LA VIDEO GRABADORA.
Se creía sola en el sombrío establecimiento hasta el momento en que le llevaron la copa de Champagne. –Es un obsequio, le dijo sonriente el Barman, colocando frente a ella el recipiente rebosante del espumoso licor, mientras con un gesto señalaba en dirección de una de las mesas, en la que se encontraba sentado el misterioso galán; solo alcanzó a distinguir la vaga silueta del hombre, alto y fornido, en la que como un faro, brillaba una amplia sonrisa decorada con un diente de oro. Fue en ese momento que se percató que el obsequio no era desinteresado, el sujeto gozaba del espectáculo franco de una generosa porción de sus torneadas piernas, que la diminuta minifalda que vestía no alcanzaba a cubrir. Se rió para sus adentros, la halagaba el interés que había despertado en el desconocido, y no haría nada al respecto, esa deslumbrante visión de la que debería estar gozando, la consideró como la siempre bien merecida última cena de un condenado a muerte. El desconocido era la razón de ser de su presencia en ese bar de mala muerte.
Los minutos pasaban lentamente, a la primera copa habían seguido varias más que la muchacha aceptaba complacida como un juego, las pagaba con sutiles movimientos de sus largas piernas, en uno u otro sentido, que le ampliaban o cerraban el panorama al morboso observador; la última había llegado acompañada de una somera nota, manuscrita en una servilleta, instándola a que lo acompañara a su mesa, pero ni la consideró, prefirió sutilmente recoger unos cuantos centímetros la falda y separar más las piernas.
Ya la cabeza le daba vueltas, había perdido la cuenta de cuantas copas llevaba, y le urgía ir al baño o se orinaría en presencia de su generoso admirador. De pronto hasta regresaba sin pantaletas, se le ocurrió traviesamente mientras ya bastante alegrona y un poco tambaleante se bajaba del elevado taburete.
Era una especie de émulo en el Departamento de Policía, permanentemente la ponían de ejemplo a las nuevas promociones de cadetes; era la escogida para las misiones más difíciles y complicadas. Cuando los demás se negaban o acobardaban, era ella la que sacaba la cara por el prestigio de la institución.
Pero esta era una misión casi rutinaria, no le tocaba hacer nada valeroso ni arriesgado; solo hacer acto de presencia en ese bar, vestida como una chica cualquiera que un viernes por la noche sale a tomarse unos tragos con su novio o con un grupo de amigos; y desde en uno de los altos asientos que daban contra la barra, esperar el momento en que su presa, el prodigo galán, un reconocido narcotraficante que llevaba varias semanas siguiendo, recibiera de uno de sus suplidores un maletín con varios kilos de cocaína.
Llegó al bar más temprano de lo previsto, era pequeño y con muy poca iluminación, unas pocas mesas vacías rodeaban una reducida pista de baile, en cuyo centro una pareja bailaba apretadamente, tan imbuida en la música de un conocido son montuno, que el resto del mundo no parecía existir para ellos; la mujer se le pegaba como una lapa al hombre, y este le correspondía oprimiendo con ambas manos sus carnosos glúteos.
Estarían mejor en un motel, pensó, mientras contoneándose pasó muy cerca de ellos, camino al extremo de la pulida barra de caoba, desde el cual abarcaría una panorámica completa de todo el establecimiento.
Contaba además con el apoyo de un Escuadrón de Asalto que capturaría al sujeto en el momento que recibiera el maletín que contenía la droga y un equipo de técnicos en electrónica y comunicaciones quienes desde el interior de una camioneta Van, que se encontraba parqueada en la acera del frente, recibirían la señal de una video grabadora que previamente había sido instalada en el bar y que registraría todo la operación, incluyendo el momento del recibo de la mercancía.
Era un sujeto hábil y escurridizo, de tipo latino, decían que era colombiano, pero nadie lo conocía lo suficiente; pero una labor de inteligencia, ardua y paciente, liderada por la muchacha, en la que se habían corrido riesgos e invertido muchas horas de trabajo, habían logrado descubrir su modus operandis.
A pesar de las grandes sumas de dinero que manejaba, vivía en hoteluchos, de los cuales se cambiaba cada semana sin dejar pista, pero luego de muchas pesquisas habían logrado averiguar que operaba desde este bar, desde donde atendía su clientela. Cargaba una sofisticada computadora portátil de la cual no se separaba por ningún motivo, donde registraba todas las operaciones, y en una funda sobaquera, una Baretta de 9 Mm., oculta por una oscura zamarra de piel de cerdo. Apoderarse de la computadora era otra de las prioridades de la operación.
