Santiago.
Desde lo alto miraba las pequeñas luces intermitentes. Otras que bailaban como luciérnagas entre manchones de pavimento, que sin quererlo, si mirábamos un poco más, encontrábamos las calles que formaban este gran Santiago lleno de aspiraciones y sueños. Donde muchos años atrás la gente de los alrededores venía a probar suerte. Algunos la encontraban, otros desgraciadamente se tenían que conformar con vivir bajo los puentes y perecer allí sin registro alguno o alguien que los recordara, pero quienes llegaban arriba eran muy escasos.
En ese momento donde la noche era como un manto que envolvía a todos, con su desfile de estrellas y su imponente luna con su brillo que resbalaba por la cordillera a mis espaldas. Aquel viento de entonces, era distinto, un frío que recorría por cada recoveco de mi cuerpo, inmiscuyéndose a tal punto de dejarme pétreo sobre este cerro. Esta brisa poseía un sabor agridulce. Ese gusto en mi paladar provenía efectivamente de la estación, dulce por sus nacientes flores y agrio por la soledad que a muchos provocaba, la primavera.
Como soñaba mirando todas las luces, imaginándome cada familia, problema e historia. Y se veía tan pequeño a esta distancia que cada luz perdía su importancia por la inmensa cantidad.
Me daba una pena enorme pensar que todas esas personas se preocupaban tanto de ellos mismos, que cegaban su mirada a quien podría necesitar de tan solo una sonrisa, una palabra, un abrazo. Una eterna cantidad de cosas tan simples y cercanas que no estaban dentro de esa consumista imaginación. Me asombraba mirar como la gente podía querer un pantalón más que a una persona.
Pero todos estos deseos eran tan lejanos de cambiar que está sociedad se había sometido a la ignorancia del gasto.
No entiendo exactamente de que baúl de mi mente me acordé de escribir, tan solo las palabras vagaban en mi mente, en cada momento, cada crepúsculo y ahora siento como el viento me susurra estas palabras al oído. Alentándome a terminar antes de que amanezca y vuelva a esconderme en mi antro de ermitaño.
Las horas pasaron inexorables por mi cuerpo, en mis huesos y desgastados ojos. El tiempo llegó y estas hojas del viento fueron. Espero desvanecerme por completo para poder soportar esta soledad que llega de improvisto, trayendo consigo mil momentos que ya daba por olvidados...
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