo hablándole incesantemente y disfrutando cada segundo de ello. Ese día comprobó que es verdad, un guardia del palacio de Buckingham no puede mover ni un pelo hasta que se acabe su turno.
-I wonder why every single tourist does that -en verdad, creía que tenía la razón; probablemente cada turista lo hace.
-Because it seems like a heck lot of fun, doesn’t it?
-If you say so. Want a photo of both of you in front of the big old hag monument? –dijo refiriéndose a la estatua que se encontraba frente al palacio. Sonreí, le di la cámara y saqué a Jota de su sueño ilustre de molestar al guardia.
-OK, take a step backwards, another, another, another, another… - ¡Splash! Perdimos el balance y caímos muy dolorosamente en un desnivel, con charco incluido, frente al monumento. Todos; viejitos, jóvenes, turistas, locales, se voltearon a vernos encharcadas. Nos levantamos orgullosamente con un aire de “estamos bien” y correteamos a Rob por las calles de Londres. Queríamos que ese punkero pagara por lo que nos hizo. Claro, no lo alcanzamos porque era mucho más rápido que nosotras, pero solito regresó y nos dejó decirle un par de palabras no tan educadas. Nos despedimos de Rob, el inglés punkero, y nos encaminamos hacia nuestro hotel.
Subimos las eternamente largas escaleras hacia nuestro cuarto. Nos cambiamos de ropa a una que estuviera seca y lavamos la otra muda. Como no teníamos secadora, el calefactor tuve que reemplazarla. Mis pies me estaban matando, necesitaba un masaje urgente, pero sabía que Jota no es de esas que te complacen tus caprichos si estos incluyen esfuerzo físico de su parte, así que ni me molesté en preguntar. Alcé la cabeza y por la ventana se podía ver como el sol de escondía, eran apenas las cuatro de la tarde y ya no había luz natural. Convenciéndonos de que iba a valer la pena, nos levantamos de nuestras cómodas camas y encaminamos nuestros cuerpecitos hacia el museo de cera de Madame Tussaud. Aún no se que nos dolió más: la larga caminata o pagar la entrada. Dentro había esculturas de absolutamente todo: Madonna, la reina Victoria, Brad Pitt, el Keiser Wilhem I, Hitler, Stalin, Kurt Cobain, Jimmy Hendrix, los Backstreet Boys, Shirley Temple, Anna Frank…la lista seguía y seguía. Todos parecían tan reales que si hubiera sido posible acercarse un poco más, hubiera podido engañar a muchos diciendo que conocí a todos estos famosos, bueno los que seguían vivos por lo menos. Las fotos se iban en cada cosa. Habíamos traído por lo menos diez rollos de veinticuatro fotos; en este primer día ya se nos habían ido uno y medio. Tenía mis sospechas sobre que esos rollos fueron abiertos en Guayaquil, ya que los dejé a cargo de Jota y ella tiene un tick nervioso que incluye tomarle fotos a Rafa cada vez que puede. Al salir del museo hicimos el viaje más económico y útil de todos: subirnos a un autobús rojo de dos pisos. El clima cambió una vez más y ahora era una noche templada, sólo lo suficientemente fría como para recordarnos donde estábamos y no quitarnos nuestros suéteres. Conocimos varias calles de Londres encima de ese autobús y llegamos a Picadilly Circus, un tipo de redondel adonde todas las palomas vienen a descansar. Lo más sorprendente era que podías tocar la paloma y no se inmutaba. Podías perseguirla y pisar fuerte al lado de las palomas, y no se movían; habían pasado tanto tiempo cerca de humanos que ya no eran miedosas. Les dimos de comer y les tomamos fotos. Lamentablemente ya era de noche así que no nos quedaba más que hacer que regresar al hotel a cocinar nuestros macarrones con queso.
La cena estuvo exquisita; no se si fue la mugre en los dedos de Jota mientras mezclaba los macarrones ya que no había cucharas, o tal vez fue el agua de la llave en el cual los hervimos, personalmente yo creo que fue el hambre. Lavamos los recipientes de plástico que estábamos usando como platos y nos cambiamos de ropa para ir a dormir. Doblamos lo que se nos había encharcado ese día y subí a mi litera.
-Mina…- dijo desde abajo en silencio, como rogando porque no la escuche.
-Aja- contesté jugando con mi lengua y mis frenillos.
-¿Crees que las cosas hubieran sido diferentes si no hubiera conocido a Rafa? -eso si que es una pregunta profunda que sólo se te puede ocurrir preguntar en medio de una noche cuando no logras dormir, pero es una pregunta que durante un año entero me la hice a diario, y esta fue mi conclusión:
-Si lo creo, pero muy probablemente lo hubieras conocido en otro momento, o tal vez seguiríamos siendo un par de peladas y no estaríamos aquí hoy…no sé que hubiera sido de ti si no hubieras conocido a Rafa, sólo soy feliz de que lo hayas hecho -con eso le bastó y se quedó dormida. No pasaron muchos minutos antes de que yo también cerrara mis ojos y cayera en sueño profundo.
Nos levantamos, sintiendo que nuestras piernas eran de hule y se iban a rehusar a cooperar con nuestra noble causa de explorar. Seguimos la rutina del día anterior, con la excepción de que esta vez salimos del hotel con todas nuestras cosas en mano, listas para irnos a Francia. Visitamos un par de lugares, como el palacio de Kensington, el parque St. James, la iglesia donde se casan los de la realeza, la fábrica de Cadbury y el Big Ben por supuesto. Luego de todo esto, nos subimos al underground y fuimos a parar a Heathrow una vez más. Fuimos al counter para chequearnos a nuestro vuelo internacional a Francia y ¡oh sorpresa, sorpresa! la recepcionista no hablaba inglés, peor aún español, sólo francés.
-Bonjour, bienvenus à AirFrance, dans lequel puis-je servir les? -preguntó la recepcionista mientras yo seguía en un conflicto interno sobre porqué nunca aprendí francés.
-Bonjour, parle Angalis ? -dijo Jota y yo quedé atónita.
-Non -contestó amablemente.
-Bon, dans ce cas, sommes ici par le vol de des onze. Suis Julieta Merino et elle est Milanca Coronel.
-Coronel, Mèrino,ils sont ici...son vol il aborde dans une demi-heure par la porte A15. il baisse par les escaliers à main droite -de todo lo que dijo logré entender puerta y escaleras.
-Merci -¡JA! Pensé, Esa es una palabra que sí me sé.
-iIs aient un bon voyage -dijo mientras nos alejábamos.
-¿Cuándo aprendiste francés? -en serio me moría por saber
-Rafa me enseñó -claro, ¡no! Eso si lo aprende rápido, pensé mientras la envidia se apoderaba de mí.
-Bueno, ¿Adónde vamos?
-La del counter dice que hay que ir a la A15, que tiene que estar por estas escaleras abaja a mano derecha y meternos al avión como en media hora.
-Ah, de largo, como entendí todo lo que dijo -el sarcasmo salió de mi boca sin que pudiera pararlo.
-No seas picada, sé algo que tú no y punto. No te pongas celosa -dijo cortante, acelerando el paso.
-No estoy celosa –pero fue como hablar con una pared.
El vuelo fue corto, sin comida, sin música y sin hablar mucho ya que el ego no me daba para disculparme tan rápidamente, necesitaba por lo menos un par de horas más antes de humillarme en público. Al llegar al aeropuerto de París seguimos a la multitud y sorpresivamente no nos perdimos. El clima estaba mucho mejor que en Inglaterra, pero las chompas seguían siendo una obligación. A los veinte minutos de haber llegado ya despreciaba profundamente el francés; las “sortie” me tenían harta y escuchar por todos lados “merci”…es un idioma lindo, si lo entiendes; caso contrario simplemente suena a que la gente estuviera jugando a hacer ruidos con el paladar. Nuestro hotel estaba cerca de una de las tantas estaciones de metro, así que al igual que en Inglaterra tomamos el metro y esperamos por nuestra bajada. El hielo entre las dos era insoportable. Normalmente a estas alturas del partido ya hubiera sucedido algo que nos hiciera romperlo, aunque sea un evento ajeno a nosotras dos; pero esta vez parecía que tenía que disculparme o no tener con quien compartir todas las cosas que pasaban por mi mente.
-Jota, tú sabes que lo siento. Como que me cogió desprevenida que supieras francés, especialmente porque se supone que yo lo iba a aprender, no tú.
-¿Nunca puedes aceptar que alguien sea mejor que tú verdad?
-Saber francés no te hace mejor que yo.
-No estoy hablando de mi tonta, estoy hablando de cualquier persona que hace algo mejor que tu. La envidia te corroe. Admítelo.
-Si, me da envidia. Pero nunca como para estropear sus planes o botarlos por las escaleras o cosas así. Tú eres un genio en lógica, mientras que yo no puedo atinarle a eso de las secuencias de gráficos, y hasta la hora no te he empujado de ninguna escalera.
-¿Por qué te cuesta tanto decir lo siento?
-Lo acabo de hacer.
-Después de dos horas.
-Es que se me daño el cronómetro de cargo de conciencia por el cambio de horario.
-Aja…Ya, no inventes. Mejor coge las maletas que acá nos bajamos.
-Eh, Jota, me olvide de decirte algo. Hice reservaciones para una sola persona aquí en Francia, así que tendrás que entrar en el hotel de contrabando.
-¿Y cómo hago eso?
-Toma este radio, yo voy a registrarme con nuestras maletas y luego, cuando te avise, entras caminando como si fueras dueña del lugar y subes al cuarto; yo te indico donde es. Dame tus maletas para que no sospechen.
El hotel estaba en una esquina, frente a una tienda de comida y aunque no era grande se veía muy acogedor. Entré a la recepción y para mi suerte la recepcionista hablaba español, medio muletilla, pero español sin duda alguna. Nuestra habitación estaba a mano derecha en el primer piso, tenía una sola cama, un closet y baño (con toallas). La cama no era muy grande, pero habíamos logrado dormir tres personas en una cama más pequeña, por lo tanto eso no sería ningún inconveniente. El único problema con el hotel era que iba a ser difícil meter a Jota sin que se dieran cuenta, pero si era capaz de robar llaves de un bolsillo sin que se den cuenta, debería de ser capaz de entrar a un hotel sin llamar mucho la atención.
-Jota, coge las escaleras que están detrás de la recepcionista. Nuestro cuarto es el primero apenas subes. Avísame por radio si no lo encuentras, hagas lo que hagas no mires a la tipa cuando entres, sólo camina de largo.
Momentos más tarde Jota tocó la puerta y la dejé entrar. Estaba sudada, con el aspecto de alguien que hubiera corrido doscientos metros planos. No creía que subir las escaleras le haya causado tanto cansancio, después de todo eran apenas unos veinte escalones y ella estaba acostumbrada a subir mucho más que eso en su casa.
-¿Por qué estás tan sudada?
-Me perdí viniendo a acá. Me había ido a ver unas tiendas que quedan por la calle de atrás, cuando de repente me di cuenta que no tenía ni la menor idea de donde estaba. Luego me llamaste al radio y comencé a caminar en la dirección que creía era la que traía acá, en medio del camino me encontré con un perro al cual no le agradé mucho y empecé a correr. Encontré el hotel y subí lo más rápido posible las escaleras, casi matándome porque me resbalé en el último escalón. ¿Eso contesta tú pregunta?
-Definitivamente si, no se cómo te pueden suceder tantas cosas malas en tan poco tiempo. –dije francamente, ella era una de las personas con peor suerte que había conocido. Era posible que estuvieran dando muestras gratis de lo que sea y justo cuando le tocaba a ella se acababan.
-Probablemente Shan-tsu quiere que me haga más fuerte. –sugirió. Ella tenía su teoría filosófica de que Shan-tsu era su protector y ayudante en esta vida, era quien jalaba las cuerdas de su destino.
- Bueno, Shan-tsu puede hacer lo que quiera contigo con tal de que te bañes en este momento, empiezas a oler a saliva.
-No me mires a mí, es culpa del perro.
Mientras Jota se bañaba yo pensaba en todas las cosas que teníamos por conocer y todas las calles que tendríamos que caminar; mis pies me empezaron a doler con la simple idea del Museo de Louvre.
Salimos una hora más tarde hacia la Plaza de la Concordia donde habían muerto tantos en la revolución, La iglesia Magdalena y el palacio de la Opera. Los tres lugares eran espectaculares y relativamente cerca el uno del otro, pero ninguno más impresionante que Maxims, el restaurante más delicioso del mundo en el cual nunca comeríamos porque costaba un ojo de la cara. Sin embargo nos tomamos una foto al pie, como para decirle al mundo que habíamos disfrutado de una comida en Maxims. El palacio de Versailles era nuestra última parada del día. Habíamos escuchado tanto de él, de su salón de espejos y el tratado más cruel jamás firmado. Cuando llegamos caímos en cuenta que nuestras maquetas del palacio no le hacían justicia a la obra real; no sólo era gigante, sino que era asombroso. La arquitectura, los detalles, las columnas, las gárgolas, la entrada de adoquines, los jardines y sobre todo la famosa estatua verde de Luís XVI que estaba en sus afueras. El salón de los espejos era amplio, largo y en el techo había un fresco con toda la historia de la primera guerra mundial, el tratado, los personajes de la época; todo en fresco. Dios, sería una pena si alguien bombardea esto, pensé.
En el metro nos dimos cuenta que cerca de nuestro hotel estaba la plaza de la Bastilla, probablemente el lugar más revolucionario de todo París. Estábamos cansadas de tanto caminar, pero eso era algo que sabíamos no íbamos a poder hacer otro día. Hubo una gran batalla entre nuestro cuerpo y alma; al final hicimos un último esfuerzo y fuimos hasta la plaza para ver que había quedado de la antigua revolución. No era gran cosa, un monumento se elevaba en el centro de la plaza por todos los que murieron en defensa de su libertad y alrededor se podía ver una línea que marcaba el perímetro de lo que una vez fue la bastilla, o mejor conocida como la prisión del hombre de la máscara de hierro.
Toda Francia era espectacular, pero nada me impresionó como ir al Museo de Louvre al siguiente día. Era por lo menos del tamaño del centro de Guayaquil, su fachada era como la de un castillo de reyes (lo cuál lo fue por una época) pero en su entrada para el museo se encontraban tres pirámides contemporáneas, el contraste perfecto para tanta antigüedad. Tenía cosas antiquísimas, hermosas, invaluables, cosas de egipcios, griegos, incluso de la cultura valdivia. Había de todo y tan poco tiempo para recorrerlo. Las pinturas llegaban desde el piso hasta el techo, cubriendo por completo las paredes. La pintura de la auto coronación de Napoleón era impresionante, el lienzo ocupaba toda la pared y la textura era exquisita, todos parecían vivos dentro de las pinturas. La Monalisa estaba escondida en el rincón más rebuscado del Louvre y buscarla fue una misión imposible, al final no valió la pena ya que la Monalisa no era más que un retrato en un lienzo muy pequeño. Pasaron horas enteras y sólo me resbalé una vez, claro que Jota se rió de eso todo el camino a la torre Eiffel. Cuando llegamos a ella me sentí más pequeña de lo que ya era. El campo de Marte yacía a sus pies y la línea para subir a ella era tan grande como la torre en sí, trescientos veinte metros. Pero aguantamos la fila sabiendo que no volveríamos a treparnos en la torre en nuestras vidas, o por lo menos no juntas. Mientras subíamos en el ascensor me cogió la altura por primera vez en mi vida, estaba pálida; pero no era nada comparado con el aspecto de Jota quien hubiera hecho que un muerto pareciera bronceado. Paramos en la tercera y más alta de las terrazas de la torre para ver a toda la cuidad convertirse en nada más que una maqueta del actual París. Todo era tan diminuto y preciso. Los trazos de las calles eran perfectos, los monumentos que todavía no visitábamos estaban cuidados empeñosamente. Pero sin importar que tan hermoso era, nos hacía falta nuestro país; a Jota por Rafa y a mi porque no había mejor lugar en este mundo que las calles llenas de baches en mi lindo Ecuador.
-¿Tienes hambre?
-Vendería mi alma al diablo por arroz con puré de papa y carne apanada o un taco de la Kennedy.
-La perrada de Raúl.
-Pique y Pase.
-Coki’s.
-Ok, estamos en la cima de la torre Eiffel fantaseando sobre comida ecuatoriana. Mejor vamos a comernos nuestros sanduches de atún con sabor a delfín y acabemos con nuestra miseria, porque no vamos a comer comida rica de aquí a que se acabe este viaje, al menos de que nos encontremos cien euros en el piso.
-¡Mira! Cien euros. -dijo mientras me volteaba rápidamente para ver.- Jaja, caíste.
-No me hace gracia, quiero una comida decente, a este paso me voy a convertir en un atún de tanto que estamos comiendo esa cosa.
Pero se siguió riendo sin cesar mientras yo maldecía en mi mente el día que se les había ocurrido inventar el juego de “¡mira eso!”; si veías entonces caíste en su juego y se reían de ti media hora intentando de hacerte caer de nuevo.
Después de nuestro nutritivo almuerzo, cogimos el metro hacia el hotel, sin perdernos esta vez. Nos bañamos, cambiamos, maquillamos y todo el acto completo para ir a ver el show del Moulin Rouge. Creí que iban a ser un monten de mujeres en atuendos reveladores bailando en un escenario, pero en verdad fue espectacular. Sí, las mujeres si estaban en atuendos reveladores, pero los bailes eran complicados, y el entretenimiento del intermedio fue para morirse de la risa. Nos regalaron una botella de vino Ayalá, el cual prometimos que abriríamos un año más tarde, para celebrar el aniversario de nuestro viaje. Con los pies en extremo dolor y el cuerpo a más no dar, nos acostamos a dormir sabiendo que al día siguiente nos tocaría empacar nuestras cosas e irnos en el tren de la noche.
