Mi cantar es el de la flor ahogada por el humo de la ciudad,
es el ave muerta al lado del camino,
que parece revivir con el viento que la mece.
Mi voz es del viento de los callados y de la lluvia,
es lluvia que cae y agua que sube a los cielos.
Mis pasos son de cortejo nocturno en una plaza, son los del gato al corretear la luna en los tejados.
Mi letra es de médico. Mi padre es uno.
Mi letra no es de médico. Yo jamás seré uno.
Mi letra abarca un grano de arena, pero caben en ella,
todas las playas y los áridos desiertos.
Mi sombra es la de la tarde, de los focos
y de cualquier parte, es fantasma esclavo,
un ser pegado a mí queriendo bailar con los faroles.
Mi llanto es el de la flor segada en medio del trigal,
es la canción olvidada de toda memoria,
es el árbol que cae y nadie oye.
Mas a veces se confunde con la risa de cualquiera.
Mis ojos suelen ser de los detalles,
de los adornos rococó que nadie quiere ver.
Mi regreso y mi ida se asemejan al amanecer
y el pobre ocaso que se desangra en negrura.
Mi mujer.
Mi mujer es del aire, del recuerdo,
de grabados en sepia, de hojas amarillas
y de lágrimas secas en papel escrito.
Mi poesía es ecléctica, eléctrica y elástica,
pero nunca la he podido nombrar a gritos.
Este poema, este hombre y este sueño,
son tuyos y de nadie más, te lo juro,
son de ésos que no llevan a ningún lado,
sólo marcan un punto donde comenzar,
sólo son un trompetista que se deshoja en notas dispares,
mientras busca, por piedad, un oído amigo.
Yo soy el mismo de ayer, y el mismo de mañana.
Debería cambiar de lugar con el moai incólume.