Una vez mas estaba frente a el, pero ahora a diferencia de otras veces, no lo dejaría partir sin que me aclare algunas cosas.
-Quedate quieto imbecil, que siempre arruinas todo.-
Por primera vez me pareció oír algo, tal vez sea mi imaginación, tal vez estaré esperando que me hable.
Me acomode la camisa, luego la corbata, finalmente el saco, ya quería irme, no soportaba la idea de entrar en sospechas e investigaciones absurdas.
El día estaba frío, caminaban cubriéndose. Bufandas y solapas levantadas, signo de un sorpresivo bajón de temperatura. El sol casi desaparecido, sin embargo un suave brillo, se reflejaba en los metales. Hacia un poco de calor de a ratos, bastante creo. Ahí, entre la gente, me veía, fugazmente, sin embargo no estaba seguro de ser yo.
La oficina estaba seca y agria, como los últimos años, ellos iban y venían, poniendo las cosas, debajo de aquellas que ayer supieron mover igual.
Quisiera ayudar a Olga, se casa pronto y tiene la cabeza llena de dudas. Pobre, debe estar muy confundida, yo soy un caballero para estas cosas.
Sin embargo esta confusión la hace más sexy. La eventualidad de aprovecharme de aquel sorpresivo beso que le estampe detrás del archivo, se que la hizo dudar. Si la abordo, seguro que la ayudare a pasar unos ratos felices antes del casamiento y con un poco de suerte la hago pensar. Mejor no, esto le caería muy mal a la familia, no se lo merecen.
Otra vez dejan los cacharros por cualquier lado, ¿porqué me perjudican? Tazas sucias, por todas partes.
Allí me veo, estoy demacrado, el perfil de aquella jarra metálica me recuerda a la imagen de esta mañana, tan solo que ahora los vaivenes del día, estallaron en una dramática figura, acentuada por la deprimente curva metálica, me muestra una cara que no es la mía,¿o si?
Una vez mas el tirano se da la vuelta, la esperada y odiada vuelta de las seis.Pobre tipo al fin y al cabo, ni se imagina lo que hablan detrás suyo.
Incluso yo al verlo venir me tiento para ridiculizarlo, al pasar tengo compasión y termino ayudándolo a liquidar el trabajo del día.
Las seis y cuarto, el reloj de pie me devuelve una figura patética, sin embargo yo todavía no me puse el saco, debe ser las ganas de tenerlo puesto e irme.
La veo a lo lejos, esta esperándome mi novia, la adoro. Terminare casándome y siendo verdaderamente feliz, ella es la elegida, le debo lo que soy. Ahí esta Olga, me mira de costado, tiene levemente desprendidos lo dos botones del delantal, veo sus apetecibles pechos, no puede ser una confusión. Me seduce su forma ambigua de mirarme.
Le hago una seña a mi novia, desde lejos asiente con la cabeza, no debo tardar, ella debe estar tan cansada como yo. Sale de su trabajo apenas media hora antes y es muy cumplidora.
Sin embargo Olga, prometí ayudarla. Se lo que necesita afirmar sus convicciones, entrar en algún tipo de dudas a esta altura de sus decisiones la puede hacer tambalear.
Ahí esta otra vez, ahora si que se puso el sombrero, sin embargo yo no uso, por Dios. Estos viejos espejos, ondulados, deformados, ¿cuantas veces dijimos que había que cambiarlos?
La lleve detrás de los archivos mas grandes, sin decir una palabra, le termine de arrancar el delantal, hicimos el amor en silencio, violentamente, a los gritos, sin que a ella ni a mi nos importara.
Apure mis pasos, sacudí un poco los últimos escritorios, camine suavemente entre las sillas dispersas y al pasar las ordene, la salude dulcemente con un beso en la mejilla y ahora si, me puse el sombrero, ¿porque dude? Si era imposible que me viera con el, si sabia muy bien que lo había dejado en el perchero de la entrada.