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Inicio / Cuenteros Locales / a1_alejandro182 / Todos odiaban a Martha Botero

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Para empezar y dejar todo en claro, todos en la oficina odiaban a Martha Botero. O por lo menos a algunos no les caía bien. Es que ella era una simple secretaria, poco agraciada, escondida bajo unas gafas feas, sin maquillaje y (para variar) solterona. La causa por la cual la odiaban no podría definirla exactamente: tenía algo, un no sé qué que hacía que la gran mayoría sintieran repulsión de solo verla. Menos yo. Podría decirse que yo era el único que la trataba como un ser humano y la determinaba. Iba hasta su escritorio, le llevaba un café y la saludaba. Ella sonreía tímidamente entre la montaña de documentos y carpetas que reposaban sobre su puesto de trabajo. En ocasiones nos encontrábamos en las escaleras a la hora del almuerzo e íbamos a una cafetería cercana a comer algo. Creo que en una ocasión la acompañé mientras llegaba el bus que la llevaba para su casa.

El personal de la oficina le dejaba una gran parte de su propio trabajo para que ella lo hiciera por ellos. Y Martha, que era una buena persona, les ayudaba sin importar las ocupaciones y tareas que tuviera. Lo que dije. Todos la odiaban... hasta que supieron la noticia de su suicidio. Llamaron un lunes en la mañana a la oficina, la encontró el domingo bien temprano su hermana cuando llegó a visitarla. Ella tenía llaves, entró y la encontró muerta en su alcoba, con un frasco de pastillas en la mano. Y a su lado una nota donde le pedía excusas al mundo por haber sido tan cobarde y haberse suicidado. Decía que me pedía, también, a mí (¡A mí!) perdón por su falta de valor, que yo era el único que la había hecho sentir bien. Ah, y que me dejaba como herencia, un último deseo que se le permite a quienes se van a morir, que cuidara de sus dos gatos, sus compañeros de apartamento.

En la oficina se armó un alboroto impresionante. Todos, absolutamente todos exclamaban: “¿Cómo es posible que Martha se haya suicidado? Si era tan buena trabajadora”, “Martha, Marthica, ¿Cómo hizo eso?”. Con su muerte había pasado de ser una poca cosa a ser la mejor persona que hubo sobre la faz de la tierra (claro, todo muerto siempre fue bueno...) y luego, casi inmediatamente después, circularon rumores sobre un supuesto romance mío con ella, que le estaba siendo infiel a mi esposa, que de razón le llevaba café y la saludaba, que de ahí el motivo de salir a almorzar juntos... que por eso me había nombrado como heredero de sus gatos (animales que yo pude haberle regalado en un día de aniversario). Ah, y ni que decir de las malas interpretaciones que se le dieron a la parte de la carta donde decía que yo era el único que la había hecho sentir bien...

El día del funeral de Martha Botero su hermana me llevó mi herencia: Lorenzo y Lorenza, un par de felinos color gris, ojos verdes, que maullaron durante a ceremonia. “Discúlpelos, es que con todas las carreras del sepelio no he podido darles de comer”. Y me pasó las dos jaulas en que los transportaba (de esa que usan en las aerolíneas para llevar animales). Mientras sepultaban el féretro con el cuerpo de Martha Botero los gatos maullaron intensamente. Eran los únicos que se quejaban, como si a nadie más le importara que ella estuviera sin vida. Parecía que en verdad lloraban por la muerte de su dueña, al salir del cementerio algunos compañeros se acercaban a mí y me decían que fuera fuerte, que no me dejara llevar por el dolor de la partida de Marthica (“tan buena mujer que era”), que ellos estaban conmigo y compartían mi pena ¡Pero si yo nunca tuve nada con ella! Todos la odiaban, yo la trataba bien por lástima y ahora soy el amante de ella... si la saludaba o le hablaba o la acompañaba al bus era por pura y física lástima. No más. No era porque me gustara ni porque la quisiera, no. Admitámoslo: era lástima. Así de sencillo.

