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Eran, más o menos, las tres de la tarde, cuando el asesor entró en el despacho. El Intendente estaba mirando el diario, pero no lo leía, su mente estaba en al-gún otro lugar, quién sabe dónde. Sus meditaciones fueron interrumpidas.
- Llegaron los resultados de la encuesta que solicitó.
- Gracias, Alberto.
El Intendente, entonces, despegó los ojos del diario y miraba los resultados, que su asesor le acercaba.
- No entiendo – decía para sí mismo – ¿por qué lo quieren a este tipo? Ni siquiera lo conocen...
Los resultados que le acercaban indicaban una clara ventaja en la intención de voto hacia su principal contrincante electoral. El Intendente no entendía cómo, luego de dos gestiones exitosas, de una administración austera y eficaz de los recursos, ahora el electorado lo despreciaba, por un hombre, mucho más joven que él y que, a sus ojos, sólo era un gran charlatán.
La realidad es que, quien se postulaba contra él, era un joven abogado muy respetado en la ciudad, por su lucha en la Cámara de Diputados, en pos de leyes que el pueblo pedía, pero que el Parlamento Provincial sistemáticamente ignoraba.
Si bien él, también, era una persona respetada y querida en la ciudad, parecía que la gente estaba encandilada con su rival; le veía mayor empuje y decisión para enfrentar los desafíos de la política.
Si bien había comenzado un sinfín de obras públicas, la gente veía este comportamiento como algo electoralista y no le daba la importancia que el Intendente hubiera querido.
El teléfono, en ese momento, interrumpió sus pensamientos. Era su esposa, quien le recordaba que fuera temprano, por cuanto esa noche sería la fiesta por los quince años de su hija menor.
Tan ensimismado en sus encuestas estaba el funcionario, que había olvidado este tema y sacudiendo, brevemente, la cabeza observó la hora. Eran las tres y veinte de la tarde. Decidió que era tiempo de partir.
Era un sábado y el Palacio Municipal de la Ciudad de La Plata estaba desierto, el taconeo de sus zapatos resonaba en la acústica del edificio. casi tanto como un tambor. Por alguna razón que desconocía, cuando escuchaba el sonido de sus pasos, sentía un pequeño escalofrío en su columna vertebral.
Recorrió el pasillo y bajó las escaleras hasta la entrada. Como hacía siempre que salía, se quedaba contemplando, por un instante, la belleza de la Catedral, que estaba más allá de la Plaza Moreno, que se emplaza frente al edificio municipal. Siempre se tomaba esos segundos, para admirar la belleza de aquel edificio que admiraba. Está de más decirlo, pero el Intendente estaba enamorado de su ciudad, era como si fuera parte de su ser, donde había vivido toda su vida y donde quería descansar para siempre, cuando llegara su hora. Recordaba aquellos días de su niñez en el Bosque, donde con sus amigos de su infancia, vivió los días más felices de su vida.
Una sonrisa se pintó en su rostro, algo agrietado por sus sesenta y ún años, como siempre, acomodaba sus anteojos metálicos, en un tic que le era característico y que ya había sido caricaturizado por algunos imitadores, que lo remedaban.
Un hombre se acercó al funcionario, que, absorto en sus pensamientos, se asustó al oír su voz.
- Señor Intendente, soy Faustino Carmal, ¿me podría conceder un reportaje para el diario?
El Intendente conocía a Carmal. Era un periodista político, de un diario local muy prestigioso, pero que, en esta elección, había tomado partido casi abiertamente por su opositor. Un poco por algún consejo de sus asesores y otro, por estar su mente puesta en otra cosa, se negó a conceder el reportaje a Carmal y se lo hizo saber de muy malos modos.
El periodista, un hombre de baja estatura y mirada vivaz, se quedó contemplando al funcionario que se iba y, cuando se disponía a insistir, simplemente dio media vuelta y se retiró.
Más o menos, a las cuatro de la tarde, el Intendente llegó a su casa, allí su mujer Alicia, su hija mayor Carla, de 31 años y quien cumplía los quince años esa noche, la menor de la familia, Camila, salieron a saludarlo. Carla era una brillante abogada, recibida con honores en la Facultad de Derecho de La Plata, cuando tenía apenas 22 años. De porte imponente, con su cabello negro, corto, sus 1,82 m. de altura, resaltaba su mirada azabache, penetrante y sagaz. Aún cuando había algún rasgo inocente en su rostro pálido, la dureza de su mirada lo hacía imperceptible. Trabajaba con su padre en la Intendencia como asesora legal.
Camila, en cambio, carecía del porte de su hermana. De menor estatura, alrededor de 1,67 m., su cabello era rubio oscuro y su tez demasiado pálida, sus ojos castaños eran desabridos, aunque su sonrisa era angelical, de hecho hechizaba a su padre, de quien había sido la consentida y lo adoraba.
Para esa noche había alquilado un enorme salón de fiestas, lo que ya había provocado alguna reacción en sus opositores, pero tanto era el amor que sentía por su hija, que decidió pagar el costo político que pudiera traerle aquella fiesta.
