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Maldijo un par de veces y lanzó con fuerza la copa contra el suelo, haciéndola estallar en mil pedazos diminutos de cristal. Después de tirarse los cabellos hasta casi arrancarlos del cuero cabelludo, acurrucó la cara entre sus manos, se sentó al borde de la mesita y con los codos apoyados sobre sendos muslos, comenzó a sollozar. Sintió de pronto la palma cálida de la mano de Regina sobre la nuca y entre sus propios dedos, alcanzó a percibir como se arrodillaba sobre la alfombra, a su lado.

- ¿Qué sucede? ¿Qué es lo que te pone de ese modo? – inquirió ella con voz dulce, llenando sus palabras de ternura, de paciencia, de comprensión.
- Es que ya no soporto esta situación – balbuceó - ¿Acaso sabes lo que significa para mí pasar por todo esto?

Regina calló por un instante, deslizó su mano desde la nuca de Javier hasta su hombro y tras darle una palmadita, mezcla de comprensión, hastío y consuelo, suspiró hondamente y se puso de pie. Dio dos o tres pasos sobre sus largas y bien delineadas piernas, enfundadas en impecables medias de seda y empinadas sobre altísimos tacones Manolo Blahnik, al más puro estilo “Sex & the City”, y tras dar media vuelta, se dejó caer pesada, pero femeninamente sobre el sillón de enfrente. Encendió un cigarrillo y tras exhalar el humo, que huyó en espiral desde su boca hacia el cielo raso, miró largamente y en silencio a Javier.

- No puedo soportar más esto, ya no puedo. – dijo él – Estamos brindando, me ofreces una copa de champaña, me cuentas sobre tus triunfos, tus ascensos, tus alegrías, tus logros. Me dices sin más que te vas a otra ciudad a trabajar con gente que ni conoces ni te conoce. ¿Qué esperas que haga? ¿Qué me alegre porque la maldita internet...¡Maldita y mil veces maldita internet! – te da una oportunidad a ti y no a mí? ¿Qué ría y brinde contigo? – Enjugó sus lágrimas con rabia, tragó saliva y tras levantarse bruscamente, le dio la espalda y se alejó gesticulando hacia la ventana.

- Sí, es lo que espero. Internet es sólo un medio más para conseguir un buen trabajo. Tras eternos e-mails de ida y vuelta, han considerado que era la más preparada para el cargo. ¿No te alegras por mí? ¿O acaso prefieres que me lamente y me hunda contigo?

Javier no esperaba esa respuesta. Llevaba casi un año sin trabajo y en casa ni su mujer ni sus hijos, se habían enterado aún. En un principio no quiso preocuparlos, despúes de todo había tenido la precaución de ahorrar algún dinero con el que podría arreglárselas mientras conseguía otro empleo. Luego, al pasar de los meses, de las entrevistas, de los cientos de “le llamaremos” y, por cierto, de la desaparición total de los fondos ahorrados, no había encontrado el valor para confesar la situación.

La relación con Regina llevaba ya varios años en curso; desde el nacimiento de Javi, su primogénito, ya su matrimonio no fue más lo que era antes y sin casi darse cuenta, se había despertado un día en la cama de Regina. Ya nunca volvió a dejarla, ni ella le pidió que dejara a su mujer. Después de todo, a ella le resultaba cómoda la situación, no tenía tiempo para más pero sí tenía alma y pecho para amar intensamente. Nunca le preocupó el qué dirán. Por otra parte, Javier necesitaba sentirse amado, querido, respetado. Ahora todo eso que le había hecho sentir único y especial al comienzo, se había transformado en una pesadilla. Si no hubiera sido por los constantes y frecuentes préstamos que le hacía Regina, no habría sido capaz de sostener ni a su familia, ni la mentira de su trabajo imaginario.

Cada mañana repetía junto a su mujer el ritual del desayuno con frutas, jugo fresco de naranja y café negro, para luego coger el maletín lleno de contratos inventados, arrancar el automóvil y llevar a Javi al colegio y a su mujer al club. Luego se iba a una “reunión” tras otra, hasta que se hacía de noche. Entre el cole de Javi, el club de su mujer y una hora después de la puesta de sol, su mundo entero giraba en torno a conseguir un empleo, utilizando como centro de operaciones el lujoso departamento de Regina.

Después de meses de sobrellevar su vida con relativa dignidad, se sintió morir el día que Regina le contó con alegría desmedida, que había logrado que le dieran el puesto que tanto había esperado en aquella industria del norte y que ahora todo estaría mejor para los dos, ya que la nueva posición venía con el consecuente aumento de salario, por lo que podría quedarse cuanto quisiera en su piso mientras conseguía empleo, al tiempo que ella continuaría haciéndose cargo de enviarle mensualmente una suma mayor de dinero.

