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Solo tenía 10 años y tuve que ver como mi padre asesinaba a mi madre. ¡¿Te parece eso normal ?! Todos en la escuela me molestaban y me decían "el raro". Pero es que nadie estaba en mi casa viendo lo que ocurría, nadie percibía lo que mi cuerpo sufría. No podrían comprender porqué yo era "el raro". Ellos eran ellos "los ciegos".
¿Y qué les importaba si era yo un chico introvertido, que me alteraban las muchedumbres, que escuchaba música satánica y que mi mayor anhelo era ser un reconocido asesino? Pero no como mi padre. ¡Nunca! Él no fue nadie. Sólo fue un desadaptado que mató a su esposa. Yo buscaba con furia pertenecer a las ligas mayores. Hasta que me crucé con Daniela..... Daniela, dulce orquidea que llenaba mi alma de alegría. Ella era la única que me escuchaba, y aunque no me entendiera, siempre me apoyó. Y fuí feliz. Si, realmente sentía una gran dicha al estar a su lado sabiendo que podría contar con ella. Pero un día, lo supe. Ella nunca fue una dulce flor. No era más que la espina de la flor marchita que creció en medio de la idiferencia, y me engañó. Huyó vilmente. Me abandonó. ¿Cómo es posible que se haya atrevido?.
Aquel nuevo abandono me sumió en la oscuridad de mi mente. No sabía si lo que trascurrían eran días o años. No le encontré significado al tiempo. Una tarde, gris y lluviosa, como el día en que arranqué aquella venenosa espina, decidí seguir mi camino. Quería cumplir mi sueño de niño. Comencé a salir a las calles vestido de payaso, divirtiendo con mentiras y vivendo de la risa de los niños, esas diminutas criaturas que nunca estuvieron en mi vida. Pero en noches de delirio, de sueños humedecidos por mis angustias, veía sus caras desfiguradas como el chocolate derretido en sus tiernas y obesas manos, recordandome que ahora Daniela retozaba feliz con otro, que mi madre murió ahogada en su propia sangre y que yo era un pobre desgraciado, solitario y payaso. Al final de la noche me sentí sentí aliviado.
No sé porque les relato con tanta confianza. Me siento un poco como Juan Pablo Castel cuando comienza a narrar la historia de su asesinato y creo que me parezco un poco porque suelo irme por las ramas y hago eso porque me ponen nervioso. Creo que ya se han dado cuenta, porque les comenté los aspectos turbios de mi vida, inconcientemente, para que cuando me juzguen por lo que hice, lo hagan sabiendo que mi vida fue una pesadilla adolescente.
Como les contaba, salía vestido de payaso a las calles para no sentirme tan solo. Mi fuerte en la vida fueron las excusas, que me inventaba para mí mismo con la mayor de las delicadezas, para no sentirme herido. Las excusas las usaba para tener todo ese tiempo efímero para alcanzar mi sueño.
Si les aburro con esto, pueden dejar de leer, pero al igual que Juan Pablo Castel sé que no lo harán, porque son morbosos y porque desean saber los detalles de como maté a 20 niños en mi casa.
Así es. ¿Sorprendidos? Vaya, me decepcionan. Los invité a mi casa prometiéndoles el espectáculo de sus vidas. No podían negarse. Yo era su dios, el payaso, casi como It, pero mejorado. Mientras realizaba el cúlmen de mi show, uno de los niños (uno gordo, feo, y estúpido, lo recuerdo no sin cierta desidia) dijo que mi rutina era un asco. ¿Querían entretención?. Pues yo tenía todas las herramientas disponibles para entretenerlos. Decidí empezar el verdadero acto. Fuí a la cocina a buscar cuerdas y un cuchillo (el mismo que mi padre usó para matar a mi madre). Se los mostré con orgullo y les dije que haríamos magia. Todos ellos se peleaban por ser voluntarios, pero les dije que todos iban a ser partícipes de esta magia tan especial. Los amarré con la misma calma y amor que un padre acuesta a sus retoños. Estaban nerviosos y ansiosos, se reían asustados. Tomé el cuchillo, reflexioné un par de minutos, pensé en cuanto odiaba a los niños. Traje a tan maravilloso instante los recuerdos de sus burlas, de sus señalamientos. Recuerdo cómo me hacían la vida imposible en la escuela y en como se burlaban de mi soledad. El chillido de excitac`ón de uno de los chiquilos me sacó de mi sopor. Antes, les dije que cerraran los ojos, que el secreto de las magias estaba en la oscuridad. Tomé el cuchillo, delicadamente, porque uno siempre debe conportarse de manera adecuada como lo mandan los manuales de urbanidad, para conservar la elegancia por más ordinarios que sean tus actos, aun que este no era un acto ordinario. Más bien me parecía refinado. Creo que ahora seré breve, mis nervios ultimamente no han funcionado bien. Los degollé. El cuchillo se deslizaba como una hoja caliente que rebana mantequilla. Atrás, Ozzy no dejaba de lanzar sus letanías fuertemente, y entre lágrmias, gritos, y música, le dí fín a sus vidas y concreté mi plan.
Cuando yo era pequeño, mi padre me repetía constantemente antes de encerrarme en mi cuarto, que si algo se quiere con la fuerza del corazón, cuando llegara a ser como él, todo un adulto desquiciado y frenético, podria alcanzar todos mis sueños, nada me sería imposible y yo seria un ser feliz.


Mi agradecimiento a Akeronte, por ayudarme a realizar este texto, y por supuesto millones de besitos para el

Texto agregado el 10-04-2005, y leído por 164 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
31-07-2006 siempre me han gustado los happy endings! miguel089
12-03-2006 Mierda...esto es una confesión terrible....un verdadero monstruo creado por la sociedad, sin que nadie se diera cuenta.... Buen relato.....mis estrellas ******* trotskki
11-04-2005 mmm no entiendo el motivo de lo que hizo, la verdad es que la historia deja muuuchos cabos sueltos (algunos sin sentido alguno). toomesi
10-04-2005 Me ha gustado mucho...sobre todo lo de: nadie vivía en mi cuerpo, entonces como saben que yo era "el raro" y no eran ellos "los ciegos".Yo me he sentido así pero en vez de asesina me hice Punkrockera...jajaja silpivipiapa
 
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