Sonó la campanilla de la puerta, era señal que un cliente entraba al café. La mesera volteó a mirar y movió las cejas en señal de saludo. Él, entró lentamente y se sentó en la mesa que ocupaba siempre, desde hacía mucho tiempo. La mesera le trajo lo de siempre; un café muy cargado y con poca azúcar, porque a su edad ya le hacía daño mucho dulce, decía. Mientras movía suavemente el café con la pequeña cuchara, pensaba en volver a ver a su amada, a aquella mujer con la que cada tarde venía a este café, a esa mujer que fue su amiga, su amante, su novia, aquella que una tarde le quitó la vida para dejarlo con su pena. Pensaba en como sería encontrarla de nuevo, justo ahora que tanto la necesitaba. Él, bajó la mirada hacia su café y mientras tomaba el primer sorbo escuchó la campanilla de la puerta, no se inmutó, pensó que como siempre sería uno más que llegaba por algo. Cuando de un momento a otro, una voz lo perturbó “un café por favor”, era Ella. Él lo sabía, aun no había volteado a mirar pero reconocería su voz hasta en un inmenso barullo, las manos le temblaron, el sudor comenzó a caer por su frente, ya no estaba en el café, estaba en un mar de contradicciones, la tarde que tanto esperaba había llegado, ella había vuelto, pero ¿Qué pasará cuando la vea? se preguntaba en la cabeza. Con temor y contradicción volteó muy despacio. La vio sola e indefensa en la barra de aquel viejo café. En sus ojos había un poco de tristeza y en su cara una expresión tranquila. Él, la estuvo mirando un buen rato, pero Ella, no volteaba así que decidió llamar su atención. “mesera una servilleta por favor” gritó mirando a su amada, Ella, volteó y lo miró extrañada, casi confusa. En su expresión se podía ver que ya estaba a punto de acordarse quien era Él, hasta que una leve sonrisa rompió el hielo que se había concentrado en el ambiente. Él, se acercó y la miro sin poder pronunciar palabra, la invitó a su mesa y comenzaron a charlar. Él, no podía quitar sus ojos de su mirada. Ella, un poco avergonzada comenzó a contarle su vida, ambos se escucharon por horas. De un momento a otro Él, le cogió la mano y sintió un shock eléctrico que le recorrió el cuerpo y cuando bajó la mirada vio que la mano de su amada estaba arrugada, muy maltratada, entonces se dio cuenta que Ella, tenía el pelo cano y sus párpados estaban caídos, su cuerpo era delgado cubierto por un vestido de flores y un chal tejido a mano. Volvió su mirada a la mano derecha de su eterno amor y vio en cada dedo, diez años perdidos, años alejados y de espera, eran cincuenta años que llevaba él yendo todas las tardes a ese mismo café. No podía creer que cuando solo tenían veinte primaveras Ella se fuera y lo dejara con todo su amor, ahora cincuenta años más tarde Ella, había regresado. Él miro su propio reflejo en el café y se advirtió viejo y muy adolorido, pero nada importó, ni siquiera las penas, ni las horas perdidas, ni el tiempo lejos, nada era justificable como para matar ese momento. Él, volvió a mirarla y le dijo que la amaba. Ella, sonrió levemente arrugándosele la piel y le respondió; “nuca dejé de hacerlo”. Ambos se pararon de la mesa y salieron lentamente como si llevaran el enorme peso del tiempo.
Nunca más se les volvió a ver en el café. Ellos, se fueron a recuperar los años de juventud, a conocer la vida y a vivir antes de morir. |