-¡Vaga! Levántate que quiero desayunar.
-Anda pos.
-No puedo, estoy de colada. ¿Te acuerdas?
-Cinco minutitos más…
-Ya son las nueve y media, cinco minutos más significa no desayunar.
-OK, OK, ya voy. Ladilla.
Entre gruñidos me desperecé y salí de mi cama. Era un día hermoso, como todos los que habíamos pasado en París, pero aún así no se me apetecía salir sin chompa. Camino al área de desayuno caí en cuenta que seguía en mi pijama y Jota no se había dignado a advertirme antes de salir del cuarto, así que me di media vuelta y subí de nuevo las escaleras, rogando que nadie me hubiera visto. Cuando entré en el cuarto Jota me esperaba sentada en la cama, con una sonrisa de oreja a oreja.
-¡No! ¡Digas! ¡Nada!...es enserio, te juro que te dejo sin comida. –pero era inútil, mientras más la amenazaba, más se reía.
Minutos después regresé con su desayuno metido muy profesionalmente en mi cartera; tantos años de práctica en las fiestas de etiqueta habían perfeccionado mi arte de robar comida y explotar la capacidad de una simple cartera. Mientras desayunaba Jota, yo hacía los planes para el día; de ahora en adelante no habría más aviones, sólo trenes incómodos con todas nuestras maletas dentro de nuestro mismo compartimiento. Primero iríamos al Arco del triunfo, luego al Hotel Carnavalet y por último a Notre Dame; sería un día largo y cansado, ya que estaríamos halando nuestras maletas todo el rato.
Al final de la avenida estaba el arco del triunfo, mientras movía mis pies no podía dejar de pensar en que las tropas Nazis habían entrado marchando por ahí una vez, probándole al mundo entero que ellos eran los mejores de la época. Carros pasaban rápidamente enfrente de nosotros pero después de vivir en Ecuador donde el conductor tiene preferencia sobre el peatón, cruzar la calle fue pan comido. En la parte más alta del monumento había varios escudos con el nombre de las batallas más famosas del enano Napoleón; un genio en la batalla, pero nadie le quita lo enano. Bajo nuestros pies, la tumba del soldado desconocido. Uno de los tantos soldados que han muerto por su país e ideales y cuya identidad nadie conoce, me corregí a mi misma.
-Qué horrible dar la vida por tu país y que nadie sepa que fuiste tú. Qué es por ti que este es un lugar mejor. Qué nadie sepa quien fuiste.
-No se Jota, si lo piensas bien, cada uno de nosotros da su vida por algún ideal de una forma u otra; la madre que por su hijo sacrifica su carrera, el doctor que cura a enfermos incluso después de que se acabó su turno, el vendedor que regala una manzana a una persona pobre, el pobre que fue honesto y no robó…la lista pudiera continuar para siempre, y aunque todos ellos hicieron del mundo un mejor lugar, no recibieron un monumento a cambio, sólo una lápida con su nombre y las lágrimas de unos cuantos. Viéndolo así, ser reconocido mundialmente por ser un misterio no me suena tan mal.
- Mina, no más macarrones para ti. Te ponen muy filosófica y melodramática.
-Ja, chistosa. Ya deja de criticar mi sabiduría y vámonos para el siguiente lugar. No nos queda mucho tiempo acá.
-¡Tenemos cinco horas! –dijo con incredulidad, viéndome como si fuera de otro planeta.
-Exacto…no tenemos tiempo.
Nuestra siguiente parada fue el Hotel Carnavales, con su museo dedicado casi enteramente a Luis XVI, el rey que se creía sol. Dentro del hotel estaban los documentos más importantes de la historia francesa, pero eso no captó mi atención en lo absoluto. Sin embargo, las habitaciones que sirvieron como prisión para la familia real durante la época de la acusación de Luis XVI eran impresionantes. Si esa era una prisión yo no hubiera tenido ningún problema en recibir la pena máxima.
-Aurais-tu aimé vivre as? –dijo un total extraño cerca de mí. Hasta cierto punto no estaba segura si hablaba conmigo o no.
-Ne parle pas Français –pronuncié tímidamente mientras veía al extraño y me pateaba mentalmente por no haber aprendido nunca francés ya que el extraño en cuestión no estaba nada mal. Me pregunté a mi misma ¿Por qué cuando al fin puedo abusar de las habilidades de Jota, ella me deja solita y abandonada?
-Er… Sprechen Sie Deutsches?
-Non.
-¿Italiano?
-Non.
-¿Español?
-Ese si –dije a aquél extraño que por el momento me había dejado impresionada con el dominio de cuatro lenguas, o por lo menos el aparente dominio.
-No pareces de España.
-Es por que no lo soy. Vengo de Ecuador. –me dio una de aquellas miradas que dicen “¿Y eso con que se come?”- ¿Latinoamérica? ¿Mitad del mundo? ¿Galápagos? ¿Debajo de Colombia y encima de Perú? –si no era capaz de reconocer a Ecuador después de tantas pistas, entonces no valía la pena.
-ISA Gobelet Mondial deux mille quatre –dijo emocionado, mostrando que entendió a lo que me refería. Yo por mi parte levanté una ceja, dando a entender mi falta de comprensión en cuanto a lo que me acababa de decir.- umm…Surf 2004.
-Si, el mundial de Surf fue ahí en el 2004.
-Bueno, lo que te pregunté fue: ¿Te hubiera gustado vivir así?
-A primera vista si, pero después de recordar todo lo que esto implicaba: las formalidades, reglas y estándares llegué a la conclusión que prefiero mi incomodidad, es más cómoda después de todo.
-¿Cómo se llama?
-¿Qué cosa?
-Usted.
-Ah, lo siento, no estoy acostumbrada que me traten de usted. Me parece lejano a mí, como si estuvieran hablando con otra persona. Me llamo Mina. ¿Y tú?
-Pierre. –dijo mientras yo me reía lo más disimuladamente posible.- ¿Qué es tan gracioso?
-Nada, es que es típico nombre de película francesa.
-Bueno, estoy seguro que de donde tú vienes hay bastantes Minas… -dijo sonrojándose.
-Si quieres la verdad, no. Mis padres me pusieron un nombre bastante original. Aparte Mina es mi apodo, mi verdadero nombre es Milanca.
-Uhumm. –escuché atrás mío y me di la vuelta para contemplar a la más hermosa criatura de este mundo, Jota, quien por el momento parecía más una cabra loca que una persona hermosa.
-¿Te atoraste? Ah, lo siento. Jota este es Pierre, Pierre está es Jota. Estamos viajando juntas.
-Gusto en conocerte. –dijo Pierre mientras extendía su mano derecha para saludarla. Jota la tomó muy reluctantemente.
-No, el gusto es todo mió. –dijo fríamente, como un robot programado para decirlo. –Si quieres saber que me pasó te lo diré: me perdí y para colmo terminé metida en una habitación muy pequeña. Mi claustrofobia no ayudo mucho tampoco. Ahora, si nos disculpas Pierre, tenemos que irnos a Notre Dame o no alcanzaremos a conocerlo.
-¿Se van hoy? Yo me voy hoy para Brugge a visitar a mi madre.
-¿Me estas jalando la pata verdad? –dijo Jota sorprendida, más no alegre, pues nuestra siguiente parada era Brugge.
-¿Halando pata? –preguntó verdaderamente confundido por la terminología.
-Molestando, haciendo una broma…mintiendo. Es que nosotras vamos para Brugge, entonces es medio raro que tú también vayas para allá.
-Las puedo acompañar si quieren, mi tren no sale hasta en dos horas y cuando ya lleguen a Brugge les puedo dar un lugar donde dormir. Si quieren también podemos salir a pasear. Mi mamá es como la enciclopedia de Brugge. –ofreció amablemente, pero había algo con Jota que no cuadraba con su normalmente radiante personalidad de sirena buena, así que antes de que yo pudiera aceptar la oferta, Jota dijo:
-Creo que estaremos bien solas, pero gracias de todas formas.
-Bueno, en ese caso escríbeme algún día, este es mi e-mail. –dijo escribiendo en un papel algo que se veía bastante como jeroglíficos.
-No puedo leer lo que dice aquí, sin ánimos de ofender.
-Dame la tuya y yo te escribo. -sugirió. Tomé el mismo papel y escribí en una esquina mi dirección, con letra bastante legible según yo.
-Muy bien, adiós. –susurré más para mi misma que para el resto, caminando junto a Jota hacía la estación del metro. El viaje a Notre Dame fue silencioso y por mi mente cruzaban muchas ideas de cómo era mejor matar a Jota. En cambio en la cara de Jota sólo se leía una expresión: no quiero hablar de eso.
El metro se detuvo bruscamente, forzándonos a salir a lo que sería nuestra última parada en Francia. No quería pasar todo el paseo por la Iglesia sin hablar con Jota, me gustaba meditar pero el silencio entre las dos era exagerado.
-Jota, ¿Qué fue eso? ¡Sé que es un extraño y toda la cosa, pero por amor a Dios no era para tanto! –dije desesperadamente. La vi esperando una respuesta coherente; caso contrario tenía un par de escenas de Dragon Ball Z que quería poner en práctica. Después de lo que pareció una dinastía china contestó:
-¡Te salvé la vida! ¡Por todo lo que sabes pudo haber sido un asesino en serie! Hoy en día no se puede confiar en todos…
-¿Asesino en serie? Y eso viene de la persona que solía conocer cinco personas nuevas en cada fiesta. Ellos también podrían haber sido asesinos en serie. –dije invalidando su argumento instantáneamente.
-¡Ahhhhh!…ya, está bien. Extraño a Rafa y verte a ti con un francés no…no, simplemente no. Ya estoy bastante sola y si te la pasas todo el rato con él entonces ¿qué se supone que hago yo…?
-¿Cuántas veces te he dicho que estas loca y qué tus hormonas le ganan a tus neuronas?
-Cuatrocientas setenta y nueve, pero ese no es el punto. Realmente lo extraño. –una lágrima corrió por su mejilla. Sabía que no había salida fácil de esa. Cuando Jota comenzaba a llorar había dos opciones. Uno: la consolabas. Dos: revivías el diluvio universal.
-Ya vamos al tercer país Jota, falta cada vez menos para que lo veas. Tú sabes que él quisiera que la pasaras bien. Si me hubieras dejado aceptar la comida y el alojamiento gratis que nos estaban ofreciendo, tuviéramos dinero para llamar a Rafa.
-Entonces apurémonos para encontrarlo en Gare Du Nord y que no se nos escape la posibilidad, aparte estoy cansada de tanto macarrones y galletas.
Contemplábamos aquel paisaje que habíamos visto tantas veces en el Jorobado de Notre Dame. Desde la terraza de la Iglesia se podía observar el río que divide la cuidad, las casas de cientos de personas y la plaza que estaba llena de palomas esperando a ser alimentadas. Al bajar para ir al metro fuimos atacadas por dichas palomas y por primera vez en la vida entendí el miedo de tantos hacía las palomas: sus picos eran realmente duros y no se sentía nada agradable ser tratada como comida.
Al llegar a Gare Du Nord buscamos desesperadamente a Pierre, pero sin suerte alguna. Por lo visto su tren se había ido tres minutos antes de que llegáramos y hasta ahí quedó nuestro sueño de una cama cómoda, una comida decente y un poco de dinero extra. Pronto nos tocó a nosotras mismas embarcarnos en nuestro tren a Brugge. Las maletas pesaban cada vez menos, lo cuál era un alivio porque no quería arrastrar cosas pesadas por toda Europa. Encontramos un compartimiento muy amplio en primera clase y juntando los asientos formamos camas. Dormimos la mitad del camino a Brugge, la otra mitad fuimos despertadas por bulla, el señor que chequeaba los pasajes y un cierto francés que ya conocíamos.
-¿No qué tú tren se iba antes del nuestro? –pregunté con verdadera curiosidad, encontrarme dos veces en el mismo día con alguien no era algo que me sucedía muy a menudo, al menos de que sea planificado.
-Llegue tarde y me metieron a este, fui a buscarlas a Notre Dame pero no las encontré.
-¿No viste a dos personas siendo atacadas por palomas? –preguntó Jota, esta vez siendo ella misma y no “Jota la ogro verde”.
-Si…
-Entonces si nos viste. –dijo Jota, mientras nos reíamos de nuestra mala suerte.
Después de una pequeña conversación, Jota introdujo muy cuidadosamente el tema de la oferta que nos había hecho más temprano, disculpándose por haber sido un dolor de cabeza con él, poniendo como excusa su claustrofobia. Él aceptó las disculpas alegremente y juntos nos bajamos del tren, rumbo a la casa de la mamá de Pierre. Dicha casa estaba bastante bien escondida en el pequeño pueblo y como llegamos de noche ni Jota ni yo sabíamos a donde miércoles estábamos yendo. Pierre nos ayudó a subir las maletas hasta el departamento de su madre mientras las dos esperábamos nerviosas del otro lado de la puerta mientras el hijo le decía a la madre sobre la visita inesperada de dos completas extrañas que había conocido hace menos de un día. Nosotras teníamos en mente salir corriendo si no nos abrían la puerta en los próximos treinta segundos, pero justo cuando dimos el primer paso la puerta se abrió, aceptándonos dentro de la casa. La mamá era bastante parecida a él: pelo negro lacio, ojos claros, sonrisa amplia, estructura mediana y labios finos. Las únicas diferencias reales entre ella y su hijo eran: el color de los ojos, los de ella verdes y los de él azul; y la altura, él era alto mientras que ella medía lo mismo que Jota, lo cuál para mi significaba que era alta.
Comimos…de verdad comimos, ya habíamos olvidado como sabía la comida de verdad y no la que viene en pequeñas fundas o enlatados. Quedamos tan llenas que no nos movimos de nuestro puesto hasta que el gato se trepó en la mesa y nos hizo saltar, causando que Jota se cayera de su silla y que yo me riera sin parar. Estábamos cansadas y nuestra cama se veía tan suave y cómoda que si no hubiera sido por Pierre y sus insistentes invitaciones a explorar el pueblo, hubiéramos dormido por semanas enteras sin problema alguno.
Brujas era apenas un pequeño pueblito, tan pequeño que incluso se decía era posible recorrerlo en menos de tres horas andando en bicicleta, pero no estaba apunto de comprobar esa teoría. Claro está, para ser un pueblo no se parecía a ningún pueblo que yo haya visto. No había chivos sueltos, puercos andando por las calles...incluso había asfalto de verdad. Ahora, esa es la diferencia entre un pueblo tercermundista y uno del primer mundo. Pero había algo más en ese pequeño pueblo, no se si fue la temperatura perfecta, tener a Jota viendo todo como si estuviera hecho de juguete o el sentimiento de estar segura, pero me pareció que Brujas era sin lugar a dudas el segundo mejor sitio del mundo, siendo el primero, claro está, Ecuador. Todas las casas eran pequeñas, de varios colores, los adornos detallados, las calles tenían caballos halando carrozas, las tiendas vendían pequeñas brujas y dragones…todo era mágico, un pueblo sacado de un cuento de hadas. Nos detuvimos en un bar, pero nuestro anfitrión cambió de parecer mientras veía hacia el canal, donde un botecito se acababa de detener.
-¿Quieren ir al bar, junto a mucha gente borracha o prefieren andar por los canales? La verdad en ambos se van a divertir, pero algo me dice que no tienen veintiún años todavía...
-¿Cuántos años tienes? –preguntó Jota, mientras yo me preguntaba como me podía haber olvidado de preguntar algo tan importante desde el comienzo.
-Acabo de cumplir veintiuno y estoy seguro que si las dejaría entrar en el bar…por lo menos tú si entrarías, en cuento a Mina dudo que le pongan un día más de dieciséis años. –dijo mientras lo veía con una cara que sugería en cada una de sus líneas de expresión que acababa de tocar un nervio muy profundo.
-Para tu información tengo dieciocho, soy incluso mayor a Jota. –dije orgullosamente, mostrándome amenazante, o tan amenazante como alguien que apenas te llega al hombro, cubierta en abrigos rosados y realmente despeinada se puede ver.
Él se limitó a verme hacia abajo y decir –Bueno, eso prueba mi punto, no hay forma de entrar al bar así que les sugiero inventarse algo que hacer o subir al bote.
Mientras caminábamos hacia el bote a Jota se le ocurrió una idea a prueba de aburrimiento, como ella había dado a entender ¿Cuál era el punto de estar metidos en un pueblo digno de un cuento de hadas y brujas, si no se contaba una buena historia de terror? Normalmente la hubiera apoyado de todo corazón, yo no le tenía miedo a las películas de terror, eso era porque sabía que no eran reales; pero en ese pueblo todo parecía posible. Así que mi estomago se hizo ocho al escuchar a Pierre afirmando que lo de las historias era una idea estupenda.
