Lo buscaste otra vez más y al estirar el brazo te diste cuenta que no estaba. Otra vez, se había ido sin despedirse. Te levantaste con el corazón inundado de cariño y te enfrentaste a una pared de hielo. Volviste a saberlo, no le importabas, y ese maldito acto te había dejado desnuda y vacía, le habías vuelto a entregar tu cuerpo por unas horas de aparente felicidad y él te había vuelto a traicionar.
Llamaste innumerables veces al celular que seguía apagado. ¡Cómo pudiste ser tan idiota! ¡Cómo no te diste cuenta que te usaba cuando no tenía otra! Lo odiaste tanto. Las lágrimas corrían furiosas mientras levantabas la ropa desparramada por el cuarto. Te prometiste que no ocurriría más, que ya no habría vuelta, que ya habías sufrido demasiado.
Todo el esfuerzo puesto en olvidarlo, en meses de llanto por las noches, y ahora con dos palabras te convenció, volviste a soñar y te volvió a herir. No podés tropezar tantas veces con la misma piedra... Te dice que te quiere y ya caíste. Si te quisiera no jugaría con vos así.
Querías salir corriendo a buscarlo, pedirle que te explique por qué te hacía esto, preguntarle si te quería (era obvio que no), decirle que aún lo amabas. Y pensar que hace tan sólo unas horas te decía que eras especial y que estaba muy contento de volverte a ver... ¡Ilusa! Qué tonta podía ser una mujer enamorada, humillada, dolida.
Los siguientes meses de tu vida los dedicaste a olvidarlo, a vivir otra vez y superar el dolor que te causó su vuelta. Segura de no volver a aceptar otra vez sus jugadas, creíste ser fuerte, pero te volvieron a temblar las rodillas cuando un día cualquiera, tras meses sin noticias, recibiste su llamado.
Tu mente se nubló y creíste sentir que tu corazón palpitaba más fuerte que nunca. Y te prometiste que no habría vuelta, que ya no habría otra, cuando otra vez más te despertarte y al estirar tu brazo, no lo encontraste a tu lado.
Y otra vez más, lloraste sola porque habías tropezado con la misma piedra... |