Pasea por la orilla de la playa. A su derecha un camino de piedra que envuelve una barandilla verde, va hacia arriba, hacia los pinos, hacia la verde vegetación que interrumpe el camino entre la playa y el pueblo.
Sigue caminando. Las manos en los bolsillos, amplios y profundos. Su rostro tiene unos hermosos ojos que ahora esconden unas gafas de sol oscuras. El cabello rizado, algo largo, es negro como una noche oscura, que sin embargo, regala un matiz lunar de blanco brillo. Su frente, despejada, clara, ya anuncia sus gustos literarios; el amor por la música y el interés por las cosas diversas.
De su cuello cuelga una figura redonda, de metal dorado, con dibujos concéntricos que recuerdan a los mandalas. Un rayo de sol da de lleno en el centro de su color rosáceo y esto hace que se le ilumine, un tanto, el rastro de su mirada, que se pierde en la búsqueda, una vez más, de una figura femenina.
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