Una vez mas y sin saber porque estaba arrepintiéndome. Quizás fuera porque me habían entrenado a pedir disculpas y ahora no podía dejar esa costumbre. En realidad, creo que yo mismo buscaba las situaciones desde donde mas tarde fuera a arrepentirme.
Creo que me encontré una socia perfecta. Aunque de todo esto no me acordaba muy bien.
Olga fue la primera que me lo hizo notar, ella me decía que cuando nos revolcábamos haciendo el amor era otra persona.
Mientras caminaba taciturno con Elena –mi novia- no pudimos dejar de mirar con ternura, aquel grupo de chiquilines que jugaban en el portal de un edificio. Cuando los veía, especialmente en su compañía, pensaba en organizar un futuro.
En principio debía ahorrar mucho, tal vez los primeros diez años, después con un par de trabajos, seria suficiente para mantener la renta. El sol brillaba intensamente a esta hora de la tarde, las hojas desplegaban unas guirnaldas multicolor en las fachadas, los espejos de los frentes nos veían pasear, allí estábamos los tres.
Mientras tanto, perversamente armaba una estrategia para ausentarme de la oficina, el asunto consistía en que Pérez me llamaría desde el bar de la esquina, diciendo que los proveedores me reclamaban con urgencia, Olga ya se las habría arreglado para escurrirse sin que nadie lo note.
Estas pequeñas huidas, perjudicaban sensiblemente al resto, pero se acrecentaba el morboso encanto, de ayudarla a destrozar su etapa previa al dudoso casamiento.
En realidad ya casi nada nos importaba, solo experimentar. Cada nuevo encuentro era un paso mas al abismo, un vacío al que ni siquiera sabíamos si al hacerlo gozábamos o quizás nuestra satisfacción era provocarlo, buscar algo sin saber a ciencia cierta que. Vernos actuar y solo mirarnos, como quien ve peces en una pecera.
Terminábamos, mi pelo estaba revuelto, demacrado, los ojos hinchados y apenas podía ver el sol que entraba por esa ventana de hotel sobre la plaza.
Allá abajo, la gente paseaba en un mágico día de sol. Una feliz pareja, caminaba, prolijamente vestidos mirando un grupo de chicos que jugaban frente a un portal. Los árboles sacudían suavemente sus copas y los reflejos de las vidrieras distraían a los paseantes.
Por primera vez la mire intensamente, ella también estaba confundida y ausente. Olga era muy atractiva, pero creo que mas aun, cuando desabrochada inocentemente su delantal, dejaba mostrar distraídamente sus pechos, tal vez verla así, desnuda sin nada que ocultar, no tenia secretos y creo que ella misma no encontraba descripción a sus movimientos.
Creo que cuando uno llega a la realización de sus deseos, ya no queda nada por develar, entonces llega el momento de la aparición de las nuevas fantasías.
No dejaba de mirarse al espejo roto, una luna descolorida pero de cuerpo entero.
Los mismos reflejos que me habían obnubilado y llevado a mirar el parque y sus paseantes, creo que la llevaban a no despegar su mirada de aquella luna.
Suavemente como en un baile, empezó a dibujar en el aire un contorno, perimetro casi humano.
La danza se hizo, minuciosa, parece que veía su dibujo, como si una silueta ausente detrás de ella, le indicara el trazo a seguir.
Seguramente, el frenesí, el alcohol y el humo, nos habían afectado a los dos.
Por mi parte, me concentre en aquella pareja, en una coreografía armónica, alrededor de palomas y flores, dibujaban un escenario de ensueño. Parecían estar muy enamorados, el tomarse de la mano parecía su lazo único e indestructible, los bastaba para sentirse unidos.
Mientras en el pequeño cuarto, que ya despedía un olor intenso y agrio, nos golpeaba el aire a sexo rancio.
El deseable cuerpo de Olga estaba de pie, con sus dos manos se tomaba del marco de la luna, sucia y empañada de vapor.
Frente a ella, marcada sobre el opaco vidrio, se distinguía una silueta que permanecia de pie. Cuando ella, cayo al suelo arrodillada, la consolé, entonces me pidió que le jurara que yo también podía ver esa mujer que hace un tiempo la venia siguiendo, que en esta ocasión, se le había acercado y casi con desprecio, le había insinuado que quería dejarla.
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