Nos sentamos cerca del río, bajo unos árboles que perdían sus hojas, las cuales caían lentamente sobre la nieve; en otras circunstancias todo eso hubiera sido romántico, pero en ese instante era simplemente espeluznante. Pierre encendía la fogata (linterna, ya que es prohibido acampar cerca del río) en medio de los tres. Nos vio muy severamente a los ojos, dándose un aire de misterio y suspirando comenzó a hablar:
-No hace muchos años atrás, en la calle Wollestraat sucedió una gran tragedia. Había un par de jóvenes que se iban a casar, todo estaba listo y cómo no somos muchos en este pueblo, todos estábamos invitados a la boda que se realizaría en aquél parque de allá.-dijo mientras señalaba al otro lado del río, donde estaba la plaza principal del pueblo– Pero en el último momento todo cambió. Aunque este es un lugar muy seguro, no quita que tenemos nuestros cuantos locos importados. Al lado de mi casa solía vivir el señor Mattiazzi, un italiano que ya hace mucho había perdido los cabales, y quien sólo Dios sabe porque trabajaba como chofer. Ya todo estaba arreglado para la boda y la novia entró a la limosina, sonriendo y pensando que sería el día más feliz de su vida. Avanzaban a una velocidad prudente y tomaron la curva de Wollestaat, el carro fue a parar contra un poste y ese fue el fin del loco Mattiazzi y ella. No hubiera sido nada fuera de lo normal si hasta hace dos años no hubiera aparecido el señor Ljüngberg en el café en el que trabajaba aclamando haber visto a la novia intacta en la calle, esperando pacientemente a que la recojan. Todos lo creímos loco, pero después otro afirmó lo mismo, y otro y otro…hasta que ya fueron demasiados como para decir que era simple demencia. Sin embargo yo seguía sin creerlo, hasta que una noche yendo a recoger unos mariscos me encontré caminando por Wollestraat y ahí estaba, esperando pacientemente. No se que se me vino a la mente, pero decidí acercarme a ella y momentos más tarde me arrepentí de haberlo echo, pues su cara se transformo y su vestido se puso viejo. Lleno de miedo cruce la calle y nunca mas he vuelto a pasar por Wollestraat, no lo haría ni porque mi vida dependiera de ello.
-¿Pretendes que te creamos? -dijo Jota mientras se acercaba a mi, su voz tranquila pero sus manos temblando.
-No pretendo que me crean, si quieren comprobarlo las llevo a la calle y pueden ir por su cuenta.
-Eh, mejor no… ¿Qué tal si te contamos una nosotras?
-Suena bien. –dijo indiferentemente, como si no existiera nada que podía asustar más que lo que nos acababa de contar.
-Jopotapa, ¿Lapa Lloporoponapa?.
-Sipi, peperopo tupu lapa cupuenpentaspas…yopo lopo vopoypoy apa apasuspustarpar.
-Eso es demasiado descortés, ya párenlo.
-Ya, ya paramos. Bueno, aquí va la historia: mucho tiempo atrás vivía en nuestro país una señora rica que se enamoró de un hombre humilde y contrajo matrimonio, pero esto no la hizo humilde sino que forzó a su esposo a trabajar día y noche para que ella pudiera mantener su estilo de vida de saltar de fiesta en fiesta, de tienda en tienda. Juntos tuvieron tres hijos, pero a ella le daba lo mismo, apenas si regresaba a casa para ver como crecían sus hijos. Cuando el hombre murió se llevó consigo todo el dinero, dejando a la señora en la quiebra. Vendió los vestidos, vendió los muebles, vendió las joyas, pero antes de vender algo más decidió que medidas drásticas debían de ser tomadas antes de que fuera su muerte social; así que lo pensó cuidadosamente y subió a sus hijos al carruaje, llevándolos hacia el río. Los drogó para que no se pudieran mover y empezó a cortarlos en pequeños pedazos, para que si la bolsa que contendría sus cuerpos fuera encontrada, nadie los pudiera reconocer. Luego los lanzó al río y vio como sus problemas se alejaban. Regresó a casa a vender todo lo que le pertenecía a sus hijos, pretendía decir que habían sido enviados a Suiza a estudiar. A la hora de dormir se encontró con que no podía conciliar el sueño, escuchaba voces alegres, veía sangre por todas partes, sentía el frío del río en sus venas. Decidió que no podía más y se dirigió hacía el río. Aquí, erguida alta la esperaba una figura oscura, quien a su llegada anunció: Lo que haz hecho no tiene perdón alguno, derramaste tu propia sangre y por eso pagaras, no tendrás descanso alguno hasta que encuentres cada pedazo de tus hijos y los hayas cosido para que vuelvan a ser uno. Así la señora hizo lo encomendado, buscó las bolsas por todas partes y al encontrarlas cosió los cuerpos, pero al llegar a la última se encontró con una terrible sorpresa: la bolsa tenía un pequeño hueco y el tercer cuerpo carecía de un dedo del pie. Hasta hoy en día se escuchan cerca del río los lamentos del alma en pena, buscando desesperadamente su salvación a cualquier precio. Muchos han sido los que han perdido misteriosamente un dedo cerca de ese río y se dice que es todo por su culpa. Entre todos ellos me incluyo yo.
-No perdiste un dedo.
-¿Has visto mis pies? –pregunté mientras Jota se acercaba lentamente a él, lista para asustar.
-No, nunca.
-Entonces no tienes forma de decir que no lo he perdido.
-Muéstramelo.
-Ni a patadas, si saco el pie en este frío lo más probable es que pierda otro dedo. Típico se me congela y se cae al río.
-¡MentirOHHHHHHH!...
Jota había logrado asustarlo y al parecer a Pierre no le gustó para nada el asunto. Se levantó rápidamente y se llevó la linterna consigo, dejándonos en total oscuridad. Sin muchos ánimos de estar solas en plena noche en un pueblo desconocido corrimos tras de él, justo antes de que entrara a una calle silenciosa en la cual no había ni un farol que alumbrara. Leí el nombre de la calle, Wollestraat.
-Pensé que dijiste que ni muerto volverías entrar aquí. Sabes, realmente comienzo a tener frío –dije aunque en realidad sentía calor y estaba sudando por dentro. -¿Por qué mejor no regresamos a tu casa? ¿O vamos por un café o algo?
-Si realmente tienes frío esta es la forma más rápida de llegar a mi casa, así que por aquí es por dónde iremos.
Mientras maldecía a mi bocota, empezamos a caminar al interior de la calle. Pronto nos vimos cubiertos de oscuridad y aunque las calles eran cortas, esta parecía no tener fin. Y entonces la vi. Ahí, parada en medio de la vereda estaba una mujer en un vestido blanco largo y con velo. Pensando que no era posible, se me empezó a acelerar el corazón, mientras mi respiración salía en cortos soplidos. Vi a Jota, ella estaba igual de blanca que cómo yo me sentía. Seguimos caminando cuando de repente la figura se movió rápidamente y nos empezó a perseguir, mi corazón se estaba saliendo de mi pecho cuando alcancé a divisar un par de zapatos de caucho debajo del vestido y me detuve en seco. Estiré la mano temblando y descubrí el velo. Era un hombre, probablemente de mi edad, que tenía exactamente los mismos rasgos que Pierre. Sosteniendo el velo miré a Pierre a los ojos con una cara de no tener muchos amigos y le pregunte tan tenuemente como pude:
-¿Tu hermano?
-Jota, Mina, les presento a Jean, sin duda alguna mi hermano menor.
-Duerme con un ojo abierto hoy porque te juro que te voy a matar. –amenazó Jota.
Caminamos hacia la casa, pero antes nos detuvimos en un café y comimos una vez más. Jota tenía cara de que quería quedarse aquí por siempre, no porqué amara el lugar sino porque la comida era extraordinaria y aparte no teníamos que pagar ni un centavo ya que éramos invitadas. Pasaron las horas y cuando ya no teníamos qué mas hablar nos fuimos hacia la casa, realmente añoraba meterme en esa cama y dormir profundamente hasta que sean las diez de la mañana, hora en la cual debíamos de levantarnos y empacar pues nuestro tren hacía Bruselas salía once en punto. Al llegar a la casa Pierre hizo una pregunta que creo debió de haber estado dado vueltas por su cabeza toda la noche: -¿Realmente perdiste un dedo?
-No, mis dedos siguen completos –dije mientras me quitaba los zapatos para comprobar mi punto- pero tengo un amigo que si perdió un dedo del pie.
-¿En el río?
-Ahora que lo mencionas, si. Estaba caminando cerca del río cuando pisó un frasco roto y perdió su dedo.
-¿Se lo amputaron?
-No, eso es lo más raro simplemente lo perdió. Nadie sabe donde está.
-Ahora sí estas bromeando.
-¿Jota, si o no que nadie sabe donde está el dedo de Xavier?
- Si, ya chequeamos en los archivos del hospital y todo, no hay rastro de que se haya hecho una amputación.
-Buenas noches, ya me han halado la pata bastante por un día –dijo Pierre mientras subía las escaleras.
-Copión -dijimos las dos al mismo tiempo mientras caíamos en la cama. Ni nos cambiamos de ropa, simplemente dormimos con lo que teníamos puesto. Tanto fue el sueño que no sentí cuando me cargaron hasta el cuarto de arriba, ni escuche los gritos que Jota pegó cuando la pretendían empezar a cargar a ella. No fue hasta dentro de un par de horas que me levanté y vi que no estaba en la sala que comprendí que nos habían cambiado de cuarto para poder desayunar y arreglar la casa en paz. A mi derecha estaba Jota, roncando como pocas veces y dándome a entender que si la levantaba sin ninguna buena excusa (cómo que Rafa allá aparecido de repente en la puerta principal), me mataba. Salí del colchón con cuidado y encontré que toda nuestra ropa había sido lavada, planchada y se encontraba doblada en una esquina, esperando a que la metiéramos a nuestras maletas. Baje a la cocina esperando encontrarme con la mamá de Pierre y muriéndome de vergüenza, pero al entrar me encontré con Jean y Pierre intentando inútilmente de hacer un sánduche. Estaban discutiendo en…lo que sea que hablan los de brujas, se me hizo imposible entender así que me limité a hacer ruidos con la garganta y verlos desde lejos.
-Buenos días. El plan original era darles de desayunar, pero como estoy seguro puedes ver hemos tenido un par de inconvenientes –señaló el mesón que estaba cubierto de varias salsas, jamones, quesos, panes, cuchillos, y otras cosas que prefiero no imaginar que eran, regadas por doquier –Pero si desean pueden hacerse el desayuno ustedes mismas.
-¿Por qué hablas en plural? Sólo soy yo, Jota está dormida.
-Holaenodias..¿ehaydesayunar? –balbuceó Jota mientras se ubicaba a mi lado y yo saltaba frenéticamente, pateándola por haberme hecho pegar tremendo susto.
-¿Qué dijo? –dijo Pierre, expresando la pregunta que se encontraba en la mente de todos.
-Hola, buenos días ¿Qué hay de desayunar?...pero si estaba clarísimo, seriamente: son sordos.
-Limítense a estar de acuerdo al menos que quieran dos horas de discusiones sin sentido –advertí antes de que Jean lograra abrir la boca para argumentar la validez de lo que Jota había dicho.
-¿Y cuál es su plan para hoy?
-¿No te dije? Nos vamos a las once en punto.
-No, no se van a esa hora.
-Claro que si… ¿Por qué no?
-Porque ya son la una.
Jota y yo nos miramos boquiabiertas, tomamos un sorbo de jugo, dejamos los sánduches y salimos corriendo escaleras arriba al mismo tiempo, dejando a dos personas riéndose a más no poder porque toda la escena parecía haber sido ensayada.
-¡Te olvidaste de poner la alarma! ¿Cómo pudiste? –reclamó Jota.
-Yo no me olvidé de nada, en este país te tocaba poner la alarma a ti.
-Claro que no.
-A que si…
-No, recuerda que nos turnábamos. La Jhonny tú, Inglaterra yo, Francia tú.
-¡Ya no estamos en Francia!
-Pero la gente habla francés.
-¿Y? También hablan alemán. Estamos en Bélgica, te tocaba a ti poner la alarma.
-Bueno, ¿Cuál es el punto de discutir? Sólo chequea cuando es el siguiente tren.
-Saltó el muerto.
-No lo hizo, no he cambiado de tema...
-Ustedes dos calmasen o van a terminar rompiendo algo –interrumpió Pierre, quien había estado divirtiéndose observando todo desde la puerta –El siguiente tren sale en veinte minutos, así que les sugiero que se apuren, nosotros las llevaremos a la estación.
Con eso dicho empezamos a empacar…
-…Disculpe, señor, pero realmente no veo el punto de decirle todo esto –dije, mirando al inspector quien había permanecido atento durante todo mi relato, cómo esperando encontrar algo que yo había dejado pasar por alto y que tal vez tenga que ver con la caga que yacía frente a mis manos, todavía cerrada. Ya habían pasado varias horas desde que me habían traído aquí, pero no lograba ver el vínculo entre mis recuerdos y la caja misteriosa. El inspector me pidió la carta que tenía entre mis dedos y anunció,
-La carta específicamente dice que recuerde toda la operación, así que le sugiero que continué haciéndolo.
-Bueno, aunque de verdad pienso que es inútil -dije, limpiándome la garganta con un poco de agua, tanto hablar había hecho que se me resecara. Tras mucho pensar en que realmente no iba a ayudar en nada, continué…
…Alcanzar el tren fue fácil, despedirnos de Jean y Pierre no tanto. Mientras le decía adiós pensaba en lo estúpidamente bueno que él había sido, y que si terminábamos el viaje con por lo menos un euro en la mano, sería gracias a su hospitalidad. El viaje a Bruselas paso sin mucho que comentar, aparte de la vez en que Jota logró que creyeran que estábamos en el país ilegalmente ya que no recordaba dónde había dejado los pasajes y ninguna de las dos teníamos la más mínima idea de cómo hablar alemán. Por suerte el señor nos tuvo paciencia y logramos encontrar nuestros pasaportes, aunque se los quedó viendo por más tiempo de lo que creo era normal. Viajar en tren había resultado no ser tan incómodo, incluso me aventuraría a decir que era mucho mejor que viajar en avión, el único problema es que no incluía comida ni película. Antes de llegar a la cuidad de Ámsterdam escuché un pequeño gruñido a mi lado.
-Dime que no lo compraste –le dije a Jota, implorando con la mirada que no haya gastado dinero en comprar al animal que cargaba entre brazos.
-No –dijo tranquilamente, pero como siempre estaba ese famoso “pero” –pero me lo acabo de encontrar tirado en el piso. Tenía este cartel a su lado.
-Genio, está en alemán. No entiendo lo que dice.
-Yo tampoco, eso es lo bacán de toda la cosa. Si alguien me pregunta sobre el perro simplemente pongo cara de que no tengo idea de lo que dice, porque en verdad no la voy a tener, y se lo regreso –dijo acariciando las orejas del perrito. Antes de que yo pudiera abrir la boca en signo de protesta, Jota puso su famosa cara de perrita rogante, y la discusión terminó ahí.
Cuando bajamos en Ámsterdam “Shopi”, como terminó Jota por bautizar a la perrita, se había vuelto parte de la familia feliz. El único problema es que no sabíamos que íbamos a hacer con ella, pero antes de poder hacernos muchas ideas un hombre alto con bigote se nos acercó y en un idioma que sonaban como si estuviera hablando con problemas de tos y sinusitis nos dijo, o por lo menos eso asumimos, que Shopi era de él, la entregamos resignadamente. Con la cabeza gacha nos sentamos en la vereda y suspiramos. Luego de la nada, escuché que Jota empezaba a reír nerviosamente, como lo hace justo antes de llorar.
-Jota, yo también voy a extrañar a Shopi, pero no llores. Ya, todo va a estar bien.
-No es eso…-suspiró, poniéndose la mano en la boca, pasaron unos cuantos segundos antes de que dijera- es, es…-inhaló una vez más y luego simplemente lo soltó de una– deje mi maleta en la casa de Pierre.
-Pierre, ¿Cómo en Brujas? ¿Ese Pierre?
-No, el de Madrid. Si… ¿Cuántos Pierre conoces?
Inhalé lentamente, junto con la maleta de Jota estaba una parte de nuestro alimento, ropa, recuerdos, fotos, todo. Pensé que realmente las cosas no podían empeorar más, cuando de la nada también yo me empecé a reír.
-¿Qué es tan gracioso?
-No vamos ni por la mitad del camino y ya no tenemos casi comida, ni ropa. Oye, dime que dentro de tu maleta estaban tus papeles.
-Emm no, esos los tengo aquí.
-¡Ah, miércoles! Yo quería que estén allá. Hubiera sido divertido.
-Ya perdiste la cordura –dijo apoyándose en mi hombro mientras reíamos juntas desquiciadamente.
-No, si quieres la verdad hubiera sido una muy buena excusa para volver a Brujas, aunque no tengo la menor idea de cómo hubiéramos encontrado la casa, no sabemos ni el apellido de Pierre.
-¿Tienes su e-mail?
-No…recuerdo que alguien no me dejó anotarlo propiamente, sin contar que su letra era jeroglíficos.
-¿Entonces?
Nos pusimos en camino a un cyber, revisamos mi e-mail y ya había escrito Pierre, diciendo que éramos muy distraídas, y que llegaría en el tren de las once a dejar nuestra maleta. Lo cual significaba que teníamos muchas horas adelantes sin comida, pero con una ciudad entera que debía ser descubierta.
Ámsterdam era una cuidad en lo cual nada funciona como debería. Aquello que se supone es el palacio real, no es más que el ayuntamiento, la oficina de correos sirve de centro comercial, la fábrica de Heineken no fabrica la cerveza, sino caramelos. El único edificio que era lo que debería de ser fue la casa de Ana Frank, la cual cuando te dejaban entrar en ella descubrías que vivir ahí tuvo que haber sido una pesadilla, sin tomar en cuenta la guerra. Caminamos sin parar hasta llegar a un puente en el cual nos ofrecieron llevarnos por los canales. Aunque no nos agradó la idea de subirnos en un bote cuando el agua se veía helada y a ciencia cierta sabías que la hipotermia era gratis si te llegabas a caer, lo hicimos. Nuestro guía nos explicó lo que siempre había querido saber: ¿Por qué son todas las casas europeas tan, pero tan angostas? ¿Por qué tenían un gancho en el ático? Y aún más importante ¿Por qué nadie usaba la ducha? Al bajarnos del bote fuimos a una calle muy especial, especial para los hombre eso es. Se llama Red Light District y su mejor mercancía eran las mujeres con ropa rasgada, poca ropa o simplemente sin ropa. Pasamos rápidamente por ahí para llegar pronto al lugar donde nos iban a recoger para ir en tour por la cuidad, y luego a ver como se hacían los diamantes. La cuidad, resulta, era bastante grande pero aún así el mayor medio de transporte era la bicicleta. Suponía que eso es lo que pasaba en las ciudades donde había demasiados carros; comenzaban a usar bicicletas. Pena que eso nunca funcionaría con Guayaquil, no había persona en su sano juicio que se subiría la loma de urdesa en bicicleta. Más adelante paramos en un mercado grande que se encontraba en plena calle y tomaba el nombre de Albert Cuyp, un lugar donde vender era lo menos importante y hacer reír a tus compradores tomaba prioridad. Jota ya se estaba quedando dormida cuando hicimos nuestra siguiente parada, los molinos de viento. Aquella vista la despertó de una vez por todas, puesto que al instante empezó a cantar para si misma y saltar como si estuviera en un concierto.
