Caminaba Othany Gratky cierto día por una larga y muy poco concurrida callejuela, en busca de un amigo a quien contar del como había sido corrido de su casa por un malentendido familiar, su madre le había dicho: "Othany Gratky, es el último día que paso con un ladrón y mentiroso como tu, agarra tus cosas y te me largas pero como va, anda y encuentra a quien más dormir con tus malditas historias, que aquí ya tuvimos suficiente".
Y así, sin más explicaciones Gratky tuvo que tomar algunas de sus cosas, ponerlas en su mochila de campismo favorita y salir apresuradamente de su ahora antiguo hogar.
Metido en sus propios pensamientos y mirando sin mirar más que sus pies, apunto estaba Othany de abandonar su absurda búsqueda en una calle ahora totalmente vacía, cuando de pronto sintió el peso de una mano que le tocaba el hombro derecho, volteando instintivamente hacia su diestra sin ver a nadie, observó a su izquierda y ahí estaba: un hombre alto, con un atuendo totalmente negro que contrastaba con el enfermizo tono de su piel, - un albino, pensó Othany - blanca, pálida y amarilla a la vez, con cabello lacio y delgado hasta poco más de los hombros.
Sonriente y con un casi imperceptible aire familiar, aquel extraño hermoso siguió caminando junto y al paso de Gratky cuando de pronto con voz áspera le dijo:
- Espero no molestarte en tan profundos pensamientos, pero creo ser yo a quien buscas.-
- ¿Cómo sabes tú a quien busco si no me conoces siquiera?-
- ¿Cómo saber puede un extraño lo que tu mismo ignoras? Simplemente no lo sé, pero creo que necesitas sacar algunas cosas de muy profundo y yo puedo escucharte, si quieres.
Continuaban caminando al mismo paso, tanto que aquel sujeto, más que una persona parecía ser la sombra de Othany, que de pronto se detuvo y le miró.
-Bueno..., si - y siguieron caminando mientras Gratky le contaba uno a uno los detalles de su intempestiva salida del hogar, cuando al paso de una acera Othany le confesó:
-Cómo quisiera tener una lámpara mágica como la de los cuentos, cuyo genio me concediera tres deseos.
-Y el primero sería tener todos los deseos que tu quisieras ¿o no?- Lo interrumpió el sujeto.
-Claro, de ahí en adelante pediría para mí y para mis semejantes más cercanos cuanto fuese necesario.
-Si, si, si. Claro, todos dicen lo mismo pero a la mera hora los demás no existen, y es por ello que quienes tienen la oportunidad no la aprovechan.
-Nadie ha tenido en realidad una oportunidad como esa.- Repuso algo molesto Gratky.
-Lo olvidaba, no crees en nada a menos que lo puedas ver y comprobar, no eres el único que escéptico se muestra ante eso, aún después de verlo, pero como me otorgaste la confianza y la franqueza de tu corazón, yo te otorgaré el privilegio de escoger tu destino y jugar con él como lo decidas.-
De pronto el extraño alzó la mano y tocando el pecho de Othany, lo estremeció al momento en que un rayo retumbaba justo sobre sus cabezas, haciéndolo voltear hacia arriba, y al abrir los ojos después del destello aquel raro personaje había desaparecido tan rápido como había llegado, como evaporado por aquel rayo.
Instantáneamente comenzó a llover a cantaros y de inmediato Gratky buscó resguardo ante aquel diluvio.
-Maldición, apenas comenzó a llover y ya estoy empapado, aquel albino seguro sabía que iba a llover y me abandonó a mi suerte, como quisiera encontrar un hotel o algo así donde darme un buen baño y cambiarme de ropa.-
De pronto en la acera de enfrente se asomó una señora también albina y colocó en la puerta de una mansión muy grande y antigua, oscura e imponente el letrero de: "Cuartos Vacantes". Sin pensarlo dos veces, Othany atravesó la calle y al entrar a la recepción le dijo a un joven albino que permanecía de espalda.
-Deseo alquilar un cuarto con tina, regadera y agua caliente.-
Sin voltear, el joven le indico con voz templada que subiera al tercer piso y se instalara en el cuarto con el número 69 marcado en la puerta, el cual pagaría al retirarse el último día en que quisiera permanecer ahí.
-Gracias- Dijo amablemente Gratky sin recibir respuesta, y tomando su empapada mochila subió rápidamente las viejas escaleras hasta encontrarse frente a la puerta con el número 69 pintado en rojo.
Entró pues estaba abierto, de inmediato se desnudó y entrando en la bañera tomó el baño de agua caliente más relajante de toda su vida.
-Maldito calor tan endemoniado,- Dijo para sí mismo.-Que raro, tres personas albinas en menos de un día de locos. Quisiera dormir para siempre y olvidarme de todo esto, mañana será otro día y ya pensaré donde buscar trabajo o a ver que hago.-
Recostado desnudo sobre la cama, cerró los ojos y se cumplió así su tercer y último deseo.
FIN.
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