EL FUNERAL.
Santiago de Chile, Cementerio General, septiembre 24, 1973.
No está solo. Para acompañarlo, junto con nosotros, viene la telegrafía cristalina de los bosques del sur. Los volcanes terráqueos que iluminan la noche con decenas de relámpagos. El estruendo sin memoria del océano. Los ojos sin luz de los peces abisales en sus profundidades. Los pájaros antiguos que barren la altura y miden la extensión de los vegetales ondeantes con sus alas.
No está solo. Porque en el aire estalla la llamada de decenas de gargantas que él puede escuchar, ya que siempre tuvo oídos para todos los lenguajes telúricos u oníricos, que comprenden todos los dolores y esperanzas.
- ¡Pablo Neruda!
Y el coro. Todos nosotros, presentes y ausentes, vivos o muertos, prisioneros o desaparecidos, respondiendo con tristeza, con alegría, con decisión y desafío.
-¡Presente!
Vamos con él, Pese a las amenazas y a pesar de los fusiles que nos apuntan. Vamos con él por encima de nuestros propios temores. Vamos con él, pese a la posibilidad real de no regresar. Porque no podíamos ni debíamos dejarlo solo. Teníamos que representar la tierra. Todos los seres humanos. Todos los rostros, los colores de piel y los llantos. Teníamos que representar todos los frutos y todas las semillas.
Y, entonces, salimos de nuestras vidas ocultas, de nuestros escondites sombríos para estar con él este día. Es cierto que una sensación de peligro permanente cruza por nuestros cerebros. No sabemos de dónde llegará el golpe que nos prive de sensaciones. Porque la muerte es sólo un hecho, un factor, un acontecimiento, un cambio y porque lo importante no es la muerte natural, biológica, necesaria, sino la vida y este hombre, mejor que muchos, llenó la vida con el milagro de su poesía, con las maravillosas palabras indispensables, engarzadas en los vientos, en la bandera, en la tranquilidad, en la tormenta, en la historia, en los idiomas del mundo.
No está solo. Ahora estamos todos aquí, mientras que en el aire sigue estallando su nombre.
-¡Pablo Neruda!
Y la misma respuesta.
-¡Presente!
Mientras caminamos, alguien lee en voz alta su poesía y entonces somos nosotros los que sentimos que jamás estaremos solos. Y los versos suben a la primavera cercana, porque la poesía no muere y puede ser como una estrella, que aún a millones de años luz de distancia y que a pesar de haber desaparecido, su luz sigue llegando con el vigor de siempre, con el mismo aroma, interminablemente.
Yo estaba en mi refugio a la espera de nada. Dejaba pasar las horas aguardando una respuesta. Tratando de encontrar un camino para recorrerlo en medio de esta noche que nos ata. Entonces, salgo, a pesar de todo, para estar con él, este día de su ingreso al silencio. Lo hago como muchos otros, que no quisieron olvidar su estatura solar, su corpulencia de araucaria.
Yo sé que no importa si es primavera o invierno para morir. No importa si llueve o brilla el sol del optimismo. No importa si se cree que se podría haber hecho más todavía, haber encontrado más planetas, más sortilegios, más vocablos de sangre, porque lo verdaderamente importante es que este hombre se convierta en la continuación de otros y pueda unir a generaciones distintas con el lazo de fraternidad de sus palabras.
Por eso tampoco importa el resto de la muerte. La amenaza silenciosa e iracunda que está apostada en las puertas del cementerio, apuntando con sus fusiles negros, ya que ahora tenemos la libertad-Neruda, la ciudadanía-Neruda, la hermandad-Neruda, la valentía-Neruda y nos repartimos en los gritos para que estos lleguen a su soledad adquirida y salga a cantar como lo hacemos nosotros con todos los rostros del dolor, con todos los rostros de la alegría, con todos los rostros de la espera, con todos los rostros de la lucha, con todos los rostros de la victoria.
-¡Pablo Neruda!
-¡Presente!
-¡Ahora...!
-¡Y siempre!
No está solo. Nunca lo estuvo. Ni volverá a estarlo.
Con nosotros viene la memoria del mundo, la memoria de la tierra dañada para siempre, hendida, quebrantada, repartida, pero en donde su obra es como la luz de un faro que puede evitar los arrecifes y levantar la libertad como una ola.
No está solo. Con nosotros vienen los bosques que amaba, la profundidad del océano, la majestad de la nieve cordillerana, la energía vegetal recogida del sol y haciéndose parte de los hombres y sus esperanzas.
-¡Pablo Neruda!
-¡Presente!
-¡Ahora...!
-¡Y siempre!.
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