Tuvo que rodear a la pareja de bailarines para llegar al baño, quienes sin perder el compás de la música se besaban apasionadamente, con hambre, como si no hubiera un mañana. La envidió a ella con todas sus fuerzas; al margen de sus éxitos profesionales y de los muchos honores con que había sido recompensada, cuanto añoraba un hombre que la llenara, que la hiciera estremecerse de placer, aun cuando fuera en un bar de mala muerte; porque la otra cara de la moneda era que por su escuadrón era considerada una estrella inalcanzable, incluso para su compañero de patrulla, un apuesto joven, varios años menor que ella, que la adoraba en silencio y no dudaría en dar su vida por ella, pero quien nunca se dio por aludido a sus, en ocasiones, no tan sutiles insinuaciones, lo intimidaba, lo mismo que a todos sus posibles pretendientes su exuberancia y su irreprimible sensualidad. Muchas eran las noches que insatisfecha y mas caliente que una gata en celo, se revolvía solitaria en su amplio lecho.
El baño también era reducido, sin ventilación, iluminado por un solitario bombillo que colgaba del techo casi a la altura de su cabeza; un curtido lavamanos, con un espejo en su parte superior, y una tasa sin tapa, por toda dotación. No cerró la puerta, y con la falda recogida en la cintura se bajó las pantaletas y se sentó en la tasa con los codos apoyados en las rodillas; cerró los ojos y se concentro en la sensación orgásmica, casi sexual, que le causaba el expeler el potente chorro, que le aligeraba la presión en la vejiga próxima a reventar. Movida por un extraño impulso, antes de bajarse la falda, se quitó las pantaletas y las guardo en su cartera; el pequeño espejo encima del lava manos, le alcanzó a devolver fugazmente la imagen de la parte superior del par de firmes piernas desnudas, su ancha cadera y su pubis rasurado y húmedo.
Un pequeño punto rojo que brillaba en la pared opuesta, muy cerca del techo, la saludó al salir del baño, le parpadeaba intermitentemente como burlándose de ella, recordándole la existencia de la video grabadora y la alta probabilidad de que todo el descargue de su vejiga hubiera quedado registrado fielmente en los sofisticados equipos de la camioneta Van.
Pero no alcanzó a regresar a la barra como era su intención, el hombre le cortó el paso al pasar por el frente de su mesa.
-Zorra, le susurró al oído, mientras la tomaba de ambas manos, apretándoselas, y crucificándola contra la pared; se sobresaltó, se había materializado como salido de la nada. Con sus altos tacones casi lo equiparaba en altura, cincuentón, pero ancho de hombros y en muy buenas condiciones físicas; el marcado bulto que formaba la Beretta al lado izquierdo de su torso la disminuyó, ella se encontraba completamente desarmada. Se quedó sin aire, confundida, la cabeza le daba vueltas y la música bailable que inundaba el local, le resonaba en el interior de su cerebro, ensordeciendo sus otros sentidos. No podía evadir el efecto intimidante de la sensación de poder que emanaba del sujeto, la había acercado tanto contra él que sus pechos se rozaban y ella no llevaba brassier, el tenue tejido de la ajustada blusa parecía no poder contener la pujanza de sus endurecidos pezones.
-Que quieres, gimoteó, aterrorizada como una niña, mientras trataba de liberar sus manos, fue otro de los muchos errores que cometería esa noche, era un depredador y podía oler el miedo desde lejos. Se revolvió nerviosa, el hombre ni hablaba ni la soltaba, la oprimía con el peso de su cuerpo contra la pared. La liberó de una de las manos, pero solo para oprimirle rudamente uno de sus portentosos pechos como una pelota de goma, más con la intención de causar sufrimiento que placer. Adolorida por el rudo trato quería gritar, corresponder con violencia, para lo cual estaba adecuadamente entrenada, pero mientras el hombre no recibiera la droga, su obligación era sobrellevarlo, so pena de echar por tierra muchos días de trabajo e investigación de todo el escuadrón; le bajó el escote y le sacó el seno al aire, brilló como una blanca luna en la penumbra del local, el oscuro pezón, como un ojo ciego resaltaba contra la piel en el centro de la turgente masa de carne, subiendo y bajando agitadamente al ritmo de su acelerada respiración, lo tomó con la boca y comenzó a succionarlo golosamente; ella, sumisa, gemía quedamente con la mirada fija en el rojo y parpadeante punto luminoso de la video grabadora que burlándose de su angustia, la seguía a donde quiera que se moviera.
