Tú dices que si se encuentra en algún sitio de los encontrables. A veces basta con saber si se ha salido de lo siempre dicho, o fomentado desde lo invisible. Porque dice, sin decir, que se encuentra cobijando a sus lugares perfectos, o manteniendo esa imperfección huérfana sin dejarse ver ni entender. Y es que todas las cosas que se dicen nunca están presentes las patillas, o sea, las explicaciones. Y es que de todas las palabras las que más se se escriben son las con vocales (o las con que parten con un "y" o con un "porque", a modo de explicación, cierto).
Como si ya no se pudiera decir otra cosa aparte de lo innombrable. Como si siempre se entendiera que el lugar destinado es el mismo de siempre, el prisionero, que como roca, se adhiere cansino a la lenta procesión de sucesos, horas, demases...
Caminata. Andada. Fomentar el frio.
Sube la escalera con afán proteico. No sabe que lo que está diciendo es de entre todas las cosas un afán inexistente (y aún consciente dice "afán" dos veces, porque al decirlo dos veces imagina que "afán" se desdobla o se ilumina, y así alcanza su cielo). Y piensa que lo que está diciendo es acerca de una vida paralela, quizás, o un pensamiento de esos que se dicen sin estar pensando en realidad en alguna cosa material (escribe casi rogando de que sea verdad)... como cuando se habla de pintores o Hopper o de Munch, o se mira con ojos brillosos como la lluvia sube en vez de bajar.
Porque de todas las veces nunca ha visto la lluvia caer. Y es que quizás esté ciego o tenga los ojos invertidos, o no sepa que hacer con las imágenes que le llegan agotadas de tanto esfuerzo.
Nada más se encuentra en otros sitios. Como si fuera un lugar escondido, pienso. Y se anuda la bufanda con más fuerza como si por eso calentara más. Y piensa. Y lo que piensa es como un sueño entenebrecido, digo, como si se viera todo con niebla. A unos metros, a unos pasos, los sonidos vienen como empolvados. Y lo que piensa no se relaciona con lo que hace. Porque lo que hace es seguir caminando y mirando el cemento, o estudiando de lejos como se caen las estrellas fugaces, las fugas de gas, de la cárcel, de los ojos.
"Las fugas de los ojos" va murmurando como en destello. Y mientras murmura-como-en-destello mastica lo que acaba de leer o de inventar o de imaginar. Y es que le dicen, o le dijeron a una de sus sombras que si acaso vivía todavia (y no sabe si se trata acerca de él, de su sombra, o de mi, que escribo). Le preguntaron que si acaso existe todavía el personaje que alguna vez se materializó en su camino (en el camino de ella) y si podrá este ayudarle a ayudarle (porque en tercera persona es la misma palabra, y acaso el mismo personaje). Por qué, pregunta, para él todo tiene sentido o sin sentido en el realismo forzado, o por qué la abandona hasta desaparecer sin dejar una miserable huella.
Sin dejar una miserable huella.
Sin dejar una miserable huella.
Sin dejar una miserable huella.
Sin mirar como se fusiona la caminata con el aire congelado. Como tren, dice, y se rie diciéndolo. Pero no lo dice, porque lo piensa, y cuando se piensa se dice sin decir. Y se apreta más aun la bufanda, sin que esta caliente más por eso. Y el aire transita traqueteado -y eso no quiere decir que pase por la traquea, porque el aire que pasa por la traquea es aire que pasa como agua entre los dedos se alistan los ojos a mirar como amanece- porque no le dejan espacios (al aire, para que no pase traqueteado sino como agua entre los dedos se alistan los ojos a mirar como amanece). Espacios. ¿Espacios dije? Y es que no pensaba en espacios, sino en huellas. Huellas y amaneceres que se escurren como agua entre los dedos se alistan los ojos a mirar anocheceres. Y es que siempre, todo el tiempo, pensé en la huella. En esta. La huella. Miserable.
|