Para Fiorella y Machi que creen en mí. Y para Vale porque tiene corazón de ángel. Y para ti, porque te amo.

Pinochet hizo que su país se adelantara al nuestro en años luz en todos los campos abarcables. Pinochet puso orden en cada calle y en cada casa, y hasta se podía dormir sin fastidio alguno porque al lado a alguien se le ocurriera organizar una parranda. Avanzaron con buen paso y nos han dejado últimos en el maratón que siempre tuvimos. Pinochet no les dio ideas sino que pensó por ellos, actuó por ellos, les creó un sentido cívico y nacionalista que conservan hasta hoy. Pero no todos pudieron gozar de su adelanto, y es más seguro que les hubiese gustado regocijarse un ratito en el bien de su patria. Y el silencio de las noches se mezcla con los gritos apagados de la señora que no sabía como mierda echarse a dormir sin pensar en la última imagen que su hijo le dejó y que atropellaba su mente como si no hubiese vivido antes de ver eso: De espaldas contra el piso de su cocina, con un tiro de gracia en la nuca y un papelito escrito a medias “No me voy a demorar...”. Pinochet firmó sus avances con sangre, con dolor. Con dolor que no era suyo. Y hasta su sillón no se oía una queja, la caída de una lagrima sobre el cuerpo dividido. Hasta su sillón la muerte no llegaba. Pinochet abrazó la gloria riéndose de tanto pesar, y el tan clamoroso sentido cívico-nacionalista chileno quizás no fue el impulsor de las muertes registradas en los primeros cinco años de su gobierno de facto. Esa gente fue ASESINADA A-S-E-S-I-N-A-D-A. ¿Se entiende?. No es tan difícil; Tienes veinte años primaverales y te matan porque no te dejaste penetrar por algún cabo.
Estas durmiendo a tu pequeño porque la bulla es muy fuerte, y él no para de llorar del susto; y se meten a tu casa y los callan a los dos. Tu niño el que iba a ser doctor, el que jamás tomaría licor, estaba tan muerto como el recuerdo de Dios en la mente de las víctimas. Asesinados. Y la gran mayoría de los que se quedaron avanzaron y ganaron sin jamás poder sentirse ganadores: Porque no pudieron, no quisieron, no se les antojo ser responsables. Dictadura, señores. Sus cerebros se hicieron un hueco receptor que los impulsaba a moverse en la dirección del general. A veces me avergüenzo de ser peruano cuando el ridículo nos vence. Pero, hoy, viendo a este asesino hablar de Dios y de su sacrificada labor con los chilenos, me avergüenzo de ser humano, como él, y quisiera convertirme en la bestia más sangrienta que hay sobre la tierra, para entender un poquito la tranquilidad con que se pisa, en cada uno de sus discursos, la memoria de las almas vagabundas, fenecidas.
En Chile, cuando no hay mucha luz, cuando nadie tiene ganas de celebrar nada y las personas se guardan a una hora prudente, se escucha un vago sonido a lo lejos: “Apúrate, hijo, la comida se te va a enfriar”


Una de la mañana
21-X-04