Si por lo menos pudiera apagarla, pensaba desesperada ante la perspectiva de tener que renunciar a toda una vida dedicada a la defensa de la ley y el orden, en el momento que el contenido de la grabación se hiciera de conocimiento general en el seno de su escuadrón; pero no había nada que hacer, el testimonio que registrara la video grabadora constituiría la principal prueba del recibo de la mercancía.
Poseída por un estado de languidez extrema, no hallaba medios de oponer la más mínima resistencia a su alebrestado agresor, quien abrazándola a la ala altura de la parte baja de los glúteos le alzaba la corta falda con la intención de desnudarla; su rodilla, como una cuña, le impedía cerrar las piernas.
Maldijo la iniciativa, sugerida por ella misma, de haber instalado el dispositivo de luz infrarroja a la video grabadora, para lograr la máxima fidelidad en las imágenes que servirían de prueba para condenar al narcotraficante; su desnudo trasero apuntando en su dirección en esos precisos instantes, constituía un espectacular primer plano.
Después de que ese video saliera a la luz pública, quien sabe a que nivel quedaría ese prestigio que con tanto trabajo había logrado cimentar entre sus colegas; y no podía hacer nada al respecto, era evidente que su única justificación, cual era la de garantizar el éxito de la operación, perdía toda credibilidad ante su complaciente actitud a las caricias del sujeto.
Sin el impedimento de las pantaletas, las rudas manos del narcotraficante gozaban de vía libre para recorrerle la profunda raja que separaba las dos montañas portentosas y hurgarle sin piedad sus oquedades mas intimas; las piernas le temblaban sin poder mantenerla en pie, y del interior de su sexo, oleadas de extrañas vibraciones le convulsionaban su cuerpo.
–Por favor no, le rogaba casi llorando pero sin convicción, completamente entregada a los caprichos del sujeto, sacudida y ultrajada, cuando súbitamente se sintió relegada, la había apartado tan bruscamente, que de no ser por el apoyo que le brindaba la pared, hubiera caído al suelo; no entendía lo que pasaba, la había soltado y dado la espalda sin explicación aparente, como si se hubiera cansado de sus encantos; no se movió, todavía contra la pared, sin pantaletas y con la falda enrollada en la cintura vio llegar la causa del desinterés del facineroso, un nuevo sujeto, del mismo corte del anterior, elegantemente vestido, fornido y de caminar ágil, que portando un lujoso maletín de ejecutivo se acercaba al narcotraficante. De lo que aconteció seguidamente, la chica se percató solo muy vagamente. Como pudo se escurrió del barullo que se formó con la intervención del escuadrón de asalto, y asegurando el computador que había quedado abandonado sobre la mesa, partió como una sombra en dirección de la calle.
Afuera una ligera llovizna caía intermitentemente, las frías gotas contra su cara la reanimaron. Pasó de largo la camioneta Van, y con el computador fuertemente asido debajo del brazo, caminó durante varias cuadras, permitiendo que se le empapara el pelo y el agua le corriera por el cuerpo, hasta toparse con el primer taxi. Llegó empapada a su departamento, pero mas tranquila, sin embargo no pudo dormir hasta casi el amanecer, no por los burdos manoseos de que había sido víctima, la mantenía despierta el acusador punto de luz roja que la persiguió durante toda la noche y que ahora veía hasta con los ojos cerrados.
La despertó el timbre del teléfono, pasado el medio día, la cabeza quería reventársele, le dolía terriblemente, la requerían en la Comandancia del Departamento de Policía.
Estuvo tentada de no ir, de no regresar más a esas oficinas, de renunciar por carta, de iniciar una nueva vida en una ciudad distinta, pero se levantó, no huiría, enfrentaría lo que viniera y luego se apartaría.
Un gran cartel coronaba la entrada a su despacho: FELICITACIONES A LA MEJOR POLICÍA DE LA CIUDAD. En presencia de sus compañeros el Comandante le dedicó un calido discurso de elogio por su importante labor en la captura de tan importante narcotraficante y le confirmó su próximo asenso a Comandante de Patrullas.
Algo no andaba bien, pensó en medio del general jolgorio, el memorial de agravios en su contra que esperaba encontrar, se había convertido en una feria de alabanzas. En la primera oportunidad llamó aparte a su compañero de patrulla y le preguntó por la video grabadora, por el registro de lo que había alcanzado a grabar. -No grabó nada, le contestó el muchacho. -Toda la noche estuvo con una luz roja indicando que no tenía conectada la corriente eléctrica y nadie se percató de ello.
FIN
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