Inicio / Cuenteros Locales / elrulfiano / El secreto tonalteca. Parte III.
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Antonio Orduña mordió el polvo. Una mañana de septiembre. Fue encontrado muerto a balazos. Era una de esas mañanas en que uno no sale por no tener nada a qué salir, así de simple, una mañana libre de ocupaciones fuera de la casa. Pero Juan Pulido tenía un encargo, y eso fue lo que hizo posible que se descubriera casi íntegro el cuerpo de Orduña. Iba caminando por el camino viejo a Tonalá, recargado casi en la cerca que daba a los terrenos de los Castellanos a las faldas del cerro de la Reina. Justo unos pasos después de pasar el club de tiro deportivo, percibió un olor raro, en la cuneta del camino. Se acercó a la cerca de alambre de púas y se tendió por debajo de la línea superior, metiendo la cabeza entre los hilos. Observó un bulto. Claro, así tenía que ser, puesto que era el bulto frío del fiambre del comandante Orduña. Se terminó de meter al vedado y lo reconoció. Una mezcla de miedo, sorpresa y gozo lo inundó totalmente. ¿Que haría? ¿Que haría cualquier otra persona en sus condiciones? Juan Pulido tenía no pocas semanas de haber escuchado que Orduña repartiría una mercancía "verde" en Loma Dorada, localidad urbana de Tonalá. Escuchó lo anterior de la boca del propio jefe policiaco. Y se la confirmó Teodoro Castellanos, dueño del predio que ahora pisaba y que además, era el jefe directo de Juan. ¿Cuál era la función de él bajo las órdenes de Castellanos? Nada del otro mundo, acaso nada de este propio; era una especie de esos mendrugos humanos que exponen su dignidad confundiendo el servicio con el servilismo, un hombre que nunca había sido aventurado, pero que ahora parecía tener en sus manos la oportunidad de cambiar esa ignominiosa visión que se le tenía en Tonalá. |
Texto agregado el 05-04-2005, y leído por 133 visitantes. (0 votos)
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