Hoy, me levanté tarde y me vestí de detective. No debí haberlo hecho muy bien pues al bajar a desayunar, me preguntó mi mujer, Dónde vas vestido así. Le contesté con una evasiva para confundirla y ella no volvió a mirarme ni a hacer más comentarios.
Lo primero que hice al entrar en la cafetería fue observar detenidamente la disposición de las mesas. Un privado estaba ocupado por dos individuos sospechosos que se hablaban frente a frente. Me senté, alejado, en una mesa individual, pedí un café y esperé a que se desocupara el privado junto al que los dos hombres hablaban. Después de pagar y darle a la camarera una buena propina, hice como si me fuera, me oculté en el baño unos diez minutos y salí con lentes oscuros y un bigotito que guardo siempre en el bolsillo para ocasiones semejantes. La camarera, joven, bonita y discreta, pasó por mi lado, me sonrió y me dio las gracias, Gracias, señora, me dijo. Me di cuenta enseguida que ella también era espía y que no hubiera sido necesario tanta propina, pero iba tan bien disfrazada que no la reconocí.
Me acerqué al privado vacío y me senté haciéndome ver. Saqué un pitillo y antes de prenderlo dije con voz suficiente alta como para que pudieran escucharme los dos individuos, Ting tanta sang que a las cinc ting son. Se callaron de inmediato, el más cercano a mí me miró sorprendido y yo repetí, Ting tanta sang que a las cinc ting son. Entonces se miraron desconcertados, el más joven se levantó, metió una mano en su bolsillo, sacó un encendedor y me prendió el pitillo. Luego se sentó y siguió hablando con su compañero.
Fumando discretamente, fui caminando despacio hacia la salida. Al pasar junto a la camarera le susurré, No son los chinos que buscamos. Ella me hizo un guiño inteligente y siguió en lo que estaba.
Mi mujer me abrió la puerta y me dijo, Anda, quítate esta ropa y ayúdame a preparar el ma-yu-chi , ya están por llegar.
Sonó el timbre de la casa, abrí la puerta y me quedé frío: frente a mí, los dos sospechosos de la cafetería. |