Nadie sabe cómo, pero todo Los Álamos sabe bien, que cuando doña Carmela se enteró que la muerte le andaba siguiendo el rastro, se fue a la cocina, buscó un puñado de sal gruesa y lo tiró por sobre el hombro.
La muerte estaba con la guadaña levantada, para dar el golpe fatal, cuando el puñado de sal gruesa le cayó en los ojos y la dejó ciega.
Esta muerte no vidente ya no podía reconocer a sus víctimas por el rostro o por la forma de andar. Sobre Los Álamos vino un tiempo verde donde ningún hombre fue hallado. La huesuda tuvo, entonces, que preguntar, acercarse al oído y pedir se identifique, el posible futuro muerto.
Los hombres de Los Álamos, que conocían la historia de la sal, estaban prevenidos, y cuando una voz desconocida preguntaba: ¿Cómo te llamas?, mentían el nombre, se ocultaban tras la gracia de alguna de las personas más saludables del pueblo.
Pero en este pueblo, como en cualquier otro, hasta los más sanos, a veces, caen.
Cuando esto ocurre en Los Álamos, la muerte suele equivocarse.
Cuando esto ocurre, en Los Álamos suele quedar un nombre sin dueño y un hombre sin nombre.
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