A pesar de que Ginger era la estrella porno del momento, a Elio no le daba por estar con ella, ni de posar su mirada en donde todos la descansaban. Él, al contrario, les dirigía la palabra a todos. No solo al empresario Morales, dueño de la tabaquería, o al senador Steffens. No. Era a todos, sin distinción, que se dirigía y, además, no sentía inhibición en sacar a flote sus sentimientos. Yo vi sus lágrimas un par de veces. Y, sin embargo, la mayoría de la gente estaba enfocada en Ginger, Morales o Steffens.
A mi, en particular, me parecía que Elio tampoco le importaba llamar la atención, ni preocuparse por las ambiciones humanas, de las cuales era el tema central de la reunión. Era tan raro Elio.
Quizá por esa conducta, al rato, Elio estaba sentado solo en la mesa. Aunque, para mi, no lo parecía. Los de la reunión ni siquiera se fijaron en él, ni allí, ni antes en otro lugar. Nadie reveló un gesto de molestia ni de compañerismo por la actitud que revelaba Elio. A pesar de eso, no lo vi triste o afectado por esas circunstancias y esas reacciones de la gente.
Yo, como era de esperar, estaba sentado en la otra mesa, justo al frente donde se hallaba Elio. Sentía que me hablaban, pero ni una pizca de atracción me producía esos comentarios y frases huecas y tediosas. Pronto quede solo, los otros bailaban, allá reían, hablaban y tomaban. Yo, por otro lado seguía los pasos de Elio y cada vez me preguntaba con más ahínco: ¿a quién se le ocurre traer un niño de seis años a este lugar?
|