Cuando llegué a casa con el par de animales mi mujer se sorprendió un poco. Y desconfió cuando le conté lo sucedido. Ahora también tenía problemas en mi hogar: tenía algo con la difunta, que no era ninguna fea sino una mujer al estilo de una top model. Al final ella terminó comprendiendo –a medias- el hecho: una secretaria poco agraciada, odiada por todos, le deja al que considera su único amigo sus más preciados tesoros, Lorenzo y Lorenza. Las primeras noches maullaron como lo hicieron en el cementerio, y peor aún, lo hicieron fuerte. Y mi esposa y yo no pudimos dormir. Como no dormía mi ritmo de trabajo disminuyó (obvio, estaba cansado) y no demoraron en circular los chismes: “ya no duerme por no soñar con el fantasma de Martha”. Fue a la quinta noche de desvelo que los dichosos gatos vinieron a calmarse.

Luego el problema fue alimentarlos. Comían en cantidades dignas de un regimiento. Entonces, para no dejarlos morir de hambre compré muchas bolsas de alimento. Y claro, me quedaba poco dinero para la comida de mi esposa y yo, nuestros gastos, nuestros gustos. Pedí dinero prestado a mis compañeros del trabajo... y no demoraron en aparecer los chismes: “se gasta el dinero embriagándose por el recuerdo de Martha Botero”.

Tiempo después los benditos animalitos comenzaron a hacer de las suyas en mi casa. Quebraban porcelanas, aruñaban los muebles, rasgaban las cortinas, dejaban “pequeños regalitos” malolientes en el sofá. Mi esposa estaba molesta con todo eso. No soportaba que Lorenzo y Lorenza, dos intrusos en nuestras vidas, rompieran todo. Ella me decía que botáramos esos gatos, que los dejáramos en un potrero, que los ahogáramos en un río, que se los diéramos a alguna institución que pudiera hacerse cargo de ellos. Hasta me propuso dárselos a un circo para que fueran alimento de un tigre o un león. Pero yo no tenía el corazón tan retorcido para hacerle daño a un animal por más diabólico que fuera. Con el paso de los días discutimos al punto de gritarnos, azotar puertas y dejar salir ciertos resentimientos. “Claro, como tu amante te dejó los putos gatos no querés deshacerte de ellos; tú lo que quieres es botarme a mí”. Esto hacía que me volviera irritable con facilidad. En el trabajo tuve algunos roces con mis compañeros... y no demoraron en circular los rumores: “odia que Martha se haya suicidado y por eso se enoja tanto”.

Ahora odio a Martha Botero, odio haberle hablado, sonreído, acompañado; haber sentido lástima por ese ser tan insignificante que era ella. Ahora yo soy el que la odia mientras todos la aman. Y ya me harté de tanto disgusto con mi esposa, de tanto chisme en el trabajo, de tanto gasto de dinero en esos malditos gatos. Me cansé definitivamente. Por eso los cogí, los metí en una caja de cartón y los solté en un parque muy lejos de donde vivo, donde no pudieran estorbar en mi vida, donde pudieran molestarle la existencia al primer idiota incauto que los recogiera. Por supuesto, la relación con mi mujer mejoró: pudimos dormir bien y no volvimos a gastar tanto dinero. Espero que los gatos no regresen. En la oficina volví a ser el mismo de siempre, el que había sido antes de la muerte de ella... pero no demoraron en aparecer los chismes: “por fin superó la muerte de su amante, Martha Botero”.

Texto agregado el 07-04-2005, y leído por 1363 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
07-06-2006 muy bien desarrollado,felicitaciones juancalderon
07-06-2006 muy bien desarrollado,felicitaciones juancalderon
01-11-2005 Extraordinario..!! genial ...lindas palabras..! searay
25-10-2005 simplemente excelente felixinmortal
30-08-2005 de verdad q textos como este hacen falta ser no solo leidos sino (escuchados). me gusto y al fin y acabo tan buena mujer q era nO? BERE_NICE
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