-..Si acaso tu opinión, cabe en un sí o un no y no sabes rectificar, si puedes definir el odio o el amor, amigo que desilusión…
-Por amor a Rafa, dime que no estas cantando molinos de viento…
-…Bebe, danza, sueña siente que el viento ha sido hecho para ti, vive, escucha y habla usando para ello el corazón, siento que la lluvia besa tu cara mientras haces el…
-Umhum
-..Grita con el alma, grita tan alto que de tu vida tú seas amigo el único actor…
-¿Ya?
-Si, no me sé el resto.
-No hay nada más, ahí se acaba…
-¿Entonces para qué preguntas si ya? Obvio que ya pues, si no hay nada más.
-No se, típico te daba por ponerle replay.
-Bueno, ahora que lo mencionas…Si acaso tú no ves, más allá de tu nariz y no oyes a una flor reír…
En ese momento lo único que se me pasó por la mente fue: si no puedes vencerlos, úneteles -…si no puedes hablar sin tener que oír tu voz utilizando el corazón, amigo Sancho escúchame…-y nos abrazamos mientras saltábamos como un par de locas en pleno sitio turístico, igual nadie nos conocía así que no había que preocuparse de que nos creyeran locas. Saltamos y saltamos hasta que ya nos dijeron que era hora de irnos y muy sofisticadamente nos arreglamos el pelo, limpiamos nuestras camisas y entramos al autobús. Aunque recibimos un par de miradas nerviosas y otras de desaprobación, no nos podía importar menos. El recorrido siguió adelante hasta llevarnos a la tienda de diamantes. Era una tienda chiquita, o por lo menos lo parecía ser. Había miles de miles de pedazos de lo que a simple vista no sería nada más que carbón, pero luego de inspeccionar más de cerca…seguiría pareciendo carbón. Entramos a la primera sala, aquí es donde pulían los diamantes en bruto, hacían que estos pasaran de negros a blancos en cuestión de segundos. Luego había otra sala, un poco más pequeña, donde una mujer se encontraba cortando un diamante en un forma circular, probablemente para un arete o algún pendiente.
-Sabes, ver como algo tan sucio termina siendo reluciente y muy caro te llevaba a pensar en que así mismo son las personas. A veces las que tienen peor aspecto, son las que mas brillan.
-Si, pero viniendo de una persona que considera que los grillos son las criaturas más peligrosas en este mundo, no me puedo tomar tu comentario muy apecho. –le dije, sonriendo, ella me sonrió de vuelta y luego me pegó en el hombro derecho.
-Tonta.
-Ouch, yo también te quiere boba.
Luego de eso empezamos a pasear alrededor de la cuidad, sin mapa, sin guía, sin dinero que gastar. Teníamos hambre pero sabíamos que era cuestión de pocas horas antes de que llegara nuestra salvación. Sin embargo, mientras tanto, nos rugían las tripas y cada restaurante o cafetería que pasábamos parecía más apetitoso que el anterior; hasta llegar al punto en el cual pensé que el sushi se veía rico, ahí fue cuando supe que mi estomago demandaba comida y que esas pocas horas que nos quedaban de espera iban a ser interminables. La última parada de la noche fue el Rijksmuseum, el cual tenía alrededor de mil cien pinturas, muchas esculturas y era relativamente barato. Entramos sin saber que nos encontraríamos ahí dentro, pues el arte no era nuestro fuerte. Para sorpresa de Jota en la segunda sala a la que entramos nos encontramos con Rembrandt, toda la habitación estaba cubierta de piezas originales de él.
-Ahora, esto es arte, no ese mini cuadro de Monalisa que pretende ser una pintura.
Observamos cuadro por cuadro, comprendiendo cada vez más que para ser un pintor, uno de los buenos, debes de estar loco. Cada pieza que veía tenía menos sentido que la que acababa de ver, hasta que llegamos a su pieza maestra, la “Ronda Nocturna”; o también conocida por muy pocos como “La compañía del capitán Frans Banning Cocq y del teniente Willem van Ruytenbuch”. Al darnos cuenta ya eran casi las once, así que corrimos hacia la estación del tren. El estar cerca de tanta gente comiendo, nos dolía. Era tanta el hambre que mi estomago cantaba por comida; unas mujeres que pasaron cerca nuestro nos regalaron un par de euros, sin pensarlo dos veces nos paramos a comprar lo que sea que fuere comestible, pero ni para un agua nos alcanzaba. Tras esperar pacientemente apareció Pierre con la maleta en mano y una sonrisa en su cara, pero Jota tenía tanta hambre que ni lo saludo, su primer instinto fue abrir la maleta y sacar las galletas que estaban ahí dentro.
-No la puedes culpar, no hemos comido en todo el día.
-¿Por qué?
-Porque se me ocurrió meter gran parte del dinero en la maleta de Jota. Es una de las peores ideas que he tenido en la vida, aparte del día que decidí andar en bicicleta por la ciudad.
-Pero andar en bicicleta por la cuidad es normal, todos lo hacen.
-En esta parte del mundo si, en mi cuidad ver a alguien andando en bicicleta por las calles te da a entender dos cosas: esta loco o es suicida. Gracias por traer la maleta hasta aquí.
-No hay problema, pero ahora debo de irme de regreso a casa, mañana tengo trabajo y el camino a Francia es largo.
-Glashias –dijo Jota con la boca llena, tenia el aspecto de una pordiosera, y al juzgar por cómo la gente nos miraba, yo también lo tenía. Sin más ni menos se fue Pierre de regreso a casa, probablemente rogando que no se le haya ido el tren, pensé yo.
-Mina ¿sabes qué si le hubieras pedido que se quede probablemente lo hubiera hecho, verdad?
-No, no lo hubiera hecho. Tiene trabajo mañana.
-¿Y a él que le importa eso? No todos los días te topas con una ecuatoriana que te para bola.
-Yo no le paro bola.
-Aja, otro día discutiremos sobre tu falta de disimulo y el hecho de que no sabes mentir.
-¿Dónde vamos a dormir?
-Buen cambio de tema.
-No, serio. Me muero de sueño.
-Hay un par de hoteles por el centro de la cuidad. Pero realmente no quiero caminar.
-No tenemos mucha opción vaga, así que camina.
Comenzamos a caminar por Ámsterdam de noche, era una cuidad roja. Todo de noche parecía ser rojo: las calles, los puentes, el río, la gente. Sin duda alguna Jota y yo éramos un deleite para los ojos curiosos, un par de extranjeras con ropa vieja y sucia, arrastrando sus maletas y con aspecto de estar muertas de hambre; pero en verdad nos sentíamos bastante bien. Aunque Jota se estaba poniendo sentimentalista de nuevo, se notaba en su cara.
-Mina…
-Lo extrañas.
-Si, pero no es eso.
-¿Entonces qué?
-Acabas de pisar caca de caballo. –vi mi pie y efectivamente acababa de pisar nada más ni nada menos que caca de caballo, y esta desprendía un olor que ningún francés apestoso pudo haber igualado. Seguimos caminando hasta llegar al hotel que tenía el aspecto de ser el más barato y pagamos nuestra habitación, con baño incluido ya que la situación lo ameritaba.
Viajamos hacia Viena la siguiente mañana. Esa era una cuidad de la cual nunca había escuchado, por lo visto era una colonia alemana, ubicada en Austria y famosa por sus chocolates y Mozart. Ahí nos sacamos la lotería, Jota había reservado un hotel por Internet y cuando llegamos a verlo nuestras bocas tocaron el suelo. Era gigante, abarcaba toda una esquina y su fachada lo sugería todo, era un hotel de cuatro estrellas mínimo. Esta vez me tocaba a mí meterme de polisón. Jota entró con todas las maletas y yo esperé en el frío de la noche, quemando tiempo pensando en el porqué de varias cosas y llegando a la conclusión de que hay ciertas preguntas que es mejor dejar sin contestar.
-Punta de flecha a cuerpo de lanza, sube las escaleras hasta el tercer piso, luego has derecha. Habitación trescientos quince. Cambio y fuera.
Seguí las instrucciones al pie de la letra, mezclándome entre la gente para que nadie notara que no había pagado mi estadía en el hotel. Toqué la puerta y segundos después contestó una señora gorda que se parecía mucho a las suegras odiosas de los comerciales ecuatorianos, así que me disculpe en español, idioma que ella no comprendió, y salí caminando hacia el otro lado.
-Acabo de tocar en la trescientos quince y me contesto una bruja.
-¡Ups! Trescientos doce.
-Disléxica.
Con bastante miedo toqué la trescientos doce, esperando que no me contestara un hombre desnudo o un viejo amargado, pero fue Jota quien abrió la puerta. El cuarto era un santuario para el cuerpo: tenía una ducha con agua caliente, secador de pelo, sales para bañarse, un microondas, calefacción y más importante aún, un cubrecamas…
-Tengo hambre.
-Cortanota, estaba fantaseando con esa cama.
-¿Incluía a un hombre sexy?
-No, sólo incluía dormir en ella.
-Ah, en ese caso ya deja de fantasear en bobadas y acompáñame a comer. Creo haber visto un Mcdonald’s en la esquina.
-¿Mcdonald’s de nuevo?
-Es el único lugar en el que sé lo que estoy ordenando, en cualquier otro sitio no entiendo lo que dice el menú.
-Buen punto.
-Si ves, soy pilas. Por eso me trajiste contigo.
-Si, Jota, de largo.
Bajamos a la calle y caminamos hacia el Mcdonald’s que efectivamente estaba en la esquina. Nuestra cena consistió de helado, papas y cola. Después de varios documentales e investigaciones sobre lo que estaba incluido en la carne de Mcdonald’s hicimos un tipo de pacto silencioso: nunca más volveríamos a comer esa carne, o mejor dicho ese caucho con saborizante a carne.
La siguiente mañana nos trepamos al tranvía y recorrimos la cuidad, parando en cada lugar que pareciera interesante. Había un edificio de estilo greco, con la escultura de una mujer usando yelmo y lanza dorada, a quién reconocimos después de cambiarle el nombre por lo menos siete veces como Atenea, diosa de la sabiduría. La pena de haber sido sólo dos personas en el viaje es que o bien confiabas en un extraño para que te tome la foto de las dos juntas o te conformabas con tener una foto en la cual aparecías sola; ahí fue cuando llegamos a un conflicto de intereses, pues no teníamos suficiente rollo como para poder desperdiciar dos fotos por monumento, pero si confiábamos en el extraño existía la oportunidad de que no volviéramos a ver nuestra cámara nunca mas. Al final concluimos en que la cámara estaba lo suficientemente vieja (se le caía el lente) como para que se la robaron sin que nos duela tanto, y en cuanto a los recuerdos: siempre tendríamos las grabaciones y nuestra infalible memoria.
Más adelante nos encontramos con la capilla de San Esteban, la cual estaba en remodelación y no nos fue permitido entrar. Tomamos fotos de varios monumentos e incluso nos subimos a pasear en carruaje por media hora, paseando por un parque gigante, repleto de sauces llorones y rosas azules. Tras mucho discutir, Jota me convenció de entrar en el museo de historia natural, lo cual era extremadamente raro dado a que era yo quien solía hacer ese tipo de sugerencias, aunque pronto me entere del porqué. Una de las mayores obsesiones de Jota eran los perros y justo en la semana en la que fuimos estaban presentando una exhibición de perros en el museo. Había perros de todos los colores y sabores, aunque la mayoría de fotos se nos fueron en un Husky siberiano y el pastor alemán más hermoso que haya visto hasta entonces. Una vez ya dentro del museo aprovechamos para ver que tenia que ofrecer; en la planta baja había un acuario donde me explicaron por primera vez que los caballos de mar son machos durante la primera parte de su vida y al crecer se convierten en hembras para poder dar a luz; en la planta alta había una colección de animales disecados impresionante; en la planta central se encontraban las armas de guerra del país; el ala oeste ofrecía anfibios, mientras que el ala este ofrecía mamíferos vivos. Más que una visita a un museo, pareció una visita a un zoológico. Al salir del museo fuimos a patinar en hielo por unas horas, hasta que Jota me hizo darme cuenta que ya empezaba a anochecer y si realmente queríamos presenciar la opera debíamos de apurarnos. Muy distinguidamente entramos al hotel, pretendiendo ser mujeres de bien y nos cambiamos rápido, el lugar de la opera era lejos, o por lo menos eso pensábamos ya que no teníamos ni las mas remota idea de dónde nos encontrábamos. En el counter había un grupo de personas que también iban a la misma opera, los seguimos en silencio. La opera fue algo de otro mundo, nunca habíamos visto a nadie vestida elegantemente cantando con una voz tan potente que de verdad era capaz de romper vidrios. No era un gran teatro, se parecía más a un pequeño auditorio, pero había una orquesta y muchos cantantes fabulosos que hicieron de esa, una noche inolvidable. Jota paso todo el camino al hotel imitando, sin mucho éxito, a la señora de la opera; aunque eso me resultó más gracioso que vergonzante, especialmente porque no era yo quién estaba cantando.
Dormir en esa cama fue delicioso, incluso empezaba a creer que no había nada en este mundo que me pudiera levantar, hasta que Jota empezó a cantar en la ducha. Jure que en el siguiente hotel la levantaría con agua helada, aunque pensándolo bien decidí que era mala idea, Jota tenia un temperamento bueno pero había descubierto con el paso de los años que no responde amigablemente hacia el agua fría. No fue hasta que llegó al final de la canción y pegó un grito que hubiera sido escuchado hasta por un sordo que decidí levantarme de la cama, resignándome a que no podría dormir más. Empecé a preparar el desayuno, sánduche de jamón y leche con chocolate una vez más; estos se habían vuelto la especialidad de la casa.
Después de que salió del baño y me bañé yo, tomándome siete minutos más de los que hubiera acostumbrado, salimos a la calle buscando el palacio de Viena. Este no fue difícil de encontrar, pues era enorme. Hubiera sido mas grande que el mismo Versailles, pero se acabó la monarquía y su construcción paró. El palacio, como todos los otros, era hermoso; lleno de oro, plata, piedras preciosas, obras de arte, pianos y vasijas. En este palacio en particular se apreciaba la música, puesto que fue el hogar de los seguidores más fieles de Mozart. Por donde sea que veías encontrabas cosas de Mozart, lo mas impresionante fue verlo en una pintura, no podía tener mas de diez años y ya era considerado uno de los grandes. Luego vino la vista del patio con bosque incluido, estaba segura que podía meter una ciudadela entera en ese patio y todavía sobraría espacio. Sin embargo lo que más nos impresionó fue una pintura de Sisi, la princesa, cuyo pelo tocaba el suelo.
-¿Cómo alguien puede tener el pelo tan largo? –demande, acariciando mi pelo que apenas tocaba mis hombros.
-Es fácil, cuando vas a que te hagan tu corte mensual, solo te cortas las puntas, no la mitad del pelo.
-Pero ni siquiera tenían shampoo, peor aun rinse o cremas para peinar…no es justo, tanta tecnología y todavía no crean algo que permita que mi pelo se vea como el de ella.
-Ya me aburrí ¿Qué más se puede ver en esta ciudad?
-Hay una fábrica de chocolates en el centro –ni medio la palabra “chocolates” salió de mi boca, Jota ya me había agarrado del brazo y halado mientras corría hacia la salida. Nos subimos al tranvía y llegamos al centro de Viena, donde absolutamente todas las calles se veían iguales. Pasamos unos cuantos minutos luchando contra el mapa, pero al fin dimos con la dirección. No se parecía a ninguna fábrica de chocolates que hayamos visto antes, también hay que tomar en cuenta que nunca habíamos visto una (a excepción de la que sale en Charle y la fábrica de chocolates). Entramos y nos dieron un tour por las instalaciones, todo el tiempo pasamos oliendo el chocolate caliente, esperando a que se acabe el tour para poder comer el producto final. Como dejó claro Jota, ¿A quién le importaba como se hacía? Total al final siempre terminaba en el mismo lugar, un estomago humano. Compré chocolates de Mozart y Jota compró unos surtidos que venían sin indicaciones para distinguirlos, por lo tanto a la hora de comer fueron toda una aventura y la mitad terminaron en la basura.
Esa noche nos sentamos a jugar “Banco Ruso” en el hotel, un juego de cartas que habíamos aprendido a jugar hace mucho y en el cual, odiaba admitir, no habíamos mejorado para nada, especialmente porque casi nunca lo jugábamos. Este era un juego que Jota acostumbraba jugar con Rafa y sin lugar a duda se puso melancólica en medio de la noche, pero no fue nada que un par de chocolates, y una llamada de larga distancia no pudo curar. Jugamos por horas, hasta que decidimos declararlo un empate y nos acostamos a dormir.
Con mucho dolor bajamos las maletas y nos despedimos del hotel. Subimos al tranvía hasta la estación de trenes y ahí esperamos. Cuando llego nuestro tren al conductor se le ocurrió entrar del lado equivocado, en vez de estar en primera clase nos encontrábamos en tercera. Nos tomo tiempo decidirlo pero al final declaramos era mejor incomodarnos unos minutos y caminar hacia primera clase con nuestras maletas a rastras, a qué pasar todo el viaje sentadas incómodamente.