Él, luego de hacer añicos la copa contra el suelo, permanecía en silencio mirando por la ventana. Se vio reflejado en el ventanal y se observó con detención. Sus rasgos eran más bien finos, parecía casi un muchacho. Nunca había logrado que el bigote le creciera lo suficiente como para rasurarse en serio y siempre había sabido que su pestañas eran demasiado largas. Después de tanto tiempo fingiendo una vida que no era la suya verdadera, después de tantas mentiras y tantas llamadas falsas a celulares inventados desde su lecho matrimonial, para darle más realismo a la farsa, ya la tensión se reflejaba en su cara pálida, en sus ojeras pronunciadas, en los pómulos prominentes sobre las mejillas hundidas, en la delgadez de su torso, en la piel casi pegada a sus huesos. La tensión y la locura que día a día tenía que pasar, le habían convertido en menos de la mitad de la persona que era antes.

Sintió que el humo del cigarrillo que Regina fumaba se le metía por la nariz y lo ahogaba; tosió y haciendo un gesto con la mano volvió la mirada hacia ella. Regina apagó el cigarrillo y se quedó en silencio, sintiéndose culpable por tener trabajo, por ganar más, por mantenerle, por amarle y por fumar. Javier se le acercó con paso quieto y la abrazó. Lloró sobre su hombro unos segundos y comenzó a abrazarla con fuerza. Poco a poco sus manos se deslizaron hacia el cuello de ella y lo apretaron con fuerza. En cuestión de minutos dejó de respirar. Soltó el cuerpo inerte de Regina dejándolo caer pesadamente sobre la alfombra, entre la mesita de centro y el sillón.

Tras permanecer largo rato sentado sin decir palabra, sin moverse y hasta casi sin pensar, se incorporó rápidamente y de un tirón quitó la mesa de centro, envolvió el cuerpo de Regina en la alfombra y la puso sobre su hombro. Cogió las llaves del departamento y las de su auto y bajó por la escalera de servicio, asegurándose de que nadie lo viera. Tras acomodarla en la cajuela, pasó por la bodega y tomó una pala, algo pequeña, pero serviría. Luego fue nuevamente al estacionamiento, subió al auto y aceleró demasiado en la partida. Vagó por un par de horas sin destino hasta llegar al parque de los suburbios. Escogió un lugar apartado, con tierra fresca y húmeda y ayudándose de las herramientas que portaba en la cajuela y la pequeña pala de la bodega, cavó una fosa en unas tres horas; era más profunda que larga, por lo que tuvo que romper las largas y sedosas piernas de Regina para que cupiera por completo. Descansó un instante y comenzó a devolver la tierra al hueco húmedo en que yacía quien fuera su incondicional soporte por casi un año. Fue un minucioso jardinero a la hora de sellar su crimen, acomodando pequeños pastelones de pasto verde, algunas hojas secas y ¿por qué no? hasta flores sobre la improvisada tumba. Dio varias veces la vuelta alrededor de ella desordenando todo con los pies, tratando de que el rectángulo más oscuro de la tierra removida se fundiera con el resto hasta hacerse invisible. Recogió todo, volvió a su auto y se marchó.

Volvió al departamento de Regina. Al meter la llave en la cerradura un escalofrío le recorrió el cuerpo: ¿Y si estaba dentro? Luego se tranquilizó, eso era imposible. Entró silenciosamente y lo recorrió entero: la cocina, la pequeña terraza, el comedor, la sala de estar, sólo se preocupó de cambiar la alfombra de la salita de televisión al estar, para no dejar las patas de la mesa de centro sobre el suelo desnudo.
Luego fue al dormitorio, revisó minuciosamente los cajones de la cómoda, el ropero, las mesitas de noche, el baño, los perfumes, las cremas, los jabones, todo cuanto encontró a su alrededor. Jugaba con la ropa de ella entre sus manos, aspiraba su aroma, respiraba su aire.

Se dio un baño de sales, se vistió con la ropa de ella, se maquilló y se perfumó. Al verse al espejo, una curva macabra se le dibujó en la boca, era lo menos parecido a una sonrisa que había esbozado vez alguna. En un momento de cuerda locura, lanzó una sonora carcajada al pensar en el peso perdido tras tantos meses de desesperación. Luego nuevamente calló y comenzó a tararear una canción imaginaria. Se enfundó las medias de seda, se calzó unos maravillosos Manolo Blahnik y se dejó caer sobre la cama. Tomó su celular y llamó a su mujer.

- Hola, ¿querida?
- Amor..! ¿dónde estás? ¿por qué llamas a estas horas?
- He tenido que solucionar algo del trabajo, luego te cuento más detalles. Un beso a Javi y duerme bien.

Colgó y volvió a ponerse de pie. Equilibrándose en los tacones volvió a dirigirse hacia el espejo y se miró fijamente a los ojos.

- Regina, Regina...y pensar que recién pasado mañana vas a conocer a tus nuevos jefes...¡Y pensar que nunca creí en Internet..!

Acto seguido, tomó las credenciales de Regina, sus papeles, su notebook y su ropa ya empacada, se puso gafas oscuras y aleonó un poco la pelirroja peluca. Tras cerrar con seguro y tomar el ascensor hasta el estacionamiento subterráneo, se metió de un salto en el auto de Regina, rectificó su labial en el retrovisor y condujo a toda velocidad hacia el aeropuerto.

Texto agregado el 07-04-2005, y leído por 104 visitantes. (0 votos)


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