- ¡Hola, papá! – gritó Camila y corrió a abrazarlo.
- ¡Hola, hijita! ¿Cómo está mi princesa?
- Bárbara, ultimando los detalles para la fiesta.
- Me alegro, mi amor.
Carla, en ese momento, entró a la habitación.
- ¿Podrías venir un momento? – le dijo a su padre.
- Claro, ya estoy, Carla.
- Ya vuelvo, hija.
Fueron con su hija a la otra habitación.
- Papá, espero que no lo tomes a mal, pero esta noche, en la fiesta, quiero que veas a alguien.
- ¿En la fiesta? ¿Quién es, hija?
- Es un asesor de imagen, uno de los mejores de Sudamérica.
- ¿Lo invitaste a la fiesta?
- Era necesario papá, las encuestas nos dan mal y este hombre dice que sabe cómo hacer, para que levantes la diferencia, no podía esperar hasta el lunes.
- Hija, es la fiesta de quince de tu hermana, no es momento.
- Papá, es ahora o nunca, ¿querés ganar, no?
- Claro que quiero ganar, hija; pero no creo que en la fiesta de Camila sea el momento...
- Es un minuto, papá.
- Está bien, si ya lo invitaste lo veré, pero sólo un momento.
- Gracias, papá.
El Intendente quedó algo perplejo, no era la primera vez que pasaban cosas como ésta, pero su debilidad por Camila hizo que, esta vez, le cayera mal. Él reconocía que siempre había hecho demasiada diferencia entre sus dos hijas y que, sin duda, Carla creía que si conseguía hacerle ganar la Intendencia tendría más atención de su parte. No era algo que le gustara, pero sabía que él mismo con su actitud había generado eso y vería a ese hombre, en la fiesta, sólo por no herir a su hija mayor.
Esa noche llegó el gran momento, Camila estaba radiante y feliz. Su madre y abuela habían trabajado hasta altas horas de la tarde en los preparativos y la fiesta sería estupenda.
Serían, más o menos, las once de la noche, cuando un hombre de aproximadamente cincuenta años, abundante pelo cano, de impecable traje gris, in-gresó y, de inmediato, fue recibido por Carla. El Intendente sospechó que sería el asesor que ella había invitado y, en efecto, así fue. Tras las presentaciones de rigor, los tres fueron a un lugar más tranquilo.
El hombre, que hablaba con un marcado acento inglés, fue claro y conciso con el Intendente. La diferencia que marcaban las encuestas más serias eran de unos diez puntos, los cuales, según el asesor podrían revertirse; pero tendría que causar un golpe de efecto. En los veinte días que lo separaban de la elección debía hacer algo tan inesperado y decisivo que los indecisos y los independientes se volcaran por él.
Esto no sólo no aclaró las cosas en la cabeza del Intendente, sino que las confundió más. Ese estilo de hacer política no era el suyo sino, en realidad el de su oponente y era un terreno que a él le disgustaba, donde no se sentía cómodo. En algún momento, pensó dejar todo como estaba y en fin, si la gente quería a su oponente, pues que lo tenga y listo.
Pasó la fiesta, la noche, y al otro día por la mañana, todos estaban reunidos en la mesa familiar, compartiendo el desayuno.
Doña Inés, la madre de Alicia, quien vivía con el Intendente y su familia, estaba leyendo el diario, mientras el resto de la familia conversaba animada-mente de lo que había sucedido en la fiesta, salvo Carla, quien con la mirada perdida no decía nada.
- Hija, ¿te pasa algo?
- No, papá, sólo pensaba.
- ¿En lo de anoche?
- Sí, en qué podríamos hacer.
- Si querés lo hablamos en la Intendencia mañana, hija; hoy es domingo, olvidate de la campaña, ¿sí?
- Esta bien, papá – Carla dijo esto sin convicción, con una sonrisa artificial y se volvió a sumir en sus pensamientos.
En ese momento, doña Inés tomó la palabra. Si bien su voz era trémula y poco audible, el silencio que reinaba en la mesa cuando ella hablaba, la hacía perfectamente nítida.
- Deberías hacer algo con estos perros.
El Intendente que no sabía de qué le hablaba su suegra. sólo atinó a mi-rar el diario. En él, había un artículo en el que los perros vagabundos del Bosque habían entrado al Zoológico, masacraron a dos crías de antílope y herido a su madre gravemente. Las fotos de los animales mutilados era muy fuerte y los comentarios que suscitaron también. En la televisión, que estaba encendida, una señora, considerablemente obesa, estaba haciendo declaraciones a un corresponsal, acerca de la necesidad de “solucionar” el problema de los perros vagabundos.
Carla, como si la hubiesen llamado, volvió de su letargo, le arrebató el pe-riódico a su padre y comenzó a leer con avidez el artículo.
- Esto es justo lo que necesitamos – dijo para su interior y, sin decir palabra, se levantó de la mesa, en busca del teléfono.