Al parar el tren llegamos a una cuidad extraña, no la Venecia de las películas, sino una ciudad vieja en tierra firme, no había ni un canal alrededor. Pensando que había algo mal, corrimos a información y entre señas y algo de español nos dimos a entender. Esa ciudad era lo mas cerca que se podíamos estar de Venecia sin tener que pagar setecientos euros la noche. Venecia era una de las ciudades que más nos había interesado, incluso habíamos hecho las reservaciones para la época de carnaval, sólo para poder ver a gente disfrazada andando por la calle. Nuestro hotel era sumamente estrecho y el ascensor tenia forma de “L”, se encontraba en las afueras de la ciudad desconocida, muy cerca de Venecia. Mi tía Josefina me había mandado un encargo, gnomos. No quería mascaras ni sombreros, sino gnomos risueños. Cuando salimos a conocer Venecia nos encontramos con varias personas que se habían tomando a pecho lo de los disfraces, no eran el tipo de cosas que compras en una tienda, sino de los que se mandan a hacer con meses de anticipación a un costurero, cada detalle pensado. Encontramos una familia real, un sol, una hechicera, un Cirano di Bergerat, japoneses, naipes, la luna, e incluso encontramos una princesa de hielo. Todos los trajes eran hermosos hasta el ultimo detalle, las mascaras eran de cerámica, pintadas de blanco y escarcha. Frente a la plaza principal que estaba llena de edificios antiguos y cafés, se encontraba una pequeña isla que tenia la basílica de San Marco en su interior, pero no queríamos exponernos al agua más de lo necesario, por ende no la visitamos. Nos sentamos en un café a descansar cuando comenzó un espectáculo de fuego. Malabaristas lanzaban antorchas al cielo, andando encima de monociclos, pasándose las antorchas unos a otros y de vez en cuando sosteniéndola con su nariz. El espectáculo se llevó el corazón del público, y también algunos euros. Luego, nos dirigimos hacia los mercados en busca del famoso gnomo. Habían dragones, brujas, mascaras, pelucas, vestidos, pero los gnomos no aparecían por ninguna parte. Las calles de Venecia eran pequeñas e intransitables para los carros, pero quedaban perfectas para los pies humanos. Pasamos horas buscando, incluso nos detuvimos a comer nuestro lunch de sopa china fría, pero no los encontrábamos. Echamos suerte para decidir en que dirección ir, al final Jota ganó y tomamos la calle derecha. No habíamos dado ni ocho pasos cuando nos topamos con una tienda pequeña que exhibía en su vitrina gnomos. Entramos y, bastante hastiadas por el trabajo, elegimos el primer gnomo sonriente que vimos. Ya habiendo cumplido con nuestro encargo nos dimos cuenta que una vez mas no sabíamos donde estábamos, aún si hubiéramos querido regresar por donde habíamos venido no lo hubiéramos logrado, ninguna de las dos lo recordaba. Resignadas compramos un mapa que resultó estar en italiano, pero no hizo diferencia pues no teníamos que comprender lo que decía, solo seguir las calles hasta llegar a la estación de barcos. Al llegar a la estación cambiamos de opinión, no había punto en haber venido hasta Venecia si no te subías en una góndola. Alquilamos la primera que encontramos y paseamos por los canales de Venecia. Todas las paredes de las casas estaban cubiertas de moho verde y resbaloso, fuera de cada casa había un bote atado a ella, dando a entender que las calles principales de Venecia no eran las que Jota y yo habíamos recorrido a pie, sino aquellos canales gigantes en los cuales estábamos andando ahora.
-Imagínate lo mate de risa que seria vivir aquí, en vez de sacar licencia para manejar carros tendrías que tener una para manejar botes.
-No me agrada la idea de vivir en un lugar donde mi casa se esta hundiendo un centímetro por año en el mar. Mira, ninguno de los primeros pisos de los edificios están habitados, todos ya se inundaron.
-Amargada –contestó, aunque puso cierta cara de asco al pasar por una casa en la cual había caracoles creciendo en las paredes verdes.
-¿Qué? Es la verdad –dije lanzando las manos al aire, como si esa era el fin de la discusión, mientras pasábamos por debajo del famoso puente de los suspiros, donde reos respiraban por ultima vez antes de ser ejecutados.
Bajamos de la góndola y nos acercamos a una vendedora. Aún si no teníamos tanto dinero, era claro que teníamos que comprar algo en Venecia. Había tanto de dónde elegir, pero al final yo compré un sombrero de bufón, negro y blanco; Jota compró una pequeña mascara para su pared, era blanca con trazados azules, dorados y plateados, todos enmarcados por una línea fina de escarcha blanca. Habiendo hecho esto regresamos al hotel a empacar nuestras maletas y esperar a que sea el siguiente día.
-Aún con todas las maravillas de esta parte del mundo sigo decretando: no hay lugar como Ecuador.
-No hay lugar como Guayaquil. Ecuador es bacán, pero nada como Guayaquil. Todas nuestras tradiciones…
-…el diccionario de la real lengua Guayaca.
-La comida.
-El calor.
-El trafico.
-Los ladrones.
-Ya paremos la lista que nos estamos yendo por el lado equivocado.
-Igual no quita que es bacán.
-¿La vas a extrañar?
-Claro que sí. Argentina está bien, pero tiene un gran defecto.
-¿Y cuál es ese?
-Todos hablan raro…
Y con eso me dormí, pensando en cuanto extrañaría esto cuando Jota se vaya y recordando los viejos tiempos; esos días en los que permaneceríamos hasta tarde viendo películas, cuando pasábamos horas jugando monopolio o risk en el piso de su cuarto, los años en lo que lo importante había sido ver quien ganaba en videojuegos. Recordaba cosas que parecían haber sido recientes: como la vez que en la que asuste a Jota en su cumpleaños y ella me huyó toda la tarde; pero que de verdad habían ocurrido hace más de cinco años.
Me levanté y caminé hacia la refrigeradora, saqué un hielo y caminé hacia Jota. Me acerqué con cautela y bajé el hielo a la altura de sus ojos, pero antes de poder tocarlos ella los abrió, cogiéndome in fraganti. Miré hacia el techo, silbé para mi misma y caminé hacia la ventana, arrojé el hielo a la calle y me senté en la mesa a esperar que Jota me acompañe a desayunar. Ella estiró los brazos, se desperezó y bostezó, parpadeó un par de veces y luego se levantó, lista para un día entero de viaje. Ya estábamos por la mitad del camino, pero aquí venía la parte más cansada pues teníamos que coger varios trenes e incluso botes antes de concluir nuestro viaje. Ya faltaban sólo tres países, pero en total eran seis ciudades, dos semanas de viaje. Jota empezaba a mostrar signos de Rafaelitis aguda, pero sabiendo que ya estábamos por la mitad del camino la animó, mas aún la animó el saber que la siguiente cuidad iba a ser Atenas, hogar de dioses.
Geográficamente llegar hasta Atenas era difícil, dado que Grecia se encontraba del otro lado del mar Adriático y tomar un crucero era necesario. Para llegar a dicho crucero tuvimos que viajar por siete horas, pasando varios pueblos y ciudades, todas con casas de techos rojos y pequeños jardines. Al llegar al puerto de Ancona nuestro crucero estaba a punto de zarpar, dimos nuestras maletas al señor de carga y subimos rápido. El bote era como un centro comercial y hotel andante. Tenía tiendas caras, un jacuzzi con mucha gente peluda adentro, una piscina y varios restaurantes. En la proa había un casino en el cual nos pasamos metidas la mayoría del tiempo. No apostamos ni una sola vez, sino que nos gastamos nuestro dinero en un videojuego de carrera de botes. Si no estábamos en el casino, nos la pasábamos caminando por la cubierta, observando el mar que se extendía a diestra y siniestra sin parecer tener final. Recién al segundo día divisamos tierra, horas mas tarde vimos edificios y comprendimos que ya habíamos llegado a Atenas. El lugar era bastante parecido al centro de Guayaquil, las veredas se encontraban metidas en los pórticos de las casas, el malecón se extendía a lo largo de una avenida principal, incluso había uno que otro bache en la calle. Bajamos al metro y nos encaminamos hacia nuestro hotel. Con tantas perdidas e incidentes ya éramos profesionales en tomar metros, nada nos podía confundir, o por lo menos eso pensábamos hasta que leímos el anuncio que indicaba el nombre de la siguiente estación y estaba en griego. A diferencia del alemán, el francés, ingles, italiano o incluso holandés, el griego resulto ser algo totalmente diferente. Las cosas se escribían con letras grecas como “ 1559;”, todo lo que leíamos no lo comprendíamos. Pero al igual que con las letras chinas y japonesas lo que se hacia en esos casos era ponerte muy cerca del anuncio y ver que los gráficos concuerden con los que tu tenías en tu mapa, no podía haber ni una línea diferente. Nos bajamos en la que creíamos era nuestra estación y empezamos a buscar el hotel, por suerte este se encontraba al frente de un Mcdonald’s y eso lo hizo muy fácil de ubicar. El hotel Alma tenía siete pisos de altura, y para variar nuestro cuarto era uno de los últimos, pero como tenía ascensor no reclamamos. Se encontraba cerca de una plaza principal, la plaza Omonoiae (lo cual era bueno, podíamos coger el metro a todas partes sin tener que caminar mucho. Esa noche cenamos en un restaurante, el lujo se debía a que Atenas era una de las ciudades más pobres y nuestro dinero sí alcanzaba para algo más que un agua. En Atenas hacían una de las parrilladas mas deliciosas que haya probado en mi vida, Jota estaba feliz de volver a probar carne después de tanto tiempo. Todo lo que se comía en Atenas, era servido con un limón al lado, era su fruta típica y no había comida completa si no tenía un limón.
Salimos hacia la Acrópolis. Cuando uno ve las cosas por televisión piensa que no son nada del otro mundo, no es nada extravagante unas cuantas cosas de mármol encima de una roca gigante. Pero la vista de la Acrópolis deja a cualquiera callado. No era el hecho de que fuese una piedra de 156 metros por encima del nivel del mar, ni de que sabíamos que varias figuras importantes habían tocado el mismo suelo qué nosotras en ese instante, era mas una cuestión de solemnidad, porque eso es exactamente lo que te producía la Acrópolis. Cómo los humanos de aquella época lograron construir semejantes templos, es un misterio para mí hasta hoy en día. Nos encontrábamos escalando hacia la cima cuando un viejito nos llamo desde un costado.
-¿Hablan español verdad?
-Si.
-¿Quieren un guía? Los de aquí les van a cobrar demasiado dinero, yo en cambio soy barato y sólo pido que me compren una comida al final de la excursión. Conozco este lugar como la palma de mi mano. ¿Qué dicen?
Mire a Jota y juntas evaluamos la situación. Si necesitábamos alguien que nos explique las cosas que íbamos a ver, pues los libros por mas detallados que eran no se acercaban a la realidad. La comida era barata así que accedimos a la propuesta. El viejito emocionado nos llevo hasta un par de columnas.
-Estas han pasado por bombardeos y guerras enteras, siguen sin rasguños. Todo lo que están a punto de ver fue hecho con ingenio –dijo señalándose la cien- nada de tecnología o Black & Decker, nada de cemento tampoco. Y noten que las piedras están tan unidas que ni un pelo humano puede pasar entre ellas.
Se sacó un pelo de su casi calva cabeza e intentó pasarlo por la unión de las piedras, pero fue en vano, ni un pelo pasaba por ahí. Seguimos el camino de la derecha y llegamos a una especie de coliseo.
-Este era el teatro de Dionisio, donde se mostraron las más grandes obras de drama, aventura y heroísmo que se han escrito. Se solía llenar todas las noches, ¡nada de cristianos perseguidos por leones, no señor! Aquí en Atenas la gente era justa y sana. Fue la ciudad de la sabiduría, de la tecnología, fue una luz en tiempos de oscuridad.
Hablaba con tanto orgullo de su cuidad, de aquella cuidad que en tiempos antiguos había sido cuna de vida y conocimiento, de donde salió la democracia y muchos de los conceptos que habíamos aprendido en el colegio. Hogar de Homero, Sócrates, Platón, Aristóteles, Pericles, entre tantos otros. Ella era la capital del mundo y ahora había sido reducida a escombros, las columnas de los templos y las escaleras del antiguo teatro siendo lo único que quedaban. Al subir a la plaza vimos varios templos, pero ninguno tan impresionante como el Partenón.
-Esta obra maestra tomo muchos años en ser completada, y no fue hasta tiempos de Pericles que se tomaron el trabajo en serio y pusieron a Iktino y Kalicrates a cargo de la construcción. Su inauguración fue en el año 432 a.C. y como pueden observar hoy en día están intentando de reconstruirla. Para nosotros es bastante fácil, simplemente subes una grúa, amarras un par de rocas y las cargas, le pones cemento y ya está. Pero en aquellos tiempos tenían que usar un sistema de poleas sumamente complejo, se necesitaban de cuarenta a cincuenta hombres para alzar cada pedazo de mármol. Ven aquel pedazo diminuto de allá arriba, pues es el equivalente del que tienen al frente –y señalo un pedazo de mármol que debía medir lo mismo que un luchador sumo.
Nos dejó unos momentos a solas para que podamos observar el monumento, suponía que a todas las personas aquella vista les provocaba admiración y ya era costumbre dejarlos filosofar solos por unos minutos. Avanzamos alrededor del Partenón, viendo sus diecisiete enormes columnas, muriéndonos por tocar el mármol puro que con los años había perdido su color blanco. Pasamos minutos enteros simplemente dándole vueltas, pensando en su antigüedad, en su complejidad, hasta que Jota se resbaló entre unas rocas y corrí a verla, pues le prescindía su fama de romperse los ligamentos con facilidad. La ayudé a pararse y… –
Sostuve mi aliento unos segundos y miré el piso, no puede ser, eso no puede ser lo que esta dentro de esta caja. No después de tantos años, cuando ya me he dado por vencida. El inspector notó mi cambio de comportamiento y dijo de inmediato,
-¿Qué recordó? ¿Qué sucedió luego de que ella se cayó?
Pero algo me decía que no era muy buena idea compartir esa clase de información con un policía, después de todo lo que hicimos no fue exactamente legal. Pensando en alguna excusa para salir rápidamente de ahí y tener unos minutos para pensar dije– Disculpe, debo de ir al baño. Estoy embarazada y realmente necesito vomitar.
Sin esperar una respuesta me puse la mano en la boca, abrí la puerta y corrí hacia el baño de la estación. Cerré la puerta del cubículo y respire hondo, pasándome las manos por el pelo. La verdad es que nunca me había olvidado de ese día, de hecho era probablemente el día que mas recordaba en mi vida, aparte de mi boda. Esa tarde en el Partenón no hubo testigos, no hubo quien sepa lo que hicimos y nadie supo que nos salimos con la nuestra. Mis manos comenzaron a temblar mientras recordaba haber ido ayudar a Jota, y entre malas palabras lanzadas al aire nos agachamos a ver cuál había sido la causa de su tropiezo. Ahí en el suelo, entre rocas, había una caja grande y antigua que nos tomo unos cuantos minutos en desenterrar. Vimos que no haya nadie cerca de nosotros y al comprobar que no había ni un alma cerca, la abrimos. Dentro había mucha tierra, pero la curiosidad nos ganó y metimos las manos buscando algo más. Al cabo de unos segundos las dos alzamos al mismo tiempo lo que debió de ser una calavera humana pero no se parecía a las que habíamos estudiado en biología, tenía la frente mas grande, la quijada mas pronunciada, el cráneo en si era mas pequeño, el hueso de la nariz un poco mas corto y el orificio de los ojos extremadamente grandes. Junto a esta, en el fondo de la caja, nos encontramos un hueso de dedo amorfo, que suponíamos debía pertenecer al mismo individuo. Nos quedamos sin hablar por unos segundos y cuando escuchamos pasos cerca, metimos la caja en mi mochila sin pensarlo. La excursión siguió y al llegar al hotel abrimos la caja de nuevo. En ese momento hicimos una promesa, no descansaríamos hasta descubrir de donde mismo venia esa calavera y no hablaríamos a nadie de lo que habíamos hecho. Jota estaba obsesionada con la teoría de la evolución de Darwin y ese cráneo que sosteníamos con nuestras manos hubiera entrado sin problema alguno en la descripción del eslabón perdido. Apenas teníamos dieciocho años, pero sabíamos la importancia del asunto, pero éramos muy jóvenes para estar preocupándonos por lo legal. Lo envolvimos con cuidado y tras mucho meditarlo acordamos en que ella se llevaría el cráneo, pues iba a ser una Arqueóloga y tenía más probabilidades de descubrir el origen de este. Yo me llevaría el dedo, investigando todo lo que pudiera en Guayaquil, esperaría a mi postgrado de médico forense para ir a un lugar donde pueda obtener mas información, así es como vine a parar a España. El día que descubriéramos si era o no el eslabón perdido, debíamos de mandar noticias inmediatas a la otra. Ya eran diez años sin noticias de ella, y de la nada apareció ese cartón. Golpeé la puerta del cubículo, salí y me lavé la cara. Tendré que mentir, por el bien de las dos. Por lo menos mentiría sobre Atenas y cuando se den cuenta que en el viaje no ocurrió nada importante, me dejarán ir junto con el paquete que diré es un regalo de cumpleaños. Gracias a dios que hoy es mi cumpleaños. Respiré profundamente y caminé hacia la sala de interrogatorios, pedí disculpas por mi comportamiento y volví a tomar asiento.
