Venías con falda, y más que nunca me incitabas, lo sabías a hacerte prontamente el amor, tu lengua en mi mejilla y oído me lo dijo, deseabas sucediera, porque después de todo y no ser ya nada, habías venido.
Cuando empezaste a juguetear muy a tu modo conmigo en la cocina, sentí como un calor me recorría por dentro, pero al tenerte sometida para que no me golpearas tan libremente como deseabas, y sentir entre tus piernas el calor que me transmitías al contacto del muslo, después de hincada ya no pude más resistir tu mirada y ardientemente te besé.
Te mordí el cuello y palpé tu busto, hermoso y delicioso como siempre, preso me esperaba, toqué tus piernas y levantando por tus muslos esa suave tela, llegué poco antes de la gloria, pero me contuve nuevamente, podían vernos, y me aparté de ti para no seguirme desbocando.
“Subamos al cuarto” te dije, y al no poner tu alguna objeción me sentí aliviado; la comida y el estudio quedaron a un lado arrumbados mientras cerraba la puerta y la ventana; todo pasó y nuevamente el deseo que sabes tan bien provocar en mí, pudo más que mis fuerzas.
Venías con falda y esa fue tu fortaleza pero también mi debilidad, me estorbó un poco al principio, más no como tu pantalón, no sé si dimos rienda suelta al fetichismo, pero con todo y eso en más de una ocasión lo hicimos.
Ahora que no estás, tal vez no sirva de nada pero te doy verdadera y sinceramente las gracias, por haber venido al día en que paramos el tiempo por un momento, el día en que venías con falda.
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