El Intendente miró a su hija y, tras pedir disculpas por ambos, se levantó tras de Carla. Fue hasta la otra habitación, donde la joven abogada estaba hablando por teléfono. Cuando terminó su conversación, la interrogó.
- ¿Se puede saber que te pasó, hija? Fuiste descortés en la mesa, te levantaste sin decir palabra...
- Eso que te mostró la abuela es la solución a nuestro problema. Tengo el golpe de efecto, que nos permitirá ganar las elecciones, sólo dejame hacer algo.
El Intendente notó un brillo extraño en los ojos de su hija, que no le gustó. Él estaba ya casi resignado a su destino, pero parecía que su hija dependía más del resultado de esa campaña que él. Sabía que Carla era dura y tenía muchísima ambición, casi lo opuesto de la consentida Camila, pero era cons-ciente que él, con su indiferencia y su esposa con su ineptitud, habían forjado ese espíritu en su hija.
El lunes por la mañana, se vieron enormes cuadrillas municipales ras-treando el Bosque en busca de los perros. Varios de ellos fueron apresados. La misma Carla comandaba el operativo.
- Como respuesta a los pedidos de la gente del barrio, - decía una exuberante Carla, a los medios de prensa, reunidos allí- el Intendente ha resuelto terminar con el eterno problema de los perros vagabundos del Bosque, para que la gente pueda pasear tranquila.
- ¿Van a exterminar a todos los perros callejeros, señorita?
- Así es, este problema quedará erradicado para siempre.
Mientras la conferencia de prensa continuaba, las cuadrillas seguían atrapando animales y encerrándolos en un camión. Una mujer, de más o menos 70 años, desgreñada pasó entre la maraña de periodistas y llegó hasta la misma Carla.
- Señorita, ¿qué van a hacer con los perros? – dijo
Los periodistas se callaron, como si la pregunta de la anciana hubiera sa-lido de sus propias bocas.
- Serán esterilizados y llevados a un instituto sanitario, señora, como corresponde.
Un grupo de niños, que habían ido de excursión al Museo, pasaron por donde estaba el camión lleno de perros, se acercaron y vieron las caras de los ángeles caídos. Una niña estiró la mano, que fue lamida por un pequeño perro, a través de la reja
Carla miró la escena y sintió un nudo en la garganta; por un instante, se perdió el brillo de sus ojos pero, enseguida, fue distraída por los micrófonos, que la atormentaban.
Finalmente, el operativo terminó, el camión partió con los perros por la Avenida 1 hacia el sur y los periodistas se desconcentraron. Carla estaba yén-dose, cuando un aullido lastimero, procedente del camión, la distrajo y heló su columna vertebral. Pero fue sólo un segundo.
Por la tarde, los noticieros confirmaron los que pareció ser el golpe de efecto que el Intendente necesitaba. La gente, que era entrevistada, aprobaba la acción rápida y decidida del Intendente y una encuesta, difundida por la tarde, parecía haber acortado la brecha entre los aspirantes. Carla estaba feliz, desbordante de alegría, era como si hubiera vuelto a nacer.
Pero, al día siguiente, lo que pareció ser un sueño dorado, se convirtió en una pesadilla. Carmal, el periodista desairado que había advertido la mentira de la funcionaria, había seguido al camión, que no había ido a una unidad sanitaria, sino a un basural y las fotos de los perros masacrados fueron tan terri-bles, que la gente no pudo o supo más que expiar sus culpas por los animales, que habían, indirectamente masacrado, aquellos ángeles que ellos mismos, con su indiferencia y abandono habían echado del paraíso, castigando duramente, a quien creían culpable absoluto de sus propias culpas y miedos.
Las críticas contra el Intendente por la matanza de perros fue cruel y despiadada, muy bien aprovechada por su opositor quien, curiosamente también, se había comprometido en su campaña a “solucionar” el problemas de los perros vagabundos.
Las elecciones se celebraron y el Intendente perdió por más de veinte puntos. Carla lloró y se culpó de la derrota; pero su padre, tal vez aliviado, sólo dio un suspiro, consoló a su hija, le agradeció los esfuerzos que había hecho y, sobre todo, le pidió que no baje los brazos y siga adelante. Para él, por fin, la pesadilla había terminado.
La mañana que entregó el poder a quien lo sucedió, el Intendente sintió, por última vez sus pasos en el pasillo del primer piso, del Palacio Municipal. Bajó las imponentes escaleras, llegó a la puerta, miró la Catedral y la Plaza Moreno. Un perro vagabundo, que pasaba por ahí, se paró frente a él, moviendo la cola. Él, como era su costumbre, sacó una galletita de su bolsillo y se la dio al animal que, alegremente, cruzó la calle y se perdió de la vista.
Los ángeles caídos habían demostrado, que aunque caídos, seguían siendo ángeles.-

Texto agregado el 12-08-2003, y leído por 243 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
28-08-2003 Una historia muy bien contada y con mucha originalidad, tal vez note falta de algun tipo de accion, pero me gusto. Un beso. lady_blue
 
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