-Prosiga…
...Jota estaba bien y cuando nos agachamos a ver cual había sido la causa de su accidente, a parte de las miles de rocas desniveladas obviamente, encontramos un billete de cincuenta euros en el suelo. Habíamos pasado por tanta hambre que ya no nos importo robarlo, después de todo nadie lo iba a reclamar. Nuestro guía regresó para seguirnos dando el tour y con agrado lo seguimos, pensando que al fin nuestro suerte estaba cambiando. Nos mostró la fuente “Klepsidra”, la Pinacoteca, los Propileos, el templo de Atenea Nike (Victoriosa), el templo de Roma y Augustus, y el templo de Zeus Polieos, pena que todo lo que nos mostró después del Partenón no eran mas que piedras, por lo tanto no le encontramos gran encanto. Luego de visitar el museo que estaba lleno de rocas antiguas y esculturas, empezamos a descender de la gran roca. Bajamos, subimos, tomamos fotos y cuando ya no nos dieron los pies, sugerimos que se acabara la excursión. Le compramos su comida al viejito, y regresamos al hotel a descansar por unos minutos. Recargamos baterías y fuimos hacia el centro de la cuidad a admirar el Parlamento (Vouli Ellinon), hogar del monumento de otro soldado desconocido, al lado de este se encontraba el jardín Nacional, que se extendía hasta la residencia presidencial, el estadio Panathinaico y el palacio Zappeio. Los tres juntos conformaban el mayor área verde de toda la cuidad. Luego fuimos a la calle Panepistimiou, esta tenía muchas estatuas de gente casi desnuda, era sede de la Academia, la Universidad Nacional y la Biblioteca nacional, todas con sus grandes pilares y escalones de mármol. Ese centro de cuidad ponía en vergüenza a cualquier otra cuidad del mundo. No había competencia contra tanta belleza y esplendor, tanta limpieza y perfección. Cuando Jota se cansó de verme babeando por la fachada de la universidad, tomó el asunto en sus manos y me llevó arrastrando hasta la estación del metro, aunque le costó esta vida y la otra lograr que coopere bajando las escaleras. Cenamos en el mismo lugar que la noche anterior y salimos a despilfarrar el dinero que habíamos encontrado, no sabíamos que hacer con él. Al final compramos camisas nuevas ya que las viejas, a pesar de que las lavábamos, empezaban a tener un color amarillento y desprender olor a chivo. Nos instalamos a dormir en nuestra habitación cómoda y al despertar la siguiente mañana salimos hacia Patras, el puerto que nos regresaría a Italia. El bote de regreso fue menos divertido que el primero, las camas eran feas y no había videojuegos. Pero a ninguna de las dos nos importaba ya eso, estábamos cansadas y el continuo movimiento del mar nos acurrucaba, ya no queríamos saber nada más de Europa. Jota extrañaba su casa y yo ya no podía con mi vida. Pero todo eso se debía al cansancio. Tuvimos unas cuantas horas de descanso, pero la paz que yo creí reinaría sobre nosotras se acabó. Jota comenzó a punzarme el hombro.
-¿Qué-qui-e-res? –cada punzada coincidía con una silaba que salía de mi boca.
-Tengo hambre.
-Me levantas a las doce de la noche para decirme que tienes hambre. ¿Qué clase de persona eres?
Alzó los hombros en signo de no saber y continuó punzándome –has que aparezca comida.
-No puedo, no soy bruja.
-Si lo eres, tienes los dedos cuadrados.
-Si, pero eso no significa que sea una bruja…mi familia es rara, punto.
-Mina…
Sabia que la conversación que se venia iba a ser tonta, pero no pude aguantarme las ganas de contestar -¿Qué?
-Tengo sueño.
-Duerme.
-No puedo.
-¿Por qué?
-Porque tengo hambre. Has que aparezca comida.
-¡Que no puedo! –y así seguimos discutiendo toda la noche, hasta que ya el sueño nos ganó y al abrir los ojos nos encontrábamos en Bari.
Antes de entrar al tren fuimos a un cyber para revisar nuestro e-mail y comunicarle a los de Ecuador que seguíamos vivas. Algunos escribían para encargar cosas, otras para saber si no habíamos conocido a nadie guapo todavía (Samy), y de vez en cuando aparecía alguien decente que escribía para saber como iba nuestro viaje. En el tren observamos como el paisaje cambiaba una vez mas, bueno…yo lo observaba mientras Jota observaba el interior de sus parpados; la noche anterior había pasado diciendo “tengo hambre” hasta mas no poder y ahora apenas si había logrado abrir los ojos para leer lo que Rafa le había escrito. Eran fines de invierno en todas esas regiones, pero seguía haciendo frió y todavía no se podía ver el verde del suelo. Los pocos árboles que había estaban pelados, sin una hoja para ofrecer sombra. Jota se levantó a penas paró el tren, no porque había sentido la disminución de la velocidad o el alto de las maquinas, sino porque el tren frenó a raya causando que mi mochila caiga encima de ella, directamente en su cara. Roma Termini era grande y a penas salimos encontramos el anuncio de Mcdonald’s, lo cual indicaba que estábamos cerca del hotel, pues cada hotel al que habíamos ido hasta ahora se encontraba cerca de algún Mcdonald’s. Caminamos un par de cuadras hasta encontrar el Hotel Hollywood Stella, el cual estaba indudablemente frente al Mcdonald’s. Empezaba a creer que no era coincidencia y que Jota había reservado todos los hoteles cerca de un Mcdonald’s para podernos guiar mas fácilmente. A estas alturas del partido ya habíamos aprendido que lo mejor era comprar las cosas en el supermercado en vez de en tiendas esquineras, aunque no lo creíamos era más barato. Nuestra primera noche en Roma la pasamos consiguiendo un mapa para ver adónde mismo es que íbamos a ir la siguiente mañana. Mientras cruzábamos la calle una moto casi nos atropella y en vez de hacernos preocupar, eso nos alegró; nos hizo sentir como si estuviéramos en Guayaquil de nuevo. Jota y yo pegamos el mapa a la pared y empapamos un pequeño algodón con tinta de pluma, los lugares donde cayera el algodón serían los que visitaríamos, ya habíamos llegado al punto en el cuál nada nos importaba. Roma se veía como otra cuidad más de las tantas que hay en el mundo. Nos reíamos imaginándonos lo que pasaría si nuestra profesora de Latín nos viera en ese momento, tratando a su cuidad sagrada, su gran Roma, como si fuera la cuidad más común de este mundo; probablemente nos mandaría a escribir mil veces “Romae est oppidum pulchrum terrae” (Roma es la cuidad hermosa de la tierra). Mis tres algodones cayeron en la pared del cuarto, la plaza de San pedro y una pequeña capilla que estaba en un rinconcito de la ciudad. Los tres algodones de Jota cayeron en el coliseo Romano, la capilla sixtina y en una calle muy grande con un monumento en la mitad. Con el asunto arreglado nos fuimos a dormir en paz.
-Panafleta, ya está tu desayuno.
-Dame de comer…
-¡A ver, abra la boquita!
Con confianza abrí mi boca, esperando saborear un sánduche, pero en cambio Jota me dio una aceituna. Asqueada por el sabor de lo inesperado y preguntándome donde rayos había conseguido Jota una aceituna a estas horas de la mañana, me levanté dispuesta a bañarme.
-El baño está ocupado –advirtió, pero yo no le hice caso. Abrí la puerta y vi a un hombre bañándose en la ducha, me di la media vuelta y cerré la puerta- te lo dije, el baño está ocupado.
-¿Por qué hay un hombre desnudo en nuestra ducha?
-Porque la gente normal se baña sin ropa, Mina. –dijo muy lentamente, como si tuviera dos años y estaba haciendo preguntas sin sentido.
-A lo que me refería es: ¿Qué hace un extraño en nuestro baño?
-Se lo preste a cambio de aceitunas.
-Pero a ti no te gustan las aceitunas.
-A ti tampoco, sólo las acepte para poder vengarme de ti por intentar de levantarme con hielo en Venecia.
-Ya estamos a mano. Ahora dame mi sánduche que me muero de hambre. –en silencio compartimos nuestro desayuno, esperando a que el hombre misterioso salga de nuestro baño. Diez minutos más tarde yo me estaba bañando, mientras Jota me tomaba el tiempo afuera, veinte minutos más y se acabaría el agua caliente. Salimos del hotel hacia la plaza de san Pedro, estar ahí era matar varios pájaros de un tiro, ya que incluía ver el vaticano, la iglesia y las columnas de los santos.
La calle que llevaba al Vaticano era larga, adoquinada y tenía pequeñas tiendas a los costados, todas vendiendo imágenes de santos y relicarios. La plaza en sí no era tan extraordinaria, pero las columnas de los santos lo eran. Intentamos de contar cuantos habían varias veces, pero siempre llegábamos a números diferentes. Cada columna toscana adornada con la escultura de un santo en su cima, era como estar siendo vista por cientos de personas al mismo tiempo, y todas estaban en un podium haciéndolas verse más altas que tú, más importantes. En medio de la plaza se levantaba un obelisco, pero Jota ni se fijó en eso, sus ojos estaban puestos en la basílica y no la plaza. La iglesia tenia doce estatuas en su parte mas alta, simbolizando a los doce discípulos, por dentro estaba hecha de mármol, con ciertos acabados de oro. En el centro había algo que se asemejaba a los cuatro postes de una cama antigua, excepto que no había cama. Los postes eran negros, probablemente hechos de ébano, se torcían como un caramelo por unos cinco metros. En su centro había una caja que contenía el cuerpo de San Pedro, pero como en esa época no creía mucho en Dios, no me llamó mucho la atención; peor a Jota, quien creía fielmente en su Shan-tsu. La iglesia tenía varias obras de arte, pero ninguna tan cautivadora como “La Piedad” de Miguel Ángelo, ver a María sosteniendo a Jesús entre sus brazos, una vez ya muerto y herido hacia que hasta el más ateo crea.
Caminamos hacia el siguiente punto de turismo, la capilla sixtina. Esta era otra historia totalmente. No hace mucho había sido renovada por los estudiantes de arte de la academia de las bellas artes de Italia y el fresco del techo se veía nuevo, como si en cualquier momento una gota de óleo fuera a caer sobre mí.
Jota pasó mucho tiempo buscando su parte favorita de toda esa obra, la escena en la cual Dios y Adán estiraban sus dedos en “la creación” (de Miguel Ángelo una vez más), no se como se pudo tardar tanto en encontrarlo, estaba justo en el centro de todo el fresco. Pero había mucho más que ver. La bóveda, o techo, tenía varias escenas de la Biblia, incluyendo la historia completa de Noe, la creación de Eva, creación de la luz, de la tierra y de los astros. Era un resumen del génesis; y eso era solamente el centro de la obra. A los costados, encerrados en triángulos, había ocho enjutas que contenían a los antepasados de cristo. En medio de esta enjutas, doce profetas y sibilas. En las cuatro esquinas del fresco, las pechinas narrando escenas de la milagrosa salvación de Israel. La pared del fondo de la capilla reflejaba el “juicio universal”, Cristo y María en el centro, ángeles volando con los objetos de la crucifixión, santos observando desde los costados y san Pedro con las llaves al cielo; los condenados de un lado y los salvados del otro. Alrededor de la sala se podían ver cortinas plegadas, las cuales al ser inspeccionadas desde más cerca resultaban ser una pintura. La capilla sixtina era una obra de arte, tanto por sus frescos como por su arquitectura. Ninguna de las dos éramos grandes admiradoras del arte, pero se debe de estar ciego para no admirar lo que teníamos al frente nuestro; simplemente parecía ser el trabajo de personas súper dotadas, todo lo que veíamos no parecía venir de manos humanas.
Salimos y comimos nuestro lunch especial, ahora consistía en mini pizzas.
-Ya no quiero caminar Mina.
-No lo hagas, saca dinero y alquilemos una moto para dos por unas cuantas horas… -dije sarcásticamente, la verdad ninguna de las dos había andado en moto en su vida y al juzgar por la forma en la que casi nos atropellaron la primera noche, Roma no era una ciudad paciente con los novatos al volante.
Jota debió no haber escuchado mi tono sarcástico o decidió ignorarlo ya que antes de darme cuenta ya estábamos paradas frente a un local de alquiler de vehículos, nos estaban trayendo una moto roja y Jota me entregaba un casco mientras se sentaba en el puesto del conductor. Aunque bien pude haberme negado a subir a esa moto, una parte de mi (los pies) querían desesperadamente viajar en un vehiculo motorizado, así sea con Jota manejándolo. Para llegar al coliseo Romano no hubo que pedir indicaciones ni nada, simplemente seguimos una calle recta hasta salir a una avenida grande y luego dimos vueltas hasta llegar a las puertas del antiguo coliseo romano. Jota parqueó la moto mientras yo compraba las entradas al coliseo romano, o más bien medio coliseo romano pues lo que íbamos a observar era lo que quedaba del original. Al entrar paseamos por su arena principal, recordando varias escenas de “gladiador” y siendo recordadas por un guía que iba a tras nuestro que esta arena había sido manchada por la sangre de cientos de cristianos. Debajo de la arena falsa estaban las cámaras secretas que se parecían bastante a un laberinto, donde guardaban a los leones y a los gladiadores mientras esperaban por su batalla. Nos tomamos un par de fotos desde los pisos altos del coliseo, este vez aparecimos solas en las fotos; sabíamos que Roma no era el tipo de ciudad en la que le dabas una cámara a un extraño y la recuperabas después de dos segundos, sino que lo único que recuperabas de la cámara era el forro, y eso si tienes suerte. Saliendo del coliseo alcanzamos a ver a un guardia romano, un verdadero guardia romano con faldita, escudo y demás, inspeccionando nuestra moto. Cuando llegamos a su lado nos dimos cuenta que era el primer italiano que veíamos que realmente era guapo. Jota me vio con cara de cómplice y me dio un ligero empujoncito hacia el guardia.
- ¿È questo suo moto?
Acentué con la cabeza, interpretando que me estaba preguntando si la moto era mía o no.
- ¿Parlate italiano?
Esta vez no tuve que contestar, mi cara de no entender lo que me estaba diciendo fue lo suficientemente evidente. Aunque el italiano es bastante parecido al español, tuvimos que comunicarnos por medio de señas porque de otra forma no entendíamos lo que el otro estaba diciendo. Jota se unió a la conversación apenas se dio cuenta que el guardia solo hablaba italiano y no iba a haber posibilidad de nada entre los dos, aunque todavía no comprendía de donde había sacado esa idea en primer lugar. Para cuando llegamos a la calle principal ya nos habíamos dado cuenta que había algo extraño en el y teníamos la hipótesis de que era gay. Cuando nos despedimos y se puso su chompa confirmamos nuestras sospechas, tenía un bordado de la bandera gay en toda la espalda.
-Cuéntame tu secreto ¿Cómo eres capaz de atraer a tantos maricones? En el viaje de fin de curso fue lo mismo, en guayaquil también…
-Tú sabes, probablemente me ven y piensan que tremendo cuero debe tener un novio sexy que robar.
-Ya dice.
-No preguntes cosas a las cuales no se la respuesta. Mira, el de acá se acerco por la moto, el de Curacao se había acercado porque tu me habías dejado con tres botellas de margaritas en la mano si mal no recuerdo, y los de guayaquil son un caso perdido…son tan ciegos que probablemente ven mi pelo medio corto y piensan que soy hombre.
-Eso me suena mas razonable –dijo entre carcajadas.
-Cállate o yo manejo de regreso a casa.
-No, aguanta, ya me callo –respiro profundo y un poco mas seria me dijo- dame las llaves, es mi solemne misión llevarnos a casa.
Al tratarse de Jota ya me había dado por vencida hace años, ella era un caso que no se podía comprender. Cada vez que empezaba a seguir su patrón de conducta y poder llegar a predecir lo que haría a continuación, salía haciendo o diciendo algo totalmente contrario a lo que creía, mandando todas mis hipótesis a la basura. Con Jota las cosas eran bastantes simples, no intentes de comprender sus arranques de locura y todo estaría bien. Entregamos la moto en el sitio de alquiler y nos dirigimos hacia el monumento de la avenida grande. Este tenia un estilo parecido al de Grecia y en el centro del monumento había una escultura de un caballo con su jinete rodeado de flores silvestres. Paseamos por las calles de Roma, gastando el tiempo que nos quedaba en ese cuidad hasta que llegamos a la Fontana di Trevi, la fuente que aparece en cada película de amor, donde los amantes cogidos de la mano piden su deseo a la fuente, probablemente rogando estar juntos por siempre y que nunca se les acabe el amor. No se que abra pedido Jota, no recuerdo ni lo que pedí yo, sólo se que lo hice con todo el corazón, realmente esperando que se cumpla. De vuelta en el hotel descubrimos que la habitación continua era la lavandería y sacamos provecho de ello. Guardamos nuestra ropa en las maletas y tachamos una cuidad más en nuestro mapa de Europa.
Dos horas en el tren y ya no sabíamos que más hacer; habíamos jugado cartas y planta el carro, habíamos hablado civilizadamente, tomado fotos, molestado a las personas del compartimiento de al lado, al parecer ya se nos habían acabado las ideas.
-Fui al mercado y compré zapatos. –dijo Jota.
-Fui al mercado y compré zapatos y anillos.
-Fui al mercado y compré zapatos, anillos y la luna.
-Fui al mercado y compré zapatos, anillos, la luna y un ventilador criogénico de alta densidad para un Saleen S281 Mustang de color tornasol, versión limitada.
-…tramposa. Ya no quiero jugar. –dijo, viéndome con resentimiento y cruzando los brazos.
-Ya, no te resientas…mira que hoy de noche te voy a dejar bañar primero a ti…y te voy a comprar carne.
-Más te vale que sea un pedazo grande.
Bajamos del tren a la estación central de Florencia, la Santa María Novella. Eran apenas las dos de la tarde, pero parecía que ya iba a anochecer, el cielo estaba con un aspecto gris que sugería lluvia torrencial. Nos cubrimos bien y salimos a la calle. Florencia tenía un aspecto viejo y pacífico, era la ciudad perfecta para aquellas personas jubiladas. La ciudad estaba ubicada en medio de un valle en el noroeste de Italia, cerca del mar mediterráneo y es atravesada por el río Arno. Su historia era la de muchas otras ciudades de Europa; había pertenecido a un campamento de soldados romanos en la época del Imperio, luego fue conquistada por una sarta de locos (bizantinos, longobardos y Francos) y llevada a las ruina económica para ser rescatada por el imperio de Carlomagno, luego pasó a mano de feudos, al acabarse el sistema feudal pasó a manos de una familia rica (los Médicis), luego a manos de monarcas y después de eso sólo Dios sabrá a manos de quien más porque yo ya había perdido cuenta de toda la gente que había nombrado nuestro guía en el camino a la plaza Miguel Ángel.
Mi único conocimiento estable acerca de Florencia era que en esa ciudad estaba el David, quién era conocido en mi familia como “el yucho más famoso del mundo”. La plaza de Miguel Ángel se levantaba en una montaña sobre el valle, haciéndola el lugar idóneo para una foto de la ciudad completa, por eso la foto en esa plaza es algo que todos los turistas tenían. En el centro de la plaza había una imitación barata del David, no medía más de dos metros y era de color verde, pero aun así valía la pena tomarle fotos. Florencia era sin duda alguna la capital del arte, sus capillas, sus casas, sus pinturas, su estructura, todo era arte puro. Era una cuidad bastante pequeña, pero Francia e Inglaterra no le llegaban ni a los tobillos en cuanto a belleza. Nuestro guía prosiguió con el viaje, nos estaba llevando por unas calles angostas hasta llegar a la central religiosa de Florencia. Al comienzo del viaje el saltar de iglesia en iglesia no nos había sonado bien, después de todo era una iglesia y no se podía hacer nada divertido en ella; pero al ver el empeño que ponían en las iglesias comprendimos que lo más hermoso en Europa eran sus centros religiosos, pues aunque no eran lo más divertido eran las piezas más elaboradas. Descendimos hacia el bello San Giovanni, el Baptisterio dedicado a San Juan Bautista, patrón de la cuidad de Florencia. Tenía su estilo románico con vestimenta de mármol alrededor, era un octágono perfecto con puertas de placas de oro, que reflejaban la historia del bautista y otros tantos. Dentro había un techo cubierto completamente con mosaicos, justo encima de la sacristía estaba el mosaico de Jesús, sus manos extendidas, apóstoles, ángeles y profetas dispersos meticulosamente cerca de él. Justo atrás de este baptisterio, como para opacarlo, estaba la catedral dedicada a “Santa María del Fiore”, la cual formó un contraste con todas aquellas otras catedrales que habíamos visto. Tal vez no era la más estupenda, pero era la única con estilo gótico y tenía forma de cruz latina, a un costado de la entrada había una torre blanca que servía de campanario.
-¿Quieres entrar a las catacumbas o al mirador?
-Ninguna de las dos, las catacumbas están llenas de muertos y el mirador está demasiado alto.
-Los muertos están muertos, no te van a hacer nada…si lo fueran a hacer no me convertiría en forense.
-Tú eres enferma.
-Tal vez, pero no quita que no te van a hacer daño los muertos, aparte subir al mirador es casi lo mismo que estar en la plaza del David verde, se ve lo mismo.
-No me vas a convencer.
La abracé y le hice cosquillas en los lados, ella se retorcía, tratando de huirme. Jota era mucho más fuerte que yo, pero tenía su punto débil, unos cuantos segundos de cosquillas y haría casi lo que sea que le pidieras. Bajamos a las catacumbas, yo esperando ver muertos y Jota rogando porque ningún muerto le salte. Las catacumbas eran oscuras, iluminadas por tres antorchas alrededor de las tumbas. Había varias, algunas pertenecientes a obispos otras a padres ó mártires, en el centro de la catacumba estaba un sarcófago elevado que contenía el cuerpo de S. Reparata. Sonreía maliciosamente, cada pensamiento mío puesto en asustar a Jota, pero por más que traté, no pude; no fue por falta de oportunidades, pues de esas tuve muchas, sino porque pronto saldríamos y afuera de la catedral había varios puentes de los cuales Jota me podía botar.
Al salir a la luz del día nos encontramos con que había varios artistas dispersos en las calles, retratando a personas por una suma de dinero razonable. Siempre había querido tener un retrato mío, pero nunca había encontrado la oportunidad, pero en ese momento la oportunidad se daba claramente frente a mí. Sin pensarlo mucho cogí el brazo de Jota y la senté al lado mío, frente a un señor que tenía el lienzo vacío. Nos vio por unos cuantos segundos, tratando de descifrar cómo retratarnos y luego su carboncillo se empezó a mover. Quedarnos quietas por diez minutos fue una tortura, nuestras narices se congelaban, a Jota le estaba empezando a dar un calambre y a mi los dientes me temblaban. El artista terminó de pintarlo y nos levantamos de nuestros asientos, justo a tiempo para ver cómo un grillo saltaba hacia la silla dónde segundo antes había estado Jota.
-Mátalo, mátalo –gritó, mientras se escondía tras de un monumento. Ya acostumbrada a ese tipo de situaciones me saqué el zapato instintivamente, sólo para ser recordada segundos después por una brisa fría qué ya no estaba en Guayaquil- Mátalo, ponte el zapato y mátalo.
Perseguí el grillo alrededor de la calle, hasta acorralarlo en una esquina y pisarlo, escuchando el sonido de su cuerpo siendo descuartizado y sintiendo un asco profundo, del tipo de ascos que te quitan las ganas de comer. Jota se acercó lentamente, siendo cautelosa de no pisar los restos del grillo, me miró por unos segundos antes de tomarme del brazo y sostenerme fuerte, puesto que me sentía mareada, asqueada y el mundo me daba vueltas. Me acompañó hasta la silla de un café, me sentó y segundos después preguntó:
-¿Qué fue eso?
-Me dio asco. –contesté honestamente, no tenía otra forma de explicarlo.
-¿Si un pequeño grillo te da asco cómo pretendes abrir cadáveres?
-Es diferente, nunca me había sentido así. Fue como si diera soroche, sentí que el piso se me movió.
-¿Estás embarazada?
-¿Qué?¿Estás tú loca? Yo, embarazada, ¿de quién?
-No sé…ya, hablando en serio, estás verde.
-¿Serio? Me siento roja, no verde.
-Estas loca, ¿Te han dicho eso?
-Si, pero siempre eres tú la que lo dices.
-¿Quieres un té? Tal vez ayude a que se te pase.
Fue hasta la esquina y pidió un té. Cuando lo tomé se sintió tan reconfortante, tan caliente y suave. Sentí que el color rosado regresaba a mi cara y sin más que decir nos pusimos en camino hacia el museo de Florencia, no sin antes recoger nuestro retrato de manos del artista qué nos veía como si lo que teníamos fuera contagioso y no se nos quería acercar. El retrato era idéntico a nosotras, se podía ver mi pelo corto en la medida exacta, los ojos gigantes de Jota resaltaban, haciendo contraste con mis diminutos ojos de pulga, que parecían brillar. Seguimos admirando el retrato hasta que llegamos al museo y tuvimos que dejar todas nuestras cosas en recepción, incluso la cámara. Dentro de la Academia lo primero que vimos fue “los prisioneros”; cuatro obras atrapadas dentro del mármol mismo, haciéndolo todo un desafió encontrar el sentido original de la figura. En el siguiente salón habían dos cuadros, ambos de Botticelli y ambos reflejaban a la virgen con el niño en sus manos; ambos hermosos. Seguimos recto por un pasillo pequeño que poco a poco se iba ampliando, hasta llegar al padre de todas las esculturas, el mismísimo David. Con cuatro metros de altura y quinientos años de vida, el David era la perfección personificada.
-¡Ahora, eso es un hombre!
-Si, igualito a Rafa.
-Mejor no opino sobre el tema. Hace tiempos alguien me contó que cuando Miguel Ángelo terminó la escultura, lo vio tan perfecto, tan real que incluso le dio un martillazo en el talón y dijo “Ve y camina”.
-Miguel Ángel en verdad que no tenía oficio, pasó su vida haciendo a este gigante, el techo de la capilla sixtina, la sacristía que pasamos hace poco, la piedad, ayudó en la basílica de San Pedro, y quién sabe qué más habrá hecho.
-Si, el tipo no tenía mucho que hacer. Aparte de todo lo que nombraste era un pobre obsesionado por la naturaleza. Solía robarse cadáveres de la morgue para revisar su anatomía, a base de todas sus investigaciones hizo al David…estaba loco el pobre.
-No hables que tu quieres hacer lo mismo, tu sueño es pasar abriendo cuerpos y ver de qué se murió la gente. Miguel Ángel era un genio loco, tú simplemente eres enferma.
Caímos en silencio y seguimos observando al David, sus pies perfectos, sus abdominales, sus brazos, todos parecían reales, como si en cualquier momento se iba a bajar del estante y salir caminando de la sala. Lo más impresionante eran sus manos, en la derecha sostenía la piedra y en la izquierda la honda, sus armas contra el gigante Goliat, su mirada era segura, sabía que debí de ganar, dándole a su cara un gesto de concentración increíble.
Salimos del museo para entrar a otro museo más, esta vez para observar “El nacimiento de la Venus” de Botticelli. Había una época en la cual todos los artistas pintaban el nacimiento de la Venus o Afrodita, quien había nacido de una emisión de esperma de los testículos cortados de Urano que fueron lanzados al mar por su hijo, Cronos. Ninguna de las piezas de arte había sido tan hermosa y fiel al relato mitológico cómo la de Botticelli, convirtiendo a esta en su obra maestra. Paseamos por la cuidad, llegando a la Plaza de la Señoría, centro político de Florencia. La plaza consistía de un pórtico lleno de estatuas, más estatuas alrededor, una fuente y el Palazzio Vecchio. De entre tantas estatuas había dos que resaltaban. La primera: el “Perseo” de Cellini, el cual estaba fundido en bronce y mostraba a Perseo con las zapatillas voladoras de Hermes y el casco de invisibilidad de Hades derrotando a la Gorgona Medusa; con la hoz de Crono en una mano y en la otra la cabeza de ella, mientras pisaba el cuerpo de la fallecida. La segunda, en el lado contrario del pórtico: “El rapto de las Sabinas” de Giambologna; eran tres cuerpos entrecruzados, hechos de mármol y los movimientos eran precisos, al igual que la expresión de desesperación de la Sabina al ser raptada. Caminamos por la ciudad, sin importarnos dónde íbamos, pues todo era igual de increíble, hasta llegar al puente Vecchio, el cual parecía una cosa del otro mundo; un puente con casas a los lados, sobresaliendo hacia el río. Cenamos en la calle, una lasagna de Italia para mí y un sánduche de lomo para Jota, a ella no le gustaba la pasta y aún estando en Italia se rehusó a comerla. Empezaba a hacer frío y por cuestiones de desorganización no pudimos reservar hotel en esta ciudad, para cuando nos pusimos pilas ya no había hoteles libres; así que nos fuimos a la estación de tren y seguimos con nuestro itinerario, dirigiéndonos a Siena, el pueblo medieval.
Al igual que Florencia, tenía su baptisterio y su capilla, pero eran estilos muy diferentes. El pueblo era menos glamoroso que Florencia, nunca se logró recuperar de la peste negra y su progreso se paró, haciéndolo un pueblo medieval por siempre. Tenía una gran plaza, frente al Palacio Público, o ayuntamiento, donde dos veces al año se reunía un jinete representante de cada una de los diecisiete distritos, para ser parte de la carrera de caballos más famosa del mundo. También era famosa por tener la mejor universidad de medicinas y leyes de Italia, convirtiéndola instantáneamente en uno de mis pueblos favoritos. Siena tenía su propia leyenda, a diferencia de Florencia. Se decía que era el lugar dónde Senio, el hijo de Remo y sobrino de Rómulo, había sentado cabeza, por eso en cada esquina se podía observar una estatua de la loba amamantando a dos bebes humanos, Rómulo y Remo.
Subimos al tren una vez más, teníamos que llegar a Pisa, una antigua ciudad en la cual habíamos, después de horas de buscar frente a la computadora, logrado encontrar un hotel disponible. Pisa en sí era uno de nuestros puntos turísticos de todas formas, ya que pensábamos que la pizza se había originado en Pissa, y por ende tendría la pizza más deliciosa del mundo. En el tren yo me quedé dormida y a Jota le tocaba despertarme al llegar a la estación puesto que o había hecho lo mismo por ella camino a Siena. Sentí el tren disminuyendo su velocidad y abrí un ojo. El anunció fuera de la ventana, en la estación leía “Pisa centrale”
-Jota, ¿dónde nos tenemos que bajar?
-Pisa centrale.
-Mira fuera de tu ventana.
Sus labios se movían, formando lentamente las palabras del letrero. Nos tardó un par de segundos reaccionar, a mí porque estaba dormida y a Jota porque no comprendía la tipografía del letrero. Al darnos cuenta que el tren llevaba cinco minutos esperando a que suban los pasajeros y que pronto se iría, cogimos nuestras maletas, las botamos por la puerta y salimos de un salto; pero a mi se me enredó la cuerda de una de las maletas en el pie, haciéndome caer dolosamente en el suelo de la estación. Jota, en vez de ayudarme, estaba riéndose sin control. Me levanté orgullosamente, cogí mi maleta y salí caminando rápidamente de la estación. Jota me alcanzó ya fuera de la estación, todavía se seguía riendo de lo ocurrido. Pasamos varios puentes, la ciudad estaba repleta de canales al igual que Venecia, pero en ninguna parte vimos un restaurante que vendiera pizzas. Seguimos caminando hacia el Campo de Milagros, el lugar más refundido de este mundo donde se encuentra la torre inclinada de Pisa (que es un campanario), la catedral y el baptisterio. El campo no era muy grande, haciendo que las tres obras arquitectónicas se vean más grandes de lo que realmente eran. La torre de pisa es famosa por estar inclinada, eso se debió a que el plan original era que la torre sí fuera inclinada, pero un desnivel de tierra hizo que la inclinación fuera llevada hasta puntos extremos. La torre cilíndrica tenía muchas columnas en cada uno de sus siete pisos y al preguntarle a Jota si quería subir, ella se limitó a verme cómo si estuviera loca y caminar hacia el lado contrario. En el centro estaba la catedral que había sido construida tras una victoria de la flota de Pisa ante los de Palermo. Su fachada había sido alterada varias veces y su interior también. Al igual que varias obras en Europa estaba hecha de mármol blanco y mármol verde, dándole armonía con la naturaleza. El baptisterio también tenía una forma cilíndrica, a excepción de su techo que se elevaba como un domo. Tenía el mismo estilo que la torre, pero era notablemente más pequeño y su interior estaba lleno de fuentes en vez de campanas. Ya habiendo visto todo lo que había por ver nos dirigimos hacia nuestro hotel. Al entrar a nuestro hotel nos encontramos con un folleto que decía “Storia di pizza”, tomamos uno y subimos a nuestra habitación. Lo abrí y leí, bastante desilusionada, que la pizza había sido inventada en Nápoles y que su nombre “pizza” no tenía nada que ver con la ciudad en la que estábamos, sino que venía del latín y significaba “aplanado”. Dejé de leer para conversar con Jota un rato antes de irme a dormir, cómo siempre hacíamos, pero al parecer ella no estaba en condiciones para conversar, lo único que provenía de su boca eran ronquidos.
Al despertarme Jota me estaba observando fijamente, acostada todavía a mi lado.
-¡No hagas eso! Da miedo.
-Lo se, ayer de noche casi me matas de un susto cuando me levanté a tomar agua, me acosté de nuevo en la cama, volteé mi cara hacia la tuya y te encontré observándome.
-Yo no te estaba observando, ayer ni siquiera me desperté.
-¿Quién dijo que te habías despertado? Estabas con los ojos abiertos, durmiendo. Te aplaudí en la cara y ni parpadeaste.
-Yo no duermo con los ojos abiertos.
-Si lo haces.
-No te creo. De pura picada me voy a grabar durmiendo durante una semana cuando lleguemos a Guayaquil, sólo para comprobar si hago todas las cosas que dicen que hago cuando estoy dormida.
Acabada la discusión sobre mis hábitos al dormir, salimos a desayunar a la estación del tren. Ese era el último tren que cogimos, y fue el viaje más largo que hicimos. Teníamos que recorrer varios kilómetros, lo cual tomaría nueve horas de viaje. El paisaje camino a Barcelona cambió varias veces, primero pasando por Génova, después Niza, luego Marsella y acabando en los montes Pirineos, los cuales dividían Francia de España. Ya llegando a nuestro objetivo, después de varías horas de descanso, comida enlatada y juegos de cartas, sacamos las maletas, creyendo que ahora que ya habíamos entrado en España oficialmente el trayecto sería corto. Pero nos equivocamos. Tomo dos horas para que el tren al fin se detenga en la estación Sants. Bajamos del tren, felices de poder estirar nuestras piernas después de estar sentadas sin usarlas.
En Barcelona nos esperaba una amiga de mi familia que nos había prometido darnos arroz con menestra y carne asada de desayuno. Pensábamos que estaba bromeando cuando nos dijo eso al llamarla por teléfono desde Ecuador, pero resultó ser fiel a su promesa. Nos encontramos en la estación de trenes y nos llevó hasta nuestro hostal, el cual estaba al frente de una rampa muy transitada que llevaba directamente hasta el malecón. Luego de chequearnos y dejar nuestras maletas, nos dirigimos a su casa para desayunar. Comer arroz después de casi un mes entero sin haber probado bocado con este, fue delicioso; también lo fue la carne asada, y ni mencionar la menestra. Conversamos unos momentos, pidiendo sugerencias de que hacer en Barcelona y agradeciendo por el desayuno. Al cabo de una hora salimos ya con un itinerario listo en nuestras mentes, y lo lindo del asunto es que casi no teníamos que caminar, todo el recorrido lo haríamos desde el segundo piso del bus naranja de Barcelona Tours. Al comenzar el viaje teníamos todas las ganas del mundo, todas las energías necesarias y todas las fotos por gastar. Pero en ese momento ya no teníamos nada de las anteriores, excepto quince fotos que con mucho esfuerzo habíamos logrado reservar.
Subimos al bus, nos instalamos en los asientos delanteros, conectamos nuestros audífonos y disfrutamos del viaje. Pasamos por el museo de arte contemporánea y la universidad, pero ni ganas nos dio de bajarnos. Luego subimos hasta el palacio de la música, siguiendo oeste hacia la plaza Cataluña, nos desplazamos hasta la casa Batiló, pero nada captó nuestra atención hasta que llegamos a la “pedrera”, la primera de las obras que observamos de Gaudi. Era una casa extraña, hecha por completa de partes de piedras y con balcones extraordinarios, parecía tan fuera de lugar en plena ciudad al lado de casas normales, parecía incluso extraña en pleno mundo. El lugar para eso tipo de casas era la imaginación, de ahí en adelante dónde sea que la pongas resaltará. Lo mismo se le aplicaba a la casa Les Punxes, la cuál estaba a pocos metros de la pedrera. Seguimos, escuchando la explicación de los eventos históricos que habían ocurrido en Barcelona, hasta llegar a la Sagrada Familia.
A pesar de que apenas podíamos pararnos, lo hicimos sin problema a penas nuestros ojos vieron las grandes torres desde lejos. Por unos segundos me sentí como en una película de Roald Dahl. Las grandes torres de la Sagrada Familia eran irreales; con sus mosaicos de frutas en la punta y su fachada echa de piedra era sin duda alguna obra de Gaudi. Ese templo era una leyenda, pues había tardado una infinidad en ser construido, y aún no terminaban, apenas iban por la mitad del camino. Tenía ocho de los doce campanarios, uno por cada apóstol, le faltaba todavía la torre de Jesús, la torre de María y las cuatro torres de los profetas. La fachada de la natividad estaba completa, al igual que la de la pasión. Ambas eran extrañas, sus líneas rectas y su estilo como ningún otro en existencia. Absolutamente todo en el templo tenía significado, cada arco, cada columna, cada adorno había sido meticulosamente pensado por Gaudi. Ese fue el proyecto de su vida, proyecto que no logró ver terminado y que estuvo en peligro de no ser terminado por mucho tiempo dado que la gente no creía que iba a ser posible completar el templo sin los planos originales; pero la construcción siguió. Dentro del templo había mucho por ver, una vez más nos enfrentamos a la polémica de las iglesias: catacumbas o mirador. Jota no pensaba volver a poner pie en una catacumba en su vida, así que optó por el mirador, lo cual me sorprendió dado que la torre a la que íbamos a subir tenía ciento siete metros de altura. Los ascensores eran de construcción, tenían varias rejas alrededor, pero ninguna pared. Jota respiró profundamente y entró lo más rápido posible al ascensor, como quién se lanza al vacío antes de tener la oportunidad de arrepentirse y regresar. Yo subí después de ella y me sorprendí cuando el ascensor paró todavía faltando treinta metros. Jota estaba esperándome en las escaleras, subimos juntas cada una de los cien escalones hasta lo más alto del campanario. Toda la construcción podía ser observada desde ahí, también se podía ver la pedrera, la universidad, el palacio real al cual todavía no íbamos y un sin fin de casas. Bajamos del campanario e hicimos otra promesa más: el día que terminen el templo vendríamos a verlo.
Subimos al bus y descansamos. En vez de bajarnos en cada lugar para tomarnos fotos nos conformábamos con movernos al lado del bus donde hubiera mejor vista y aplastar el botón de la cámara, ni siquiera nos tomábamos la molestia de pedírselo a alguien más. Pasamos por el parque Güel, por la casa-museo de Gaudi, seguimos recto hasta el parque gigante de la tamarita, luego bajamos hasta el Monasterio de Pedralbes. A pesar de estar en España todavía teníamos ciertos problemas con el lenguaje, pues los de Barcelona al ser parte de Cataluña, hablaban en su mayoría catalán. Las calles tenían nombres raros y en vez de usar la “ñ” se usaba la “ny”. Más adelante vimos el estadio del F.C. Barcelona, el Camp Nou. A pesar de que amaba el deporte, y más aún al Barcelona español, no pude levantarme para tomarme una foto decente. Seguimos en el viaje, viendo hacia la derecha, hacia la izquierda y usando la mayoría de las fotos que nos quedaban. Barcelona era grande, era antigua, era bacán; pero nuestros cuerpos ya no daban. Nos bajamos en el palacio real. Por suerte las escaleras eran eléctricas, caso contrario Jota y yo hubiéramos tenido más de un inconveniente en llegar hasta el patio central. Comparado con el de Versailles y el de Viena era una miniatura, lo único impresionante de este era sus miles de escaleras, las cuales nos rehusamos en subir. Desde la primera planta tomamos las fotos del panorama, el día estaba soleado y el calor nos llevó a quitarnos las chompas por primera vez en todo el viaje. El sentido de aventura ya se había agotado y lo único que nos quedaba era un sueño profundo que no había sido satisfecho en mucho tiempo.
De regreso al hostal paramos en el acuario de Barcelona sólo para ver a un tiburón pasar por encima nuestro mientras caminábamos por un túnel submarino. Los especimenes no eran nada que ya no habíamos visto en Ecuador, así que pronto nos aburrimos del acuario y salimos caminando hacia la rampa. Pasamos por el mirador de Colón, tomando las dos últimas fotos que nos quedaban. Comimos en el restaurante de la esquina, sólo guardando lo suficiente para irnos en metro hasta el aeropuerto la siguiente mañana.
La última noche en Europa la pasamos frente a la ventana del hostal. Barcelona era una ciudad hermosa, las luces de la rampa formaban un collage de pequeños puntos multicolores, la música del grupo clandestino de la esquina llegaba hasta nuestro balcón y el viento soplaba suavemente en nuestras caras, haciéndola una noche perfecta. Ninguna de las dos hablaba, la verdad ya no había nada que decir; probablemente Jota pensaba en lo mismo que yo. El viaje ya había acabado oficialmente con esa última foto en el mirador de Colón y las dos parecíamos tener mucho en nuestras mentes como para decirlo en voz alta. Sentada ahí recordé todo el viaje y sonreí, Jota también sonreía. Ambas absorbidas ante la gran misión que se nos había revelado en ese viaje…
-¿Qué gran misión? –interrumpió el policía.
-La gran misión de vivir y ya dejar de tener miedo al cambio. En ese momento, frente a esa ventana comprendí que sostenerme del pasado no evitaba que el cambio suceda, de todas formas tendría que encararlo y el hacerlo con miedo no me iba a ayudar en lo absoluto –dije con convicción, aunque por dentro no podía creer que casi había echado a perder mi secreto sobre Atenas.
…El futuro vendría y no sería fácil, pero ya era hora de dejarle de huir.
-Elije una mano –dijo Jota, mostrándome ambos puños cerrados boca abajo. Me acerqué y toqué su puño izquierdo, inmediatamente lo abrió para revelar una pulsera de cuero, y en su mano derecha la gemela de esta. Extendí el brazo para que me la ponga, los nudos de Jota eran imposibles de romper y ese era el tipo de regalo que no quería perder.
-Gracias.
-No la pierdas.
-Intentaré –prometí, aunque ambas sabíamos que las probabilidades eran que la pulsera se me perdiera antes de llegar a la esquina del hostal.
Llamamos a Inglaterra para organizar lo que se haría con nuestras maletas, los de la aerolínea acordaron mandarlas a Barcelona esa misma noche y darnos doscientos euros como compensación del inconveniente. Nos acostamos en la cama, teníamos sueño pero no podíamos dormir; pasamos viendo el techo, esperando quedarnos dormidas, pero nada. Ya eran las dos de la mañana, en tres horas tendríamos que ponernos en marcha hacia el aeropuerto. Justo cuando se empezaban a cerrar mis ojos y mis párpados se ponían pesados, escuché la voz de Jota a mi lado.
-Mina…
-Dímelo –dije bostezando.
-Te llevaste toda la colcha.
-Sorry, toma –y le entregué la mitad de la colcha que me había robado inconscientemente.
La alarma sonó y sonó por minutos, ninguna de las dos se movía para apagarla. Fue tal el escándalo de la alarma que minutos más tarde entró la dueña del hostal a apagarla, luego nos punzó con una escoba hasta que nos levantamos; por lo visto no le había agradado el asunto de ser despertada tan temprano por la culpa de dos extranjeras perezosas. Salimos de la cama y alistamos maletas, a pesar de estar llevando uno que otro recuerdo, pesaban menos que antes pues toda la comida que había estado en ellas fue consumida a lo largo del viaje. Cogimos el metro hacia el aeropuerto y por poco nos fuimos de largo, suerte que la mayoría de los que viajaban a esa hora iban exclusivamente al aeropuerto y al vernos solas en nuestro vagón nos dimos cuenta que algo no andaba bien, salimos corriendo del metro antes de que cerrase sus puertas.
Cómo habían dicho los de Inglaterra ahí estaban nuestras maletas esperándonos, junto a un sobre con doscientos euros. Abrimos las maletas y corrimos al baño a cambiarnos, en ese momento la mejor sensación del mundo era ponerse ropa limpia. En cuento al dinero: primero pensamos en dividir el dinero miti-miti, pero luego nos acordamos de Pierre, su ayuda nos había significado por lo menos cien euros en alojamiento, sin contar comida, transporte y lavado de ropa. Si nos hubiéramos puesto a sacar cuentas creo que le deberíamos unos doscientos euros, fácil. Corrimos al cyber del aeropuerto y revisé mi e-mail, recordando que él me había escrito dándome su dirección, teléfono y apellido, por si acaso volvía a Francia alguna vez. Anoté la información y Jota fue a la oficina de correo más cercana. Pedimos ayuda al encargado, nunca habíamos mandado una carta y no sabíamos ni porque se tenía que usar estampillas. No teníamos mucho tiempo así que nos limitamos a escribir “gracias, de parte de Jota y Mina” en un papel, meter el dinero y cerrar el sobre lamiendo la parte superior. Regresamos al escritorio de la aerolínea, confiramos nuestros tickets y entramos a las puertas de embarque. Había tiendas alrededor y con cincuenta euros cada una, no nos quedó más remedio que gastarlos. Recuerdo poco desde ahí en adelante. Sé que embarcamos, hablamos un rato, comimos, dormimos, desembarcamos. Esperamos en Miami a nuestro vuelo hacia Guayaquil… lo siguiente que recuerdo es haber estado viendo desde la ventana del avión las pequeñas luces de Samborondón mientras descendíamos.
Desembarcamos del avión y respiramos el dulce aroma de Guayaquil, ese olor a humedad y a que algo estaba siendo frito en alguna esquina. Apenas tocamos tierra firme empezamos a sudar, ¡cómo había extrañado sudar! Esa noche nos despedimos sin muchos sentimentalismos, con una simple promesa de volvernos a ver pronto, en nuestras miradas estaba reflejado el sentimiento de quienes han pasado por viento y marea juntas, y qué nunca olvidarían lo sucedido.
Sin embargo, la promesa de volvernos a ver pronto nunca se cumplió. Regresé a mi casa, dispuesta a dormir por siempre. No podía describir lo que se sintió ponerse una pijama limpia, abrazar mis almohadas y dormir en la cama que por el uso y el tiempo se había moldeado a mi forma, haciéndola la más cómoda de las camas para mi. No fue hasta el siguiente día en la tarde que me digné a escuchar mis mensajes de voz en el celular y me enteré, por voz temblante de Jota, que había habido un cambio de planes y ella estaba a punto de embarcarse a Argentina. Al final del mensaje su voz se rompió, y las palabras no le alcanzaron para decir nada más que un “gracias”. Miré la hora de llamada, era de hace mas de cinco horas; cualquier cosa que pretendía decirle antes de que se vaya, cualquier regalo o abrazo que hubiera deseado darle quedó tirado en el olvido. Mi amiga de toda la vida se había ido y mi gran despedida, si a eso se le podía llamar una despedida, había sido una simple mirada. Lágrimas amargas empezaron a rodar por mis mejillas y caer a la calle. Lloré por lo que fue y por lo que nunca mas sería, como podrá imaginárselo lloré mucho. No fue hasta que me levanté y vi mi cama empapada que decidí parar de llorar, después de todo la iba a ver en Navidad o en las vacaciones. Navidad tras Navidad esperé, pero a veces las cosas simplemente no se dan; perdí contacto con ella y Rafa. Hace unos cinco años me enteré que se habían casado, salió en una revista: se veían tan felices juntos. Esa fue la última vez que supe de ella, hasta el día de hoy. –concluí, agachando mi cabeza para ocultar el par de lagrimas que se me escapaban.
-Entonces… ¿Todavía no sabe lo que hay dentro de la caja?
Ojee la carta una vez más, buscando alguna pista que me dé a entender qué mismo es lo que Jota quería de mí; y ahí, en la séptima línea lo encontré: No rompas A Tenas. La primera vez que la leí pensé que mi antigua amiga había, de una vez por todas, perdido sus tornillos, yo no tengo nada que romper que se llame Tenas; pero ahora que la volvía a leer tenía perfecto sentido: Atenas.
-No –mentí descaradamente- No se me ocurre nada.
-¿Alguna idea de por que su amiga protegió con tantas cosas esta caja? Honestamente, en aduanas estaban asustados, nunca habían visto algo así.
-Jota es una persona muy meticulosa, que con el paso de los años supongo ha empeorado. Lo más probable es que dentro haya algo frágil y ella siendo tan exagerada lo haya cubierto con todas las de la ley, haciéndolo parecer peligroso. ¿Me equivoco al pensar que aduanas se alarmó al verlo y por razones de seguridad lo mandaron acá para chequear que no sea nada peligroso?
-No, esta en lo correcto.
-Bueno… ¿Es peligroso?
-No hemos encontrado nada que nos puedo sugerir que lo es.
-En ese caso ¿puedo ir a mi casa? Mi esposo debe de estar esperándome, es mi cumpleaños y al parecer quiere celebrarlo conmigo… Pensándolo bien, eso es probablemente lo que sucedió. Esa caja no es nada más que un simple regalo muy protegido.
-¿Y la carta?
-Ese fue el medio para que recuerde nuestro pasado y me divierta haciéndolo, pues la simple mención de ese viaje hace que mi memoria de vueltas, como usted ha podido observar.
-Lamentamos mucho el inconveniente –dijo, abriendo la puerta- Puede salir señora Coronel.
-Lamento no haber sido de gran ayuda.
-Sólo una pregunta mas: ¿Por qué “operación” Bon Voyage?
-Teníamos dieciocho años, conseguir el dinero para irnos fue toda una operación, no fue nada fácil en esa época. Pensándolo bien, todo para nosotras era una “operación”.
Me puse mi gorra, levanté el paquete y salí caminando rápido, pero disimulando. Afuera la lluvia de España me envolvió de pies a cabeza mientras caminaba hacia mi casa, tremendo regalo que se le ocurre mandar a Jota, probablemente el más raro que me hayan dado en mi vida. Si efectivamente es lo que pienso que es, entonces no saldré del laboratorio en toda la semana…pero me estoy emocionando, típico es cualquier otra cosa. Metí la llave en la cerradura y gire la perilla.
-¿Dónde has estado?
-Quita esa cara de preocupación, estoy bien. Estaba en la estación de policías siendo interrogada... ¡No pongas esa cara! No hice nada malo, simplemente me llamaron para entregarme esto –y deposité la caja en sus manos.
-¿De quién es?
-Mía.
-No ¿Quién te lo envió?
Lo mire fijamente antes de decir- Jota –y eso lo dejó callado. Caminando hacia la cocina miré atrás justo a tiempo para observar mientras él inspeccionaba desde lejos la caja, como quien teme que de repente un objeto cobre vida y lo ataque.
-Me estas halando la pata… no puede ser de Jota.
-¡Maldito el día que te enseñamos esa expresión! Desde que te la dijimos la usas para todo.
-¿Alguna idea de lo que hay adentro? –preguntó nerviosamente.
-Si, una. Pero con Jota nunca se sabe. Esto puede ser desde un tierno conejito hasta un huevo de dragón de Komodo.
Abrí la caja y sumergí mis manos mojadas en el mar de espumafón, esperando a tocar algo diferente. Pasaba el tiempo y no encontraba nada, hasta que escuché un clack y supe que había encontrado el tesoro perdido. Saqué de la caja un cubo de cristal, donde nadaba entre formol un hueso de dedo.
-Nunca pensé que alguien fuera capaz, pero Jota acaba de lograr quitarme el apetito y eso que esta del otro lado del mundo.
Pero yo no lo estaba escuchando…mis ojos se clavaron en el sobre de la carta, pasé mis dedos sobre la estampilla que claramente marcaba “Atenas”. Miré a mi esposo a los ojos y sonriendo le dije:
-Espero que no me extrañes mucho esta semana. Mañana salgo para Atenas.
-¿Y qué exactamente vas a hacer allá?
-Descifrar un misterio que ha estado en mi cabeza desde hace ya algunos años.
Me dio una de sus miradas de incomprensión total y luego caminó hacia el estante de los libros. Pasó sus dedos por el lomo de cada libro hasta llegar a mi favorito, “El eslabón perdido”, y en ese momento comprendió y me dijo, como todo buen francés:
-Bon voyage.
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